La tradición trovadora libertaria Salud, canto y anarquía Rafael Uzcátegui Pensar en la canción popular insurgente desde Latinoamérica es evocar, sin esfuerzo, nombres como Víctor Jara, Alí Primera, Carlos Puebla, Inti Illimani o Silvio Rodríguez. Pero la primacía de esa forma de asumir la insurgencia desde la trova no es fortuita ni ha sido la única. Han existido otras maneras de cantar emparentadas a corrientes de lucha revolucionaria del continente solapadas tanto por los propios acontecimientos como por cierta construcción interesada de la historia de nuestras luchas sociales. En este texto queremos celebrar la existencia de una tradición de cantores populares compañeros de la idea de justicia social con libertad: el anarquismo. Este ejercicio de memoria, a diferencia del realizado por la “disidencia única”, no pretende ser ni excluyente ni la verdad. Como toda reconstrucción histórica –en tanto mirada desde un lugar- entraña verdades fragmentarias. Pretende asimismo, conectar los antiguos cantores con los actuales, las luchas en las que se insertan y recrear posibles lazos de solidaridad comunitaria. Tango y corrido libertario Angel Cappelletti –uno de los historiadores del ideal libertario en América latina- afirma que el anarquismo posee una amplia tradición en el continente, rica en luchas pacíficas y violentas, manifestaciones de heroísmo individual y colectivo, en esfuerzos organizativos, en propaganda oral, escrita y práctica, obras literarias, experimentos teatrales, pedagógicos, cooperativos y comunitarios. Su decadencia –luego del protagonismo ocurrido entre 1870 y 1930- se atribuye a tres causas: La serie de golpes de Estado ocurridos alrededor de los 30´s y la represión subsiguiente; la fundación de los partidos comunistas, los cuales gracias al apoyo de la Unión Soviética recibieron una fuerza material y un prestigio carecido por las organizaciones libertarias y en tercer término, la aparición de las corrientes nacional-populistas, más o menos vinculadas con las fuerzas armadas. Los grupos anarcosindicalistas desarrollaron durante los primeros años del siglo XX una vasta obra cultural dirigida a las mayorías obreras y campesinas. Más temprano que tarde las proclamas de libros y periódicos eran llevadas al teatro, a las artes plásticas y convertidas en sonetos. En Argentina los payadores libertarios eran cronistas y heraldos de las luchas agrarias en el cono sur. Asimismo, autores de tangos y milongas eran activistas del ideal y perpetuadores del recuerdo de luchas gremiales exitosas o de las consecuencias de la encarnizada represión gubernamental. En México los corridos zapatistas y magonistas popularizaban las reivindicaciones de tierra y libertad y otras peticiones de claro signo anarquista. Pero es más arriba del Rio Grande en donde el canto libertario encuentra su mayor desarrollo y masificación, vinculado a la agitación promovida por la central sindical Industrial Workers of the World (IWW). Avivando las llamas del descontento En octubre de 1902 llega a América Joseph Hillström, 23 años de edad y los cielos de Suecia en la nostalgia. Se establece en California y toma parte en huelgas y movimientos políticos por la conquista de los derechos de los desposeídos: la vasta masa de inmigrantes llegados al puerto de Nueva York a quebrarse el espinazo en cada jornada laboral. En 1910 se afilia al IWW con nuevo nombre: Joe Hill. Un año después componía su primera canción al calor de la huelga de los muelles de San Pedro. Mientras la Southern Pacific contrataba esquiroles, Joe insuflaba ánimos con sus canciones a los huelguistas. Algo mágico sucedió: trabajador@s de 44 idiomas distintos empezaron a cantar sus melodías, unida y solidariamente, mellando los intentos de los patrones de enfrentarlos entre sí. Joe viaja de ciudad en ciudad para acompañar las protestas. Siempre se ha cantado en las revoluciones, pero como nunca antes, las huelgas se empezaron a llevar a cabo cantando. La popularidad le vale al sueco la animadversión de las autoridades y una golpiza que le cicatriza el cuerpo en la ciudad de San Diego. La fórmula de Hill era tan sencilla como efectiva. Tomaba las melodías de las canciones populares de la época y les agregaba estrofas pegadizas, ingeniosas y combativas. Para él un libro era bueno pero una canción, aprendida y repetida incesantemente, era la mejor propaganda. La IWW empezó a publicar las canciones obreras en folletos llamados “Red songbook”. En uno de ellos 13 eran composiciones del sueco, consideradas por él sus “canciones para avivar las llamas del descontento, con nombres como “The preacher and the slave (El predicador y el esclavo), “Casey Jones, the union scab” (Casey Jones, el