El Periódico 22/10/98
Un centenar de detenidos en las manifestaciones
en Santiago
Alrededor de un centenar de personas
fueron detenidas y varias más resultaron
lesionadas la noche del martes
en Santiago, en violentas manifestaciones tanto a
favor como en contra de Augusto
Pinochet. Las protestas reflejaron el ambiente de
profunda división que ha
causado en el país al arresto del dictador.
En el sector más céntrico
de la capital chilena, varios miles de manifestantes
izquierdistas, especialmente estudiantes
universitarios, se enfrentaron a la policía
mientras festejaban ruidosamente
la detención del exgobernante, bajo la consigna
"¡Es carnaval, es carnaval,
cayó preso el general!"
"¡Que salgan los milicos !",
era, en cambio, la consigna con la que varios
centenares de partidarios del senador
vitalicio se manifestaron por tercer día
consecutivo frente a las embajadas
de España y el Reino Unido.
En la marcha izquierdista, los incidentes
estallaron cuando los manifestantes trataron
de llegar hasta el Ministerio de
Exteriores para "despedir" simbólicamente de su
cargo al canciller José
Miguel Insulza, al que acusan de "cómplice y encubridor" de
Pinochet.
Más de 40 personas fueron
detenidas en los disturbios, que se prolongaron por más
de dos horas y ocasionaron cortes
de tráfico. Tres carabineros resultaron heridos al
ser agredidos con piedras, palos
y bombas incendiarias.
En la manifestación de los
conservadores también fueron varios cientos de personas
los que se enfrentaron con la policía,
cuando lanzaron piedras y huevos contra las
embajadas de España y el
Reino Unido, lo que originó los enfrentamientos con la
policía, que terminaron
con medio centenar de detenidos.
El Mundo 22/10/98
LA TRONERA ANTONIO GALA
El desalmado
El señor Frei puede decir, si le apetece, misa. Nuestra modesta
Transición se hizo bastante mal, pero no por lo que él afirma.
Si el
genocidio no se considera (!) la acusación más oportuna contra
el
horrendo Pinochet, hay muchísimas otras. Su bota sigue aún
pesando sobre un Chile, que quisiera olvidar, pero no puede.
También quisiera Aznar que pasase de él este cáliz,
pero
tampoco lo consigue. Aunque tiene razón en algo: este asunto es
más judicial que político, y estaría mal usarlo para
teñir polémicas
internas. Sin embargo, los vivos que nada le debemos a este
espantajo estamos contra él. Ya es hora de que los asesinatos
para la propia afirmación los pague el que los cometió. Cualquiera
sea el juez que lo condene
El Pais 22/10/98
Pinochet y España
JUAN JOSÉ MARTÍNEZ ZATO
En la paz de un domingo, rodeado de periódicos y atento como nunca
a los
informativos, leo, oigo y veo con una gran satisfacción, la mayor
en mucho
tiempo, que el ex dictador Pinochet puede visitar España. Lo haría
por segunda
vez. Fue la primera para asistir al entierro del general Franco, al que
tanto
admiraba, lo que hizo luciendo un precioso uniforme al tiempo que era aclamado
por los ultras de turno que vociferaban: "Pino, Pino, Pinochet".
No pudo quedarse a la recepción del nuevo jefe del Estado, el rey
don Juan
Carlos, pues según entonces se dijo, los altos dignatarios extranjeros
que vinieron
para tal ocasión, pusieron como condición que semejante personaje
no estuviera
presente en esa ceremonia. Gusto loable el de ellos y el de nuestro rey.
Pero al cabo de 23 años, don Augusto, senador vitalicio por su voluntad,
es
posible que visite España por un motivo bien distinto. Sería
por el empeño de un
juez que tiene abierto un procedimiento penal contra su persona por delitos
cometidos durante su larga dictadura fascista: terrorismo, genocidio, torturas
y
desapariciones, siendo víctimas de esas lindezas compatriotas nuestros.
Se encuentra el tirano detenido en Londres, en la creencia de que goza
de una
inmunidad diplomática, que, al parecer, las autoridades inglesas
no reconocen.
