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Número 14
abril - mayo 2003




PRECARIEDAD LABORAL EN PRISIÓN
JORNADAS "CUESTIONANDO LA PRISIÓN"

Amaia Pérez Orozco, economista y miembro de la Comisión contra la precariedad y la exclusión de la CGT

Es necesario explicar de dónde surgen las reflexiones que se van a exponer en este texto antes de pasar a ellas. Las ideas sobre precariedad que aquí comentaremos se enmarcan en las líneas de reflexión y debate que se están siguiendo en la comisión confederal contra la precariedad y la exclusión de CGT. Esta comisión surge de la constatación de que la problemática a la que se enfrenta CGT como sindicato y como movimiento social está cambiando. La precariedad y la exclusión se están convirtiendo en realidades sociales de una importancia enorme, por su extensión y profundidad. Ante situaciones de empleo precario, CGT ha desarrollado dos modelos de intervención, el de telemárketing y el de autoorganización de algunos colectivos de inmigrantes. A pesar del cierto éxito de estos dos casos, estos modelos no son adaptables a otras circunstancias. Por todo esto, se plantea la necesidad de conocer más a fondo los fenómenos de la precariedad y la exclusión. De esta inquietud surge esta comisión, con varios objetivos: reflexionar y analizar estos dos temas, trabajar en la sensibilización, concienciación y difusión de su problemática y permitir el cambio de dinámicas de trabajo y acción por parte de la organización. Es en el contexto de este grupo de trabajo donde surgen las ideas sobre precariedad que vamos a compartir con vosotras/os.

Comencemos por un breve resumen de lo que vamos a contar, a fin de que sea más fácil seguir el hilo argumental. Enmarcamos la precariedad laboral (es decir, la precariedad en el empleo, en el trabajo remunerado tanto formal como informal) dentro de una idea más amplia de precariedad en la vida, que incluye aspectos no directamente vinculados al empleo. Preguntarnos qué significa eso de precariedad en la vida significa preguntarnos qué cosas necesitamos para vivir, cuya falta o inseguridad nos genera malestar (o nos excluye socialmente). Veremos así diferentes formas de vivir la precariedad (o las precariedades) relacionadas con los distintos ámbitos de las necesidades y de las formas de satisfacerlas. Enmarcaremos todo este proceso en una reflexión sobre cómo que esto ocurra es posible porque vivimos una sociedad que se ha organizado con los mercados como epicentro y que los establece como prioridad social. Es decir, estamos en una sociedad que permite que la lógica de acumulación que rige a los mercados capitalistas sea también la lógica que rige al conjunto del sistema socioeconómico. Por último, intentaremos establecer ciertos vínculos entre la precariedad y la exclusión, fenómenos que entendemos que no están claramente diferenciados, sino profundamente interrelacionados.

1 Una idea de precariedad

Proponemos definir la precariedad como la inseguridad en el acceso sostenido a los recursos necesarios para satisfacer las necesidades. Es decir, no estamos hablando de precariedad en el empleo, ni en el acceso a un salario. Ni siquiera hablamos de precariedad en la obtención de un ingreso monetario, sea vía mercado laboral (salario) o vía prestaciones públicas (salario diferido). Proponemos una concepción más amplia, que englobe al conjunto de necesidades y que, luego, pase a ver por qué no se satisfacen o no es seguro que se puedan satisfacer. La precariedad laboral / en el empleo será una parte importante de esta idea amplia de precariedad, pero no será el todo. Creemos, además, que hablar en este sentido extenso puede ayudar mejor a entender fenómenos de precariedad en las prisiones que una idea estrecha relacionada con la falta o inseguridad de un trabajo remunerado o de un sueldo.

2. ¿De qué necesidades hablamos?

Es la primera pregunta a la que tenemos que responder si queremos entender la inseguridad en su satisfacción. Habitualmente, mencionar la palabra necesidades nos lleva a hablar, estrictamente, de necesidades materiales (comida, vivienda, abrigo, transporte...) y también suele traernos unas ciertas connotaciones miserabilistas, como si estuviéramos dando un discurso asistencial constreñido a pedir necesidades de supervivencia para los "millones de pobres del planeta". Sin embargo, estos presupuestos nos ayudan muy poco o más bien nada en la lucha política o en un cuestionamiento global del sistema económico y social en que vivimos.

