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Globalización

Preguntas al movimiento antiglobalización


Albert Recio;
professor d'Economia a la Universitat de Barcelona.
Revista "Mientras Tanto". Marzo de 2001


El ciclo de movilizaciones sociales que se inicia en Seattle, y que en Praga ha tenido un nuevo momento culminante se plantea asimismo como una respuesta directa al neoliberalismo dominante. Pero quizás su aspecto más relevante es que representa la vuelta de los jóvenes a la acción política, tras muchos años en los que ésta ha estado casi monopolizada por la generación de los sesenta. Aun cuando hubo una importante participación juvenil en el movimiento pacifista de principios de los ochenta, en él tenían aún una presencia importante sectores de la izquierda tradicional. Estamos asistiendo a la eclosión de un proceso que hasta ahora había adoptado formas diferentes, desde la participación en Ongs a movimientos radicales específicos como el de los okupas o los insumisos y que ahora adopta un planteamiento más general. Se trata por tanto de un hecho relevante tanto por su contenido explícito (la lucha contra las instituciones que prefiguran el "desorden" económico mundial), como especialmente por los nuevos sujetos y formas de actuar.

Es un movimiento protagonizado y gestionado por gente joven. Que ataca el orden institucional dominante, incluyendo aquellos movimientos e instituciones "alternativas" considerados "integrados" en el actual sistema de dominación. Que discute las formas de participación política existentes y plantea alternativas a las mismas. El mismo planteamiento del referéndum de la deuda externa se confrontaba al proceso electoral convencional, por más que su éxito de participación estaba en buena medida vinculado a la participación en las votaciones al Parlamento. A pesar de que en el movimiento perviven diferentes corrientes, el sector más activista se autorepresenta a sí mismo como un proyecto de ruptura con el orden social existente. Esta sensación de enfrentamiento global, de ruptura utópica, de aventura (evidente en los viajes de cooperación o en las movilizaciones anti-cumbre), de humanismo y de utopía son los ingredientes que siempre han servido para movilizar a la juventud. Para unas personas que tienen a la vez que afirmar su propia valía personal, que saldar sus cuentas con el mundo adulto y buscar un sentido a la existencia. Sin ganas de parodiar, el actual movimiento antiglobalización tiene muchos puntos de contacto con los movimientos antiimperialistas que consiguieron movilizar a miles de jóvenes en los países del Norte de Europa hace treinta años. Y posiblemente comparte con él sus mismas debilidades.

La irrupción de este nuevo movimiento es sin duda una buena noticia. Invita a pensar que tras muchos años de apatía, renacen nuevas energías sociales transformadoras que cuestionan el capitalismo realmente existente. Es un movimiento que ha demostrado una buena perspicacia en el uso de los nuevos desarrollos tecnológicos y en la innovación organizativa. Que de su experiencia autónoma tienen muchas cosas a aprender los viejos movimientos y organizaciones alternativas. No sólo en el plano organizativo, sino también en la posibilidad de realizar una acción crítica que tiene efectos sobre las percepciones y comportamientos de la gente. En este sentido conviene tomar nota y alentar su extensión. Pero precisamente por tratarse de una novedad prometedora, interesa preguntarse por sus carencias y debilidades. Sobre todo cuando uno ya ha experimentado fases parecidas de optimismo utópico y sabe de las limitaciones de algunos de sus planteamientos.

El primer cuestionamiento tiene que ver con las modalidades de acción. Parte del éxito del movimiento se encuentra en su imagen mediática. El éxito de Seattle y Praga radica en su capacidad de bloquear la representación teatral del poder económico (algunos dirigentes posiblemente aprendieron por primera vez en su vida a tomar el metro). A crear la sensación de que se había jugado un partido y se había ganado. Las contracumbres ayudan también a consolidar el movimiento, con su componente de "happening", de excursión colectiva y de fortalecimiento de la noción de grupo. Pero estos elementos que han sido claves para la extensión del movimiento, constituyen también una de sus principales debilidades. Centrar la movilización en las "cumbres" supone ir a remolque de los tiempos que marcan los grandes poderes. Peor aún, corre el peligro de perder las posibilidades de acción si estos responden con una renuncia a parte del teatro político (sustituyendo los grandes encuentros por reuniones técnicas de bajo nivel donde suelen negociarse de verdad los grandes acuerdos) o simplemente trasladándolos a lugares inaccesibles (¿es posible organizar grandes movilizaciones en Davos o en Qatar?).

Los éxitos actuales (cumbres sin acuerdos) han reforzado al movimiento, le han dado sensación de fuerza, pero esta dinámica puede invertirse fácilmente cuando se alcance algún tipo de acuerdo. No hay nada tan desmovilizador como el sentimiento de derrota. Sobre todo cuando las motivaciones y las expectativas de las "bases" descansan en expectativas a corto plazo. Es cierto que los propios manifiestos del Movimiento de Resistencia Global reconocen la necesidad de un trabajo continuado, a largo plazo. Pero es también evidente que el mismo exige utilizar también formas de acción e interlocución social más variadas y alejadas de las dinámicas tradicionales de acción que hasta hoy lo han caracterizado.

En segundo lugar está la cuestión del contenido. Los activistas tienen razón cuando combaten las políticas de ajuste y a los grandes organismos transnacionales, pero este cuestionamiento corre el riesgo de convertirse en la enésima expresión de una fórmula ritual vacía de propuestas reales. Es bastante fácil denunciar al FMI y al Banco Mundial, pero resulta bastante más complejo encontrar respuestas transitables a un orden capitalista producto de un largo proceso de desarrollo histórico del que lo que llamamos "globalización" constituye una fase histórica peculiar. Un proceso que no se para con meros bloqueos a alguna de las manifestaciones públicas de sus dirigentes sino que exige transformaciones que operan a muy diversos planos de la vida social.

Hoy son los detentadores del poder económico y sus técnicos los que actúan como un verdadero "topo" por debajo de las apariencias sociales. Y a ello sólo pueden hacerle frente movimientos que intervengan en muy diversos planos del orden social, que combinen movilizaciones de masas, con medidas técnicas, experiencias concretas con proyectos de transformación general. Se corre el peligro de tomar una parte del movimiento, su manifestación más ruidosa y visible por el todo, sus fórmulas más esquemáticas por la totalidad del programa, su sector más dinámico y activista por el conjunto de fuerzas sociales que deben necesariamente intervenir para generar un cambio de tendencia. Incluyendo en ello al debate más técnico y cultural que debe realizarse en el campo de las "profesiones" técnicas que están ayudando a articular el proceso actual.

Por último existe el peligro del encapsulamiento en el estrecho marco de la lucha global. Ahí radica su inmenso atractivo juvenil: a los veinte años, ¿quién no ha querido enfrentarse al mundo? Para buena parte de los jóvenes antiglobalización de los países ricos la lucha antiglobalización, las acciones de solidaridad con los verdaderamente pobres del planeta son una reacción al mundo opulento y difícil de cambiar que han heredado de sus mayores. Algo de mala conciencia de ricos y de incapacidad de hacer frente al mundo más cercano (al lado de las innegables dosis de altruismo, solidaridad y espíritu de cambio) aletea en estos movimientos. Por más que en muchos casos se tenga conciencia que en la "globalización" también se encuentra en los problemas de vivienda, las etts y la degradación ambiental que marcan nuestro entorno. El peligro estriba en que el movimiento cristalice en una acción volcada hacia el entorno exterior, estructurada a base de acciones globales que resultan epidérmicas para los que no participan en ellas y alejada de las cuestiones cotidianas de la vida local.

Lo que hoy se llama "globalización", el maduro sistema capitalista actual, es como todo sistema una combinación compleja de muchos elementos, Y los cambios deben fraguarse en todos ellos. En concreto sin cambios en nuestro mundo central va a ser difícil modificar el resto. Tanto por el peso que tiene el "Norte" rico sobre el conjunto del planeta, como por su carácter de "modelo a copiar" que representa para millones de personas atraídas por la propaganda de sus ventajas y el desconocimiento de sus costes. Un cambio que no puede tener éxito si también en el Norte se generalizan demandas de un modelo social más democrático, igualitario, ecológico y racional que el legado que tenemos. Si millones de hombres y mujeres no participan en miles de experiencias y hacen suyas propuestas sociales de cambio. Sin su entronque con esta variedad de movimientos y experiencias sociales progresistas el movimiento antiglobalización corre el peligro de convertirse en una experiencia pasajera que vivirá la misma experiencia fugaz que han experimentado otros movimientos sociales internacionales en los últimos cuarenta años.

Hay que ser optimistas. Algo ha empezado a germinar. Pero el éxito de este nuevo movimiento depende de su capacidad de eludir el autoencantamiento, de su capacidad de conectar con otros movimientos y otras personas, de vincularse a las mil y una experiencias que en muy diferentes campos trabajan para desarrollar un sistema social superior. De que favorezcan una nueva generación de personas dispuestas a desarrollar estas iniciativas en el largo plazo. A que florezca una red solidaria que enriquezca y refuerce las mejores experiencias de nuestra historia social.