Debido a ello, es posible que ese juez se traslade a la capital británica
para
recibirle declaración sobre los hechos perseguidos como paso previo
a una posible
extradición.
Dudoso es que don Augusto se preste a declarar. Pero sería sumamente
interesante oír no sólo que no tiene nada de qué arrepentirse
durante su golpe
permanente, sino que, de darse las mismas circunstancias, volvería
a hacer lo
mismo, como machaconamente ha venido repitiendo.
La satisfacción que decía es la que, sin duda, tiene cualquier
demócrata, cualquier
persona con un mínimo de sensibilidad ante hechos tan terribles.
Pero siendo ello
así, no puedo olvidar mi condición de fiscal y, como tal,
seré respetuoso por el
momento con la postura que oficialmente mantiene nuestro ministerio.
En efecto. Hace unos 10 meses, expresé mi parecer, desde estas mismas
páginas,
sobre la competencia de los órganos judiciales españoles
para perseguir tan
execrables hechos como los que se atribuyen a Pinochet y a la dictadura
argentina.
Fue tras una Junta de fiscales de Sala en la que, mayoritariamente, se
acordó la no
competencia de nuestros tribunales con el voto en contra de tres de sus
miembros
y alguna que otra abstención.
No repetiré ahora lo entonces defendido, salvo que quienes apoyamos
la
competencia española, no lo hicimos de cara a la galería
como alguien nos
atribuyó. Lo hicimos por convicción, interpretando la legislación
nacional e
internacional. Competencia por lo demás, reconocida por varios países,
gracias a
lo cual, han podido avanzar las investigaciones.
Es lo cierto que, desde entonces, el ministerio fiscal ha adoptado una
postura
beligerante ante la sostenida por los jueces y demás partes personadas.
Pues
bien; como quiera que dentro de muy poco tiempo, la Sala de lo Penal de
la
Audiencia decidirá de una vez por todas esa cuestión, esperemos
respetuosamente
su decisión.
Si ésta es negativa a esa pretensión, he de decir como fiscal,
no otra cosa cabría,
que la respetaré escrupulosamente. Pero si se admite la competencia
española,
como tantos pensamos en estos momentos, la situación es indudable
que habrá de
cambiar radicalmente.
Y así debe ser. Porque como lo que no puede negarse es la existencia
de los
crímenes perseguidos, el ministerio fiscal a partir de ese momento,
no se me
alcanza que pueda adoptar entonces postura distinta a la de ser beligerante
en la
persecución de los mismos. No podría explicarse, llegado
el caso, una calificación
absolutoria si procesados hubiere en una y otra causa. Seguro estoy de
ello.
Cosa distinta será, si ese momento llega, la de cuántos procesados
podrán sentarse
en el banquillo de los acusados, ocupe o no asiento nuestro protagonista
de hoy, lo
que la investigación dilucidará. Pero si el general Pinochet
ocupara en él un sitio de
honor -es un decir-, le deseo sinceramente una feliz estancia en España,
en la
seguridad de que tendrá todas las garantías que proporciona
un Estado de
Derecho. Las que él negó a sus víctimas.
Esperanzador es, de otra parte, que miembros de nuestro Gobierno hayan
manifestado que respetan y respetarán las decisiones de nuestros
tribunales. Ello
parece obvio por ser lo correcto, pero bueno es saberlo.
Sé perfectamente que el asunto no es pacífico en Chile. Pero
si no lo es, sólo a ese
general es debido. Que es torpe, lo demuestra el hecho de trasladarse a
Londres
sabiendo que existen procedimientos abiertos contra su persona y si la
investigación lo avala, podrá perfectamente solicitarse su
extradición. Pero sepa él
y el buen pueblo chileno, todos los chilenos, que nadie en este país
desea
venganza contra quien penosamente rigió sus destinos, sino simplemente
que se
haga justicia.
Pero venga o no a nuestro país tan augusto personaje, sus crímenes
nunca serán
olvidados. Recordemos a Bertolt Brecht: "General, tu tanque es poderoso/
arrasa
un bosque y aplasta a mil hombres/ pero tiene un defecto: necesita un conductor.
