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Número 16
septiembre - octubre 2003




LA CRISIS DEL PROYECTO GLOBALIZADOR Y LA "NUEVA ECONOMÍA" DE BUSH
LA OMC (ORGANIZACIÓN MUNDIAL DEL COMERCIO) Y UN IMPERIO SIN CONSENSO

Walden Bello. profesor en la Universidad de Filipinas y director de Focus on the Global South con sede en Bangkok. Es activista y escritor del movimiento global anti-corporaciones.


Estos son extractos del texto leído en la Conferencia sobre Tendencias en la Globalización, en la Universidad de California, en mayo pasado. Publicado por Masiosare-La Jornada. Traducción: Yari Donatella

El fin de los festejos en torno a los posibles acuerdos de la Organización Mundial de Comercio, es el punto de partida para que el autor examine los rasgos de la "nueva economía" del gobierno estadunidense y el choque entre globalizadores y proteccionistas en las entrañas mismas del imperio.

RESULTADO DE OCHO AÑOS DE NEGOCIACIONES, la Organización Mundial del Comercio (OMC) fue lanzada en 1995 como la gema de la gobernabilidad económica en la era de la globalización. Los casi 20 acuerdos comerciales que cimentaban a la OMC fueron presentados como un grupo de reglas multilaterales que eliminarían el poder y la coerción de las relaciones comerciales, sometiendo tanto a poderosos como a débiles a un mismo conjunto de reglas respaldadas por un efectivo aparato regulador. La OMC fue un hito, declaró George Soros, por ser el único organismo supranacional al cual se sometería la más grande fuerza económica mundial: Estados Unidos (1). Dentro de la OMC, se dijo, el poderoso Estados Unidos y la débil Ruanda, tendrían exactamente el mismo número de votos: uno.

El clamor fue de triunfo durante la Primera Conferencia Ministerial de la OMC, celebrada en Singapur en noviembre de 1996, donde la OMC, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, emitieron su famosa declaración diciendo que la tarea del futuro era hacer que las políticas de comercio internacional, finanzas y desarrollo fueran “coherentes” para poder así sentar las bases de la prosperidad mundial.

La crisis del proyecto globalizador

A principios del 2003, los aires de triunfo habían desaparecido. Conforme se acerca la Quinta Conferencia Ministerial de la OMC, la organización está en una encrucijada. Un nuevo acuerdo en agricultura no parece cercano ya que Estados Unidos y la Unión Europea (UE) defienden con determinación sus subsidios de miles de millones de dólares. Bruselas está a punto de sancionar a Washington por ofrecer incentivos fiscales a los exportadores que infringen los acuerdos de la OMC, mientras que Washington ha amenazado con abrir un caso en la OMC contra la UE por su moratoria contra de los alimentos genéticamente manipulados. Los países en desarrollo afirman unánimemente que la mayor cosecha de su pertenencia a la OMC son costos, no beneficios. Se niegan rotundamente a una mayor apertura de sus mercados, excepto bajo coerción e intimidación. En vez de anunciar una nueva ronda de liberalización comercial global, parece que la Conferencia Ministerial en Cancún anunciará una parálisis.

El contexto para entender esta parálisis en la OMC es la crisis del proyecto global –cuyo principal logro fue la creación de la OMC– y el nacimiento del unilateralismo como el principal componente de la política exterior estadunidense.

El stalingrado del FMI

Ha habido tres momentos en la creciente crisis del proyecto globalizador.

El primero fue la crisis financiera asiática de 1997. Este evento, que domó a las orgullosas fieras de Asia, reveló que uno de los principios clave de la globalización –la liberalización de la cuenta de capital para promover flujos de capital más libres, especialmente de capital financiero y especulativo, podía ser profundamente desestabilizante... Se demostró cuan profundamente desestabilizador podía ser liberar el mercado del capital cuando, en tan sólo pocas semanas, un millón de personas en Tailandia y 21 millones en Indonesia rebasaron la línea de pobreza. (2)

La crisis asiática fue la stalingrado del FMI, el principal agente global de los flujos de capital libres. Su récord, en la ambiciosa empresa de someter casi 100 economías emergentes y en desarrollo a “ajustes estructurales”, volvió a aparecer, y los hechos que ya habían sido señalados por agencias de Naciones Unidas desde finales de los ochenta, asumían ahora el estatus de realidad. Los programas de ajustes estructurales diseñados para acelerar la desregulación, liberación de comercio y la privatización, habían institucionalizado la parálisis, empeorado la pobreza e incrementado la desigualdad en casi todos lados.

