Derechos para Tod@s
Número 18
enero - febrero 2004




VENEZUELA
EL IMPERIO SOBRE VOLCANES


Abdel M. Fuenmayor

La oposición, o cuando menos un sector de ella, se ha trazado como objetivo derrocar el gobierno del Presidente Hugo Chávez Frías, sin importar el medio que conduzca a este fin: sea el referendo revocatorio, un golpe militar, violencia callejera, actos terroristas o cualquiera otro que conduzca a derribar el actual gobierno. Ello, entre otras cosas, revela la falsedad del credo democrático que con frecuencia sacan a relucir como pretexto o fundamento de su rabioso empeño. Queda, así, puesto en evidencia, que el poder tradicional, aquí y en la mayor parte de los otros países latinoamericanos, sólo persigue el beneficio de unos pocos, manteniendo su dominio para extraer y apoderarse de la mayor parte de las riquezas de sus respectivos países, y así gozar de las ventajas y privilegios que ambos, poder y riqueza, proporcionan a estas cúpulas que se han encumbrado merced a la ignorancia y pasividad de las masas explotadas. Pero las prerrogativas de que gozan los sectores poderosos no benefician sólo a ellos, sino que constituyen un modo muy eficaz para que los poderes mundiales que radican en los países industrializados (desarrollados o centrales) impongan su imperialismo sobre los países desfavorecidos (países marginales), y exploten a su sabor las riquezas naturales de estos últimos y a sus pueblos sometidos. Estas cúpulas poderosas de los países marginales, con el apoyo más o menos generalizado de sus clases medias ¿también beneficiarias del sistema de explotación? traicionan sus propios países, los venden y los entregan, y contribuyen a su sometimiento. Son amos en sus propias tierras y esclavos de los poderosos de afuera.

En Venezuela, las cosas se les han venido complicando a esas elites nacionales de poder. Abiertamente enfrentadas al actual Gobierno, conspiran para obtener su caída, con el apoyo declarado del Gobierno norteamericano. Las cosas, sin embargo, no parecen tan sencillas ni se presentan con la facilidad con que se manejaron en Chile para lograr el derrocamiento del Presidente Allende. En efecto, los poderosos que instigan la caída del actual Gobierno temen que el referendo revocatorio les fracase, y, en tal caso, como no cejarían en su empeño, patrocinarían el golpe militar, la violencia callejera o la intervención yankee. La violencia callejera, los actos de sabotaje y la propagación del terror, por sí solos, no tienen mucha posibilidad de derribar el gobierno de Chávez. El apoyo decidido al actual Presidente de una proporción grande de la población podría, en el peor de los casos, desencadenar una guerra civil, sobre todo teniendo en cuenta que un sector nada despreciable de los comandos militares estarían del lado de la legalidad democrática. Los enfrentamientos militares causarían gran número de víctimas de los dos lados, y la oposición, más que la población pobre, teme los efectos que sobre ellos mismos pueda tener una contienda similar. Sólo unos pocos, muy pocos, los altos dirigentes de la oposición, tienen los medios para evadir las consecuencias exiliándose en el exterior (de hecho ya lo han hecho algunos de ellos preservando así su seguridad y su bienestar), donde poseen considerables riquezas extraídas ilegítimamente de su país.

El recurso decisivo con el que cuenta la oposición no es otro que la intervención norteamericana. El gobierno de este país ya ha demostrado que no tiene rubor ni reserva alguna en invadir, destruir, asesinar, mentir o cometer cualquier género de fechorías cuando de sus intereses materiales se trata. Y aquí en Venezuela está ?como lo llamaba Pérez Alfonso? "el cagajón del diablo"; el oro líquido que alimenta el hiperdesarrollo, el lujo y el derroche de los pocos países centrales y el de los sectores cómplices de los países marginales. Por el petróleo, están ellos dispuestos a romper cualquier norma, a desbaratar cualquier principio, a cometer genocidios, a asociarse con lo peor del género humano. Sin embargo, como ya dijimos, no es tan fácil vencer al ratón. El gobierno de los EE.UU. no las tiene todas consigo. La situación en Irak se le embrolla cada vez más y la popularidad del Presidente Bush declina en la misma medida en que aumenta el número de víctimas norteamericanas en el Medio Oriente. Con Irak se repite la historia de Vietnam y de Corea del Norte donde se libraron prolongadas guerras inútiles que costaron millares de víctimas norteamericanas y millones de los países invadidos. Queda, además, la conflictiva y difícil cuestión del resto del Medio Oriente, especialmente lo que involucra a Siria, Israel y Palestina, y también la de Afganistán, Indonesia, Filipinas y Corea del Norte. En estas circunstancias, no luce muy inteligente prender una nueva mecha que puede encender un inmenso e inagotable polvorín en Venezuela, Colombia y quizás hasta en Brasil y otros países fronterizos. Las condiciones parecen estar dadas para una erupción de tal magnitud. Aunque los EE.UU. proporcionen ayuda económica, militar y logística a la oposición venezolana, no parece que ello bastaría (de lo cual ya es buen ejemplo Colombia) para que los poderes tradicionales se asentaran cómodamente en el gobierno. Podrían bombardear el país y ocasionar millares de víctimas; pero, ya se ha demostrado, los ataques aéreos y navales no son suficientes para suprimir la eventual resistencia, y una invasión por tierra podría reproducir el problema que los EE.UU. enfrentan en Irak. Abrir muchos frentes, en la situación del panorama económico y político de los EE.UU., suena a locura o irracionalidad obsesiva.

Se dice que a Ortega, el dirigente de la CTV y uno de los más furiosos agentes de la oposición, le grabaron una conversación en cuyo texto afirma que si es necesario habrá que proceder a la violencia para derribar a Chávez, e implantar luego una dictadura (férrea) por 10 ó 200 años para someter a los "chavistas" y contener el generalizado descontento que inevitablemente surgirá posteriormente. Sea o no sea cierta la noticia de la grabación, es posible que el Sr. Ortega tenga razón cuando se miran las cosas desde un punto de vista del poder y no del de la justicia. Hitler o Pérez Jiménez estarían de acuerdo con Ortega. Muy probablemente, también lo estarían el Presidente Bush y sus allegados Aznar, Tony Blair, Berlusconi y otros muchos más. Pero, ¿será ésa la solución para las elites de poder tradicionales y para sus socios en el exterior? ¿Podrán contener por la fuerza, la represión bruta y la violencia la marejada de descontento que surge en todos estos pueblos escarnecidos por una pobreza creciente y por una marginalidad degradante? La historia de todos los antiguos imperios y el actual panorama mundial inclinan a una respuesta negativa. Los EE.UU. y sus asociados del mundo industrializado, ante el intento de sacudir el yugo que se observa en los pueblos de diversos países marginales, y el temor de que estos intentos se generalicen, pretenden emprender una reconquista mundial armada. El dominio mediante la manipulación de conciencias, la ignorancia programada y la extensión de la corrupción parecen estar fracasando. Las cosas se ponen que arden. Donde quiera hay volcanes listos para hacer erupción.