Santa.
Ya no hay locos, ya no hay locos…
Todo el mundo está cuerdo, terriblemente,
Monstruosamente cuerdo...
Si no es ahora que la justicia vale menos,
Infinitamente menos que el orín de los perros…
Si no es ahora... ¿cuándo se pierde el juicio?
Respondedme, loqueros...
León Felipe
El Santa Romero fue un loco escapado de las poesías de León Felipe. No
transigía con esa realidad chata e impregnada de injusticia. Con esa justicia
que veía que valía menos que el orín de los perros. Un temperamento rebelde que
no encontraba acomodo en ámbitos de resignación o de tomar las cosas con
tibieza, con complicidad. Sufría y se enfervorizaba ante hechos arbitrarios.
Quería a su pueblo del que él era parte auténtica. Sentía que tenía que hacer
algo, no se resignaba a que las cosas fueran como son, no le era posible
soportar que hubiera tanta desigualdad. Ah, ese orden donde unos pocos tienen
todo y multitudes sin saber que les depara el destino al otro día, si
mantendrán el techo y si podrán comer.
Esa sensibilidad social lo fue «martirizando»; su vida concreta de obrero
explotado le fue marcando una ruta.
Laburante ya desde niño, con esa infancia de pobre que hasta un trompo hay que
mirarlo de lejos. Comenzó a trabajar a los 7 años de edad en un comercio de
Trinidad, Departamento de Flores donde había nacido. Un pueblo con muchos
terratenientes y poca historia de luchas sociales. De pantalón corto ya estaba
peleando la vida y haciéndose respetar con los de su generación cuando la
ocasión se daba.
Después su venida a Montevideo, su peregrinación proletaria, un trabajo y otro.
Finalmente logró trabajo efectivo en RAUSA. El trabajo: apilar bolsas de azúcar
de 50 kilos toda la jornada. Para diversas reclamaciones laborales hacían punta
un grupo reducido de sus compañeros. Con ellos forma barra y comenzaron a
empujaron tareas sindicales. Los dirigentes del gremio, afiliados a la CSU,
eran por demás moderados. La tarea se tornaba entonces doble.
No se quejaba del trabajo, se indignaba con las arbitrariedades, los abusos,
ciertos atropellos. No, nunca se quejaba, era hombre «que al dolor y al amor no
los nombra».
La cuestión era de lucha y no de queja. Y fue rumbiando hacia caminos que
convocaban su sensibilidad y rebeldía. La cosa era general y tal tendría que
ser la respuesta. Sus amigos, sus compañeros de trabajo, sus vecinos, la
población vivían así, en condiciones donde apenas daba para comer en el mejor
de los casos; todo un gran problema la atención de los hijos, su educación su
salud. La educación casi un lujo lejos para los pobres. Apenas bancando la
primaria a tropezones.
Era demasiada coincidencia. Ese saber que dan las prácticas cotidianas le había
formado convicciones: hay un enemigo enfrente, hay un sistema que funciona a
favor de un puñado privilegiado y piltrafoso y esquilmando al pueblo. Esto era
el «orden» que andaba en la vuelta. Su sentimiento era que había que deshacer
esto, pero deshacerlo, aquí no había lugar para los de abajo.
Nada estaba hecho naturalmente para beneficiar al trabajador, un día fue a
pedir crédito a un banco porque tenía deudas de alquiler y le exigieron tanto
que llegó a la conclusión que para lograr algo ahí «tenés que estar cómodo y
después encima te arrancan la cabeza con los intereses». Sin duda, una
institución exprimidora, buen símbolo del sistema. No obstante después le
pediría varios «préstamos» para el colectivo.H
ay grandes y prolongadas huelgas. Desde arriba se empiezan a quitar conquistas
generales, no quieren subir el salario a nivel del aumento del costo de vida.
Hay represiones policiales; obreros de la Industria de la Carne muertos. Los
estudiantes están en fuerte pelea por la reforma universitaria. La cosa social
está revuelta.
