Reescribir
la Historia.
La
muerte de Yasir Arafat ofrece algunas lecciones de historia.
Noam Chomsky.
La deformación y la mentira sistemática de
influyente prensa e historiadores son analizados por Chomsky a propósito de la
lucha Palestina y la reciente muerte de Arafat. Es un análisis meticuloso y muy
rico en información, hubiéramos deseado publicarlo entero pero el espacio de
que disponemos no lo permite, hemos optado entonces por hacer un extracto de
este importante documento.
La muerte de Arafat ha dado lugar a uno
más de esos casos dignos de estudio entre los muchos posibles. Me voy a ceñir
al The New York Times (NYT)- el periódico más importante del mundo- y al The
Boston Globe- quizás, más que ningún otro, el diario local de las cultivadas elites
liberales.
En el NYT, el artículo de opinión de
primera página del 12 de noviembre comienza por describir a Arafat como el
símbolo de la esperanza de los palestinos en un Estado independiente viable y
al mismo tiempo el obstáculo fundamental para conseguirlo. Y continua
explicando que jamás alcanzó la altura del Presidente
egipcio Anwar Sadat; Sadat que consiguió
la devolución del Sinaí por medio de un tratado de paz con Israel porque fue
capaz de tender la mano a los israelíes y enfrentarse a sus miedos y a sus
esperanzas (cita del día 13 de noviembre de Shlomo Avineri, filósofo israelí y
funcionario del gobierno anterior).
Se puede creer en los muchos y graves
obstáculos para la creación de un Estado palestino, pero quedan excluidos los
principios imperantes, como ocurrió con Sadat realmente, lo que Avineri como
mínimo conoce con seguridad. Recordemos algo de lo ocurrido.
Desde que la cuestión de los derechos
nacionales palestinos a tener un Estado propio se incorporó a la agenda
diplomática a mediados de los 70 el primer obstáculo para su realización, sin
ninguna duda, ha sido el gobierno de Estados Unidos, con el NYT como aspirante
cualificado al segundo puesto. Desde enero de
1976 quedó claramente de manifiesto cuando
Siria presentó una Resolución al Consejo de Seguridad de la ONU exigiendo un
acuerdo para el establecimiento de dos Estados. La Resolución incorporaba la
redacción crucial de la resolución 242 -un documento básico en el que todos
estaban de acuerdo. En ella se reconocían a Israel los mismos derechos que a
cualquier otro estado en el sistema internacional, en la vecindad de un Estado
palestino en los territorios ocupados por Israel en 1967. Pues bien, Estados
Unidos vetó la Resolución que había sido apoyada por los principales estados árabes.
La organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Arafat condenó la
tiranía del veto y se produjeron algunas abstenciones por cuestión de
tecnicismos.
Entonces, la solución de dos estados en
los términos previstos había suscitado un muy amplio consenso internacional,
bloqueado únicamente por Estados Unidos (y rechazado por Israel). Así que el
asunto siguió adelante, no sólo en el Consejo de Seguridad sino también en la
Asamblea General, donde se han aprobado
periódicamente resoluciones similares con
una votación favorable de 150 contra 2 (con Estados Unidos captando a veces a
algún estado clientelar) y bloqueando, asimismo, iniciativas similares de
Europa y de los Estados Árabes.
Mientras tanto, el NYT rechazó -es la
palabra exacta- publicar el hecho de que durante los años 80 Arafat pidió
repetidamente entablar negociaciones a las que Israel se negó de plano. Los
principales medios de información israelíes llevaron a sus titulares las
solicitudes de Arafat de negociaciones directas con Israel, rechazadas por
Simon Peres con el argumento doctrinal de que la OLP de Arafat no podía ser
interlocutor en las negociaciones. Y poco después el corresponsal del NYT en
Jerusalén, y ganador del premio Pulitzer, Thomas Friedman -que podía leer la
prensa en hebreo- escribía artículos lamentando la angustia de los grupos a
favor de la paz por la ausencia de un interlocutor válido para las
negociaciones mientras Peres deploraba la falta de un movimiento a favor de la
paz entre el pueblo árabe (semejante) al que existe entre el pueblo judío y
explicando una vez más que no se podía admitir a la OLP en las negociaciones
mientras fuera una organización terrorista y rehusara negociar. Todo ello, poco
después de que Arafat de nuevo propusiera negociar, propuesta de la que el NYT
se ha venido negando a informar, casi tres años después de que el gobierno
israelí rechazara las propuestas de negociación formuladas por Arafat que
habrían de conducir al reconocimiento mutuo. Peres, a pesar de ello, es
reconocido como un pragmático positivo, gracias a las
directrices establecidas.
