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Niza 2000


Europa en la calle


José Vidal-Beneyto ("El País", 10 de Diciembre de 2000)


Somos muchos. La policía dirá después que entre 50.000 y 60.000. Llueve y la lluvia y la determinación nos compactan bajo los paraguas y los capuchones y nos hacen masa conjunta, imparable. No hemos venido a romper, sino a construir; no a rechazar, sino a pedir.

Contrariamente a lo que dijo hace poco Felipe González en México, los de las calles de Seattle/Niza no somos unos irresponsables fundamentalistas, quemacoches y rompevitrinas incapaces de hacer propuestas posibles. Sabemos muy bien lo que queremos y lo que no queremos y lo hemos escrito y dicho aquí en manifiestos y pancartas. Ya está bien de cualquier Europa a cualquier precio, ya está bien de la Europa ultraliberal de unos pocos, obsesa por la especulación y el lucro, que ha hecho del juego en la Bolsa y de la exclusión social sus prácticas privilegiadas.

Esa Europa, conculcadora de su propio modelo de sociedad, negadora de su proyecto histórico de liberación y de progreso en la que más del 20 % de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, esa Europa que nos impuso la señora Thatcher con el asentimiento pasivo de la socialdemocracia europea y el resignado posibilismo de Jacques Delors, no puede durar más. Queremos otra Europa, la Europa social más democrática y más europea que está reclamando esta extraordinaria movilización de fuerzas sindicales y ciudadanas. Otra Europa que haga posible otra mundialización desde la que crear los supuestos de la democracia mundial. En términos más concretos, queremos que no nos tomen el pelo con la Carta Europea de Derechos Fundamentales, que los Estados miembros han pactado no incorporar por ahora al Tratado y que por tanto no sirve de nada, máxime cuando hasta la han privado esta misma mañana de su dimensión simbólica al renunciar por exigencia británica -¡cómo no!- a su proclamación formal, reducir su firma a nivel de ministro de Asuntos Exteriores y convertirla así en un puro trámite administrativo. Una Carta que además no nos gusta.

Por la precariedad de su contenido social, del que el primer ejemplo es la ausencia de un derecho de huelga europea. Queremos que no nos tomen el pelo con la Agenda Social europea, cuyo esgrimido calendario de medidas sigue careciendo, a pesar de los esfuerzos de Odile Quintin, directora general del Empleo de la Comisión Europea, de cualquier texto legislativo con capacidad de obligar y a cuyo avance no contribuirá en forma alguna este Consejo Europeo. Ni siquiera logrará sacar adelante directivas como la del derecho sobre información y consulta de los trabajadores, que lleva tanto tiempo encallada.

El colofón del escarnio lo representa el tratamiento de los despidos individuales, incluido en la Agenda a petición del Parlamento Europeo, tema en el que negándose a aceptar incluso el nivel mínimo de protección previsto por las normas de la OIT, el Consejo se inclina "por organizar un intercambio de opiniones en función de las prestaciones de la seguridad social y de las características nacionales del mercado de trabajo". ¿Cabe mayor cinismo liberal?

El Consejo de Niza habrá sido un paso más en la renacionalización de la Unión Europea, esa irresistible marcha hacia el espacio económico común que es el destino más conveniente para los propósitos de la mundialización liberal de las multinacionales. Con acuerdos de fachada, retoques cosméticos en la estructura institucional y el anuncio, formal o informal, de una nueva Conferencia Intergubernamental (CIG), cerrará sus puertas este Consejo y nos deparará un tratadillo, sala de espera hasta la próxima CIG.

Frente a ese teatro de sombras, Habermas está hablando en París del pueblo europeo y de la necesidad de fundar su conciencia de pueblo en el patriotismo constitucional, entendido como la proyección formalizada más allá de las fronteras de cada nación de su patrimonio democrático y social.

La Plataforma Niza 2000 y todos los demás colectivos presentes están haciendo aquí pueblo europeo, como durante la dictadura franquista los demócratas españoles hacíamos democracia en las calles y plazas de España.