En primer lugar, hemos de atender a la faceta multidimensional de las necesidades, evitando esa asociación directa entre necesidad y recursos materiales. Efectivamente, existen necesidades materiales (que podemos ver de forma más o menos amplia: desde tener agua potable hasta poder permitirte los cigarros diarios que quieras/necesites). Pero hay una dimensión inmaterial de las necesidades que, muy a menudo, permanece en el limbo de lo invisible. Estas necesidades inmateriales hacen referencia a: los afectos, las relaciones sociales, la libertad, la autonomía personal, la identificación cultural... Y, sin embargo, las dos dimensiones no son escindibles, no pueden comprenderse por separado. Por ejemplo, queremos tener un empleo para tener un ingreso, pero no queremos que sea un empleo alienante. O necesitamos una vivienda, pero también poder escoger dónde, con quiénes compartirla y en qué condiciones. O, en caso de enfermedad, necesitamos medicinas, pero también a alguien que nos cuide y nos apoye. En prisiones, quizá podemos decir que las necesidades materiales están, más o menos, cubiertas (al menos, cubiertas, en general, a un nivel de supervivencia básica). Todo el mundo tiene una cama, y algo que comer, y ropa que ponerse. Pero la faceta más inmaterial está totalmente al descubierto, partiendo de que hablamos de una privación básica de libertad.

Por otra parte, las necesidades tienen un componente relacional central. Es decir, más allá de la mínima supervivencia, no pueden definirse en abstracto, sino en relación con una sociedad dada, con un momento dado, y con un colectivo dado. En cada sociedad, y en cada momento, pueden considerarse como necesarias cosas totalmente distintas: la necesidad de tener luz eléctrica no es universal ni ahistórica, y tampoco lo es la necesidad de "formar una familia". Además, en su construcción entran en juego diversos sistemas de poder. El caso más comentado es el del capitalismo a través de la publicidad. El capitalismo tiene que originar constantemente nuevas necesidades en las/os consumidoras/es para mantenerse en funcionamiento. Pero también otros sistemas crean necesidades. Por ejemplo, el patriarcado hace que la sexualidad (y, por tanto, las necesidades sexuales) se perciban de forma diferente por mujeres y hombres, o la necesidad de cuidarse el cuerpo, o el que los hombres necesiten un empleo, mientras que durante largo tiempo las mujeres no se sentían frustradas por no tenerlo. También las clases, los niveles de educación, la cultura o religión de que se provenga... todos estos aspectos demarcan lo que se entiende por necesario. Así, en prisiones, se destruye, por ejemplo, la necesidad de organizar tus horarios vitales.

Y, finalmente, las necesidades son algo subjetivo. En última instancia, cada persona percibe como necesario cosas totalmente distintas, porque esto es parte intrínseca de su identidad.

3. Formas de precariedad

Partiendo de que la precariedad es la inseguridad en el acceso sostenido a los recursos que nos permiten satisfacer las necesidades y dado que vemos las necesidades como un concepto muy amplio, podemos hacer visibles muchas formas de precariedad que pueden vivirse simultáneamente y que están, claro, interrelacionadas.

Hablemos de la precariedad laboral, la relacionada con el empleo, esa que tantas veces se considera como la única y que es parte fundamental, pero en absoluto única y menos aún irremediablemente fundamental, de la precariedad en nuestras vidas. Por precariedad en el empleo entendemos varias cosas: la inseguridad en la duración del empleo, la inseguridad en las remuneraciones y unas condiciones de trabajo inseguras. La inseguridad en el cuánto y cuándo vamos a trabajar (a cambio de un salario) viene por múltiples vías:

- contratos temporales en auge
- facilidades crecientes de despido
- contratos a tiempo parcial
- flexibilización de la jornada en función de los intereses empresariales
- obligatoriedad de las horas extras
- convivencia del paro, el trabajo a tiempo parcial etc. con el pluriempleo, las horas extras, el destajo...
- el desempleo visible (oficial)
- el desempleo invisible (el paro oculto, que no entra en las estadísticas oficiales: personas en paro que no buscan "activamente" empleo porque están desanimadas; o que están subempleadas, con menos horas de las que querrían; o que quieren y buscan empleo, pero no están inmediatamente "disponibles")
- ...


