Derechos para Tod@s 
Número 13
marzo 2003. Especial guerra Iraq




PIDIENDO GUERRA

Fernando Molina Llorente

14 de Marzo de 2003

No era lo más previsible. Nadie podía sospechar que nosotros, que debíamos estar más que vacunados por nuestro pasado extremadamente violento y que habíamos logrado, en este último cuarto de siglo, un prestigio moral como nación humanitaria, tuviésemos tantas ganas de camorra como la que vamos buscando en los foros internacionales. Éramos los anfitriones de las conferencias de paz y hemos retornado al antiquísimo tópico que nos retrata como pendencieros matamoros. Luchamos durante décadas para tener el honor de poder enviar Cascos Azules a lugares de nombre impronunciable y ahora, según la CNN, la Casa Blanca apoya sin matices nuestra ofensiva contra Irak.

Un ejemplo: Ana Palacio. No hay reunión del Consejo de Seguridad en la que no quede plusmarquista en la especialidad de belicosidad perentoria. Villepin es brillante y seductor. Ivanov, aburrido y monocorde. Y Jack Straw es tan teatral que presenta los informes manoseados a propósito, para que se note que se los ha leído. Pero ella es directa. Frente a la controversia, las dudas legales y las apelaciones al diálogo de los demás, deja siempre transparentemente claro que lo que quiere es que empiecen a caer las bombas. Pero que lo quiere ya. Inmediatamente. Pero que ahora. Que no se puede aguantar ni un minuto más.

El listísimo Collin Powell ha asignado a España, en este juego de lágrimas, el papel de poli malo y, contra toda lógica, el gobierno está que lo flipa. El americano sabe que le conviene que exista alguien más agresivo que él, para que, si hay alguna sorpresa, pueda retirarse a casa como un moderado. Lo que intriga al resto de la humanidad es que premio ganamos los españoles dando la cara para beneficiar a otros. Como en el chiste del Tampax, no se sabe lo que es, pero tiene que ser estupendo. Excepto si la recompensa a tanta osadía es el refuerzo moral de la frágil personalidad del presidente Aznar. Al fin y al cabo, compartimos mantel con países tan impresionables como Angola o Guinea Conakry que, sin embargo, mantienen su independencia y aportan matices. A José Mari le han debido bastar un par de arrumacos de Bush para entregarse desinteresadamente y con un suspiro. Su fagocitación mental ha sido tan completa que le ha producido el fenómeno paranormal conocido como xenoglosia, y ya habla con un acento chicano de segunda generación, a medio camino entre los de Pixie y Dixie. En cuanto a Palacio, al ser la única niña entre tanto chico, tiene que sobreactuar. Y sus arrebatos son tan audaces y temerarios que parece que quisiera hacerse los tirabuzones con los restos de los mísiles Al Samud II que destruye Blix. No habrá que asombrarse si, cuando se vote la segunda resolución, abandona por un día el habitual atavío de dama de la corte de la Reina Amidala y aparece vistiendo camuflaje, con la cara tiznada y nasía pa matar.

Es que lo más diabólico que tiene la guerra es lo aterradoramente atractiva que resulta a quienes no tienen que ir a hacerla. En la Batalla de Bull Run, los civiles se subían a la colina, ellas con sombrilla y ellos con la cesta del picnic, a contemplar los combates y aplaudir a sus favoritos. Hasta que alguien les disparó y nunca más volvieron a aparecer. De donde se deduce que tal vez sea cierto que hay que dejar a los niños que jueguen a los soldados, para que se hagan daño entre ellos y de mayores no le tengan tanta tendencia al caqui. El Presidente Hijo ya se emboscó mágicamente para no ir a Vietnam y, aquí mismo, hay quién no hizo ni la mili y ahora se cree Winston Churchil a caballo. Aterra pensar que vamos a acabar en la primera línea de la Hija de Todas las Batallas sólo porque alguien no supo nunca lo que es un pase pernocta o porque los Reyes Magos traían muñecas en vez de Airgam Boys y Comansis.

