Dos cartas de Hugo Blanco
Caminante no hay camino, se hace camino al andar
México,
19 de Septiembre de 2002
Me pides
una síntesis de mi vida, creo que lo interesante de ella son
las lecciones que aprendí en la diversidad de situaciones importantes que tuve la suerte de vivir, desgraciadamente eso no se puede trasmitir en una síntesis. Si salgo vivo de la actual aventura, tengo
que cumplir con eso, que es la tarea que me dió la Federación
Departamental de Campesinos del Cusco (FDCC) en su último congreso.
Ahora te envío un resumen apretado, muy apretado, puesto que
como ya tengo 67 años y he vivido mucho.
Nací en el Cusco, Perú, en 1934. Viví entre el
campo quechua y la ciudad castellana. El 51 participé en la
conducción de una huelga del colegio en que estudiaba para
botar al director tirano puesto por el gobierno de facto del general
Odría; triunfamos. El 52 hubo una huelga de la Universidad
Mayor de San Marcos, Lima, para que el rector renuncie. El movimiento se extendió a varios lugares del país. Una bomba lacrimógena
explotó cerca a mi cara y me desolló toda ella. Ese
movimiento también triunfó, terminó con el suicidio del rector Dulanto. El 53 participé en la dirección
de un periódico del alumnado, el que nos defendió en
forma activa de la represión del director.
En el 54 viajé a Argentina para estudiar agronomía.
Ahí pude conocer los movimientos de izquierda peruanos, lo
que en el Perú, para un estudiante secundario, era difícil.
Actuaba en el Centro de Estudiantes Peruanos de La Plata. Participé
en las movilizaciones de rechazo al golpe imperialista en Guatemala.
Contacté con un grupo trotskista obrero e ingresé en
él. Dejé la universidad y me fui a la fábrica,
porque comprendí que debido al latifundismo que entonces imperaba
en el Perú, mis opciones como agrónomo iban a ser servir
a un latifundista o convertirme yo en uno de ellos. Por otra parte,
el marxismo de esa época me convenció de que la clase
obrera era la vanguardia indiscutible.
Desde el interior de la clase obrera me tocó participar en
el movimiento de resistencia proletaria al golpe pro-yanqui de 1955
contra Perón, golpe apoyado por el estudiantado y la clase
media. Luego, el partido y yo decidimos que debía retornar
al Perú. Hice eso, fui a Lima, principal centro industrial,
donde reorganizamos un grupo trotskista e ingresé como obrero.
Tuve que abandonar la fábica y Lima debido a la persecución
de que era objeto nuestro grupo a raíz de una gran movilización
de la que fuimos uno de cuyos organizadores, de rechazo a la visita
del entonces vicepresidente de Estados Unidos, Richard Nixon.
Retorné al Cusco, donde organicé a los niños
vendedores callejeros de diarios, fui como delegado de ellos a la
Federación de Trabajadores del Cusco. Allí y en una
comisaría contacté con los campesinos de la zona semiselvática
de La Convención, a quienes vi como la vanguardia de la lucha
en el departamento y me convertí en campesino de la zona, en
la hacienda Chaupimayo
El sistema de trabajo en la zona, como en casi todas las haciendas
del país, era el de colonato servil, el hacendado daba una
parcela de tierra al campesino en usufructo; a cambio de esto el campesino
se convertía en siervo del hacendado. En un principio la lucha
era sólo por lograr mejores condiciones de trabajo y se desarrollaba
en el terreno legal. Algunos hacendados aceptaban discutir con los
campesinos, otros se negaban a hacerlo. Ante esa negativa y por la
extensión del movimiento que llegó a formar la Federación
Provincial de Campesinos de La Convención y Lares (FEPCACYL),
se incrementaron las acciones colectivas, como marchas, mítines,
paralizaciones de toda actividad en la provincia por uno o dos días,
etc. Luego, en algunas haciendas donde el patrón era intransigente,
entre las cuales estaba Chaupimayo, se declaró la huelga que
consistía en no trabajar para el hacendado, pero continuar
trabajando la parcela usufructuada por los campesinos. En Chaupimayo, luego de 9 meses de huelga en la que el patrón no quiso negociar, explícitamente decidimos que ésta se convertía
en reforma agraria, es decir, que las parcelas se convertían
en propiedad de los campesinos, quienes ya no volverían a trabajar
para el hacendado.
