¿Revolución
o miseria?.
Hemos comenzado planteando una
interrogante. No tiene intenciones retóricas ni provocativas. Sabemos sí que
para la moda ideológica reinante revolución es palabra casi del pasado. No
resulta “serio” usar éste y otros términos, clase por ejemplo, para realizar
análisis de coyunturas actuales que comprendan los nuevos entrelazamientos,
transversalidades y articulaciones de esta modernidad social que vivimos. Una
ideología funcional al sistema, que viene operando con creciente incidencia,
especialmente en estas últimas tres décadas, ha creado cierta “sensibilidad”
que empuja hacia el rechazo de términos antagónicos con la sociedad
capitalista. Pero es justamente que dentro de esa cantera maloliente que cobija
ciertas palabras, conceptos, nociones, en boga y “legitimados” en base a su
uso, que no se puede hacer ningún razonamiento de cierto rigor.
Si miramos por fuera de ese velo-telaraña nos encontramos que
la realidad que se vive, como el funcionamiento social del sistema, obligan a
la radicalidad. Revolución entonces es palabra clave para un punto de partida
que quiere buscar la salida al laberinto. Y bien se sabe todo laberinto tiene
salida.
En esta oportunidad vamos a proceder a la inversa,
afirmaremos primero y después fundamentaremos. El sistema capitalista no ofrece
ninguna salida al mundo de la pobreza, al de la miseria lacerante de las
grandes mayorías. La configuración estructural de lo que podíamos llamar esta
nueva etapa del capitalismo arroja constantemente más exclusión, marginalidad y
descenso del nivel de vida de toda una enorme franja de trabajadores. Trata de
empobrecer la vida de grandes mayorías hasta límites repugnantes. Hace ya un
buen rato que ha dejado por el camino formas como el
“fordismo-parlamentarista”, la forma del “Estado de bienestar” que nunca aseguraron una vida digna para los de abajo
y que sólo admitían de que una porción de migajas llegaran a ellos. Migajas que
se transformaron en interesantes cuando el movimiento obrero-popular peleó y
arrancó mejoras con sacrificio y sangre. Pero digámoslo rápidamente esto
ocurría dentro de las características
particulares que tenía el sistema en ese momento, gran vida industrial y
necesidad de mucha y por momentos calificada fuerza de trabajo. En tal marco el
desarrollo de fuertes movimientos obreros que, muchas veces, fueron acompañados
en sus fuertes luchas por diversos sectores sociales. Junto a este conjunto
tenemos igualmente un espacio político e ideológico-cultural también
específicos y acordes a tal etapa.
En un largo proceso histórico se creó un condicionamiento, un
disciplinamiento de los cuerpos para afirmar y sostener el sistema de
explotación y opresión. Hoy el proceso va camino, con un trecho ya hecho, de
producir otro disciplinamiento de los cuerpos. Se pretende para grandes
mayorías el acostumbramiento a condiciones degradantes de vida, de inseguridad
con respecto al mañana, el acostumbramiento a vivir en la marginación y la
exclusión casi total. Junto a esto está
el destruir los pensamientos de resistencia, de cambio del orden social, de que
ese trágico último orejón del tarro piense con la lógica del sistema, que breve
sólo de las ideas que circulan como “realistas”. Que no cultive ideas de
“subvertir” el ordenamiento social estatuido.
Comenta Moore: “Para debilitar a una potencial oposición, la
contrainteligencia imperial califica como la expresión de una visión
conspirativa de la historia a cualquier análisis u observación que revele sus planes. Éste es un recurso
que resulta eficaz para inmovilizar a todos aquellos que creen, como el
avestruz, que ocultando la cabeza en el negro pozo de la ignorancia el peligro
real desaparece y, en lugar de correr, (o pelear) dejan que se los coma el
león”.
Hay datos precisos que nos dicen que el desempleo en el mundo
ha alcanzado en la actualidad su nivel más elevado desde la gran depresión de
los años ’30. Más de mil millones de seres humanos componen hoy el ejército
industrial de reserva. En la década del ’50 el nivel de desempleo natural
estuvo en el 4%; en los años ’60 se situó en el 4,8%, en los setenta se elevó
hasta el 6%, mientras que en los ’80 trepó a un 7,3%.
