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La propiedad intelectual como arma capitalista y la necesidad del Procomún. La ley de patentes iraquí.

Cuando Locke y otros teóricos del capitalismo establecieron el derecho a la propiedad como un derecho "natural" (inherente a la vida) en lugar de cómo un acuerdo social seguramente no eran conscientes de como esa gran mentira calaría en nuestras sociedades hasta llegar a gobernar la existencia de todo el planeta. En el fondo esta concepción liberal de la propiedad no hace sino recoger la base de las relaciones de poder precedentes: la propiedad en la base de poder del "patterfamilias" romano o de las relaciones de vasallaje. La tenencia de tierra continuó siendo la medida de la ciudadanía, y el pago de impuestos sobre ella otorgó la capacidad de voto. Para que estas concepciones llegaran a ser norma indiscutible e interiorizada por nuestras sociedades occidentales hubieron de producirse una serie de batallas que el capitalismo ganó y que dieron como resultado la desaparición de "Propios y comunes", ejidos y demás espacios de aprovechamiento comunitario. Poco a poco se fueron convirtiendo en residuales los campos de recolección y aprovechamiento común, o las prácticas de solidaridad campesina, lo que ayudó, como ha demostrado Wallerstein, a pauperizar la vida de los campesinos.

La tierra no otorga ya hoy en día el cetro de mando de las relaciones de poder, sino los servicios y bienes con valores asociados, como la tecnología, pero la propiedad sigue siendo la piedra angular, propiedad intelectual en este caso.

Los tres sectores que más divisas generan para Estados Unidos descansan sobre la base de dicha propiedad intelectual (propiedad industrial o derechos de autor), se trata de los sectores químicos, el del entretenimiento y del software.

La afirmación de que los gobiernos de los países occidentales ponen todo su poder militar y económico al servicio de la expansión del capitalismo y de las transnacionales con los derechos de propiedad intelectual como arma legal le sonará rancia (y supongo que leninista) a más de uno, pero sólo es necesario para comprobar que se trata de una realidad echar un vistazo a los sangrantes casos de los genéricos para el SIDA y las presiones al respecto de embajadas occidentales en países como Sudáfrica; los recientes intentos de dar vía libre en Europa las patentes de software; la criminalización de las resdes p2p; los intentos de explotación comercial del genoma humano o las imposiciones de productos biológicos en ciertos países (que más tarde trataremos).

Muchos saberes que evidentemente deberían pertenecer al acervo común de la humanidad están quedando sujetos a intereses comerciales y restringidos en su uso, y ante esto han surgido movimientos contestatarios en los últimos años que reivindican aquellos usos comunales precapitalistas y que se identifican con el concepto de “procomún”, término de hecho proviniente del anglosajón “commons” (campos comunales).
Las teorías del procomún tienen en la internet su entorno abonado y en el modelo probadamente posible del software libre su punta de lanza, pero este modo de organización cooperativo debería poder ser exportado a otros ámbitos del “continuo social”. No se trata de nada nuevo, pensarán muchos, lo que es cierto en mi opinión, pero en sus nuevas formas responde a la perfección al mundo reticular en el que estamos entrando, y es por ello que debe merecer toda la atención de los movimientos sociales (y de la gente de bien en general).

La ley de patentes iraquí: un caso a estudio.

Voy a tratar un ejemplo actual de flagrante socavamiento del “procomún”. Un ejemplo que evidencia como el imperialismo más beligerante utiliza los conceptos de propiedad intelectual para llevar a cabo la clásica conquista de mercados capitalista.

Antes de la llamada “transferencia de poder” en Iraq (Junio de 2.004) Paul Bremer promulgó un centenar de órdenes con fuerza de ley, con ello se cambió “manu militari” la legislación del país, reorientando una economía hasta el momento muy centralizada hacia el liberalismo de rapiña más agresivo. Sería un error decir que la orienta hacia el libre mercado, ya que existe una política muy conscientemente encaminada a beneficiar a las transnacionales estadounidenses.

De entre las órdenes dictadas la que aquí nos ocupa es la número 81 sobre “Patentes, Diseño Industrial, Información Confidencial, Circuitos Integrados y Variedades de Plantas”. Leyendo el título podemos imaginar cuan beneficiados están saliendo algunos en nombre de la “reconstrucción”.

Según esta orden sólo está permitido plantar variedades “protegidas”, que curiosamente son las introducidas en el país por las grandes corporaciones del sector( Monsanto, Sygenta, Bayer y Dow Chemichal). Por supuesto lo que se planta, y hasta lo que se recolecta, está sujeto al pago a quienes ostentan las patentes, y está toltalmente prohibido guardar las semillas o comerciar con ellas Hay que volerlas a comprar en cada ocasión.

Las comunidades campesinas iraquíes tradicionalmente han atesorado e intercambiado sus propias semillas dentro de una economía informal. Sus variedades no están estándarizadas según parámetros industriales con lo que no son suscetibles de patentarse y entrar dentro de las famosas variedades “protegidas”, de manera que a los campesinos no les queda más remedio que embarcarse en un largo viaje de endeudamiento y pagos sin fin con las transnacionales del sector. El mismo viaje que han debido emprender en la presente década muchos países tercermundistas, algunos, como Afganistán, también por la fuerza de las armas.

Se me antojaba que este caso que he expuesto brevemente era claramente evidenciador de lo anotado en la primera parte del artículo. Recapitulemos: la propiedad privada como base de las relaciones de dominación ,la propiedad intelectual como su forma más actual y arma legal de los países occidentales, los cuales sirven a los intereses de las transnacionales para captar mercados por la fuerza, eliminando para ello espacios de “procomún”.

En este caso el resultado es que un país que podría ser autosuficiente alimentariamente se ve abocado a comprar fuera los productos que ya tiene pero no puede usar. Además las estructuras de solidaridad que permitían subsistir a la comunidad se ven destruidas(igual que pasaba con el campesino del XVIII), lo que sin duda mina la capacidad resistente del grupo frente a la agresión. Es por ello que resulta tan interesante construir nuestros propios espacios de “procomún”.

Bibliografía: