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Número 12
enero - febrero 2003





COSTA NORTE DE PERÚ
CENTAUROS DEL OCÉANO: LOS HIJOS DE LOS CHIMU

Esteban Galera


Donde viven actualmente los descendientes de la cultura Chimu reinan el Océano Pacífico y los desiertos marítimos del litoral septentrional de Perú y a ellos estàn indisolublemente vinculados desde hace muchos siglos. Los austeros paisajes formados por el mar y el desierto se ven envueltos bajo la inconfundible y desbordante luminosidad gris de las brumas del Pacífico que crean en la costa peruana atmósferas de indescriptible belleza y desolación.

Los seres humanos pegados a estas tierras tuvieron desde siempre el regalo de los frutos del mar y por ello lo adoraron; pero no dudaron en esforzarse para sacarle a la tierra sus frutos y se internaron para trabajar en los valles costeños para luchar con uno de los climas más secos del planeta, que se ve reforzado por la heladora corriente de Humbold. Y lo consiguieron, pues tanto la cultura mochica que se instaló en el año 100 d.C. como la chimu 900 años despues, demostraron dominar la agricultura en un medio tan hostil gracias a la construcción de canales y acequias para conducir el agua que manaba de los breves manantiales y arroyos.

La maravillosa ciudad de barro de Chan-Chan, catedral de la cultura Chimu, muestra en sus sólidos muros una extraordinaria decoración en relieves que representa elementos y animales relacionados con el mar al que verdaderamente estuvieron entregados. La pericia marinera de estas culturas lo demuestra su historia, basta para ello citar las hipótesis sobre la navegación de los indígenas peruanos para llegar hasta los Mares del Sur en pequeñas embarcaciones fabricadas con juncos de totora y cañas. Más recientemente en la historia, los incas no llegaron nunca a dominar completamente a los pueblos del litoral por causa del dominio que estos ejercían sobre el cpmercio marítimo. Los incas jamás fueron grandes marinos y necesitaron pactar con estas culturas marineras para participar y establecer controles en el negocio del mar.

Actualmente los/as descendientes de aquellos antiguos marinos chimús no gozan de las riquezas ni del esplendor de entonces, pues a partir de la conquista española vivieron el declive impuesto por la usurpación de sus tierras y la opresión a la que fueron sometidos junto con sus hermanos/as de las sierras andinas o del oriente amazónico. Ahora padecen la pobreza con la dignidad que les dá el saberse poseedores de ancestrales conocimientos que les permite sobrevivir en las mismas tierras de sus antepasados.

La población indígena que habita la costa norte de Perú es una gran desconocida para quienes suelen recorrer preferentemente los paradigmáticos énclaves andinos como Machu-Picchu o el Lago Titicaca u otros territorios como las selvas tropicales del Amazonas. Sin embargo el norte marítimo contiene tesoros inapreciables como los portentosos conjuntos de Huacas, la soberbia y enigmática ciudad de Chan-Chan o lugares arqueológicos como la tumba del Señor de Sipán y los oníricos valles de Lambayaque donde se extienden la asombrosa ciudad de Túcume tambien conocida como el Valle de las Pirámides, donde se alzan decenas y decenas de estas construcciones, aún sin excavar, guardando celosamente sus misterios al conocimiento del hombre moderno. Los/as indígenas de hoy son una muestra importante de la pervivencia de muchas de las antiguas tradiciones culturales de estas tierras. Una de estas tradiciones que han sobrevivido al paso de los siglos para asombrarnos hoy en dia es la de la pesca con los "Caballitos de Mar".

RECORRIENDO LA COSTA NORTE DE PERÚ


Visitando la zona próxima a Trujillo y luego la de Chiclayo, es fácil percatarse de que, más allá de la arqueología y de las piedras, en aquellas regiones costeñas se palpaba la existencia de una "arqueología viva" que podía intuirse en los rostros profundamente indígenas de las gentes que habitan estos lugares.