Previsiones de consultoras alemanas dan en 1999 el siguiente
futuro para los próximos quince años: 25% de trabajadores permanentes,
semicalificados, protegidos y sindicalizados; 25% de trabajadores periféricos,
subcontratados, subcalificados, mal pagados y sin sindicalización; 50% de
desempleados o trabajadores marginales dedicados a empleos marginales,
economías sumergidas o empleos parciales con ayuda estatal, tipo Planes
Trabajar en la Argentina o Jornales Solidarios en Uruguay.
En la escala mundial existen hoy entre 800 y 1000 millones de
desempleados y que, en el plazo de aquí al 2025, habría que crear alrededor de
1.500 millones de empleos para aquellas personas que entrarán, por primera vez,
al mercado laboral, según datos del Banco Mundial.
Hay datos estimativos, fuera de las estadísticas oficiales u
oficiosas que nos dicen que esta situación es aún peor.
Analizando esta realidad y su tendencia distintos estudios
llegan a conclusiones semejantes:
Que la sociedad “salarial fordista”, que la etapa anterior
del capitalismo con su configuración estructural y prácticas sociales acorde,
ha sufrido su ruptura y aún conservando elementos vitales al sistema hoy es
otra cosa. Usando categorías humanistas puede decirse que devino en algo más
cruel, más despiadado aún. Esto pese a su historia de infamias. En consecuencia
no tiene ni quiere ofrecer soluciones o esperanzas reales a ese inmenso mundo
de la pobreza.
“El postfordismo es un estado de excedencia, de exclusión
sistémica” afirmarán analistas de los actuales problemas.
Moore analiza el despliegue del sistema en estas últimas
décadas y su tendencia. Nos dice al respecto: “Este proceso... avanza
consolidando estructuras que ya se han instalado en prácticamente todos los
países que pueden llegar a resistirse, en los cuales sus Estados,
economías e instituciones han sido
sistemáticamente desmanteladas. En ellos el Imperio Global ya ha ganado las
principales batallas en la Guerra Económica mediante el endeudamiento irreversible,
se anotaron grandes victorias en la Guerra Política mediante la instauración de
pseudo democracias telecontroladas eliminando sistemáticamente a las industrias
y fuentes principales de creación de riqueza, que podría constituir un poder
nacional que desafíe al Imperio...
La miseria es el arma utilizada para el exterminio en esta
guerra de baja intensidad, que mata por falta de alimentos, de agua potable y
saneamiento, de educación y de producción. Primero asesina a los pobres
transformándolos en indigentes y luego ataca a las clases medias...
Controlar todos los recursos naturales del planeta es el
segundo gran objetivo, que incluye tanto el control de minerales, energía, agua
y alimentos, como también la destrucción de
las culturas de todos los pueblos que se han adaptado durante siglos o
décadas a vivir y convivir con la Naturaleza. La estrategia incluye impulsar el
éxodo de las poblaciones rurales hacia la periferia miserable de las grandes
ciudades, impidiendo así que logren de la tierra los recursos que necesitan
para la supervivencia.
Subordinar a todos los sistemas productivos a las necesidades
de las empresas multinacionales (que son controladas accionariamente por los
bancos) para lo cual se deben destruir las industrias, cultivar con semillas
patentadas, y anular las capacidades técnicas e intelectuales de todos aquellos
sectores que no puedan ser utilizados directamente para el cumplimiento de sus
planes”.
Una descripción brutal pero que se refiere a realidades que
podemos ver o proyectos tipo ALCA que bien conocemos en nuestro continente.
Todo este proceso es dinamizado por una poderosa estructura
de poder mundial. Esa estructura tiene un eje hegemónico: EE.UU. Quien
subordina hasta a sus propios socios europeos y japoneses que son integrantes
de esa misma estructura de dominación. Socios que lo acompañan en su cruzada de
devastación, de aumento de la miseria para grandes poblaciones. Un proceso al
que no interesa la democracia formal capitalista, el derecho internacional ni
la vida de la gente ni la destrucción del medio ambiente. El genocidio por
hambre o por bala ya le resulta moneda corriente. Una dictadura mundial, con su
pensamiento único, es lo que se intenta consagrar en esta etapa del sistema.