La inseguridad en el empleo también aparece por la vía de las remuneraciones. Los salarios pierden poder adquisitivo, la proporción fija y preestablecida de los sueldos es cada vez menor y aumenta la variable en función de comisiones, trabajo realizado, resultados empresariales... Y la inseguridad está también en función de las condiciones de trabajo. La movilidad geográfica (entre ciudades o dentro de la misma ciudad, que, en urbes como Madrid puede suponer que lo que tardes en llegar al curro varíe en más de una hora según donde te toque esta vez). El cambio de labores a ejecutar (la polivalencia de los conocimientos). Las condiciones laborales, que pueden poner en riesgo la salud física y psíquica... Todas estas formas de precariedad se agravan y acumulan en el empleo informal, aquel que no está cubierto por la legislación laboral.

No sé sabe muy bien cuándo, cuánto y por qué dinero vamos a currar. Ni en qué condiciones lo vamos a hacer. Y, si esto es así fuera de las prisiones, en ellas, la precariedad en el empleo adquiere proporciones extremas.

Pero la precariedad en el acceso a recursos es más amplia que la precariedad en el empleo. Por una parte, la precariedad en el acceso a unos ingresos monetarios puede venir por más vías. Se puede recibir dinero (un medio para satisfacer necesidades, gracias a la compra de bienes y servicios en los mercados, no lo olvidemos) de personas cercanas, sobretodo familiares, o del estado. En el primer caso, la "dependencia" de los ingresos que te proporcionan personas cercanas puede generar situaciones de inseguridad, porque el que sigas o no recibiendo está en función de que la relación se mantenga, o de que se mantenga en buenos términos, o de que esas personas, a su vez, tengan alguna fuente de ingresos. En prisiones, la mayoría de las/os presas/os reciben dinero de personas en libertad.

Por otra parte, en lo que se refiere a recibir ingresos del estado, hay que apuntar que las incertidumbres que se viven en el empleo se reproducen a la hora de recibir prestaciones públicas a causa de cómo funciona el llamado estado del bienestar. Luego comentaremos más este punto.

Pero los recursos monetarios no son todos los recursos que necesitamos. También necesitamos otros y, en el acceso a ellos, también podemos vernos en situaciones precarias. Por ejemplo, un recurso es el espacio. El no disponer de un espacio propio, o de la capacidad de decisión sobre el espacio en el que vives, eso también es precariedad. Como lo es el no disponer de tiempo para ti, o no poder decidir qué hacer con tu tiempo. En prisiones, todo tu tiempo y todo tu espacio está socializado, se comparte y no se puede decidir sobre ellos, lo cual genera una fuerte sensación de precariedad, de incertidumbre vital. Otra serie de recursos son, por ejemplo, los papeles que te otorgan residencia legal o ciudadanía. La falta de papeles supone una inseguridad permanente, porque no puedes exigir derechos, porque en cualquier momento puedes ser detenida/o... O porque dependes de unas instituciones públicas desconocidas o de personas particulares y de su "buena voluntad" para que tu situación se "regularice" mediante un permiso de residencia, un contrato de trabajo etc. Otra necesidad fundamental es la de cuidados. Somos personas interdependientes. A lo largo de nuestra vida, nos toca cuidar (sobretodo, es a las mujeres a quienes nos toca), pero también nos vemos en situaciones en que necesitamos que nos cuiden. Nos puede cuidar alguien pagado para ello, o una persona cercana. En el segundo caso, las relaciones afectivas que se establecen, la cobertura de esa faceta inmaterial de las necesidades es mucho más fuerte. En prisión, nadie cercano puede atenderte, existe una tremenda precariedad en el acceso al cuidado. Estos son simples ejemplos de una visión más amplia de la precariedad como inseguridad, incertidumbre en la disponibilidad de los recursos que necesita una persona.