Los asuntos cambiaron algo en los 90,
cuando la administración de Clinton declaró que todas las resoluciones de
Naciones Unidas habían quedado obsoletas y anacrónicas y puso en marcha su
propia manera de rechazarlas. Estados Unidos se ha quedado aislado en el
bloqueo de un arreglo diplomático. Un reciente e importante ejemplo ha sido la
presentación de los Acuerdos de Ginebra en diciembre de 2002, apoyados por el
habitual y extenso consenso internacional, con las excepciones asimismo
habituales: Estados Unidos de forma llamativa no figuraba entre los gobiernos
que enviaron mensajes de apoyo, informaba el NYT en un despectivo artículo del
2 de diciembre de 2002.
Esta es sólo un pequeña muestra de los
archivos diplomáticos que tan consistentes y tan dramáticamente incuestionables
que resultan imposibles de ignorar, salvo que uno se mantenga inflexiblemente
al lado de los que escriben la Historia.
Vayamos al segundo ejemplo: el de Sadat
tendiendo la mano a los israelíes y con ello la devolución del Sinaí en 1979,
una lección para el malvado Arafat.
Volviendo a una historia inaceptable, en
febrero de 1971 Sadat propuso un tratado total de paz a Israel, de acuerdo con
la entonces política oficial de Estados Unidos- y más específicamente, la
retirada israelí del Sinaí- sin la más mínimo alusión a los derechos de los
palestinos. Jordania fue el siguiente con una propuesta similar. Israel
reconoció que podía haber obtenido una paz total, pero el gobierno laborista de
Golda Meier prefirió rechazar la oferta y dedicarse a continuar la expansión,
en aquellos momentos hacia el nordeste del Sinai, donde Israel expulsaba a
miles de beduinos hacia el desierto y destruía sus pueblos, mezquitas,
cementerios y viviendas para establecer en su lugar la ciudad étnicamente judía
de Yamit. La cuestión crucial, como siempre, fue la de cómo iba a reaccionar
Estados Unidos, donde Kisssinger consiguió que prevaleciera su opinión en el
debate interno, y Estados Unidos asumió su política de continuar en punto
muerto: nada de negociaciones, y recurrir sólo a la fuerza. Estados Unidos
continuó rechazando -para ser exactos, ignorando- los intentos de Sadat para
que siguiera el proceso diplomático, y apoyando el rechazo y expansionismo de
Israel. Aquella posición desembocó en la guerra de 1973, que supuso una llamada
de atención para Israel y para el resto del mundo; Estados Unidos incluso puso
en marcha la alerta nuclear. Entonces, el mismo Kissinger comprendió que Egipto
no podía tratarse como un caso perdido, y comenzó con sus viajes diplomáticos
que condujeron a las reuniones de Camp David en las que Estados Unidos e Israel
aceptaron las propuestas de Sadat de 1971, pero en ese momento desde el punto
de vista israelí-estadounidense, con unas condiciones más duras. Para entonces,
se había producido el consenso internacional en el reconocimiento de los
derechos nacionales palestinos y, en consecuencia, Sadat planteó la necesidad
de un Estado palestino, lo que para EE.UU. e Israel era anatema.
Para la historia oficial rescrita por los
vencedores, y repetida por los artículos de opinión de los medios informativos,
aquellos acontecimientos constituyeron un triunfo diplomático para Estados
Unidos y la prueba de que si los árabes se unieran a nuestras propuesta de paz
y de negociación diplomática podrían conseguir sus objetivos. En la historia
real, el triunfo fue una catástrofe, y los acontecimientos demostraron que
Estados Unido sólo quería la violencia. El rechazo estadounidense a la solución
diplomática condujo a una guerra muy peligrosa y a muchos años de sufrimiento y
de amargas consecuencias hasta el día de hoy.
En sus memorias, el general Shlomo Gazit,
comandante militar de los territorios ocupados desde 1967 a 1974, menciona que,
al rechazar el tomar en consideración las propuestas presentadas por el
ejército y el servicio de inteligencia relativas algún tipo de autonomía en los
territorios e incluso la aceptación de alguna actividad política limitada, y la
insistencia de cambios sustanciales de fronteras, el gobierno laborista apoyado
por Washington contrajo una importante responsabilidad en el posterior
desarrollo del fanático grupo de colonos Gush Emumin y de la resistencia
palestina que se desarrolló muchos años después en la
primera Intifada, tras años de brutalidad
y terrorismo de Estado, y el continuado expolio de las tierras más fértiles y
de los recursos palestinos.