Hoy la fuerza es su derecho. Como dice Chomsky: “El Estado más poderoso en la historia
ha proclamado que intenta controlar el mundo por la fuerza, la dimensión en la
cual éste es rey supremo. El presidente Bush y su corte evidentemente creen que
el significado de la violencia en sus manos es tan extraordinario que ellos
pueden desechar con desdén a cualquiera que se atraviese en su camino”.
Sustentar su poder mundial hegemónico en la fuerza implica un
cambio ideológico con un espectro de consecuencias a nivel social, tanto en lo
político como lo económico.
Es un totalitarismo en toda la extensión de la palabra. Anula
los dispositivos de funcionamiento del sistema en la etapa anterior.
Democracia, parlamento, derechos nacionales e internacionales ya no sólo son
formales y mediatizados, sencillamente son despreciados y dejados para uso de
gobiernos sin fuerza que no pueden sostenerse sólo por la fuerza.
Se ha comparado la actual política y estrategia de EE.UU.
como nazi. No parece ser eso, es algo distinto y si queremos hacer
comparaciones tendríamos que decir que es algo peor. Lo grafica en pocas
palabras este comentario de De Bellis:
“El alcance y la penetración del poder global estadounidense
en la
actualidad son únicos. Controla todos los océanos y los mares
principales del mundo. Tiene la supremacía en los cuatro
ámbitos decisivos del poder global:
- En el militar con un nivel global inalcanzable.
- En el económico: a pesar de las sombras actuales de
recesión,
continúa siendo el
principal mercado productor y consumidor.
- Mantiene -aunque con relativo margen- una posición de
liderazgo
tecnológico en los
sectores de punta.
- En el cultural, ejerce una fuerte influencia en el amplio
campo de
la juventud mundial,
procurando establecer un determinado modelo
socio-político
global”.
A lo que se puede agregar algunas cosas más, como por ejemplo
el manipuleo de la información mundial, la penetración de nociones a través de
los medios de comunicación.
Es peor que el hitlerismo, es la expresión del sistema en una
etapa de su despliegue. Lo de Irak es un ejemplo elocuente. No es fascismo, es
el capitalismo en su edad “madura”.
Un
mundo para unos pocos.
La tendencia, la dinámica de la articulación estructural y lo
que diseñan quienes detentan el poder real en los diferentes niveles ha producido
un mundo para pocos. Un 20% solamente disfrutan de la totalidad de los
distintos bienes producidos mientras que un 80% nada en un mar de carencias que
comprenden distintos planos llegando hasta la indigencia. Dentro del 20%
privilegiado una elite reducida tiene la gran masa de poder y riqueza.
Pero no es que parezca que esto va a parar ahí, por el
contrario la tendencia es que la cosa puede ser peor si todo quedara librado a
la dinámica del sistema y la elites poderosas.
Los dispositivos de reproducción marcan los espacios de
manera cruda y precisa. Con bastante menos sutileza que en otros períodos
históricos. Las relaciones de dominación atraviesan gran parte del mundo y el
golpe a los de abajo no cesa. Dentro de estos dispositivos la suerte está
echada, no queda lugar para los pobres del mundo.
Lo que ocurre en nuestra América Latina nos indica cuán
voraz, mezquino e implacable es el sistema. Los Tratados, la penetración
prepotente del capital financiero y las pisadas aplastantes de las grandes
trasnacionales no cesan. Quieren más y más. Dentro de los circuitos del poder
dominante no hay límites, tampoco espacio de cambio a favor de los intereses de
las grandes mayorías. Queda sólo la posibilidad de patear el tablero, de
escupirles el caviar. Queda la lucha de los pueblos por fuera de la perversa
lógica y mecanismos de reproducción de este sistema que no cesa de marginar y
de aumentar pobreza.
