La
impunidad y la Marcha del 20 de Mayo.
Fue una multitud, unas 60 mil personas, que una vez más manifestaron su repudio a la impunidad, a los crímenes y “desapariciones” cometidas durante la dictadura. Es un sentimiento antiimpunidad compartido por un amplio espectro ideológico. Ahí estuvo nuestra militancia junto a tantos otros.
Hay expresado ahí un saber de que los horrores no pueden ser olvidados y dejar que los responsables sigan muy orondos como si nada hubiera ocurrido o hasta como si lo ocurrido tuviera visos de cierta legitimidad. Por supuesto que la tiene para toda la estructura de poder, nacional e internacional, que estuvo metida hasta el cuello en esta inmunda y sangrienta aventura.
Quien puede poner en duda a esta altura la Operación Cóndor y la participación del imperio con Kissinger a la cabeza.
Pocos días antes, más precisamente el 18 de mayo, en oportunidad del día recordatorio de la Batalla de las Piedras, un ejecutor de esa política brutal, el general retirado Paulos, hizo la defensa de lo ignominioso. Sólo escucharlo casi eximía de comentario sobre lo ocurrido. Su odio al pueblo y a todo lo que tenga olor a civilización estaban diciendo a las claras como ejecutaron los designios del poder dominante.
Este y todos los responsables se amparan en la ley de impunidad derivada de aquel plebiscito del miedo. Un plebiscito hecho en un marco de “democracia tutelada”, con el ruido de botas a la vuelta de la esquina, con la presión de políticos y medios de comunicación, plagado de amenazas. Una plebiscito que se hacía cuando aún se oían los gritos de los torturados y se temía ofender a las bestias. En tal marco el resultado se daba por descontado de antemano. Desde el poder se aprovechaba el momento y se cubría al brazo ejecutor de la política antipueblo. Se consagraba el crimen, la tortura, las desapariciones. Se consumaba la infamia histórica.
Se sabe, no ocurrió sólo en nuestro país, fue una política que abarcó nuestro continente, tenía ella implicancias de cambios económicos y políticos en un diseño imperial. Pero en ningún lugar logró el grado de impunidad que aquí sigue existiendo. Algunos responsables fueron cayendo en otros países: los Pinochet, los Videla y otros tantos. Aquí se ha seguido amparando sus crímenes. Especialmente los pertenecientes al aparato de muerte y represión: ejercito y policía. ¿Por si mañana los vuelven a precisar?.
Ha estado en el comentario de prensa el tema de “la última Marcha”. Hay quienes piden amnesia a gritos, quieren saldar cuentas sin pagar nada. Un olvido que significa volver a matar a nuestros muertos queridos. Que significa complicidad con el horror.
“¿Carajo! No hay más ley que la de los de abajo”.
Esto dice sabiamente una canción popular y una sensibilidad popular lo confirma. En el “saber de la gente”, en sus sentimientos está presente ese pasado doloroso y esperanzado. No olvida el sentido de aquellas luchas y anhelos, el sacrificio de tanta gente, tampoco las tropelías monstruosas. Una ideología justiciera anima a gran parte de la población. De alguna manera sabe que si entierra esto, si olvida, está matando su destino de pueblo. La impunidad impúdica estruja su sensibilidad. Y aquí está la única ley que vale, lo que nuestro pueblo siente. Es el saber de una experiencia directa y dolorosamente vívida.
Describimos someramente hace algunos años
como fue aquello y nos parece oportuno repetirlo en esta época en que asoman
intentos de saldar con olvido.
“Fueron noches de horror. Fueron años de indescriptible crueldad.
El sistema había largado la bestia a la arena. Lo humano, el respeto a la vida,
eran valores despreciables, solo una risa macabra resonaba como respuesta. La
prepotencia, el manoseo, el ultraje, la humillación eran las prácticas
cotidianas de la bestia. El pensamiento independiente, la reflexión, la
dignidad, merecían el garrote o la bala. Extendían sobre el tejido social el
terror perverso y patológico. Lo más monstruoso y maligno tenía patente
oficial. Quisieron construir una sociedad en silencio, gris, regida por cuatro
normas, sumida en el miedo. Quisieron la sociedad "Zombi", la de los
muertos en vida. Quisieron borrar de un plumazo valores que fueron producto de tantas luchas de la
humanidad y que tanto dignificaron la condición humana.
Se pusieron con ahínco en la tarea.
Endemoniados, con odio brutal, con saña cobarde. No respetaban niños, mujeres,
hombres del pueblo, idealistas abnegados, soñadores de un mañana mejor.