La interminable necrológica de la experta
en Oriente Próximo del Times, Judith Miller se desarrolla en el mismo tono que
el artículo de opinión de la primera página. Según su versión, hasta 1988,
Arafat en repetidas ocasiones rechazó el reconocimiento de Israel, y persistió
en la lucha armada y el terrorismo. Sólo se decidió por la vía diplomática
después de haberse puesto al lado del Presidente iraquí, Saddam Hussein,
durante la guerra del Golfo Pérsico de 1991.
Miller expone una visión exacta de la
historia oficial. En la historia real, Arafat propuso en repetidas ocasiones
negociar el reconocimiento mutuo, mientras Israel -en particular sus
pragmáticas palomas- lo rechazaron de plano, con el respaldo de Estados Unidos.
En 1989. el gobierno de coalición israelí
(Shamir-Peres), estableció un plan de
consenso político, en el que su primer punto fue el de que no habría un nuevo
Estado palestino entre Jordania e Israel ya que Jordania ya era un Estado
palestino. El segundo, que el destino de los territorios ocupados se ajustaría
a las líneas programáticas del gobierno (israelí). Estados Unidos aceptó los
planes israelíes sin retoque alguno y los convirtió en el Plan Baker de
diciembre de 1989. Contrariamente a lo que afirman Miller y la historia
oficial, fue a partir de la Guerra del Golfo cuando Washington estuvo dispuesto
a considerar las negociaciones, y a reconocer que entonces se encontraba en
situación de imponer de forma unilateral su propia solución. Estados Unidos
convocó la Conferencia de Madrid (con la participación rusa como figurante, en
la que en efecto se llegó a negociaciones con una delegación palestina legítima,
presidida por Haidar Abdul-Shafi, un nacionalista íntegro, probablemente el
líder más respetado en los territorios ocupados. Pero las negociaciones
quedaron bloqueadas porque Abdul Shafi rechazó la insistencia israelí
-respaldada por Washington- en seguir manteniendo las zonas más valiosas de los
territorios con sus programas de colonias y de infraestructuras, todas ellas
ilegales, tal como la propia Administración de Justicia de Estados Unidos
reconocía, la única que ha disentido de la reciente sentencia del Tribunal
Internacional por la que se condena el Muro israelí que divide Cisjordania. Los
palestinos de Túnez, dirigidos por Arafat,
desautorizaron a los negociadores palestinos y llevaron a cabo las suyas
propias, los Acuerdos de Oslo, celebrados con gran boato en el césped de la
Casa Blanca en septiembre de 1993.
Pronto se puso de manifiesto que se
trataba de un éxito cara al público. El único documento -La Declaración de
Principios- establecía que el resultado final habría de basarse exclusivamente
en la Resolución 242 de la ONU de 1967, con exclusión de los asuntos
fundamentales para la diplomacia desde mediados de los 70: los derechos
nacionales palestinos y el establecimiento de dos estados. En efecto la
Resolución 242 define el resultado final pero no recoge los derechos de los
palestinos al excluir otras Resoluciones que sí reconocen esos derechos al
mismo tiempo que los de los israelíes, de acuerdo con el consenso internacional
establecido a mediados de los 70 y que ha venido siendo bloqueado por Estados
Unidos. La redacción de los acuerdos dejaba bien claro que se trataba de
continuar con los programas de asentamientos, tal como los líderes israelíes
(Yitzhaq Rabin y Shimon Peres) no tuvieron empacho en ocultar. Por esas razones
Abdul Shafi se negó incluso a estar presente en los actos protocolarios. El
papel reservado a Arafat era el de hacer de policía de los territorios, como
Rabin dejó bien claro. Mientras desempeñó bien el cometido, se le consideró un
pragmático con el visto bueno de Estados Unidos e Israel que no dieron
importancia a la corrupción, la violencia y la represión. Sólo cuando no le fue
posible mantener controlada a la población -debido a la anexión israelí de más
tierras y recursos- se convirtió en un hipócrita redomado, que obstruía el
camino hacia la paz: es decir, se producía la transición normal.
Las cosas siguieron así durante los 90.
Los objetivos de las palomas israelíes se expusieron en 1998, en un trabajo
académico de Shlomo Benami quien pronto se convirtió en el negociador principal
de Barak en Camp Davis: el proceso de paz de Oslo fue para establecer una
dependencia colonial permanente; en los
territorios ocupados, con algún tipo de
autonomía local. Mientras tanto, las colonias israelíes y la anexión de
territorios continuó ininterrumpidamente con el apoyo total de Estados Unidos,
hasta alcanzar el clímax el último año del primer mandato de Clinton ( y del de
Barak), impidiendo de esta forma un arreglo diplomático.