A pocos kilomtros de Trujillo se llega a Huanchaco, una pequeña villa de pescadores, bañada por las altas olas del Océano Pacífico y ubicada en una hermosa caleta con enormes playas despobladas y situadas al borde del desierto. Esta parte de la costa transmite sensaciones de paz y sosiego, amplificadas por la hermosura de aquella bahía desértica que en épocas remotas se llamó Guanokocha, "Laguna Hermosa de los peces dorados", como evidencia de lo maravilloso del lugar. Por sus aguas surcan legendarias embarcaciones conocidas como "caballitos de mar" construidas con juncos de totora y caña. Todavía los pescadores se hacen a la mar para pescar en las frágiles embarcaciones. Este hecho parece casi increíble por tratarse de navegar en aquel bravo y rugiente Océano que cobra en ese litoral toda su fuerza arrolladora. Y es una interesante experiencia el observar la llegada de los barcos pesqueros con sus vivos colores contrastando con las brumas grises y plateadas tan características de aquí. Vienen con sus preciosas cargas de pescado que rapidamente son desembarcadas en la playa, en medio de un ambiente ajetreado y bullanguero repleto de vida y movimiento. La mayor parte de los pescadores son indígenas que habitaron desde siempre estas gigantescas y desoladas costas.

Cerca se encuentra Puerto Chicama, donde pueden verse las famosas embarcaciones vegetales hundidas de popa en la arena de la playa. Su imagen erguida con la puntiaguda popa hacia el cielo llamaba poderosamente la atención. Aunque más dificil es la vu¡isión de los pescadores de los "caballitos de mar" en plena faena.

Aquellas costas suponen un espectáculo único que ofrece la portentosa naturaleza marinera que desarrolla aquí algunas de las olas constantes mayores del mundo. Ya acercandose a Pacamayo, una pequeña localidad portuaria a la que llegan contadísimos lunáticos de la arqueología, pueden contemplarse las ruinas de Pacatmaní donde se encuentran vestigios pertenecientes a las culturas Gallinazo, Moche y Chimu.

LOS CENTAUROS DEL OCÉANO

Ascendiendo hacia el norte aparece la moderna ciudad de Chiclayo, cuya actividad mercantil la ha situado en la cuarta ciudad más importante del país. Tambien existe la oportunidad de encontrar algunos de los grandes mitos de la arqueología del norte de Perú, como los vestigios del Señor de Sipán o Túcume el prodigioso valle de la Pirámides.

A continuación y en el litoral se encuentra el increíble pueblo pesquero de Santa Rosa un verdadero santuario de tranquilidad donde habita una comunidad indígena de pescadores.

A tan solo 4 km. de santa Rosa aparece Pimentel, lugar afamado por poseer las playas más hermosas de arenas blancas en toda esta región. Lo primero que destaca en Pimentel es su extraño y larguísimo malecón, una estructura de madera con más de cien años de antigüedad que se adentra como una saeta afilada hacia el interior del Pacífico. Los pescadores que mantienen viva la tradición de pescar con "caballitos de mar", uno de los espectáculos más grandiosos de las tradiciones seculares, salen de madrugada a faenar para regresar a las playas hacia las tres de la tarde con sus cargamantos para venderlos. Es impresionante la contemplación de decenas de pescadores cabalgando sobre sus embarcaciones, sorteando y saltando las bravas olas que espumean desde el horizonte sobre un mar de color de plata. Es como un ejército de centauros marinos impartiendo la más asombrosa lección de arqueología viva que pareciera situarse fuera del tiempo. Es realmente sobrecogedor contemplar unos hechos que se repiten inalterados desde siglos atrás. Aquellos/as indígenas significan el dominio y el equilibrio del ser humano sobre el mar y a la vez el juego más apasionado de entes vivos indisolublemente unidos.

Las ancestrales embarcaciones se construyen mediante el tejido de cañas y juncos de totora que sirven para unir los materiales vegetales. La proa está erguida para avanzar más facilmente entre las olas y la popa en cambio es plana. Los pescadores van montados a horcajadas sobre la barca y cabalgan literalmente encima de las olas. Para avanzar y mantener el equilibrio utilizan un solo remo, hecho cortando longitudinalmente por la mitad una caña gruesa y larga. En la parte trasera de la embarcación hay una pequeña bodega donde guardan la pesca que obtienen con su redes.

La procesión de de totoras va acercándose a la playa al ritmo de la brava marea para desembarcar. Una multitud acude a este acontecimiento: son las mujeres e hijos/as de los pescadores que salen cada dia a su encuentro para ayudarlos a descargar y con el deseo de que el mar no se haya cobrado el tributo de ninguna vida de estos heroícos pescadores, verdaderos centauros del Océano.

La playa va cobrando una vida desbordante para convertirse en un gran mercado de pescados, cuyos puestos son las mismas totoras sobre las que se exponen las mercancías. La pesca se vende y se subasta, en ocasiones, pieza a pieza en medio de una algarabía que añade la sinfonía musical al espectáculo visual marinero rebosante de luz, color y sonido que brota desde los tiempos lejanos y llenos de esplendor.