Cuanto más crecía el movimiento más se radicalizaba,
los nuevos sindicatos desde el día de su formación dejaban
de trabajar para el hacendado. El gobierno, por demagogia, sacó
una ley de reforma agraria sólo para La Convención y
Lares pero no la aplicó, el campesinado declaró la huelga
general hasta que el gobierno aplicara dicha ley, el gobierno inició
la represión, ante esto el campesinado decidió defenderse
y me encargó la preparación y luego la dirección
de la resistencia armada. Luego de algunos choques, el grupo de autodefensa
armada fue derrotado y nos encarcelaron. Sin embargo el gobierno comprendió
que si ante el inicio de la represión el campesinado contestó
con la resistencia armada, éste iba a brotar con renovados
bríos y más extendida si se obligaba a los campesinos
a volver a trabajar para los patrones o se intentaba expulsarlo de
la tierra. Por eso se vio obligado a reconocer de hecho la reforma
agraria, pero sólo en esa zona del país.
El campesinado del resto del Perú, a pesar de las masacres,
continuó luchando contra el sistema de haciendas, de modo que
el gobierno de Juan Velasco Alvarado se vio obligado a dictar la ley
de reforma agraria para todo el país.
Bajo el gobierno anterior a Velasco habían pedido la pena de
muerte para mí, sin embargo, en privado me ofrecieron deportarme
si me hacía el enfermo, para que no asistiera a la audiencia
o proceso público. Naturalmente me negué, pues hubiera
sido una traición no denunciar públicamente el sometimiento
y servilismo represivo del Estado a los hacendados. No se atrevieron
a sentenciarme a muerte, me dieron la pena inmediata inferior, 25
años de cárcel. En el tribunal superior volvieron a
pedir la pena de muerte, pero la campaña de solidaridad nacional
e internacional impidió que ésta se ejecutara y ratificaron
la condena a 25 años. Ahí escribí mi libro "Tierra
o Muerte".
El gobierno de Velasco me ofreció la libertad si yo me comprometía
a trabajar con él en su reforma agraria, contesté que
prefería cumplir la condena de 25 años. Tomé
esta actitud porque sabía que la reforma agraria de Velasco,
aunque progresista, pues eliminaba el latifundio, iba a ser burocrática,
dictada desde las oficinas, sin consulta al campesinado. Sin embargo,
como hubo algunos presos revolucionarios que aceptaron trabajar para
el gobierno, tuvo que darnos libertad a todos para poder usar a quienes
aceptaron.
Como ya en libertad yo continuaba negándome a trabajar para
el gobierno, me prohibieron ir al campo y posteriormente me deportaron
a México en 1971. De este país viajé a Argentina,
donde antes de un mes me encarcelaron; el motivo no explícito
fue mi pasado en el Perú. Luego de unos meses, por presión
de la solidaridad me enviaron a Chile en 1972.
En el Chile de Allende escribí artículos para una revista
de EEUU y colaboré en la actividad del "cordón
industrial" (sector fabril) de Vicuña Maquena, donde dirigí
su publicación "El Cordonazo". Después del
golpe de Pinochet me refugié en la embajada sueca. En vista
de que no había país en Latinoamérica que me
recibiese, tuve que aceptar el asilo que hacía tiempo me ofrecía
Suecia.
Cuando en el Perú hubo cambio de gobierno en el 75 por un golpe
dentro del golpe, me permitieron volver, pero a los pocos meses nuevamente
me deportaron. Mi militancia durante los 5 años que viví
en Europa, fundamentalmente en Suecia, fue la campaña de solidaridad,
principalmente con Chile, pero también con Latinoamérica
en general. Con ese motivo recorrí todo Suecia, casi toda Europa
Occidental, Canadá y 40 ciudades de EEUU. Era la época
en que el presidente norteamericano, Carter, se llenaba la boca hablando
de Derechos Humanos. Por lo tanto, el tema de mis conferencias en
ese país fue "Carter y los Derechos Humanos en América
Latina", denunciando el rol del imperialismo yanqui como vanguardia
del aplastamiento de los DDHH en nuestros países.
Luego, gracias a una fuerte huelga general en el Perú, el gobierno
militar se vio obligado a convocar a elecciones para Asamblea Constituyente.
Mis compañeros lanzaron mi candidatura y el gobierno tuvo que
permitir mi retorno. El régimen permitió el uso de espacios
gratuitos en la TV a los candidatos, usé el mío para
propagandizar la huelga general convocada por la Confederación
General de Trabajadores del Perú (CGTP); esa misma noche me
agarraron y deportaron a una prisión argentina del gobierno
militar. Luego, nuevamente, gracias a la solidaridad internacional,
me permitieron viajar a Suecia. Las elecciones en el Perú se
realizaron mientras estuve en Europa. Resulté electo con la
mayoría de votos de la izquierda y el tercer lugar en el país.
