Refugios y miedo.

Por Maruja Torres. El País Semanal. 2 de junio de 2002

En la esquina del carrer Nou de la Rambla con el paseo de Montjuïc. al pie de lo montaña y en un barrio barcelonés al que le sobra corazón, el Poble-sec, se encuentra uno de los pocos vestigios de la defensa pasiva que efectuaron los ciudadanos durante la guerra civil: el refugio 307. El consejo municipal del distrito Sants-Montjuïc ha querido conservarlo, contribuyendo asi al esfuerzo de la sociedad catalana actual para recuperar aquellos elementos infraestructurales que suponen un testimonio de nuestra historia.

Tal fue el escenario donde tuve el privilegio de presentar un hermoso y conmovedor libro, El refugi 307. La guerra civil i el Poble-sec. 1936-1939, del que son autores Joan Villarroya, Judit Pujadó y Valerie Powles, concebido como un homenaje a todos los hombres y mujeres, niños y niñas de Barcelona, y especialmente del barrio en cuestión (el barrio de Serrat, entre otros), que sufrieron los bombardeos aéreos de las fuerzas de Mussolini y de la legión Cóndor, aliados fascistas de Franco que atacaron sin misericordia a las poblaciones de retaguardia. Estremece la palabra: 'refugio'. Equivale a civiles indefensos.Como señala en su prólogo Antoni Nicolau i Marti, director del Museu d'Historia de la Ciutat, "Barcelona y las otras ciudades que sufrieron los bombardeos en el período 1936-39 fueron el preámbulo de una nueva táctica de guerra que se haría extensiva a partir de aquel momento en todo el mundo". Por eso estremecen la palabra y el lugar. Refugio. Cierras los ojos y te vienen a la mente muchas otras ciudades cuyos habitantes han sido brutalmente abatidos en el pasado siglo o ya en éste, tan joven y cruel. Gente que corre hacia el refugio. Gente que sale, aterrada aún, del refugio, una mañana tras otra, a contar los muertos. Refugios construidos expresamente, como el 307, o improvisados como y con lo que se puede, en los garajes o en las estaciones del suburbano; en los sótanos, o meros parapetos de sacos terreros. Refugios contra el miedo, que no siempre liberan del terror, que son otro espanto en sí mismos.

No parece probable que este país vuelva a necesitar lugares de este tipo. Pero de una forma u otra no nos libramos del miedo. Lo describió muy acertadamente Rafael Argullol, hace un par de semanas, en su excepcional Manifiesto contra la servidumbre, publicado en las páginas de Opinión de este diario: el de ahora es un miedo que no viene del pasado, sino del futuro. Y de poco va a servirnos, contra este miedo nuevo, limitarnos a recordar para no repetir. Los horrores que vienen, que ya están aquí, no requieren refugio. Bien al contrario. Puesto que el horror principal a combatir es el propio miedo paralizante (a amenazas desconocidas, a atacantes extranjeros, a quienes quieren convivir con nosotros aportando su diferencia), estimulado por los Gobiernos y sus voceros, magnificado y utilizado como excusa para someternos, el refugio tiene que quedar precisamente atrás. En la memoria. Y de la aventura de salir al exterior, de caminar hacia delante sin rechazar lo nuevo, del temblor de prolongarnos en los demás, no del de rehuirles, ha de surgir la forma de enfrentarnos a lo desconocido real, que nuncas será tan malo como ese Miedo abstracto y a la vez personificado en el Enemigo del que dicen protegernos los Gobiernos, que nos convierte en víctimas y a la vez en verdugos. Caminando por los corredores del refugio 307. hablando con algunos de los supervivientes de aquella ignominia, niños de nuestra guerra que fueron y hoy testigos de un mundo irremediablemente transformado, pensé en las muchas formas en que a las poblaciones civiles se les inflige el dolor en estos tiempos. Los que ahora vivimos en paz no estamos a salvo de una humillación que debería resultarnos también dolorosa: el sometimiento a los que piensan por nosotros, deciden por nosotros y guerrean en nuestro nombre. Pero qué gusto da que hoy el 307 pertenezca a los suyos, a la gente generosa y trabajadora del Poble-sec que, al pie de Montjuïc, se mantuvo firme bajo aquel otro miedo.