Derechos para Tod@s 
Número 3 
febrero - marzo - abril 2001


  

LA FIESTA DEL YAMOR: CELEBRANDO LA COSECHA EN OTAVALO


Esteban Galera


Viajando por América Latina, tanto por el trópico como por el espacio andino, tuve la suerte de encontrarme con muchas y diversas fiestas populares. Y digo suerte porque es en las fiestas donde los pueblos muestran lo mejor de si mismos, expresando libremente y con orgullo su cultura, tradición y folklore. Lo hacen sin anclarse en el pasado, con el esfuerzo de demostrar que su cultura está vigente, viva y dispuesta a abrirse camino hacia el futuro, con el valor y el respeto que merecen como parte indisoluble del patrimonio de la humanidad. Las fiestas, por lo tanto, constituyen una oportunidad única y privilegiada para conocer mejor la idiosincrasia de los pueblos y el grado de su vigor actual.

Durante los primeros dias del mes de septiembre de 1999 estaba recorriendo algunos lugares del norte de la República del Ecuador. Llegué a la ciudad de Otavalo justo el dia en el que daban comienzo las fiestas de la cosecha que desde siempre los indígenas denominaron "La Fiesta del Yamor".

Es importante conocer, antes de hablar de esta hermosa fiesta, que la sociedad blanca o criolla ha realizado grandes esfuerzos para apoderarse del protagonismo de una fiesta cuyo orígen y perfil es inequivocamente indígena. La razón de ello no ha sido otra que la de intentar utilizar una fiesta de importantísimo arraigo y valor cultural para transmitir sus propios mensajes dirigidos a marcar el predominio social y cultural en contraposición a la fuerza con que se manifiestan en Otavalo los valores culturales de los indígenas que se hacen sentir poderosamante a través de una magnífica organización social activa e intervencionista a la hora de reivindicar los derechos culturales y sociales de los indígenas.

Los otavalos, pertenecientes al tronco étnico de los quichuas, habitaron desde siempre las bellísimas tierras andinas septentrionales de Ecuador, repletas de volcanes como el Cayambe, el Imbabura y el Cotacachi entre los que se abren feraces valles cuyas jugosas tierras reciben las aguas de torrentes, ríos y hemosísimas lagunas como las de San Pablo, Mojanda o Yahuarcocha. Consolidaron sus estructuras sociales y políticas como casi todos los demás pueblos quichuas del eje andino durante el período histórico conocido como "de integración" entre el 800 y el 1.480 de n.e. a la vez que se desarrollaron los Señoríos Étnicos como el de los Cayambe que dominó en la región de Otavalo. Desde entonces los indígenas del norte ecuatoriano supieron resistir y mantener sus señas de identidad ante envites como el de la expansión del imperio inca y más tarde el duro u largo periodo de la conquista y colonización española.

Durante la fiesta del Yamor los indigenas otavaleños celebran con regocijo la cosecha por haberse beneficiado de los frutos de la tierra, el maiz, la cebada, el trigo, los frejoles, la quinua, las habas, los chochos, etc. El nombre de "Yamor", que recibe la fiesta proviene de la bebida sagrada que se prepara en honor a los dioses de la cosecha y es una especie de chicha elaborada con las 12 clases de maiz que se ofrecen a las fuerzas que controlan la lluvia, el aire y el sol que favorecen que estos frutos crezcan. El Yamor se bebe comunitariamente en comunión entre los hombres y los dioses en agradecimiento a los poderes naturales y a la Pachamama. Primero se deposita la bebida el seno de la tierra y el resto se reparte entre las familias de la comunidad. El Yamor representa, de esta manera, la bebida compuesta de granos de maiz chulpe, maiz canguil, maiz morocho, maiz amarillo, maiz rojo, etc. a todo esto se le añade cebada y trigo. Después todos estos elementos se muelen y se hierven con agua hasta que aparece una especie de nata en la olla que se aparta con una cuchara en un perolo.

Como en toda festividad que se precie de importante, la fiesta del Yamor tiene su propio plato rey de la gastronomía festiva, este plato está compuesto de mote (grano de maiz hervido) carne de cerdo colorada (condimentada con achiote), tortillas de patata y queso que reciben el nombre de llapingachos, empanadillas y una especie ensalada vegetal. Todo el mundo brinda la chicha del Yamor degustando este sabroso plato.

La colonización cristiana desvirtuó los orígenes de esta fiesta celebrándola en memoria de la aparición de la virgen de Monserrat en Otavalo,¡que originalidad!, en un intento de la comunidad blanca de apropiarse de la fiesta para convertirla en un negocio de los organizadores, fabricando y vendiendo la chicha por las calles de la ciudad o en sus locales. A pesar de ello los indígenas nunca dejaron de pujar con fuerza para mantener entre ellos el verdadero significado del Yamor.

Si Otavalo hierve de vida y ajetreo durante los sábados de mercado, cuando además coincide la celebración de la fiesta del Yamor, la atmósfera cobra una fuerza explosiva donde el color, los sonidos y los olores desbordan los sentidos del visitante. Las calles y los alrrededores de la ciudad se ven invadidos por los mienbros de las diferentes comunidades otavaleñas que acuden engalanados con sus mejores vestidos tradicionales para asistir y ser protagonistas de los bailes folklóricos propios de la festividad. Las bandas de músicos con sus quenas, zampoñas, rondadoras, tambores y charangos se hacen los dueños del sonido que planea ininterrumpidamente durante dia y noche.

A la hora del ocaso del sol comienza la fabulosa cabalgata que recorre la ciudad. En ella desfilan las carrozas lujosas que han añadido a las fiestas las peñas criollas, pero los verdaderos protagonistas siguen siendo las rondallas, comparsas y danzantes indígenas que desfilan bailando sin cesar al son de sus músicas tradicionales. Ya es tarde y ha entrado bien la noche mientras el desfile va cobrando un pulso febril.

El momento culminante que desborda las pasiones festivas de los otavaleños es cuando hace su aparición en la fiesta la mitólogica y legendaria figura del "Coraza" precedido de los "Yumbos" y de los "Loeros", danzantes ataviados con extrañas máscaras y camisolas de vivos colores. El Coraza representa a Atahualpa, el último monarca inca, va montado a caballo con la cara cubierta con colgantes hechos de pbjetos preciosos y perlas, su rostro va maquillado de blanco y porta un casco que decora su cabeza. El Coraza pasa en medio de un gentío delirante rodeado de un séquito de indígenas que lo protege acordonando su paso con sogas en las que van insertadas monedas y otros objetos. En los rostros de bronce de los miembros del séquito protector se ve reflejado, sin duda, todo el orgullo y la fuerza que hacen valer los valores históricos de los otavaleños, no en vano es la fiesta de la cosecha, del Yamor, ofrecida a la Pachamama que regala sus frutos a sus queridos hijos: ellos son los indígenas de siempre.