Pero volviendo a Miller, ella mantiene la
versión oficial de que en noviembre de 1988, tras considerables esfuerzos de
Estados Unidos, la OLP aceptó la Resolución de Naciones Unidas que pedía el
reconocimiento de Israel y la renuncia al terrorismo. Sin embargo los hechos
reales fueron que en noviembre de 1988, Washington se convirtió en objeto de la
irrisión internacional por su rechazo a advertir que Arafat estaba pidiendo un
compromiso diplomático. En ese contexto, la administración de Reagan aceptó a
regañadientes admitir la verdad evidente e indiscutible, y tuvo que recurrir a
otras formas de cortocircuitar los esfuerzos diplomáticos, así que inició unas
negociaciones de bajo nivel con la OLP, aunque el primer ministro Rabin aseguró
en 1989 a los dirigentes de Peace Now que no tenían sentido alguno y sólo eran
un intento de ganar tiempo para que Israel presionara más duramente en el plano
militar y económico de forma que al final, ellos acabaran destrozados y
aceptaran las condiciones de Israel.
Miller cuenta la historia en el mismo
sentido y la lleva al desenlace tópico: en Camp David, Arafat rechazó el
magnánimo ofrecimiento de paz de Clinton y Barak, e incluso más tarde rehusó
unirse a Barak en aceptar las medidas de Clinton en diciembre de 2000, probando
con ello de forma concluyente que persistía en la violencia, una verdad
deprimente que los pacíficos gobiernos de Israel y Estados Unidos tenían que
aceptar.
Pero volviendo a la historia real, las
propuestas de Camp David dividían Cisjordania, en la práctica, en una serie de
cantones separados entre sí, por lo que no podían ser aceptadas por ningún
dirigente palestino. Es algo evidente con sólo echar una ojeada a los mapas que
son accesibles fácilmente, salvo para el
New York Times , ni aparentemente, para
ninguno de los principales medios de información estadounidenses, quizás por
esa razón. Tras el fracaso de aquellas negociaciones, Clinton reconoció que las
reservas de Arafat estaban justificadas, tal como quedó demostrado con los
famosos parámetros de Clinton
que, aunque vagos, iban mucho más allá como
posible acuerdo- con lo que socavaba la historia oficial, pero sólo en su
aspecto lógico, y por ello inaceptable históricamente. Clinton dio su propia
versión de las reacciones a sus propuestas en una charla ante el Israeli Policy
Forum de que el Primer Ministro Barak y el Presidente Arafat han aceptado ahora
estos parámetros como base para futuras negociaciones. Ambos han expresado, no
obstante, algunas reservas.
Se puede acceder a esta información en
fuentes tan oscuras como la prestigiosa revista del MIT, International Security
(otoño 2003), así como en las conclusiones de que la versión palestina de las
conversaciones de paz de los años 2000-01 es significativamente más exacta que
la de Israel, es decir la de
Estados Unidos y el New York Times.
Con posterioridad, negociadores palestinos
de alto nivel aceptaron tomar como punto de partida los parámetros de Clinton
para futuras negociaciones; y presentaron sus reservas en las reuniones de Taba
en enero, que condujeron casi un acuerdo provisional, al aceptar algunas de las
preocupaciones palestinas, que contradecían la historia oficial. Persistían
ciertos problemas, pero las negociaciones de Taba fueron mucho más allá en el
camino hacia la consecución de un posible acuerdo que cualesquiera de las precedentes.
Las
negociaciones fueron interrumpidas por
Barak así que no podemos saber cual hubiera sido el resultado final. El
detallado informe del representante de la Unión Europea, Miguel Ángel Moratinos
ha sido aceptado por ambas partes como fiel reflejo de lo ocurrido, y
ampliamente difundido en Israel. Pero dudo de que
siquiera haya sido mencionado en los
principales medios informativos de Estados Unidos...
El consenso, según Malka, era que Arafat
se inclina hacia el proceso diplomático, y que hará todo cuanto pueda por
conseguirlo y que sólo si se llega a un callejón sin salida recurrirá a la
violencia. Pero que la violencia está encaminada a llevarle a ese callejón sin
salida, para conseguir una presión internacional que propicie dar el paso
siguiente. Malka denuncia que esos informes de alto nivel fueron falsificados
tal como se transmitieron a los dirigentes políticos y otras instancias. Los
reporteros estadounidenses pueden acceder con facilidad a ellos a través de
fuentes en inglés...
