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Número 14
abril - mayo 2003




BABILONIA, "LA GRAN RAMERA"

Giselle Dexter y Roberto Bardini, para Argenpress.info

 

Es probable que ninguno de los soldados norteamericanos y británicos que invadieron Irak, destruyeron Bagdad y observaron pasivamente el saqueo de Babilonia, tenga la más mínima idea de lo que representó la civilización árabe para el 'mundo occidental'. Con certeza, los nombres de Al-Razi, Ibn-Sina, Ibn Rusd, Al Manzur y Al Raschid no les dicen absolutamente nada.

'Como todos los hombres de Babilonia, he sido procónsul; como todos, esclavo; también he conocido la omnipotencia, el oprobio, las cárceles. (...) Porque Babilonia no es otra cosa que un infinito juego de azares', escribe Jorge Luis Borges en 'La lotería de Babilonia', relato que forma parte de Ficciones, publicado en 1944.

Es casi seguro que ninguno de los soldados estadounidenses e ingleses que invadieron Irak, destruyeron Bagdad y observaron pasivamente el saqueo de Babilonia sepa quién es Borges. También es posible que ignoren que en tiempos de Mahoma los médicos árabes usaban una pasta de moho -que se formaba en los arneses de los burros de carga- para curar con éxito heridas infectadas. Ese hongo fue redescubierto en 1928 por el médico escocés Alexander Fleming, quien lo utilizó como antibiótico. El derivado de ese moho se conoce como penicilina.

Es probable, en cambio, que muchos de esos soldados invasores en algún momento de sus vidas se hayan beneficiado con la aplicación de la penicilina, suministrada más de dos mil años antes cerca, quizá, de los lugares que se dedicaron a demoler. El 'infinito juego de azares', otra vez.

Rhases, Avicena y Averroes

Doscientos años después de la muerte de Mahoma, los árabes ya son dueños de toda la sabiduría médica del mundo. Está concentrada en Bagdad, recolectada en China, Persia, la India. Muchos de los especialistas son judíos y cristianos. La Iglesia Ortodoxa bizantina considera 'herejes' y persigue a quienes se dedican a la ciencia de curar. El médico de cabecera del califa Al Mansur, es un cristiano que arabizó su nombre: Ibn Bajtischu.

El historiador Rolf Palm escribe en Los Arabes - La Epopeya del Islam: 'Las familias nestorianas de eruditos, expulsadas de la ortodoxia constantinopolitana del imperio bizantino, en su equipaje de fugitivos llevaron a su nueva patria mucha literatura científica que se convirtió en indeseable en su país. Y así como también en nuestro siglo los Einstein, obligados a la emigración por ideologías totalitarias, enriquecen la escena científica de sus países de asilo, así en la Bagdad tolerante y progresista, la medicina de Hipócrates y Galeno se abre como una nueva flor'.

Dos médicos se destacan en Bagdad. Abu-Bakr Mohammed Ibn-Zakaria ar-Rasi (865-925), originario de Teherán, será conocido en Europa muchos años después como Rhases. El otro se llama Ibn-Sina (980-1037) y es hijo de un astrónomo; será venerado más tarde en Occidente como Avicena por su avanzado Canon de la Medicina. También filósofo, Avicena es autor de unos clarificadores Comentarios acerca de la obra de Aristóteles.

Al-Rasi logra destilar en su laboratorio algo que aún lleva el nombre que él le dio: alcohol (del árabe, 'al-kuahl'). También fabrica jarabe ('jarob'), para hacer más tolerables sus preparados a los pacientes, logra azucarear -o candear- frutas ('kand': caña de azúcar) y crea las grageas dulces que se chupan hasta hoy.

Posteriormente, hay que mencionar a Abu Al-Walid Muhammad ibn Rusd (1126-1198), conocido como Averroes, nacido en Córdoba (España). Averroes se destaca en todas las ciencias que estudia: medicina, filosofía, derecho, matemáticas y astronomía. Sus doctrinas filosóficas, inclinadas hacia el materialismo y el panteísmo, fueron condenadas por la Universidad de París y el Vaticano. Los señores feudales europeos de la época, en contraste, no sabían leer, ni escribir o, mucho menos, hacer un elemental cálculo geométrico.

El Islam lleva sus conocimientos a los confines. La primera escuela de Medicina establecida en Europa es obra de los árabes en Salerno (Italia). Lo mismo sucede con el primer observatorio astronómico, erigido en Sevilla (España).