Por ello, no es insólito que la autoridad militar competente en el tema no está tan entusiasmada. Norman Schwarzkopf, alias "El Oso", jefe de la anterior Cruzada para la Democracia en Irak (ya saben, ese pazguato que se creyó que mataba gente para acabar con el régimen de Sadam) se opone frontalmente a las hostilidades y da en el clavo cuando critica en Donald Rumsfeld que parece estar disfrutando con su situación de fuerza hegemónica. Lo que es muy poco profesional. Y lo dice sin haber visto al grupo parlamentario del PP. Le acompañan en sus dudas y remilgos otros pacifistas ignorantes, como los generales Zinni o Wesley Clark. Detrás de ellos, hay una constelación de uniformes multicondecorados. La gente del Pentágono no es ni muy encantadora ni muy idealista. Pero locos no están. Así que, finalmente, ha resultado que lo que George Junior y su banda de superpetroleros han hecho es darle la vuelta a Clemenceau. La guerra es algo demasiado serio como para no dejar que la hagan también los militares.

Mientras, en el ámbito doméstico, ni sus delfines comprenden por qué, impensadamente, el máximo líder se comporta como si fuera el Líder Máximo. Se dice en Cuba que un neurocirujano con delirios de grandeza se creería el portero del Hotel Copacabana. Eminentes aznarológos aventuran ahora la fascinante conjetura de que, sencillamente, haya perdido el juicio. Esa hipótesis explicaría porqué se gastó dos millones de votos en la boda de Sissí Emperatriz. O que le llevó a aplaudir la ocurrencia de hundir el monocasco donde están las llaves. Matarile. O incluso, que le parezca insuficiente la variedad de grupos terroristas que nos amenazan y haga méritos para encizañarse con otros más imprevisibles y exóticos. El detonador del delirio podría encontrarse, tal vez, en la sobredosis de euforia provocada por una hazañita bélica estival, que consistió en la reconquista de un peñón del tamaño de una planta del Corte Inglés, ocupado por seis peligrosos musulmanes, a los que se pudo derrotar de forma muy amigable y que dejaron sus tarjetas de visita al piloto del helicóptero que les devolvió a su tierra. Desde entonces, los extraordinarios poderes alucinógenos y deshinibitorios del perejil no son ignorados por la gente que baila en las discotecas.

El insignificante detalle que olvidan los estrategas monclovitas, es que, en esta invasión de verdad, también va a disparar el de enfrente. Eso es muy difícil hacérselo entender a unos políticos que sólo ven en un rifle la herramienta de liquidar, por diversión y en momentos de mucho estrés, cosas tan desarmadas como rebecos y urogallos. Les falta coherencia y no saben de lo que hablan. Véase a Ariel Sharon, el mandatario más infame que está en activo, pero que tiene más experiencia de combate que Cascorro y dirige un país en el que no se nombra a ningún alto cargo si no es capaz de montar un Galil en tres minutos y con los ojos vendados. En el nuestro, aún están a tiempo, el ejecutivo en pleno y esos 183 diputados tan aguerridos de legar un ejemplo imperecedero al mundo. Inflamados por el sano patriotismo que proclaman, deben ocupar esas plazas de tropa profesional que una juventud sin ideales deja vacantes. Nunca es tarde para ser un soldado de Salamina. Esto es un imperativo moral y no valen excusas de género. En la guerra moderna la mujer también es trabajadora. Que emocionante es imaginar a algunos de ellos integrados en las fuerzas especiales, avanzando desde el Kurdistán Iraquí, hombro con hombro con la 101 División Aerotransportada americana. El único inconveniente que le veo a esta idea, es decidir donde vamos a colocar a quién está condenado a ejercer vitaliciamente de recluta patoso o a las que sólo sobrevivirían encuadradas en el batallón de modistillas.