Reprimieron como sistema, apalearon, torturaron, asesinaron,
"desaparecieron". No, no estaban solos los que más aparecían. Un
conjunto de dictaduras del Continente, un
Plan Cóndor, una mano de servicios imperiales, el apoyo de grupos
económicos y políticos los impulsaban. Muchos son esos grupos de poder que aún
hoy, desaparecida la coyuntura del trabajo sucio, siguen apoyando la monstruosa
política desarrollada. Consecuentemente entienden, que son formas de asegurar
el sistema de privilegio, ¿tantas veces en la historia las han utilizado?. Hoy
nomás, con ropaje diverso, recorre el mundo.
Es mucho
y horrible lo ocurrido, tanto que al recordarlo hasta pesa y duele el
pertenecer a esa misma raza humana. ¿O serán mutantes del poder?. Nos legaron
esos dolores y desgarros que ni siquiera pueden producir una lágrima.
Pero el pueblo, los pueblos, esos que las
historias hechas desde la elite y cúpulas desprecian, han conservado en su
imaginario, en el profundo de su corazón, el sentimiento de repugnancia a las
atrocidades así como el recuerdo
tierno, respetuoso por todos aquellos que fueron víctimas de la barbarie. En
ese pueblo se ha conservado e ido creciendo el repudio a ese mundo del
atropello y de la muerte. En el pueblo, las instituciones sociales, los
familiares está el legítimo interlocutor; él está exento de cálculos, él
constituye la única vía para lograr una verdadera justicia”.
Los pueblos no se acostumbran, por más que
los medios de comunicación y otros tantos lo procuren, a ver con indiferencia o
lejanía el drama vivido, la continuidad de la prepotente impunidad. No, no nos
harán perder la sensibilidad. Por eso no podemos ni debemos olvidar.
No queremos ser cómplices, ni llegar a
tener un sentimiento aguado o gelatinoso.. Ese que hace mirar al crimen alevoso como un informe más. No. Hay cosas
que no se pueden perdonar. Salvo que se nos haya atrofiado el "alma".
Hay cosas que ninguna persona bien nacida puede perdonar.
“Ni Olvido ni Perdón”, es consigna que atrapa le mejor de los
sentimientos populares: dignidad, vigor, justicia, solidaridad, sueños de un
mañana distinto.
El no teñir hoy de gris
y con ideología basura las esperanzas, los sentimientos, las nociones, las
ideas de la gente es de principal importancia, más si es que aspiramos a
cambios profundos. Las ideas mueven montañas dice un viejo refrán, cosa
verdadera. Las ideas los sentimientos y las prácticas que a ellas
acompañan.
El saber lo ocurrido,
la verdad total, el que la impunidad asesina de los poderosos no quede en
sombras, no quede cubierta, tiene importancia para el hoy y el mañana.
No perdonar, rechazar
absolutamente la impunidad asesina, no es un problema menor ni de “real
política”, es delimitar fronteras, es no confundir ni ayudar a confundir, es no
disminuir, rebajar, esa fuerza moral-política que es un elemento imprescindible
en cualquier lucha o proyecto de cambio.
El no perdonar la infamia
es revalorizar un universo de valores, ideas, esperanzas de un ordenamiento
social sobre bases distintas, donde dentro del colectivo un ser humano vale un
ser humano. Aquí el no olvidar y el no perdonar no es un rencor es un
sentimiento superior. Es al tiempo que la identificación del “estado del alma”
del sistema, la indignación profunda por las atrocidades y la actitud de que
¡nunca más! se repita. Sabiendo que un ¡nunca más! verdadero se vincula
únicamente con la estructuración de otro ordenamiento social con otros valores.
Cuando dejemos de
sentir el horror como tal, cuando las atrocidades nos parezcan que se pueden
canjear por baja política, es porque ya habremos, como el Fausto de Gohete,
vendido el alma al diablo. Pero por mucho menos que Fausto y matando el mañana.
Nuestros queridos
compañeros torturados, desaparecidos, asesinados. El ultraje de años a nuestro
pueblo no pueden ni deben ser olvidados. Todos estos esfuerzo y sacrificios no
han sido en vano. Los compañeros que quedaron en el camino, que generosamente
lo dieron todo, seguirán por siempre siendo una antorcha. El profundo homenaje,
el no olvidarlos, es continuando su lucha, seguir persiguiendo sus ideales de
justicia y libertad. Sus ideales de una sociedad distinta.
Federación
Anarquista Uruguaya.