esquirol) y “When the Shanon River run” (Cuando el rio Shanon corre). En 1914 se urde un complot para silenciar su voz. Culpado de asesinar a un policía y su hijo en un asalto, es encerrado 22 meses en prisión. Desde la cárcel continuó componiendo y alentando a sus compañeros a continuar las huelgas sin descanso. La IWW se movilizó contra el juicio a todas luces amañado, pero no logró detener la sentencia de muerte jurada por las autoridades desde el día que pronunciaron por primera vez el nombre Joe Hill. El sueco, a sabiendas de la agitación que su pena de muerte estaba levantando en Estados Unidos, se despidió de uno de los líderes del sindicato en estos términos: “Adiós Bill. Muero como un verdadero rebelde. No pierdas el tiempo con el luto. Organiza”. Lo ataron a una silla y pusieron un corazón de papel blanco sobre su pecho para que un pelotón de fusilamiento de cinco mercenarios no fallara su puntería. Era el 19 de noviembre de 1915. 30.000 obrer@s en Chicago le dieron su último adiós, cantando con lagrimas y puños encrispados. La guitarra que mataba fascistas Tres años antes del asesinato de Hill nace Woodrow Wilson Guthrie, considerado como el cantante de música folklórica norteamericana más importante de la primera mitad del siglo XX. Guhtrie continuaba la tradición del mártir sueco y de cantores anarcosindicalistas de la IWW, formando parte de los “Almanac Singers” o “People’s Songs”, sindicatos de cantantes progres que apoyaban con canciones y recitales las reivindicaciones obreras. Con influencia en la música irlandesa y el blues negro, su repertorio abarcó más de mil canciones de protesta. Sus canciones recuperaban historias de bandidos generosos y anarquistas asesinados, pero también ofreció su armónica y su guitarra, a niños y viejos, a los montes boscosos y a las llanuras desérticas del país, forjando un estilo de apoyo total a las luchas populares del momento. Guhtrie, viajando en trenes de carga por todo el país, daba conciertos con una calcomanía en su guitarra: “Esta máquina mata fascistas”. Woody Guhtrie nos ha legado discos monotemáticos acerca de los conflictos de su tiempo: canciones sobre la construcción de las grandes presas de Bonneville y Grand Coule (Columbia ballads, 1937), sus Baladas de Sacco y Vanzzetti (1946) y, sobre todo, sus “Dust bowl balads” (Baladas de la cuenca del polvo), donde cuenta la emigración de los campesinos tras la crisis de 1929, incluyendo la irrepetible Tom Joad, una balada de siete minutos que resume las 500 páginas de la novela “Las uvas de la ira” de John Steinbeck. Durante los años 60´s Woody Guhtrie era la principal influencia de la considerada “segunda generación de folk-singers”: Bob Dylan, Joan Báez, Donovan, John Mayall, Gratefull Dead quienes con instrumentos eléctricos intentaron reproducir su espíritu, pero muy pocos lograron emular a su persona. Cuatro décadas después, los Estados Unidos vuelven a ser cruzados por protestas y enfrentamientos con la policía. Diversos grupos coinciden en sus críticas a las consecuencias de la globalización economicistas y se encuentran en las calles de Seattle, Washington, Nueva Cork, San Francisco y demás ciudades para gritar consignas, bailar en los carnavales de resistencia... y cantar. En esas manifestaciones se respira el espíritu de Joe Hill y Woody Guhtrie renaciendo en las melodías de jóvenes como Ethan Miller. Ethan, radicado en Maine, se encuentra involucrado con los movimientos anticapitalistas y antiautoritarios de base de su zona; de hecho vive y trabaja en el JED Center, un colectivo y espacio comunitario que apoya y organiza proyectos para el cambio social. Ha participado activamente en eventos antiglobalización, compartiendo el escenario con gente con otros músicos como David Rovics, Jim Page, Charlie King y Karen Brandow. En Europa también se canta Del otro lado del charco es innegable la pasión antiautoritaria desde la canción de autor. En la Guerra Civil Española las vicisitudes de la confrontación transformaban melodías populares en himnos de resistencia y conformaron un legado que no ha dejado de cantarse hasta nuestros días. En Francia, cobijo del exilio libertario cenetista, desde 1952 Georges Brassens (1893-1981) dedicaba en cabarets sus temas a prostitutas, delincuentes y desheredados con una mordacidad y ternura que le esculpe un nombre entre la bohemia del país. Como anarquista ironizó al poder de todo tipo y participó en el movimiento publicando sus poemas en la prensa libertaria. Los discos de Brassens pasaban clandestinamente la frontera franquista e influenciaron el estilo de un joven de padre anarquista –cenetista para más señas- llamado Joan Manuel Serrat. El legado de este cantautor