Por otra parte, también se puede trabajar en precario en trabajos no remunerados. Las personas trabajamos en muchas más cosas aparte de aquellas por las que nos pagan. Hay un montón de trabajos gratuitos que tenemos que realizar (trabajo comunitario, trabajo doméstico y de cuidados...) y las condiciones en que tenemos que realizar estas actividades también pueden ser de precariedad. Porque no da derecho a un ingreso (sueldos o prestaciones públicas), porque la cantidad de trabajo que tengas que realizar varía constantemente, no hay nada que lo delimite, porque no genera reconocimiento social, no suele valorarse...

Por último, la precariedad puede verse como falta de autonomía personal, como una forma de anulación psicológica o como la pérdida o no seguridad en el control de tus procesos vitales. Pongamos un ejemplo que puede relacionarnos esta forma de precariedad con las anteriores. En el caso de la prostitución, la precariedad viene por muchas vías. Viene por el hecho de que ese trabajo no tiene cobertura legal (esos aspectos de precariedad en el empleo que decíamos que se agudizaban cuando el empleo era informal). Viene también por la ilegalidad, la falta de papeles, de muchas de las trabajadoras del sexo. En estos dos aspectos, la precariedad vital que genera es muy similar a la que viven las mujeres inmigrantes trabajadoras domésticas. Pero ambas situaciones se diferencian en un punto clave: el estigma que rodea el trabajo de las prostitutas y que marca toda la vida de estas mujeres. Este estigma tiene efectos directos sobre esa capacidad de autonomía, la autoestima etc., es decir, incide directamente en esa forma de precariedad relacionada con lo psico-social.

Evidentemente, todas las formas de precariedad comentadas (y otras que podamos reconocer) se concatenan. No se dan por separado, sino que parecen a la vez, se refuerzan, tienen efectos unas sobre otras. Además, en todos los casos, la precariedad se vive de forma fragmentaria y transitoria. Decimos que se vive de forma fragmentaria porque se percibe como una situación individual con características peculiares y propias. No se percibe el nexo entre esa multitud de situaciones de precariedad individual, no se encuentran los elementos comunes, sino los distintivos. A esto ayuda el que la precariedad se vive por cada persona en un espacio diferente o con unas condiciones y características diferentes. Se vive de forma transitoria porque se entiende como una fase de la vida, una situación que pasará con el tiempo y con una inserción más favorable en el mercado de trabajo. Una persona no es precaria, sino que está en precario. Ambos aspectos, esas percepciones fragmentaria y transitoria, hacen que sea muy difícil la organización política, la capacidad de expresar como demandas, de un colectivo social a otro, lo que se siente como necesidades individuales insatisfechas.

4. Precariedad en el empleo y precariedad en la vida

Acabamos de ver que existen muchas más formas de precariedad además de la que se vive en el empleo. Pero también es cierto que las condiciones de empleo son una parte crucial del conjunto de la precariedad, es decir, que existe un nexo muy claro entre condiciones de empleo y condiciones de vida. Lejos de tomar este nexo como indiscutible o inevitable, aquí hemos intentado mostrar cómo el empleo no es lo único que importa a la hora de explicar la precariedad en la que vivimos instaladas/os. Ahora toca hablar de, a pesar de todo, por qué existe ese nexo que hemos querido cuestionar.

El que las condiciones de empleo sean un elemento absolutamente fundamental de las condiciones de vida es la consecuencia directa de vivir en un sistema socioeconómico que se ha organizado con los mercados capitalistas como epicentro. ¿Qué quiere decir esto? Decir que nuestras sociedades se han organizado en torno a los mercados (capitalistas) significa decir muchas cosas.

