¿Han usado armas nucleares en Irak?

Amadeo Martínez Inglés

Sindominio

El desarrollo de los desiguales combates en suelo iraquí ha sorprendido a los expertos. Cuando todo parecía indicar que los invasores se iban a atascar y que el periodo estival vendría a echar una mano a la resistencia, la reacción de las tropas de EEUU cambia totalmente el panorama. El autor apunta la hipótesis de que han podido usar armas de destrucción masiva para ello.

Empezaré con una afirmación tajante y a continuación matizaré y me explicaré todo lo que haga falta: A día de hoy, a poco más de una semana de que el alto mando aliado haya dado por finalizada la guerra de Irak (en realidad, como todos sabemos, una cruenta, genocida, injusta, ilegítima y criminal invasión de un Estado soberano por parte de la hiperpotencia global), existen indicios racionales de que en esta desigual contienda bélica el Ejército norteamericano, como hiciera en el pasado en las ciudades de Hiroshima, Nagasaki y en la práctica totalidad del territorio vietnamita, ha vuelto a utilizar armas de destrucción masiva para conseguir sus fines estratégicos: acortar drásticamente la duración de la guerra y evitarse miles de bajas de sus soldados. En esta ocasión (los tiempos cambian que es una barbaridad) los halcones de la Casa Blanca habrían echado mano de ingenios nucleares tácticos de «reducida potencia», de los llamados «limpios», desarrollados a partir de aquellas famosas bombas de neutrones dadas a conocer al mundo hace años por USA y que anulan todo tipo de vida orgánica dentro de su radio de acción, sin afectar para nada a las infraestructuras civiles y a las armas, para masacrar desde el aire sin ninguna piedad, para volatilizar, para incinerar en una orgía de destrucción y muerte a miles y miles de soldados de las unidades de elite de Saddam Hussein. Destruyendo así en cuestión de días, como prometió en su momento el halcón/asesino yanqui Rumsfeld, la espina dorsal del régimen iraquí y propiciando su desmoronamiento inmediato.

Así de clara y así de sencilla se presenta la cosa aunque de momento, obviamente, no pueda demostrarse con pruebas fehacientes. Todo se andará pues ya se sabe que la verdad es muy tozuda y desafía al tiempo y a la historia. Voy a tratar de xplicar en qué me baso para lanzar a los cuatro vientos tan terrible acusación (a estas alturas sólo puede ser testimonial) de genocidio y crimen de lesa humanidad contra el todopoderoso Ejército de la primera potencia mundial.

Retrotraigámonos para ello al 27 de marzo pasado, siete días después de comenzada la invasión. El Ejército angloamericano se encuentra atascado, las cosas no le van saliendo demasiado bien, no ha conquistado todavía ninguna ciudad importante (el puerto de Um Qsar, que ha dado por controlado en varias ocasiones, todavía resiste), sus vanguardias (la III División mecanizada) se encuentran aún a 80 kilómetros de Bagdad, frenadas en la primera línea estratégica de defensa de la capital iraquí (Najaf, Kerbala...) por importantes efectivos de la Guardia Republicana con la mítica División Medina al frente, sus líneas logísticas de más de 300 kilómetros de recorrido están sufriendo el acoso continuo de fedayines y paramilitares, y el desánimo cunde en Qatar (sede del mando de operaciones aliado) y en Washington, donde empiezan a admitir con desolación que sus cálculos optimistas han fallado, que la resistencia iraquí es feroz y que necesitrán 120.000 soldados más, por lo menos, para alcanzar la victoria final

De repente, apenas 72 horas después, tras una incuestionable «decisión política de altos vuelos» cuyo rebufo llega hasta La Moncloa en Madrid, ya que el propio presidente Aznar se permite anunciar a la prensa que «las próximas horas van a ser cruciales para el devenir de la guerra», cambia drásticamente el panorama operativo y sin que ni uno sólo de esos 120.000 soldados de refuerzo prometidos haya podido llegar a las filas invasoras, su situación táctica en el frente de batalla pasa de la depresión y el desánimo a la euforia y el avance meteórico. Los bombardeos se intensifican y las dos divisiones de guardias republicanos que hasta entonces tenían en un puño a las columnas invasoras desaparecen del mapa como por ensalmo; ya no luchan, ya no están, se los ha tragado la tierra. Sus tanques sí van apareciendo, incendiados claro, ya que los cámaras de TV «incrustados» en las unidades yanquis son autorizados para filmar algunos. Pero de los soldados, de los 30.000 combatientes de elite de esas dos divisiones iraquíes nada se sabe, se han volatilizado, se han esfumado (han huido, dirán enseguida los lacayos informativos de los invasores con un desconocimiento supino de estas aguerridas unidades). ¿Qué ha podido pasar en ese frente maldito para que en tan poco tiempo se haya producido un vuelco tan significativo en la situación bélica y la resistencia enconada de las mejores unidades del Ejército iraquí haya sido triturada? La respuesta, por lo menos para un profesional de las armas que lleva muchos años en esto de las guerras, de su planificación, de su ejecución, de sus funestas consecuencias... y que en concreto, por exigencias de esa profesión, ha tenido que estudiar con especial detalle las protagonizadas por norteamericanos e iraquíes en los últimos veinte años, se presenta obvia: las dos divisiones de la Guardia Republicana, sus 30.000 miembros que luchaban fieramente contra el invasor de su país en la zona de Najaf-Kerbala-Hilla han sido asesinados, masacrados, pulverizados impunemente desde el aire por algún tipo de arma táctica de destrucción masiva, derivada sin duda de las nucleares denominadas con total sarcasmo como «limpias» o «de neutrones», o quizá por algún otro artilugio devastador para la infantería enemiga procedente de la amplia panoplia de armas secretas y en experimentación del Ejército estadounidense.