General, tu bombardero es poderoso/ vuela más rápido que
la tormenta y carga
más que un elefante/ pero tiene un defecto: necesita un piloto.
General, el hombre
es peligroso/ puede volar y puede matar/ pero tiene un defecto: puede pensar".
Que se defienda bien ante el juicio de los mortales, si tan feliz acontecimiento
llega,
que el juicio de la Historia ya ha emitido sentencia.
Juan José Martínez Zato es fiscal de Sala del Tribunal Supremo
y jefe de la
Inspección de la Fiscalía General del Estado.
El Pais 22/10/98
Pinochet y la geografía de los
derechos
PERFECTO ANDRÉS IBÁÑEZ
Hace unos años, Vázquez Montalbán, refiriéndose
a los crímenes de la dictadura
militar argentina, lamentaba que no pudieran tener otro Nuremberg que "el
de la
memoria". A sabiendas de que en la materia son bastantes los desmemoriados.
Seguramente, ésa era también la impresión del general
Pinochet.
Sin embargo, las cosas han cambiado. No en el plano normativo, en el que,
por lo
que ahora se ve, las reglas no tenían que cambiar: bastaba simplemente
aplicarlas.
Lo que ha cambiado, o comenzado a cambiar, es la práctica judicial.
Como el lector recordará, las primeras vicisitudes en el juzgado
suscitaron recelos,
sospechas de afán de protagonismo, de usos retórico-políticos
del derecho.
También intervenciones de una fiscalía con pintoresca interpretación
del delito de
terrorismo, inspirada en un realismo político nada sutil, impregnado
de ese
positivismo jurídico de cuartel al que se debe la teoría
de las democracias en
estado de necesidad y la lectura de las listas de muertos y desaparecidos
en clave
de cirugía patriótica de urgencia.
Reverdeció también todo un cúmulo de consideraciones
acerca del respeto debido
a los procesos históricos de transición, cuyo protagonismo
correspondería en
exclusiva a las ciudadanías de los países interesados. Se
reiteraron las llamadas a la
prudencia y al sentido común, al respeto a la generosidad de quienes
habían
optado por olvidar el pasado a cambio de paz en el presente y cabe que
en el
futuro. Se recordó la vigencia de una especie de principio de no
injerencia en la
historia de países ajenos; con el argumento implícito de
que cada colectividad,
dentro de sus fronteras, es el único sujeto legitimado para actuar
como
protagonista de la propia.
No seré yo quien trivialice sobre algunos de estos razonamientos
ni reste
importancia a la gravedad de las situaciones en las que fueron operativos,
bajo la
amenaza real de poderes fácticos heredados , dotados de pleno vigor.
Ocurre, no obstante, que, sin abandonar el terreno de la experiencia histórica
y
dejando a un lado, de momento, consideraciones normativas, también
forma parte
de ella el dato de que las políticas masivamente homicidas que son
el referente de
esta reflexión se pusieron en marcha bien a sabiendas de que la
eventual respuesta
de alguna justicia criminal no formaba en absoluto parte del horizonte
de
posibilidades a tener en cuenta. Es decir, se contaba con la impunidad
como dato
integrante del futuro previsible, cualquiera que llegase a ser el tratamiento
de las
políticas criminales de las dictaduras; siempre asuntos internos
de los respectivos
países.
Con lacerante paradoja, mientras los intereses más sórdidos,
y, desde luego, los
nada secundarios de carácter económico inherentes a tales
odiosas vicisitudes, no
conocieron problemas de fronteras ni de aduanas, y disfrutaron de una precoz
ciudadanía universal; los mecanismos de protección de los
derechos
dramáticamente quebrantados, primero, y las posteriores legítimas
acciones de
reparación jurídica, después, tuvieron que detenerse
ante aquellos confines,
administrados en esto de forma tan distinta que autoriza a hablar de una
peculiar
geografía de los derechos . Que, claramente, ha venido siendo equivalente
a la
negación práctica de los mismos en una parte sustancial de
la geografía del planeta.
Como sigue sucediendo, en este peculiar contexto internacional en el que,
sin
embargo, puede montarse una guerra del Golfo en quince días si la
naturaleza y la
titularidad de los derechos en conflicto lo justifica.
