Las secuelas de la guerra de EE.UU. contra Irak.
Noam
Chomsky.
Desde que se inició la
invasión hace un año, el mundo es un lugar todavía más precario.
Los
monstruosos atentados en Madrid resuenan de manera potente y dolorosa en el
primer aniversario de la invasión a Irak encabezada por EEUU, descrita como una
reacción ante el ataque terrorista del 11 de setiembre del 2001.
En el
año transcurrido desde que comenzó la guerra contra Irak, los pronósticos de
muchos analistas han demostrado su certeza, en especial las consecuencias del
ciclo de violencia que engendra más violencia. Otras secuelas parecen
sorprendentes. Un examen podría ofrecer una guía hacia un mundo con menos
atrocidades y más democracia.
La
guerra contra Irak liderada por EEUU fue llevada a cabo pese a la opinión
generalizada de que podría conducir a la proliferación de armas de destrucción
masiva y de terror, riesgos que el Gobierno de Bush consideró al parecer
triviales comparados con la perspectiva de tomar el control de Irak, establecer
la norma de la guerra preventiva y fortalecer su control del poder a nivel
interno.
En una
reacción ante la acelerada militarización de EEUU, Rusia ha aumentado de manera
drástica sus fuerzas militares, en tanto otros países, que se consideran
potenciales objetivos, reaccionan con los medios que tienen a mano: terror, por
razones de venganza o disuasión, y esfuerzos para desarrollar armas de
destrucción masiva, tal como ocurre con los sospechosos programas de Corea del
Norte y de Irán.
Junto
con Madrid, la letanía de terror desde el 11-S incluye Bagdad, Bali,
Casablanca, Estambul, Yakarta, Jerusalén, Mombasa, Moscú y Riad.
Tarde o
temprano, es factible que el terrorismo y las armas de destrucción masiva se
combinen en las mismas manos, con terribles consecuencias. Los presuntos
vínculos de Irak con Al Qaeda fueron descartados por serios analistas y no han
sido halladas evidencias creíbles. Pero nadie discute ya que Irak se ha
convertido, por primera vez, en un «santuario de terroristas», tal como lo
indicó Jessica Stern, una especialista en terrorismo de la Universidad de
Harvard, en un ensayo publicado en The New York Times después de la destrucción
de la sede de la ONU en Bagdad en agosto del año pasado.
Guerra
preventiva es apenas un eufemismo para poder agredir a voluntad. Fue esa
doctrina, no sólo su aplicación en Irak, la que motivó las vastas protestas
contra la invasión (otra manifestación a nivel mundial está programada para
hoy, 20 de marzo). La reacción internacional ha elevado seguramente el listón
para un ulterior uso de esta doctrina.
Un
tirano brutal fue derrocado, y se puso fin a las criminales sanciones que
obligaron a los iraquíes a confiar en él para sobrevivir. La investigación del
inspector de armas norteamericano David Kay, además de socavar las aseveraciones
sobre la posesión de arsenales prohibidos por parte de Sadam, reveló lo frágil
que era el control del poder por parte del tirano en los últimos años. Eso
refuerza la opinión de occidentales que conocían bien la situación.
Por
ejemplo, los coordinadores de ayuda humanitaria de la ONU, Denis Halliday y
Hans van Sponeck, dijeron que si las sanciones no hubieran afectado a la
población civil, los propios iraquíes hubiesen derrocado a Sadam.
En
abril pasado, tal como lo indicaron las encuestas, los norteamericanos creían
que la ONU, no EEUU, debía tener la principal responsabilidad en la
reconstrucción política y económica de Irak durante la posguerra.
El
fracaso de la ocupación estadounidense de Irak es sorprendente, dado el poder y
los recursos de EEUU, el fin de las sanciones, y el derrocamiento del tirano,
así como la falta de respaldo significativo exterior para la resistencia. En
parte debido a ese fracaso, el Gobierno de Bush ha debido dar marcha atrás y
pedir la ayuda de la ONU. Pero la cuestión de si Irak puede ser algo más que un
Estado vasallo de EEUU, continúa en duda.
Washington
está construyendo su misión diplomática más grande del mundo en Irak, con unos
3.000 empleados, tal como informó Robin Wright en The Washington Post en enero,
una clara indicación de que la transferencia de soberanía intenta ser limitada.
Esa conclusión está fortalecida por la insistencia norteamericana en su derecho
a mantener bases militares y fuerzas en Irak, y por las órdenes del procónsul
de EEUU, Paul Bremer, de que la economía debe quedar virtualmente abierta para
ser controlada por los extranjeros, una condición que ningún Estado soberano
puede aceptar.
La
pérdida de control de la economía reduce drásticamente la soberanía política, y
también las perspectivas de un sano desarrollo, una de las lecciones más claras
en la historia de la economía.
Una
vigorosa exigencia, por parte de los iraquíes, de democracia y de algo más que
una soberanía nominal ha obligado a EEUU a retroceder en sus esfuerzos por
imponer un Gobierno, que Washington no puede controlar. Inclusive una
Constitución formal no pone fin al incesante conflicto.
El
cambio en el Gobierno de España, después de los atentados en Madrid, refleja en
parte el rechazo del pueblo español al método de Bush-Blair-Aznar de combatir
el terrorismo mediante el ataque y la ocupación de Irak.
En
diciembre, una encuesta de PIPA/Knowledge Networks indicó que la población
norteamericana en general ofrece escaso apoyo a los esfuerzos del Gobierno por
mantener una poderosa y permanente presencia militar y diplomática en Irak.
En
EEUU, la preocupación popular acerca de la guerra y de la ocupación parece
relacionada con dudas sobre la justicia de la causa. El cambio podría
verificarse en las elecciones presidenciales. El espectro político
norteamericano es bastante reducido y la gente sabe que las elecciones son por
lo general compradas. John Kerry es descrito con precisión como un Bush bajo en
calorías.
Sin
embargo, en ocasiones, la opción entre dos facciones de lo que ha sido calificado
el partido de los empresarios de EEUU puede hacer una diferencia, en estas
elecciones, así como en el 2000. Eso es cierto, tanto en asuntos internos como
internacionales. La gente que rodea a Bush está profundamente comprometida en
revertir los logros de la lucha popular durante el siglo pasado. Una corta
lista de objetivos podría incluir la salud pública, la seguridad en el empleo e
impuestos progresivos, de acuerdo a los ingresos de cada persona.
La
perspectiva de un Gobierno al servicio de los intereses populares está siendo
desmantelada.
Desde
que comenzó la guerra en Irak, el mundo se ha convertido en un lugar aún más
precario. Las elecciones en EEUU representan una encrucijada. En este sistema
norteamericano de inmenso poder, pequeñas diferencias pueden tener grandes
consecuencias, con un impacto de gran alcance.