La militancia libertaria se ha juntado y formado la Federación Anarquista
Uruguaya. El Ateneo del Cerro tiene una actividad social-política intensa y
comprometida con luchas de aquí y de América Latina. Apoyaba, por ejemplo, la
lucha de la Sierra Maestra que otros atacaban calificándola de aventura.
Los barbudos de la Sierra Maestra entran en Cuba. Una conmoción corre por las venas
de gran parte de nuestra América Latina.
Es ese año 1959 que llega el Santa por el Ateneo del Cerro. Había una de las
tantas actividades que en ese momento se realizaban. Ahí se encuentra con otra
gente «desconforme», que le duele la injusticia y que cree que solo en la pelea
está la solución. Un peleador estaba escuchando. De ahí en más el Santa comenzó
a arrimar el hombro a las diversas tareas, a veces agotadoras, tal las
pegatinas que terminaban a las 2 0 3 de la madrugada y dejaban poco tiempo a quien
a las 7 tenía que estar ya trabajando. Pero era casi un infaltable de la tarea
callejera.
Integró casi de inmediato la Agrupación Anarquista Cerro que era parte de la
FAU. Con la tarea barrial, con las correspondientes a movilizaciones
sindicales, en la propaganda de la Organización, en las actividades específicas
del Ateneo, ahí hizo sus primeras armas.
Participó en enfrentamientos callejeros con la represión. Codo con codo en
aquella oportunidad que los compañeros de Funsa entraron hasta la Casa de Gobierno
en duro enfrentamiento con la policía. Era uno de los pilares de esa barra del
Cerro que junto con la de FUNSA y La Teja, constituyeron un poderoso grupo e
propaganda que recorría las arterias principales de Montevideo, opinando,
denunciando, apoyando, casi una vez por semana.
Se identificó plenamente con la concepción socialista libertaria. Hasta por
piel rechazaba las concepciones autoritarias del socialismo. La URSS y su
dictadura del proletariado no tenían nada que ver con su socialismo. Menos la
estrategia que estos tenían para el continente. La socialdemocracia le
resultaba algo afin al sistema y cosa que nada tenía que ver con la causa
auténticamente emancipadora. Pensaba y sentía que sin participación auténtica
de la gente, sin solidaridad, sin libertad no podía haber socialismo.
Repudiaba, las estructuras verticales, las culturas de obediencia, las
jerarquías y charreteras. Creía firmemente en la organización, en un
federalismo funcional y ágil, dentro del que funcionó en su organización, capaz
de procesar el cambio sin anular a la gente y que tuviera como meta principal
en el nuevo ordenamiento, el desarrollo, la calidad de vida del ser humano.
Los tiempos eran hermosamente revueltos y sembraban esperanzas. Era mucha la
gente que comenzaba a sentir que los cambios eran posible. Claro había que
pelearlos fuerte, pero... eran posible. Empezaban algunas acciones directas.
Vino el episodio de los Comandos del Hambre y participó. Había que hacer
finanzas, no había medios económicos y había muchas actividades y más aún
buenas posibilidades de desarrollo. Allí estuvo, saliendo de un banco con un
bolso repleto.
Se reestructuró la FAU en el 1967 con miras a la nueva coyuntura en curso y
atendiendo las perspectivas que había por delante. Pocho habló con él,
atendiendo una resolución de FAU, para iniciar una tarea sistemática de acción
armada. Ir armando un aparato específico en el marco de las tareas políticas de
FAU. Su respuesta no fue «dejame pensarlo».
Una lucha armada que difería de la concepción «foco» que trataba de articular
diferentes planos de lucha en un proceso pensado a largo plazo y que tenía una
orientación definida: un socialismo libertario.