El Globe también publicó un artículo de
fondo en primera página. En su primer párrafo, se nos dice que Arafat fue uno
de los líderes carismáticos y autoritarios - del grupo que incluye desde Mao
Zedong en China a Fidel Castro en Cuba y Saddam Hussein en Irak- que surgieron
de los movimientos anti-coloniales que se extendieron por el mundo a partir de
la Segunda Guerra Mundial. Esta afirmación resulta interesante desde diversos
puntos de vista. El enlace entre unos y otros revela el inevitable odio
visceral hacia Castro. Se han sucedido diversos pretextos según cambiaban las
circunstancias pero la información no
ha variado para poner en duda las conclusiones de los servicios de inteligencia
estadounidenses sobre los primeros momentos del ataque terrorista de Washington
y de la guerra económica contra Cuba: el problema de fondo estriba en su
desafío triunfante de las políticas estadounidenses que se remontan a la
Doctrina Monroe...
Pero sigamos, en el informe del Globe se
hace recuento de los crímenes de Arafat, y se nos dice que consiguió controlar
el sur del Líbano que utilizó para lanzar una serie de ataques contra Israel
que tuvo que responder con la invasión de Líbano (en junio de 1982). El
objetivo declarado de Israel era el de expulsar a los palestinos de la frontera
de la zona pero, bajo las órdenes del entonces general y ministro de defensa,
Sharon, sus fuerzas avanzaron hasta Beirut, donde Sharon permitió a sus
aliados, las milicias cristianas, perpetrar la terrible masacre de palestinos
en los campos de refugiados de Sabra y Chatila y mandar a Arafat y a los
dirigentes palestinos al exilio en Túnez.
Volviendo a la historia inaceptable, el
año anterior a la invasión israelí la OLP se sumó a una iniciativa de paz de
Estados Unidos mientras Israel llevaba a cabo ataques mortíferos en el sur del
Líbano, en un intento de provocar una reacción palestina que pudiera utilizar
como pretexto para la invasión ya planificada. Cuando la reacción no se
produjo, se inventaron el pretexto y llevaron a efecto la invasión, matando probablemente
a 20.000 palestinos y libaneses, gracias a los vetos de Estados Unidos a las
Resoluciones del Consejo de Seguridad en las que se exigía el cese el fuego y
la retirada de los territorios invadidos. La masacre de Sabra y Chatila fue, al
fin y al cabo, una simple nota a pie de página. El objetivo fundamental, tal
como ha quedado demostrado en los más altos niveles políticos y militares, y
por los investigadores y analistas israelíes, fue el de terminar con las
irritantes e incesantes iniciativas de Arafat para conseguir un acuerdo
diplomático y asegurarse así el control de Israel sobre los territorios
ocupados.
Tergiversaciones parecidas de hechos bien
documentados han aparecido en los comentarios sobre la muerte de Arafat, y han
sido tan convencionales durante muchos años en los medios de información
estadounidenses que difícilmente se puede culpar a los periodistas por
repetirlos, aunque una mínima investigación sería suficiente para conocer la
verdad...
El New York Times ha publicado otro artículo
de opinión sobre la muerte de Arafat del historiador Benny Morris. El trabajo
merece un análisis detenido pero eso lo haré aparte, y aquí sólo me fijaré en
el primer comentario que marca el tono general del artículo: Arafat es un
embaucador, afirma Morris, que hablaba
de paz y de dar fin a la ocupación pero en
realidad lo que quería es redimir a Palestina, lo que demuestra su irremediable
naturaleza salvaje.
Con ello, Morris revela su desprecio no
sólo hacia los árabes (que es muy profundo) sino hacia los lectores del NYT. En
apariencia no se da cuenta de que está tomando prestada la terrible frase de la
ideología sionista, ya que su principio fundamental durante un siglo ha sido el
de redimir la Tierra, un concepto que subyace a lo que Morris reconoce que es
el concepto central que inspira el sionismo: la transferencia de la población
nativa, es decir, la expulsión para redimir la Tierra y entregarla a sus
legítimos propietarios.
Parece que no es necesario sacar las
conclusiones...
A Morris se le identifica como un
historiador israelí, autor del reciente libro The Birth of the Palestinian
En favor de Israel, hay que reconocer que
su postura en este asunto ha sido ampliamente condenada entre los israelíes.
Pero en Estados Unidos, ha sido elegido como el más apropiado para el
comentario principal sobre su denostado enemigo.