La política imperial y el repudio de los pueblos.
Se ha cerrado un capítulo de horror diario
televisado, pero seguirá por fuera de cámaras el sufrimiento de ese pueblo
arrazado por miles de bombas y misiles. Dolorosamente inundado de “daños
colaterales” por “bombas inteligentes” distraíidas. El zumbido de muerte de los aviones irá abandonando la
escena. Quedará en la retina de cualquier persona bien nacida aquellos niños
mutilados, familias enteras sepultadas entre los escombros. Miles de civiles
muertos. No se verá directamente la secuela que esta invasión acarreará en el
mediano plazo: millones de muertos. Otra carnicería contra el pueblo de Irak al
que el bloqueo anterior dejó, hasta el presente, no menos de un millón de
muertos.
Quedará
también en el recuerdo y para siempre el papel brutal, deshumanizado,
monstruoso de ciertos medios de comunicación obsecuentes, con la CNN a la
cabeza. Comentando el genocidio como un espectáculo casi cinematográfico, hasta
diciendo alguna vez “fascinante” en oportunidad de bombardeos que destruían
edificios, mercados, casas particulares, sembrando muerte. Mintiendo, además,
sin pudor para lamer las botas del amo y criminalizando horrorizados, cualquier
acto del bando contrario. Mostrando el gran humo de los impactos como centro de
importancia, hablando de la gran eficacia
técnica, cuando la realidad era de sangre y fuego, de cuerpos
destrozados. Sólo allá a las perdidas y cuando no tenían más remedio hacían
aparecer una escena de hospitales y algún muerto. Resultaron repugnantes
figuras al servicio de los genocidas. Cumplieron, así es el funcionamiento
ideológico de estos medios durante todo el año.
Claro está
que hubo otros periodistas que no contaron con las facilidades de los
oficialistas y que fundamentalmente encontraron escollos cuando no la muerte.
Todo este
tiempo se ha podido ver en funciones a gran parte del equipo imperial de la
infamia, deambulando entre lo ridículo y lo siniestro. A un Rumsfeld, por
ejemplo, mintiendo, amenazando, disfrutando del funcionamiento de toda esa
enorme máquina bélica tirada contra una fuerza enormemente más débil. Al cowboy
de opereta posando de hombre fuerte, caminando como matoncito de barrio,
diciendo bravuconadas y macabras estupideces. Todo un conjunto de criminales
cínicos circulando por ese escenario circense montado por escenógrafos
vinculados al cine.
Vimos parte
de un elenco que posee los atributos, lo peor de nuestra animalidad, para
llevar adelante una estrategia de poder mundial, en las que se conjugan ideas
reaccionarias, transnacionales poderosas y superestructuras políticas
articuladas al proyecto general. Vimos parte de los constructores del discurso
actual, los hijos del Heritage Foundation, El Manhatan Institute, el Hoover
Institution y el famoso American Enterprise Instituto (AEI). Discurso de mundo
unipolar sostenido en la fuerza directa o semidirecta.
Ya bien se
sabe el problema no termina en este genocidio sangriento perpetrado en Bagdad y
todo Irak. Ahora mismo, se pone el acento en que Siria tiene también “armas de
destrucción masiva”. Tener petróleo y ser árabe, especialmente lo primero, es
sumamente peligroso en este momento. La estrategia de dominio de la zona petrolera es la prioridad. Pero sólo la
prioridad pues hay menciones a Corea, ya hubo intentos en Venezuela, está
Colombia en la lista y ni siquiera la triple frontera está a salvo. Pero con
Corea hay que pensarlo dos veces.
Estamos
ante una estrategia de nuevo Imperio que busca un nuevo orden mundial, con
dominio indiscutido y teniendo el mundo al servicio de sus mezquinos proyectos.
Un Mundo al servicio de la América Imperial respaldada en sus misiles y grandes transnacionales. Una fuerza
hegemónica despótica y avasalladora controlando los resortes fundamentales de
la vida moderna.
Esto está,
al mismo tiempo, expresando con plenitud los fundamentales elementos
constitutivos de este sistema. Es el capitalismo en expresión plena de sus
dispositivos de funcionamiento y sus “valores”. Es la reformulación en esta
etapa de esa vieja articulación: Estado-clases dominantes-competencia-opresión.
Si bien esta etapa muestra ruptura con formas anteriores mantiene no obstante
elementos constitutivos de primer orden inherentes al sistema.
¿Qué es lo
que sigue? No sólo se puso en juego el negocio de la reconstrucción de
Irak, manotear petróleo, reposición del
enorme armamento tirado, ganar terrenos estratégicos. Es todo esto y algo más.
El imperio pateó el tablero para reacomodar el mundo a un proceso que viene
gestándose hace décadas. Eso sí, quiere que ese reacomodo se haga bajo la bota
de su hegemonía indiscutida y para beneficio de muchos menos que antes. Con más
opresión y miseria de los pueblos.
Este
reacomodo, esta nueva articulación, cubre un amplio espectro de problemas y
“cosas”. Obliga a preguntarse, ¿Cómo quedan instituciones y “valores”
funcionales a la etapa anterior: Naciones Unidas, derechos internacionales,
limitaciones al uso de la fuerza, soberanías estatales? Es cierto también que
estos parámetros jurídico-políticos
convivieron con multitud de “infracciones”. La más de las veces
ejecutadas por EE.UU. con invasiones, con más de 30 vetos en la ONU en los
últimos 20 años, por ejemplo.