Ciencia árabe y exorcismo católico

Durante la Edad Media, en Occidente el catolicismo opone el exorcismo a cualquier competencia médica que opere científicamente. En lugar de ocuparse de la higiene del pueblo, los monarcas católicos intentan seguir el ejemplo bíblico de Cristo... y curan con la mano. En el siglo XI, Eduardo, confesor de Inglaterra, pasa su mano a más de mil enfermos por día y afirma: 'Yo te toco, Dios te cura'.

Pasa mucho tiempo -y 25 millones de muertos en tres años- antes de que se sepa que no es el pecado el origen de las pestes, sino la prohibición de bañarse. A eso se suma la contaminación ambiental: carencia de desagües, basura en todas partes y cadáveres putrefactos de animales en las calles. En el siglo XIV Europa contrasta con las ciudades árabes, donde hay limpieza en las calles, hábito del baño y control sanitario de alimentos.

Trescientos años antes, Avicena es director de un hospital de Bagdad e inicia la costumbre de tomar exámenes de capacitación para médicos. Tomando como base sus autorizaciones por escrito para ejercer la práctica, los historiadores modernos logran establecer cuántos médicos había en la ciudad de dos millones de habitantes: 860, uno cada 2 mil 325 personas, una cifra récord para la época.

Avicena descubre que la meningitis y la tuberculosis son infecciosas y que el cáncer no aparece localmente delimitado, sino que indica una afección del sistema. Su Canon sigue siendo una sensación para Occidente medio siglo después de su muerte.

Occidente 'descubre' a posteriori cuestiones que ya se conocían en Oriente. El ginecólogo Ali Ibn-Abbas, inventor del espéculo vaginal, escribió un tratado -mil años antes que el naturalista y fisiólogo Charles Darwin- acerca de las adaptaciones de los órganos a sus funciones. Abdul Kassim practica la ligadura de arterias con la misma técnica que un cirujano francés quedará registrado en la historia de la medicina seiscientos años después. Ibn an-Nafis, jefe médico de un hospital de El Cairo, describe la circulación sanguínea en el siglo XIII, cuatrocientos años antes que el inglés William Harvey, a quien se atribuye el descubrimiento.

Sabiduría al revés

Antes de cumplirse cien años de la muerte de Mahoma, los árabes tradujeron a los principales filosóficos griegos y poemas épicos como La Ilíada y La Odisea, que en Occidente se consideraban no religiosos por sus alusiones mitológicas. Bajo el reinado de Al Manzur (753-775), la residencia del gobierno se trasladó a Bagdad, donde se fundaron escuelas de medicina, jurisprudencia y astronomía. Durante el califato de los Abásidas, que comenzó en 762 y se extendió hasta la invasión de los mongoles en 1258, Bagdad era llamada 'la Ciudad de Paz'. Fue capital cultural del Islam y cabecera de uno de los imperios más grandes de la historia, que se extendía desde España hasta la India.

El nieto de Al Manzur, Harun Al Raschid, conocido como El Justo, continuó con su obra. Gobernó de 786 a 809 e inauguró escuelas destinadas al pueblo, creó universidades de Letras para que los lectores árabes accedieran a los autores griegos y multiplicó los hospitales y las academias de medicina. Durante su mandato, fueron copiadas a lápiz varias versiones de Las Mil y una Noches.

Para la Iglesia católica, en cambio, la 'Gran Babilonia', simboliza el poder pagano. Es 'la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra'. En el Apocalipsis (18:2-5) se lee: 'Caída es la grande Babilonia, habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de todas aves sucias y aborrecibles. Porque todas las gentes han bebido del vino del furor de su fornicación; y los reyes de la tierra han fornicado con ella, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido de la potencia de sus deleites'.

El califa Muawia, fundador de la dinastía umaida en el siglo VII, convirtió a Damasco en la capital del imperio, construyó los primeros hospitales, orfanatos y manicomios de la historia e inició la época gloriosa del Islam. Muawia acostumbraba a decir: 'No utilizo mi espada donde alcanza el látigo, ni uso el látigo donde es suficiente con mi palabra'.

Suplante el lector tres términos: 'misil' por espada, 'sanción' por látigo y 'negociación' por palabra. E invierta el orden de la frase. El resultado será más o menos así: 'No negocio donde alcanza la sanción, ni uso la sanción donde puedo utilizar el misil'. De esa forma se puede resumir la sabiduría de George W. Bush, quien recorrió varios hospitales para curar su afición al alcohol y, si la historia es justa, terminará internado en un manicomio