Aún electo no me permitían volver al Perú, de
modo que inicié una gira de denuncia por Europa. El gobierno
comprendió que más daño le hacía afuera
que adentro y me permitió retornar.
En la Asamblea Constituyente no permitieron el debate de mi Proyecto
de Constitución. La principal labor de los izquierdistas en
ella fue la defensa de los sectores populares contra la represión.
Demostrando que lo de la inmunidad parlamentaria no eran más
que palabras, un militar, nombrado por el gobierno defacto como jefe
político regional, me hizo detener para impedir mi asistencia
a un mitin campesino al cual fui invitado.
Al año siguiente ingresé al parlamento como diputado
por Lima. Fui apaleado por la policía en repetidas oportunidades
en que participé en marchas populares. En una de ellas tuvieron
que hospitalizarme por los golpes recibidos en la cabeza. Todos los
proyectos de ley que presentábamos los izquierdistas eran rechazados.
Fui suspendido durante tres meses por denunciar como masacrador al
jefe político-militar deAyacucho, la zona más castigada por la represión.
Luego de terminado ese período parlamentario (80-85) no me
presenté como candidato y me dediqué a cumplir con mi
cargo de dirigente en la Confederación Campesina del Perú (CCP). Me trasladé al departamento altiplánico de Puno, donde estaba desarrollándose un proceso de recuperación
de tierras por las comunidades campesinas, quienes rescataban las
tierras de manos de empresas supuestamente colectivistas creadas por
la reforma agraria de Velasco, que en realidad eran gigantescos aparatos burocráticos que oprimían al campesinado en provecho
de un puñado de burócratas. Participé nuevamente en forma activa en la lucha por la tierra.
Posteriormente fui al departamento de Piura, en la costa norte, a
colaborar con los organismos de autodefensa y justicia creados por
el campesinado de la zona llamados "rondas campesinas".
Luego fuí enviado por la CCP a la selva, al departamento de
Ucayali, a colaborar en la realización de una huelga prolongada.
El gobierno de Alan García ordenó la masacre del mitin
realizado al finalizar la huelga, vi caer compañeros a mi derecha e izquierda. Luego me apresaron y golpearon hasta el cansancio y me
hicieron desaparecer. Afortunadamente me vió un compañero
campesino que comunicó inmediatamente a la CCP, la que el mismo día difundió la noticia por el mundo. Otra vez más
me salvó la vida la solidaridad internacional.
En las elecciones de 1990 me presenté como candidato a senador y fui electo. El dinero de mi sueldo lo destinaba al partido cuyo
miembro era, al pago de una secretaria para la CCP y a los viajes
al interior del país exigidos por el campesinado afectado por
la contaminación de la minería, ya que fui miembro de
la Comisión de Medio Ambiente en el Senado. Los proyectos de
la izquierda continuaban siendo aplastados por la mayoría,
sirviente de los opresores.
Antes de dos años Fujimori hizo el autogolpe que disolvió
las cámaras. Yo, que estaba condenado a muerte por el gubernamental
Servicio Nacional de Inteligencia y por el grupo ultraizquierdista
Sendero Luminoso, me vi obligado a salir del país y venir a
México para vivir con mi compañera y mis dos últimos hijos. Visitaba el Perú algunas veces, estuve en los congresos de la CCP y de la Federación Departamental de Campesinos del
Cusco (FDCC), uno de cuyos fundadores soy. Participé en la
reunión de Chiapas "Por la Humanidad, contra el Neoliberalismo".
En 1997 retorné al Perú. En la primera época
a Chaupimayo y luego a la ciudad del Cusco, desde donde era más
fácil desplazarse a todas las comunidades campesinas del departamento
del Cusco. Mi domicilio permanente está en el local de la FDCC.
Esta es la tarea que estuve desarrollando en los últimos años.
Participé fundamentalmente en la campaña por la democratización
de los municipios rurales para que éstos ya no sean gobernados
por el alcalde sino por las asambleas de los delegados de las comunidades
campesinas y los habitantes urbanos de los pueblos, como sucede en
el distrito de Limatambo cuyo alcalde es el compañero Wilbert
Rozas. Además me invitaron a eventos internacionales en Bolivia, Paraguay, Ecuador, Brasil y, a principios de este año al Foro
Social Mundial.