Significa decir que el trabajo remunerado, el empleo, es el único que da derecho a reconocimiento social y a contraprestaciones. El empleo es el elemento clave para que a una persona se le reconozca un cierto status social, una condición de miembro activo, válido, de la sociedad. El resto son las/os inactivas/os, con todas las connotaciones negativas y de pasividad que este término tiene. Además, el empleo, actual o pasado, es el único que da derecho a un ingreso. Es decir, tienes que estar en el mercado de trabajo o haberlo estado por cierto tiempo para poder recibir un ingreso monetario (en una sociedad donde tener dinero es absolutamente indispensable para comprar toda una serie de recursos). El resto de trabajos, comunitarios, de cuidados etc. (donde las mujeres son las protagonistas indiscutibles) no conllevan ni reconocimiento social, ni derecho a integrarse en el sistema como consumidoras/es (nuestro "papel" fundamental).

El llamado estado del bienestar sacraliza esta estructura al funcionar como un sistema contributivo. Es decir, tienes derecho a una serie de prestaciones (jubilación, paro, la baja...), por un cierto tiempo y una cierta cuantía según lo que hayas cotizado previamente a la Seguridad Social. Si no tienes derecho a una prestación contributiva, es decir, a un ingreso monetario fijo y suficiente por "méritos propios", pasas a depender, bien de que tu familia te ayude monetariamente, bien de que el estado te conceda una ayuda social (prestaciones no contributivas) o una prestación por causa de tus relaciones familiares con alguien que sí haya contribuido (prestaciones derivadas como, por ejemplo, la de viudedad). Si dependes de tu familia, aparecen situaciones de precariedad ya comentadas. Por otra parte, las prestaciones no contributivas tienen unas condiciones pésimas, todas ellas están bajo el umbral de la pobreza y, además, conllevan una enorme injerencia del estado, un fuerte control de tu vida (es decir, pérdida de autonomía personal). Las diferentes formas de precariedad se unen. En el caso de las derivadas, hay que decir que éstas son menores en cantidad y calidad que las contributivas directas (las que obtienes tú por tu propio empleo) y que, además, conllevan que dependas de que tu relación con la persona que te da derechos se mantenga; pierdes, por tanto, control sobre tus relaciones íntimas.

¿Qué quiere decir todo esto? Quiere decir que el estado considera que la responsabilidad de "ganarse la vida" es una responsabilidad de cada persona mediante su trabajo remunerado. Y, si no, de la familia de esa persona. Y sólo en el caso de que ambas cosas fallen (ni tengas tú o hayas tenido un empleo, ni tu familia pueda ayudarte), aparece el estado para evitar (cuando lo evita) las situaciones de pobreza más extremas. No existe una responsabilidad social en el sostenimiento de la vida. Cada persona es responsable de sí misma, cada familia es responsable de sus miembros (y, dentro de las familias las responsables finales son las mujeres) y en todos los casos hay que pasar por el mercado. No existe responsabilidad social en la reproducción.

Sin embargo, los mercados dependen de que existan toda una serie de trabajos que no se pagan y que no se reconocen. A la par que a los mercados no se les exige que se involucren, que se responsabilicen de la sostenibilidad de la vida, de la satisfacción de necesidades del conjunto de la población, estos mercados se están aprovechando de los millones de horas que la población trabaja gratuitamente. La dependencia de los mercados de los trabajos no remunerados se invisibiliza y aparecen como los únicos que satisfacen necesidades: la sociedad ha puesto a los mercados en el centro de atención y no es capaz de ver más allá, ni tampoco de exigir responsabilidades. Hay un trasvase constante de recursos del conjunto de la sociedad a los mercados y de los grupos sociales con posiciones más desfavorables en los mercados a los grupos sociales con más poder.