Ya en la parte armada participó en expropiaciones bancarias, tareas en
«secuestros» pertrechamiento, etc. Le tocó caer adentro de un Banco, una alarma
recién puesta y directa a comisaría lo quemó. Cuando sintió la sirena intentó
abrirse pasos a balazos con sus compañeros. Ya había dado la indicación, como
encargado de la operación, cuando miró por la ventana. Un enjambre de milicos,
con armas largas y cortas, apuntaban hacia la salida. «Creí que eran un par de
patrulleros que venían a joder, y con unos cuetazos teníamos posibilidades de
irnos», nos diría después. En ningún momento se le ocurrió tomar un rehén, eso
estaba fuera de su universo. Se la jugaba y chau. Después, ya preso, no admitió
nunca pertenecer a ninguna organización. Cubrió a su «familia» a su FAU.
Militaron juntos con Pocho, especialmente en las tareas de OPR, eran dos
hermanos. Tenían muchas cosas comunes, una de ellas, capaz que no es la mayor,
era esa nítida característica de muchacho de barrio obrero que nunca
abandonaron. La forma de la broma, la «cargada», los chistes. Animosos,
estables, irrespetuosos de lo grandilocuente.
Les era común también esa disposición a jugarse, a tomar estas cosas con
firmeza y responsabilidad, el atenerse a lo decidido por la Organización y no
andar por el libretazo.
Dice el Director del Diario «El Día» retenido por la Organización: «Ese
sedicioso que me espantaba los moscardones para que no me molestaran», como
refiriéndose a una contradicción monstruosa. No, el Santa era un hombre firme,
duro, y al mismo tiempo de mucha ternura, fraternidad, con códigos de gente
integra. No podía, no sentía que fuera correcto maltratar a un hombre
indefenso. Era una situación de la lucha y nada más.
Sí, el Santa tenía ese «don de gente» como se acostumbra decir para designar a
una persona que no anda con recovecos ni dobleces, que va de frente. Así fue en
todos lados. Igualmente un luchador en cualquier lugar. Es nomás recordar sus
15 años en las cárceles, su actitud siempre firme, solidaria, su bozarrón
acanariado levantando el ánimo. En su pecho luciendo los colores de sus amores,
una camisa roja y negra a veces y otra del Club Cerro cada vez que bajaba a
hacer un partido de fútbol.
Desde el Ateneo y después de sus lecturas de Malatesta siempre siguió leyendo
con cierta regularidad, durante su prisión mucho más. Participó siempre
activamente en la vida política de los equipos de FAU, Todo esto lo resaltamos
por que en su vida cotidiana era de pocas palabras.
La vida del Santa es una vida ejemplar, como gente y como militante. Una
persona íntegra.
Se nos fue un pedazo de lo mejor de nuestra historia. Se fue uno de esos militantes
de nuestro pueblo que lo dieron todo, generosamente, en pos de un mundo mejor,
un mundo de justicia y libertad.
Tuvimos junto a él cuando le quedaba un hilo de vida, estaba conciente que esta
partida estaba perdida pero le seguía peleando a la parca la parada. Conversaba
de las cosas de todos los días como si nada. Comentábamos con Julia, su
compañera, que estuvo junto a él con dedicación admirable: «parece que no
tuviera nada».
Fue con profundo dolor que lo despidió una gran cantidad de gente: sus familiares,
compañeros libertarios y del Ateneo, militantes de otras organizaciones
políticas que él mucho estimaba, sus queridos amigos de la barra de La Grúa y
del Club Cerro, vecinos y conocidos de la zona.
Fueron momentos de dolor, de angustia, de recuerdos hermosos, de bronca.
Estaban bajando los restos del Santa. El dolor se apoderó de los presentes y
tiño de gris todo el paisaje. Fue un momento en que se vino la noche en plena
tarde.
Pero hay cosas del Santa que nunca morirán. Quedarán para lo mejor de los
recuerdos. Su entrega, su espíritu de pelea, su solidaridad, su amor a la
libertad, su anhelo de un mundo mejor.
La FAU se siente orgullosa de haber contado en sus filas a un militante de esta
talla.
Querido compañero, tu vida ejemplar, ha quedado para siempre en nuestro
recuerdo.