BARBARIE POLICIAL,

¿se trata de otra cara, o se cayó la máscara?.

 

Los lamentables sucesos que acontecieron en la populosa barriada de Malvín Norte, ciertamente que han dado mucho de qué hablar en este mes. Han hablado especialistas, “ólogos” varios, periodistas, políticos, etc. No vamos aquí a narrar nuevamente los hechos por todos conocidos, pero de todos modos se torna necesario decir lo nuestro, para contrarrestar en la medida de lo posible las visiones reaccionarias que desató dicho episodio.

Ante el hecho concreto y repudiable, de que alguien abusando de su poder le quite la vida a otro ser humano, poco se puede agregar. Sencillamente condenable y asqueroso. Un milico que a sangre fría mata a un muchacho de 18 años y hiere a otros cinco, con su pistola 9 mm de reglamento y otra calibre 22, intentando simular un “tiroteo” que nunca existió. Hasta las jerarquía policiales desestimaron esta versión. ¡¡Cómo será la cosa!!

Pero detrás de todo este dolor, de toda la bronca de la gente, de la justa indignación, la prensa mas alcahueta montó su propaganda distorsionando los hechos, mirando mas las consecuencias que las causas. Confunden al síntoma con la enfermedad, o lo que es peor,  lo conocen pero lo ocultan.

La prensa “seria y responsable”, destacó a grandes titulares los “saqueos” que se desencadenaron cuando las fuerzas policiales se tuvieron que ir del lugar ante la cagada que se habían mandado. Es mas, la prensa “denunciaba” que la policía abandonó el lugar dejando desprotegida la propiedad, pero no mencionó que no brindó asistencia a los heridos. Dejó a los gurises baleados tirados en el pasto. Esto “se le pasó por alto” a la prensa.

El Ministro del Interior, Borreli, tuvo la brillante idea de valorar el incidente como un caso de “enajenación mental”. Curiosamente las pericias psiquiátricas diagnosticaron absolutamente lo contrario.

Por su parte, para Marita García Pose (egresada y coordinadora de la Escuela Pichón Riviere), más que un “momento de locura” esta situación sería el emergente más crítico en una cadena de hechos que se repiten (el asesinato de otro joven en el Parque Posadas en mayo de 2001, abusos policiales en Piriápolis y en varias comisarías del Interior en 2003, el acceso de Marcos -quien protagonizó a comienzos de este año los incidentes en el liceo del Hipódromo- a armas en el ámbito familiar). El asesinato de Santiago Yerle sería un eslabón más dentro de una “cultura de la violencia” que habría tenido su momento extremo durante la dictadura y su perpetuación gracias a la crisis económica y los fuertes procesos de exclusión que generó. “Este proceso se naturaliza a través de una subjetividad construida en el miedo donde se asimila la visión del otro, no como diferente o como semejante, sino como enemigo. Y en lo jurídico a través de la ley de impunidad y los escándalos de corrupción, que fueron permeando todos los espacios del imaginario social de un ‘no pasa nada’, que termina disociando los actos de sus consecuencias”, agregó García.

La policía, se ha ido acostumbrando a la impunidad, a realizar sus torvos negocios a la sombra del poder. “Sirviendo a la sociedad”, capitalista claro está, y haciendo el trabajo sucio cuando hace falta, siempre resguardando el “sagrado” derecho de propiedad.

Sembrando división para que reinen la miseria y la impunidad:

La campaña fue intensa, presentando constantemente a los vecinos del barrio como enemigos entre ellos, fabricando una guerra que nadie vió.

Con respecto a esto, viene al caso citar el enfoque de la Catedrática de Psiquiatría Infantil y Adolescente de la Facultad de Medicina, Dra Maren Ulriksen: La complejidad social, aunque muy pocas veces sea valorada por los medios, se hizo nuevamente evidente cuando un grupo de jóvenes del asentamiento levantó durante la noche del martes 23 una suerte de altar recordatorio con flores, carteles y velas a los pies del ombú en el que finalmente murió Santiago. “Estos jóvenes se sintieron identificados con Santiago. Después de todo a ellos les pasa algo similar todo el tiempo: se mueren sus hijos de hambre, no los atienden, no llega nunca la ambulancia. Santiago los representa, porque la Policía los vive persiguiendo sin razón alguna”, explicó Ulriksen. El gesto también podría interpretarse, a su juicio, como un movimiento que busca la integración con la gente del complejo, algo que casi todos parecen haber pasado por alto.

Los atropellos policiales, en mayor o menor escala, son cosa de todos los días. Casi podríamos decir que el atropello es intrínseco a su función, o que es un rasgo más. Se dijo que era otra cara de la institución policial.

¿Era la otra cara, o se les cayó la máscara?.

Los mas veteranos sabrán de represiones policiales en conflictos sindicales, los de mediana edad recordarán las razzias, la perpetua colaboración del cuerpo policial con la dictadura. Los mas jóvenes sabemos de represiones a estudiantes y vecinos de los barrios pobres.

Porque para los que dirigen esta sociedad, cualquier pobre es un potencial delincuente. A esto dedicaron sus titulares las últimas semanas. Los pobrísimos del asentamiento contra los pobres del complejo. Siempre los pobres causando desórdenes, entorpeciendo la buena digestión y acaparándose las encuestas.

Curiosamente se habló mucho pero se dijo muy poco. Y lamentablemente no es un caso aislado. El desprecio hacia los pobres, esos fracasados que no están a tono con la cultura del éxito. Condenados por no triunfar en este mundo en el que no triunfa casi nadie. Ese desprecio, es particularmente fuerte en ámbitos policiales. Tienen placa, uniforme e impunidad para matar. Eso, para mentalidades estrechas, los convierte en “superiores”, pero aún queda otro asunto que nos da para pensar. La financiación de toda esa estupidez sale de los mismos perjudicados por esas políticas. Con nuestros impuestos pagamos esa policía que nos reprime. Los vecinos del Complejo Euskal Herría pagan el servicio 222 que mata a sus hijos. Una dinámica perversa y centrípeta.

¿No será hora de pensarnos distintos?

Podemos crear otras pautas de convivencia entre vecinos, reconocernos como iguales con nuestras diferencias. Pero eso se trata, no sólo del problema de la seguridad como tema aislado, es un tema integral. Se trata de la construcción de una sociedad de seres libres, de un tratamiento distinto del tema del poder, donde nadie por tener un uniforme o ser parte de tal o cual institución pueda pisotear los derechos de otro ser humano. Es en suma, una redistribución del poder, de ese poder que genera todo colectivo, para que ese poder esté diseminado por el cuerpo social de modo que no habilita estos excesos.

Estas temáticas plantean un gran desafío al campo libertario, a aquellos que creemos en la libertad como valor supremo. Que no nos vendan la falsa dicotomía entre libertad y seguridad, ambas son complementarias en un ambiente propicio. La traba para eso está en la esencia del sistema capitalista y en la visión competitiva de la sociedad. La generación de una cultura que habilite otro modo de convivencia es vital.

Reivindicar esa cultura de barrio, de solidaridad vecinal, enfrentando a los prepotentes cualquiera sea su ámbito y procedencia. Desde allí se comienza a revertir esta locura, no se trata de sub-comisarías, ni policías de proximidad. Se trata de integrarnos de verdad entre los de abajo, tomando conciencia de los problemas comunes a todos, haciendo carne que un destino mejor se construye entre todos. Que un futuro de justicia será colectivo o no será.