La explosión de Seattle

El segundo momento de la crisis del proyecto globalista fue el colapso de la Tercera Conferencia Ministerial de la OMC en Seattle, Washington, en diciembre de 1999. Seattle fue la intersección fatal de tres vertientes de descontento y conflicto que se habían estado formando por algún tiempo:

• Los países en desarrollo resintieron la desigualdad de los Acuerdos de la Ronda Uruguay que se habían sentido obligados a firmar en 1995.

• Emergió una masiva oposición popular a la OMC de los diversos sectores de la sociedad civil global, incluyendo a agricultores, pescadores, sindicatos de trabajadores y ambientalistas. Por conformar una amenaza para el bienestar de cada uno de estos sectores en sus acuerdos, la OMC logró unir a la sociedad civil mundial en su contra.

• Hubo conflictos comerciales sin resolver entre la UE y Estados Unidos, especialmente en agricultura, que simplemente habían sido pasados por alto en los Acuerdos de la Ronda Uruguay.

Estos tres elementos volátiles se combinaron para crear una explosión en Seattle, con la rebelión de los países en desarrollo contra el dictado del Norte en el Centro de Convenciones de Seattle, 50 mil personas que se agruparon en las calles, y la imposibilidad de la UE y EU para actuar en conjunto y salvar la Conferencia Ministerial, debido a sus diferencia irresueltas. En un momento de lucidez, justo después de la debacle de Seattle, el secretario de Estado británico, Stephen Byers, capturó la esencia de la crisis: “La OMC no puede continuar bajo su forma actual. Requiere de cambios fundamentales y radicales para que pueda satisfacer todas las necesidades y expectativas de sus 134 miembros". (3)

El colapso bursátil

El tercer momento en la crisis fue el colapso del mercado bursátil al final del boom Clinton. Éste no fue sólo la explosión de la burbuja, si no también la burda reafirmación de la clásica crisis capitalista de sobreproducción. Antes del colapso, las ganancias corporativas en los Estados Unidos no habían crecido desde 1997. Esto se relacionaba con el excedente en el sector industrial, cuyo ejemplo más deslumbrante podemos ver en el sector de las telecomunicaciones, donde sólo era utilizado el 2.5 % de su capacidad a nivel global. El estancamiento de la economía real llevó a la transferencia del capital al sector financiero, resultando en el vertiginoso ascenso en las acciones de valores. Pero debido a que las ganancias en el sector financiero no se pueden alejar demasiado de las ganancias en la economía real, una caída de los valores de la bolsa era inevitable, y esto ocurrió en marzo del 2001, llevando a una parálisis prolongada y al principio de la deflación.

La nueva economía de George W. Bush

La crisis de la globalización, el neoliberalismo, y la sobreproducción proveen el contexto para entender las políticas económicas de la administración Bush, notablemente su empuje unilateral. El proyecto corporativo global expresó el interés común de las elites económicas globales en expandir la economía mundial y su interdependencia fundamental. De cualquier forma, la globalización no eliminó la competencia entre las elites nacionales. De hecho, las elites gobernantes de Estados Unidos y Europa tenían facciones que eran más nacionalistas en carácter, así como más dependientes para su supervivencia y prosperidad del Estado, como el complejo industrial militar en Estados Unidos. Así es, desde los ochenta ha habido una fuerte lucha entre las fracciones más globalizadoras de las elites gobernantes enfatizando el interés común de la clase global capitalista en una creciente economía mundial, y los más nacionalistas, facciones hegemónicas que querían asegurar la supremacía de los intereses corporativos de EU.