Pero el asunto, aparte de la dimensión moral, tan obvia como ausente
de algunos
discursos, tiene otra jurídica y jurídico-positiva que no
cabe en modo alguno dejar
de lado. Y tampoco enterrarla con hechuras de rábula bajo la letra
pequeña del
boletín o gaceta oficial del Estado de turno. Estado nacional, por
supuesto, en una
materia en la que por razones del mejor derecho debería ya prevalecer
de manera
incondicionada el más generoso universalismo.
En el caso del general Pinochet y de los procesos que le afectan en España,
aparte
de las reglas de atribución de la competencia al juez español,
de difícil discusión
con la ley en la mano, concurren razones de derecho sustantivo que los
valedores
de los derechos de las víctimas se han encargado de explicitar de
forma no fácil de
refutar. En todo caso, razones dotadas de un rigor jurídico que
hace que la
decisión al respecto tenga que ser jurisdiccional, esto es, corresponder,
de manera
exclusiva, a los tribunales.
En efecto, en el caso del delito de genocidio, se debe a los propios inculpados,
en
sus textos y declaraciones, el mejor argumento para la actual criminalización
por
ese concepto. Los asesinados y desaparecidos lo fueron, según tales
fuentes de la
máxima autenticidad, como grupo de nacionales que no cabía
en el desalmado
proyecto de nación concebido por las dictaduras del Cono Sur.
Y que la hipótesis del terrorismo como título de imputación
está asimismo
justificada lo demuestra la consideración de la naturaleza de los
medios empleados
y la de las acciones realizadas con ellos, que chocaban incluso con el
orden
jurídico de los regímenes golpistas. Que en esto y por eso
tuvieron que actuar al
margen de su aberrante legalidad, que ya es decir.
A tal sobreabundancia de las mejores y más altas razones de derecho
se opone
ahora la objeción derivada del status de senador de la actual democracia
chilena
del general (¡qué ironía!). El argumento difícilmente
podría ser más surrealista y
menos consistente. Primero, porque se trata de una ley que -como el decreto-ley
que le hizo beneficiario de la amnistía-, vigente en Chile, no vincula
a los tribunales
españoles. Y, además, porque, considerado el asunto desde
un punto de vista
material y de la racionalidad de la norma, el privilegio invocado en favor
del atípico
parlamentario tendría razón de ser frente a la eventual imputación
de acciones
realizadas en el ejercicio de esa función y para preservar al Parlamento
chileno de
posibles intervenciones interesadas en alterar el resultado de las urnas.
Cuando es
diáfano que los actos que se trata de enjuiciar nada tienen que
ver con Pinochet
senador y todo parece indicar que esa respetable institución del
país hermano
podría soportar sin graves quebrantos en su funcionalidad democrática
el traslado
del ex dictador del escaño al banquillo.
Los procesos en curso en España por crímenes de las dictaduras
chilena y
argentina implican un cambio de paradigma en el tratamiento judicial de
los
crímenes de lesa humanidad, una recuperación del sentido
y de los recursos de la
legalidad que, lamentablemente, permanecía infrautilizada como paradógica
garantía de la no persecución real de los crímenes
más odiosos. En ese contexto, el
Gobierno de José María Aznar, que tanto se ha prodigado en
declaraciones de
respeto a la acción de la justicia en ocasiones bien próximas,
tiene ante sí un caso
ideal, toda una oportunidad histórica, para demostrar que en esas
afirmaciones
había algo más que retórica. Aunque parece bueno recordar
que, en contra de lo
que algunos creen, la opción en la materia no es, no puede ser,
política, en el
sentido de facultativa, porque no lo permite la categoría de los
valores
subyacentes.
Es el momento de poner un verdadero punto final a la estrategia de la indiferencia
frente a los crímenes más horribles que ha venido prevaleciendo,
de afirmar con
hechos que en el futuro dejarán de existir zonas francas de derecho,
fronteras en la
geografía de los derechos, paraísos de la impunidad para
los violadores de los más
relevantes de éstos.
Perfecto Andrés Ibáñez es magistrado.