Últimamente me dí cuenta de que las comunidades campesinas
están siendo despojadas de sus tierras por leguleyos y que
sólo se defienden en el terreno legal donde tienen todas las
de perder, pues no cuentan con dinero, ni tiempo, ni influencias.
Como viejo que soy, he vivido etapas de lucha colectiva extralegal,
por esto consideré mi obligación volcar esa experiencia al campesinado actual. Para esto tenía citas con comunidades
de altura. Por eso consideré que no podía faltar a esas citas y estando enfermo viajé para cumplir con ellas. Fue en
ese viaje que tuve los golpes que me produjeron mi actual mal. Tengo
el consuelo de que los compañeros con quienes conversé
iniciaron la recuperación de tierras.
Hace mucho tiempo que no ocupo ningún cargo de dirección
nacional ni local, no creo en los dirigentes eternos ni creo que sea
necesario ocupar algún cargo para trabajar por la organización.
Escribo folletos para trasmitir mis experiencias, especialmente al
campesinado. A inicios del mes pasado se realizó el noveno
congreso de nuestra querida FDCC, sentí que aún estando enfermo no podía salir del Cusco sin participar en él,
los compañeros campesinos tuvieron la amabilidad de nombrarme
Presidente Honorario de la Federación y me pidieron que deje
de activar como cuando era joven, lo mismo me pidieron en Lima los
dirigentes de la CCP. Todos ellos me dijeron: "Déjanos
eso a nosotros los jóvenes, tu tarea es escribir sobre tus
experiencias antes de morir".
Espero salir de mi mal vivo y coherente, para hacer por lo menos lo
que esperan de mí mis compañeros campesinos.
Carta
de agradecimiento
23
de Septiembre de 2002
Compañeras y compañeros:
Se entiende que mi mal ha sido una desgracia, y aunque salga vivo de
él, ya no podré continuar llevando la vida de miembro
actuante del movimiento indígena campesino en los Andes, que
tanto me gusta. Esto, naturalmente, me apena.
Sin embargo, este mal, también me ha traído alegrías
intensas gracias a ustedes y a muchas hermanas y hermanos más,
con much@s de l@s cuales jamás nos hemos visto. La solidaridad
que han mostrado conmigo ha sido emocionante; una solidaridad cálida,
sincera, desinteresada, actuante, lo que la hace poderosa.
Principiando con mis compañeros campesinos del Cusco, quienes
en nuestro Congreso de alrededor de mil delegados, me nombraron presidente
honorario de nuestra Federación y, a pesar de su cansancio, pugnaban
por abrazarme; continuando con los dirigentes de la Confederación
Campesina del Perú, Javier Diez Canseco y luego muchas y muchos
más; personas de diversos
países, campesinos, parlamentarios, médicos, obreros,
empleados, estudiantes, funcionarios gubernamentales, profesionales,
familiares míos muy abnegados, como mi hija María y mi
compañera Ana. Como decía Violeta Parra "Yo tengo
tantos hermanos que no los puedo contar". Todo eso hace una fuerza enorme, invencible, que recordó a mi hija Carmen el poema MASAS
de Vallejo que concluye: "........Entonces todos los hombres de
la tierra le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
abrazó al primer hombre y echose a andar". En mi caso eso
es casi literal, si vuelvo a la vida ha de ser debido a la voluntad
de todos y todas ustedes.
Han sido varias las oportunidades en las que, debido a la represión,
estando al borde de la muerte, la solidaridad me salvó la vida.
En esas ocasiones yo esperaba la solidaridad, confiaba en ella. Sin
embargo ahora, en que no era la represión sino una enfermedad
la que amenazaba mi vida, no entiendo por qué, no la esperaba;
y menos aún en la magnitud que ha mostrado; ¿quizás porque (da vergüenza confesarlo) no acostumbrábamos practicarla en casos como el mío? Ha sido pues una fuerte y sorpresiva lección muy grata para mí, y probablemente ingrata para el sistema que nos oprime, el que aplastando las individualidades, practica, predica y pretende imponer, el egoísta individualismo.
Esa lección, además, me muestra que es dulce recibir en
vida lo que desgraciadamente acostumbramos expresar ya cuando el compañero o compañera han muerto.
Gracias pues, no sólo por mi vida y mi salud, sino también por las enseñanzas que produjo vuestra acción.
Un abrazo extenso, emocionado (vallejiano), para todas y todos ustedes, que aplastan el pesimismo
con la potencia de vuestra solidaridad.
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