Como ha señalado Robert Brenner, las políticas de Clinton y su secretario del Tesoro Robert Rubin, pusieron especial interés en la expansión de la economía mundial como la base de la prosperidad de la clase capitalista global. Por ejemplo, a mediados de los noventa impulsaron una fuerte política del dólar, que buscaba estimular la recuperación de las economías japonesa y alemana, para que pudieran servir como mercados para los productos y servicios estadounidenses. Por otro lado, la administración Reagan, más nacionalista, tuvo una política monetaria más débil para recuperar la competitividad de la economía de su país, a costa de las economías japonesa y alemana (4). Con la administración de George W. Bush, hemos vuelto a las políticas económicas, incluyendo una débil política del dólar, que tienen como objetivo revivir la economía norteamericana a costa de los otros centros económicos, e impulsar primordialmente los intereses de las elites corporativas de Estados Unidos en vez de aquellos de la clase capitalista global bajo las condiciones de un declive global.

Varios puntos de esta postura merecen desarrollarse:

• La política económica de Bush se preocupa mucho por un proceso de globalización que no esté controlado por un Estado que asegure que el proceso no altere el poder económico de Estados Unidos. Permitiendo que sólo el mercado conduzca la globalización, podría resultar en algunas empresas clave de Estados Unidos resulten víctimas de la globalización y por consiguiente comprometan los intereses económicos de EU. Ya que, a pesar de la retórica del mercado libre, tenemos un grupo que es altamente proteccionista cuando se trata de comercio, inversión y el manejo de los contratos gubernamentales. Parece que la máxima de los “bushitas” es proteccionismo para Estados Unidos y libre comercio para el resto de nosotros.

• La aproximación de Bush incluye un alto grado de escepticismo hacia la forma multilateral de gobierno económica mundial, ya que a pesar de que la forma multilateral puede promover los intereses de la clase capitalista mundial, pudiera bien, en varias instancias, contradecir intereses particulares de las corporaciones estadounidenses. La creciente ambivalencia del círculo de Bush hacia la OMC surge del hecho de que Estados Unidos ha perdido varias decisiones que podrían herir capital estadounidense pero servir a los intereses del capitalismo global como un todo.

Para la gente Bush, el poder estratégico es la mayor modalidad del poder.

• El poder económico es un medio para lograr el poder estratégico. Esto está relacionado con el hecho de que bajo el mandato de Bush, la facción dominante de la elite gobernante es la industria militar que ganó la guerra fría. El conflicto entre globalizadores y unilateralistas o nacionalistas alrededor de este eje, se muestra en la actitud hacia China. El acercamiento globalista pone énfasis en la relación con China, viendo primordialmente su importancia como un área de inversión y un mercado para el capital estadounidense. Los nacionalistas, por otro lado, ven a China principalmente como un enemigo estratégico, y prefieren contener que impulsar su desarrollo.

• Ni qué decir, el paradigma Bush no tiene espacio para el manejo ambiental, viendo éste como un problema por el que otros tienen que preocuparse, no Estados Unidos. Hay, de hecho, un fuerte grupo corporativo en el gobierno que cree que problemas ambientales como aquellos que rodean a los Organismos Genéticamente Modificados, son una conspiración europea para privar a Estados Unidos del uso de su alta tecnología de punta en la competencia global.

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Si las anteriores son las premisas de la acción, entonces los siguientes elementos prominentes de la reciente política económica norteamericana, tienen sentido:

Lograr el control sobre el petróleo en Medio Oriente. Si bien no abarcó todos los objetivos bélicos de la administración en la invasión de Irak, estaba ciertamente muy arriba en la lista. Con la competencia con Europa convirtiéndose en el aspecto principal de la relación trasatlántica, esto claramente apuntaba en parte a Europa. Pero quizá la meta estratégica era apropiarse de los recursos de la región para controlar el acceso a ellos de una China carente de energía (5).

Proteccionismo agresivo en asuntos de comercio e inversión. Estados Unidos ha apilado un acto proteccionista tras otro, siendo uno de los más sonados el haber detenido cualquier movimiento en las negociaciones dentro de la OMC, por desafiar el apoyo brindado por la Declaración Doha a los asuntos de salud pública por encima de los derechos de propiedad intelectual, limitando la apertura de los derechos de patente a tan sólo tres enfermedades en respuesta a los intereses de su industria farmacéutica. Mientras parecen perfectamente dispuestos a ver como se deshilan las negociaciones de la OMC, Washington ha puesto su mayor interés en firmar convenios comerciales bilaterales o multilaterales con otros países (como el TLC), antes de que la Unión Europea consiga tratados similares. De hecho, el término “libre comercio” es erróneo ya que éstos son en realidad tratados preferenciales de comercio.