está cuantificado en más de 2.000 canciones grabadas, espíritu aún presente en exponentes como Serge Utgé Royo, quien además de una prolífica carrera propia participa activamente en el circuito libertario galo. Es evidente entonces que el estilo popularizado por Brassens –la ironía y los temas callejeros- se refleja en temas de cantores españoles consagrados como el mencionado Serrat y otros como Joaquín Sabina. Pero más interesante aún es cierto renacimiento actual de la guitarreada libertaria por quienes han crecido en una contracultural feroz e indomesticable: el punk. A mediados de los años 80´s un grupo de jóvenes inquietos trataron de desarrollar un espacio alternativo al del mercado establecido de la música. Además de la explosión del fenómeno mentado como el “rock radical vasco” – Kortatu, La Polla Records, Eskorbuto, MCD, Hertzainak, etc-, por el resto de la península el punk ofreció una posibilidad de expresión y relación con movimientos como el propio anarcosindicalismo, la lucha contra la OTAN, la insumisión y la okupación; un movimiento ciertamente variopinto pero de ideología decididamente antiautoritaria. De bandas como Juanito Piquete y los Mataesquiroles, Antimanguis, Black Carcomas, Productos Cárnicos y Kolumna Durruti se desprende el semillero actual de la canción libertaria, quienes aparejan la rabia con ritmos más sosegados y para audiencias de todo tipo. Como afirma un relator de la movida, Josu Arteaga de la revista Ekintza Zuzena, “desesperados por romper el cerco del ruido. Loc@s que se muestran vestidos tan sólo con una guitarra. Exhibicionistas necesarios para bálsamo de corazones rotos. Cantautor@s dispuestos a devolver el poder a la palabra”. De este caldo de cultivo son Juanito Piquete, Moi Rojo, Pito Karcoma, el dúo Paso a Paso y Sonoris Kausa, hermanados por otros de trayectorias más tradicionales como Lengua de Trapo, Sena Jaraiz y Pablo Garabato, quienes cantan a las luchas y a la vida desde sus primeros discos, que han incluso originado un recopilatorio titulado “Sin Permiso, 19 cantautores del siglo XXI” coeditado cooperativamente por 8 discográficas independientes. Las líricas de estos nuevos juglares de la utopía se alejan de los temas sindicales para acercarse con las temáticas de los colectivos en los que participan: la lucha contra las cárceles, la crítica al neoliberalismo, el feminismo y la reivindicación permanente de la acracia. Argentina, Ecuador Argentina, transformada en la tierra de los piquetes, las asambleas populares y la lucha por los desaparecidos es la pampa de Gabriel Sequeira, un treintañero cercano a las organizaciones libertarias de Buenos Aires y que dio sus primeros pasos en el mundo del rock´n roll. Con orgullo se presenta en los escenarios como “trovador acrata”, bien sea en el Foro Social Mundial de Porto Alegre o en la Plaza Congreso junto a las Madres de Plaza de Mayo. Con su primer disco –independiente por supuesto- a cuestas, actúa en todo campo de resistencia que lo convoca. En Ecuador nos encontramos con Jaime Guevara, un “chamo” –como cariñosamente le llaman en Quito- con 29 años de canción y activismo, un personaje medular en la creciente militancia libertaria de la capital ecuatoriana. Querido a rabiar, se ha granjeado el aprecio de los sectores populares, su eterno auditorio en las presentaciones a favor de los derechos humanos, el antimilitarismo y la defensa de la justicia. Jaime tuvo una banda musical hasta que la precariedad de sus escenarios –la calle, las manifestaciones- lo obligó a seguir con la compañía de su guitarra, la misma que alguna vez lo acompañó en la cárcel y sobrepasó por 28 los días de presidio del chamo. “Me la devolvieron hecho flecos”. Rechazando la marcialidad de ciertas agrupaciones folklóricas de protesta, Jaime pone la vacilada, lo cotidiano y el humor en cada pieza. Con un disco grabado y otro en preparación, Guevara no duda en “acolitar” –colaborar- con algunos de sus 500 temas escritos para las concentraciones solidarias, como aquellas Jornadas Continentales de Resistencia contra el ALCA realizadas en Quito en octubre del 2002, las cuales tuvieron al chamo en la primera línea de la barricada. Salud, canto y anarquía Si el poder es sinónimo del silencio la libertad se llama verbo. Las gargantas melodiosas no dejaran de cantar en y por las luchas, por y desde los sentimientos que nos singularizan como humanos. Los modernos juglares, en tiempos de internet y nanotecnología, se arman con una guitarra y una mochila de valores antiautoritarios. Si afinamos la vista quizás descubramos a uno pasando frente a nuestras casas. Si agudizamos el oído, nos deleitaremos con las baladas que aun avivan las llamas del descontento.