Ni hablemos
de lo que se pretende con las múltiples conquistas logradas por los pueblos con
luchas casi siempre tremendas: profundizar esa anulación de ellas que ya se viene aplicando.
Pero los
pueblos del mundo han manifestado enérgicamente su repudio al asesinato y toda
la política guerrerista en curso. Multitudes de todos los continentes ganaron
las calles repetidas veces, en muchas oportunidades destruyendo símbolos del
invasor asesino, atacando empresas que son puntales del neoliberalismo y la
guerra. Un sentimiento de odio y repudio al imperio yanqui recorrió el mundo.
Un sentimiento que tiene también un contenido de fuerte rechazo a todo un
modelo que sólo genera creciente miseria.
Pero la
verdad es que la guerra hace tiempo que llegó a estas latitudes. Vino de la
mano del neoliberalismo, de la flexibilización, de la competitividad, de los
planes de enseñanza, de proyectos de libre comercio, de dependencia creciente,
de deuda externa impagable, de población sobrante, de seguridades ciudadanas,
de guerras de baja intensidad, de genuflexión de políticos y técnicos de los
gobiernos, de la buena educación de las “izquierdas”, de los Comando Sur, de
las bases militares, de los marines paseándose por el continente, del Plan
Colombia, de los intentos en Venezuela, del destrozo de la Argentina, de la
miseria en que están sumidos nuestros pueblos, de las docenas de miles que
mueren por año ante la carencia de lo mínimo para vivir. Ha sido una política
que constituye la continuación de la guerra por otros medios, invirtiendo una
frase conocida. Es la guerra de los que detentan el poder, es la guerra de una
clase.
Aquí no se
trata de hombres buenos y malos, es mucho peor, aquí hay un sistema y una
dinámica, un conjunto de relaciones de poder conteniendo una intencionalidad.
Posee su lógica, su racionalidad, cruel, brutal, asesina, pero ella no atiende
adjetivos. Es una fuerza que sólo se puede ir parando con otra fuerza. Claro
está que distinta, con otro contenido, con otra intencionalidad.
Este
sistema, en los distintos momentos de su despliegue, nunca regaló nada a los
pueblos, a lo sumo concedió con cierta facilidad lo que convenía a una
configuración histórica para su sobrevivencia y funcionalidad. Pero siempre
fueron luchas, de un carácter u otro, pero luchas, las que lograron mejoras o
cambios a favor de los de abajo.
Son cínicos
y mentirosos, eso no les preocupa. Pueden hablar de democracia y salvación de
los pueblos cuando ambas cosas son instrumentos para la sujeción y ausencia de
todo derecho. La democracia burguesa es eso, un espacio controlado, cada vez
más cooptado, fábrica de ilusión, de control de descontentos, de canalización
de broncas y anhelos. Para ellos es cosa útil y vacía, hoy graficada en Bush y
todo el elenco de gobierno o más cerca aún, en la Argentina de los “que queden
todos”.
Y plantea
hoy un dilema tramposo y perverso: o es el voto que el alma pronuncia o la
violencia (terrorista o semi) de mentes enfermas que no quieren vivir en paz.
Ni siquiera en esta hermosa paz de los sepulcros.
Pero no
sólo atan los mecanismos que vienen de arriba, están esos otros poderosos
dispositivos que circulan por el cuerpo social, que vienen de “progresistas”
varios, que internalizan miedos, resignación, el no protesta fuerte, confianza
en el sistema. Confía y no corras. Sin ruptura con esta mentalidad, con ese
sentimiento aguado, con esa complicidad en los hechos, no habrá salida del
pantano. Pero son muchos los pedazos de pueblo que están circulando por fuera
de ese circuito falso, infernal y descompuesto. Lo vemos hoy en diferentes
luchas a todo lo largo del mundo, aquí nomás en América Latina: Bolivia, Ecuador,
Venezuela, Colombia, Argentina, Brasil, Perú.
Por fuera
de lo institucional están emergiendo fuerzas sociales de nuevo cuño. Tienen
parentesco con aquellas otras de etapas históricas anteriores, de aquellas que
no hipotecaron su independencia y que nunca creyeron que soportes del sistema
como el Estado fuera instrumento idóneo para mejorar la condición
obrero-popular y superar este
ordenamiento social que es antagónico con una vida digna, de valores auténticos
por los que sí vale la pena cualquier esfuerzo.
Si algo fue
enseñando la historia es que sólo desde abajo y contra lo institucional
consagrado, es posible arrancar mejoras, recuperar conquistas, efectivizar
proyectos transitorios, constituir fuerza social para proyectos sociales más
“ambiciosos”.
La clase de los pobres del mundo
también está en guerra contra los sembrados de miseria, contra la barbarie
imperial. No quiere paz en este mundo de lacerante injusticia y aunque la
quisiera tampoco la obtendría. Paz es palabra suelta y vacua si no está acompañada
de justicia, libertad, participación efectiva, condiciones de vida acorde a la
condición humana. Basta de engaño tonto, el sistema actual no ofrece paz, para
hacerlo tendría que suicidarse. Y no están dispuestos a matarse sino a matar.
Su supervivencia descansa en la fuerza y en las distintas formas de guerra. La
paz para los de abajo no es un comienzo sino una terminal. Es el final de un
hermoso y largo camino. Camino que contiene la pasión y la alegría de saberse
transitando
hacia lo justo, hacia una civilización que estimule lo mejor del animal humano.