Incorporación de consideraciones estratégicas a tratados comerciales. En un discurso reciente, el representante comercial de Estados Unidos, Robert Zoellick, dijo explícitamente que “los países que buscan acuerdos de libre comercio con Estados Unidos deben pasar una inspección en más que criterios de economía y comercio para ser elegibles. Como mínimo, dichos países deben cooperar con los Estados Unidos en sus objetivos de política exterior y seguridad nacional, como parte de los 13 criterios con los que se guiarán para seleccionar a los potenciales socios de tratados de libre comercio”.

Manipulación del valor del dólar para depositar los costos de la crisis económica en rivales de las economías centrales y devolver competitividad a la economía norteamericana. Una lenta depreciación del dólar frente al euro, puede ser interpretada como un ajuste basado en los mercados, pero el 25% de caída en su valor no puede ser visto, ni en lo más mínimo, como una política de descuido. Mientras la administración Bus ha negado que esta sea una política de mendiga-a tu-vecino, la prensa de negocios estadounidense la ha visto como lo que es: un esfuerzo por revivir la economía norteamericana a expensas de la Unión Europea y otras grandes economías.

Manipulación agresiva de agencias multilaterales para que impulsen los intereses del capital estadounidense. Mientras puede que esto no sea muy fácil de lograr dentro de la OMC por su apego al peso de la Unión Europea, puede hacerse con mayor facilidad en el Banco Mundial y el FMI, donde el dominio estadounidense está más institucionalizado. Por ejemplo, a pesar del apoyo a la propuesta por parte de muchos gobiernos europeos, la oficina del Tesoro norteamericana recientemente deshizo la propuesta de la administración del FMI par un Mecanismo Soberano de Reestructuración de la Deuda (MSRD), que permitiría a los países en desarrollo reestructurar su deuda al mismo tiempo que les ofrecía una medida de protección de los acreedores. De por sí un mecanismo muy débil, el MSRD fue vetado por el Departamento del Tesoro norteamericano (6).

Hacer que las otras economías centrales así como los países en desarrollo carguen el peso de ajustarse a la crisis ambiental. Mientras que algunos de los colaboradores de Bush no creen que exista una crisis ambiental, otros saben que el promedio actual de las emisiones globales invernadero es insostenible. De cualquier manera, quieren que otros carguen con el peso de los ajustes ambientales, ya que eso significaría tanto la exención de las industrias estadounidenses ambientalmente ineficientes del costo de dichos ajustes, como paralizar a otras economías con costos mayores que los que tendrían si Estados Unidos participara en un proceso de ajuste equitativo, dándole así a su país una fuerte delantera en la competencia global. Cruda economía “realpolitik" (de política expansionista), no ceguera fundamentalista, compone la raíz de la decisión de Washington de no firmar el Protocolo de Kyoto.

La economía y la política del desgaste

Cualquier discusión sobre los posibles resultados de las políticas económicas de la administración Bush, debe tomar en cuenta tanto el estado de la economía estadounidense y global, como el panorama estratégico mayor. Un punto clave para el manejo imperial exitoso es la expansión de la economía nacional y global –algo bloqueado por el extenso periodo de deflación y parálisis que se avecina, que tiene más posibilidades de encender las rivalidades inter-capitalistas.

Es más, los recursos incluyen no sólo recursos políticos y económicos, si no políticos e ideológicos también. Ya que sin legitimidad –sin lo que Gramsci llamó “el consenso” de los dominados que hace a un régimen justo– el manejo imperial no puede ser estable.