EEUU se la tenía guardada a la Guardia Republicana desde febrero de 1991 cuando, tras la pérdida de Kuwait (en la que estas unidades, prudentemente retiradas del escenario bélico con anterioridad, apenas sufrieron daños apreciables), le plantó cara en Basora en una impresionante batalla de carros de la que los aliados salieron con abundantes pérdidas y que propició, contra todo lo que se ha dicho en la prensa internacional desde entonces, el famoso armisticio que salvó el régimen de Saddam Hussein. Y en esta nueva ocasión la gran potencia no estaba dispuesta a enzarzarse en una cruenta guerra de desgaste hasta Bagdad que podía suponerle miles de bajas e incluso, por presiones de su propia opinión pública, el tener que retirarse de Irak. Por lo tanto la ocasión la pintaban calva, la alta decisión política debía tomarse y su presidente, el emperador Bush, no debió perder un solo segundo, como seguramente hicieron sus antecesores Truman, Nixon o Johnson cuando se planteó lanzar la bomba A, el napalm o el «agente naranja», en firmar la terrorífica orden que condenaba al horror a miles de iraquíes; salvando, eso sí, miles de vidas americanas.

Acerquémonos ahora a otra fecha crucial en la guerra que acaba de terminar. Estamos en el lunes 7 de abril. Desde 48 horas antes, tras una operación por sorpresa de fuerzas helitransportadas apoyadas por efectivos de la III División mecanizada, los soldados americanos ocupan parcialmente el aeropuerto Saddam Hussein de Bagdad.

Han pedido urgentes refuerzos porque temen un contaataque iraquí y sus efectivos no pasan de los equivalentes a un par de batallones. El alto mando iraquí (todavía sin digerir la sorprendente derrota en el sur de sus mejores unidades) intenta acabar como sea con la resistencia yanqui en ese lugar. Si no lo logra, la suerte de la capital estará echada. Lanza pues a las tres únicas divisiones de la Guardia Republicana que le quedan (una de ellas traída precipitadamente de Tikrit) con cerca de 40.000 efectivos y 700 tanques en una ofensiva a muerte contra las posiciones aliadas en el aeropuerto. Tiene todas las de ganar, a pesar de la absoluta superioridad en el aire de las FAS americanas, porque la diferencia de efectivos a su favor es impresionante. Pero estas unidades de elite iraquíes ni siquiera llegarán a combatir cuerpo a cuerpo con su enemigo. La aviación aliada, alertada por sus satélites y dirigida por toda la parafernalia tecnológica ya conocida, inicia una orgía de fuego contra las columnas acorazadas y mecanizadas que se acercan a la terminal aeroportuaria. La destrucción de las unidades atacantes es sistemática y brutal mientras los soldados norteamericanos apenas sufren el acoso directo de unas pocas decenas de fedayines y fusileros de infantería.

El fulminante ataque de la aviación aliada no ha sido, no ha podido ser, según algunos analistas y expertos iraquíes, con armas convencionales. Ningún arma convencional existente, incluidas las mortíferas bombas de racimo, podrían haber causado tal mortandad. Prácticamente la totalidad de los 40.000 guardias republicanos que se acercaban al aeropuerto han sido aniquilados, fulminados, sus cuerpos se han volatilizado y sus máquinas de guerra consumidas por las llamas.

Un analista iraquí, Amer Al Nafaj, que recibió información, según él, de un guardia republicano especial (la guardia pretoriana de Saddam) escasas horas después de la tragedia, comentaba así lo sucedido ante las cámaras de la televisión Al Jazeera: «Los iraquíes eran suficientes para expulsar a los estadounidenses. Por eso EEUU tuvo que bombardearlos desde el aire con lo que podría ser un nuevo arma nuclear que convirtió a decenas de miles de ellos en esqueletos». Testimonio que, como era de esperar, ha sido ignorado por la mayoría de los medios occidentales.

Ni los esqueletos han aparecido por el momento. ¡Cinco divisiones en total de tropas de elite iraquíes (unos 70.000 soldados) desaparecidas, incinera- das, masacradas desde el aire con la última tecnología de la destrucción masiva made in USA! Ahora se explica uno la prepotencia y la chulería prebélicas del asesino en serie Bush y su camarilla. Sabían lo que tenían entre manos y lo poco que iba a durar la guerra.

Aunque los corderos del sacrificio iraquíes se defendieran como fieras acosadas.

Algún día se sabrá con exactitud lo que ha pasado en Irak en estas tres semanas de tragedia, muerte, pillaje y exterminio. Seguro. Y los responsables de este horror desatado por intereses económicos (guerra de rapiña, no preventiva) pagarán caros sus crímenes. Todos ellos, incluido el megalómano de vía estrecha que todavía preside el Gobierno español, que en los últimos meses se ha convertido por derecho propio en el principal bufón europeo del gran amo americano.

Amadeo Martínez Inglés, escritor y coronel del Ejército español 22/04/03

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