Por último, decir que hemos puesto a los mercados como epicentro de nuestra organización social y económica quiere decir que la lógica que guía a los mercados (una lógica de la acumulación, del beneficio) es la que guía a toda la sociedad. En vez de que sea una lógica de sostenibilidad de la vida, de satisfacción de necesidades la que guíe la organización social, es el objetivo de acumulación el que establece cómo tienen que estructurarse los tiempos, los espacios,... el qué, cómo y cuánto producir. El mantenimiento de la vida (garantizado, en última instancia, por los trabajos no remunerados) queda en un segundo plano y condicionado a que se cumpla el objetivo prioritario de acumulación de capital. Se crea así una tensión insostenible: entre el objetivo de los beneficios y el objetivo de satisfacer necesidades, mantener la vida. En una sociedad que prioriza lo primero, la vida estará siempre en el límite. La fase actual del capitalismo necesita la precariedad como una condición estructural. Por tanto, no es posible eliminar la precariedad dentro del sistema en que vivimos. Mientras no se cambie la lógica que rige todo el funcionamiento, mientras no se priorice la sostenibilidad de la vida, la precariedad seguirá siendo elemento inevitable de nuestras vidas. En este sentido, es necesario decir que, si bien la precariedad laboral se está extendiendo hoy rápidamente, la precariedad en sentido más amplio ha existido siempre para los colectivos insertados desfavorablemente en el mercado de trabajo (en gran medida, mujeres). Y la precariedad laboral era ya característica del empleo femenino.

Es decir, la extensión de la precariedad de hoy se inserta en un proceso de feminización del trabajo, en el cual las condiciones laborales (trabajo remunerado y no remunerado) que históricamente han vivido las mujeres se están extendiendo al conjunto de empleos masculinos. No es un fenómeno nuevo, aunque sí lo sea la gravedad con la que afecta al colectivo masculino. Por tanto, la precariedad y la tensión entre los objetivos de sostener la vida y acumular capital han existido siempre en el actual sistema (donde las mujeres tenían una posición especialmente precaria e insegura). Luchar contra la precariedad no es sólo luchar por mejores legislaciones en el mercado de trabajo o por mayores prestaciones sociales, es luchar contra la lógica profunda y oculta que rige nuestras vidas.

5. Precariedad y exclusión social


Entendemos la exclusión como, fundamentalmente, el estar excluida/o del ámbito social de los derechos reconocidos, lo cual suele estar acompañado de la exclusión a la riqueza y la pérdida de redes sociales. El reconocimiento de derechos tiene varios niveles que determinan el que una persona disfrute, realmente, de ellos. En primer lugar, tiene que existir un reconocimiento formal de los derechos individuales y colectivos por parte del conjunto de la sociedad (por ejemplo, el reconocimiento del derecho a una vivienda digna en la constitución). En segundo lugar, tiene que haber una articulación legal de esos derechos, unas reglamentaciones que delimitan el acceso a ellos. Y, en tercer y último lugar, tiene que darse un ejercicio individual de esos derechos reconocidos y regulados.

En el caso de la exclusión social, la concatenación entre esos tres niveles también existe, pero en sentido negativo. Hay derechos que no se reconocen formalmente (por ejemplo, el derecho a la salud a las/os adultas/os inmigrantes sin papeles). Pero en el caso de que se reconozcan una serie de derechos a un colectivo excluido, suelen existir múltiples trabas e impedimentos legales para su ejercicio. Si, a pesar de todo, hay un acceso posible, la persona individual no lo ejerce por diferentes motivos: por desconocimiento, por rechazo, o por las consecuencias que pueda tener (tener que empadronarse las/os indocumentadas/os; control estatal...).

No existe una clara división entre la precariedad y la exclusión. Son dos puntos de una línea continua en la degradación de las condiciones de vida. Un proceso por el que se van perdiendo derechos y se pierden también redes sociales que compensen esa pérdida. Por tanto, todo lo dicho anteriormente sobre la precariedad es también relevante para la exclusión. Las distintas formas de precariedad se acumulan, se refuerzan, se unen en un proceso de avance hacia la exclusión.

Por último, consideramos la exclusión como un mecanismo del sistema, en el sentido de que es el miedo a caer en la exclusión otro de los factores que evita la organización para luchar contra la precariedad. La exclusión, vista como fallos individuales en el imaginario colectivo, sirve de amenaza constantemente presente que hace que las personas, por evitarla, no se atrevan a cuestionar la precariedad en la que viven. Toda situación de precariedad tiene en el miedo a la exclusión su posibilidad de existir y, sin embargo, es en muchos casos la antesala de la exclusión.