Enfrentado al problema similar de asegurar la estabilidad a largo plazo de su dominio, el Imperio Romano llegó a la solución de lo que fue hasta entonces el más impactante caso de lealtad de masas jamás logrado, y que prolongó el imperio por 700 años. La solución de los romanos no era justa ni de carácter principalmente militar. Los romanos se dieron cuenta que un componente esencial para el éxito del dominio imperial era el consenso entre los dominados de lo “correcto” del orden romano. Como nota el sociólogo Michael Mann en su clásico Fuentes del Poder Social, “el punto decisivo” no es tanto militar como político. “Los romanos”, escribe, “ poco a poco se toparon con al invención de la nacionalidad territorial extensiva” (7). La extensión de la nacionalidad romana a los grupos de poder y la gente no esclava a lo largo del imperio, fue una ruptura política que produjo lo que “probablemente haya sido el mayor compromiso colectivo hasta entonces logrado”. La ciudadanía política, combinada con la visión del Estado como proveedor de paz y prosperidad para todos, creó ese intangible pero esencial elemento moral llamado legitimidad.

No es necesario decir que la extensión de la ciudadanía no juega un papel en el orden imperial estadounidense. De hecho, la ciudadanía estadounidense es celosamente reservada para una minúscula minoría de la población mundial, y la entrada en el territorio está fuertemente controlada. La población subordinada no es integrada, si no mantenida bajo vigilancia por la fuerza, o la amenaza del uso de la fuerza, o un sistema de reglas e instituciones regionales o globales –la Organización Mundial de Comercio, el sistema Breton Woods, la OTAN– que son cada vez más obviamente manipulados para servir a los intereses del centro imperial.

Mientras que la extensión de la nacionalidad universal no ha sido nunca un arma en el arsenal estadounidense, durante su batalla con el comunismo en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos inventó una fórmula política para legitimar su alcance global. Los dos elementos de dicha fórmula fueron un sistema de gobierno global multilateral, y la democracia liberal.

En los cálculos inmediatos al fin de la guerra fría, hubo, de hecho, difundidas expectativas de una versión contemporánea de la Paz romana. Hubo esperanza entre los círculos liberales de que Estados Unidos usaría su estatus de única super-potencia para crear un orden multilateral que institucionalizaría su hegemonía y asegurara una paz global agustiniana. Aquel era el camino de la globalización económica y gobierno multilateral. Aquel era el camino eliminado por el gobierno de Bush y su política unilateral.

Como observa Frances Fitzgerald en Fuego en el Lago, la promesa de una democracia liberal extensiva, fue un muy poderoso ideal que acompañó a las armas estadounidenses durante la guerra fría (8). Pero hoy, las democracias liberales como las de Washington o Westminister, están en aprietos entre el mundo en desarrollo, donde han sido reducidas a proveer fachadas para gobiernos oligárquicos, como en Filipinas, en el Pakistán pre-Musharraf, y a lo largo de América Latina. De hecho, la democracia liberal en Estados Unidos, es cada ve menos democrática y menos liberal. Ciertamente, pocos en el mundo en desarrollo ven como modelo a un sistema alimentado y corrompido por el dinero de las corporaciones.

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Recuperar la visión moral, necesaria para crear consenso a la hegemonía de EU, será excesivamente difícil. De hecho, el acuerdo en Washington estos días, es que el proveedor más efectivo de consenso es la amenaza del uso de la fuerza. Es más, a pesar de su discurso sobre instaurar la democracia en los países árabes, la meta principal de los escritores neoliberales influyentes como Robert Kagan y Charles Krauthammer es transparente: la manipulación de los mecanismos democráticos liberales para crear competencia plural que destruya la unidad árabe. Llevar la democracia al mundo árabe no es ni siquiera un segundo pensamiento que se suelta como eslogan mientras se muerden la lengua.

La gente de Bush no está interesada en crear una nueva Paz Romana. Lo que quieren es una Paz Americana en la cual al mayoría de las poblaciones subordinadas como las árabes, se mantengan a raya por un sano respeto al poderío letal estadounidense, mientras la lealtad de otros grupos como el gobierno filipino se compra con la promesa de dinero. Sin una visión moral suficiente para atar a la mayoría global al centro imperial, esta modalidad de manejo imperial sólo puede inspirar una cosa: resistencia.