Está claro, por más que tantos lo quieren mediatizar u ocultar, es una implacable sociedad de clases. En este último proceso la clase de los pobres del mundo se ha hecho más abarcativa, hay un amplio espectro de clases oprimidas que constituyen, en esta etapa, el “proletariado” de la época. Amplios sectores no pertenecen ya al mundo regular del trabajo y el salario. No está en nuestra intención hacer discursos de media verdad, o reivindicar esquemones. Por ello no identificamos clase sólo con movimiento obrero. Una buena parte de los trabajadores regulares están con salarios de hambre o que apenas alcanza para cubrir básicas necesidades, ellos, obviamente, deben ser pensados dentro de las clases oprimidas. Pero, es cierto también que una parte de trabajadores, los bien pagos en el sistema, tienden a tomar distancia del mundo de la pobreza. Son asalariados pero en su ideología no crece el antagonismo sino la inserción al sistema.
La
carta de los pueblos.
Con un saber que ha dado el sufrimiento, el tener que vivir
carencias de todo tipo, de ver riqueza extrema, corrupción, arbitrariedad a
mansalva, la angustia del mañana, los pueblos han comenzado a transitar por
carriles no sistémicos. Han emergido una multitud de prácticas sociales que son
de este tiempo de “civilización capitalista madura”. Han aparecido nuevas fuerzas
sociales peleando por cuestiones puntuales de relevancia por fuera de
determinadas instituciones políticas y sociales que se encuentran muy insertas,
muy a gusto, en el sistema.
Estas fuerzas sociales en distintos lugares se han movilizado
ante el monstruo que no deja salida decente y que ni siquiera se preocupa de
disimularlo demasiado.
Están por ejemplo esas grandes movilizaciones iniciales
contra la guerra en Irak, contra la globalización y hoy esa guerra de
guerrillas que pega duro todos los días al Imperio en Irak y a sus cómplices en
otras partes del mundo.
Algunos han afirmado que el Imperio ha quedado más visible en
sus “intenciones” y más aislado que nunca de las grandes multitudes. Reducidas
elites por un lado y pueblos enteros por otro. Los intermediarios que alargan
de manera genuflexa el brazo del imperio, de la estructura de dominación
mundial, sufren un desgaste mayor que antaño. Su tarea es la de encauzar
descontentos, contener explosiones sociales y regresar a los circuitos estranguladores
los levantamientos o peleas populares que hagan peligrar la continuidad de lo
existente. En estas tareas están los partidos políticos comunes,
socialesdemocracias incluidos, por estas latitudes y en el mundo.
Pero los pueblos han volteado gobiernos como en Brasil tiempo
atrás, como en Ecuador, Perú, Argentina y Bolivia más recientemente. O impedido
el golpe de estado en Venezuela. En distintos países de América Latina los
pueblos han ganado la calle y combatido para arrancar mejoras, frenar la barbarie
y crear perspectivas para procesar otro mundo, un mundo de justicia, de
independencia, de otra distribución de la riqueza, de otro aprovechamiento de
las riquezas naturales.
Indígenas, obreros, movimientos sociales diversos, han
demostrado y comprobado que sólo en la calle con su acción directa logran
conquistas o que se respeten otras que quieren ser pisoteadas. Es esta práctica
la única que ha abierto una brecha, que jaquea a los poderosos, que los
contiene y obliga a replanteos, a realizar concepciones provisorias para
impedir lo peor en relación a sus intereses y estrategia general.
Y entonces llegan los surfistas. Esos políticos que se
encarnan en la cresta de la ola, que “cabalgan en su borde más espumoso
confiando en que pierda fuerza” y que vuelva todo a las reglas de juego del
sistema.
Algunos planteos, con mucha etiqueta de modernismo, nos
sugieren que los pueblos nos hagamos un espacio en aquellos lugares que al
sistema poco o nada le interesan. Que vivamos en esa franja marginal o
semimarginal. A esta invitación podíamos decir como los fumadores: “no gracias,
recién tiré”. Lo que tiene la humanidad es producto histórico de múltiples
esfuerzos y sacrificios de los pueblos. Somos verdaderamente los que tenemos
derecho. Los que deben irse son los otros, los opresores y explotadores y claro
está solos no se irán. Hay que echarlos y no con las armas que ellos nos
ofrecen, pues no son suicidas sino criminales.
Será un
largo y espinoso proceso, ¿cuándo no lo ha sido para los pueblos?, pero la
organización y acumulación debe tener un derrotero: la desestructuración del
sistema capitalista, la revolución. Esto es lo único real.