El gran problema de la unilateralidad es el desgaste, o un desencuentro entre los intereses estadounidenses y los recursos necesarios para satisfacer dichos intereses. El desgaste es relativo, es decir, es en gran medida una función de la resistencia. Un poder desgastado puede, de hecho, estar en una peor condición a pesar del aumento en su poder militar, si la resistencia a su poder aumenta en un grado aún mayor. Entre los indicadores principales del desgaste están los siguientes:

• La continua inhabilidad de Washington para crear un nuevo orden político en Irak que sirva como una base segura para un orden colonial;

• su fracaso para consolidar un régimen pro-americano en Afganistán, fuera de Kabul;

• la inhabilidad de su aliado estratégico, Israel, para contener, a pesar del apoyo incondicional de Washington, el levantamiento del pueblo palestino;

• el encendido sentimiento árabe y musulmán en Medio Oriente, y el su y sureste asiáticos, que han aportado grandes ganancias ideológicas a los fundamentalistas islámicos –que fue lo que Osama Bin Laden deseaba en un primer lugar;

• el colapso de la Alianza Atlántica de la guerra fría, y el surgimiento de una nueva alianza opositora con Francia y Alemania a la cabeza;

• el avance de un movimiento global de la, cada vez más poderosa, sociedad civil en contra de la unilateralidad estadounidense, militarización, y hegemonía económica, cuya expresión reciente más significativa fue el movimiento global en oposición a la guerra;

• la llegada al poder de movimientos anti-neoliberales, anti-estadounidenses en el propio patio trasero de Washington –Brasil, Venezuela y Ecuador– mientras la administración Bush se preocupa de Medio Oriente;

• un impacto negativo cada vez mayor del militarismo sobre la economía estadounidense, mientras que el gasto militar se vuelve dependiente del gasto financiado mediante déficit y el gasto financiado mediante déficit depende a su vez del financiamiento por fuentes externas, creando más tensiones y problemas en una economía que está ya al límite del colapso.

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En conclusión, el proyecto globalizador está en crisis. Que pueda resurgir por medio de un gobierno demócrata o republicano, no debe ser descartado, sobre todo cuando hay voces globalizadoras influyentes en la comunidad de negocios en Estados Unidos que han expresado oposición al impulso unilateralista de la administración Bush (9). Sin embargo, desde nuestro punto de vista, esto no es muy probable, ya que el unilateralismo reinará todavía por un tiempo más.

Hemos, en breve, entrado a una turbulencia histórica marcada por una prolongada crisis económica, el aumento de la resistencia global, la reaparición del balance de poder entre estados centrales, y el resurgimiento de agudas contradicciones inter-imperialistas. Debemos tener un sano respeto por el poder de Estados Unidos, pero no debemos sobreestimarlo. Existen los signos de que Estados Unidos está seriamente desgastado y lo que parecen ser manifestaciones de fuerza, pudieran ser en realidad señales de debilidad estratégica.

NOTAS:

(1). George Soros, On Globalization (Nueva York: Public Affairs, 2002) p. 35.
(2). Jacques-chai, Chomthongdi, "El legado asiático del FMI" en Prague 2000: why We Need to Decommission the IMF and the World Bank (Bangkok: Focus on the global south, 2000), pp. 18, 22.
(3). Citado en "Deadline Set for WTO Reforms," Guardian News Service, 10 de enero 2000.
(4). Ver Robert Brenner, The Boom and the Bubble (Nueva York: Verso, 2002), pp. 128-133.
(5). "Zoellick Says FTA Candidates Must Support US Foreign Policy," Inside US Trade, 16 de mayo 2003. Este artículo resume un discurso pronunciado por Zoellick el 8 de mayo del 2003.
(6). Sobre los agudos conflictos entre el Departamento del Tesoro estadounidense y los oficiales del FMI, ver Incola Bullard, "The puppet master shows his hand," Focus on Trade, abril 2002 (http://focusweb.prg/popups/articleswindow.php?id=41).
(7). Michael Mann, The Sources of Social Power, Vol.1 (Cambridge: Cambridge University Press, 1998), pp. 254.
(8). Frances Fitzgerald, Fire in the lake, (Nueva York: Random House, 1973), p. 116.
(9). Ver George Soros, " America´s role in the world," discurso en la Paul H. Nitze School for International Studies, Washington, DC, 7 de marzo 2003.