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Manifestaciones y enfrentamientos en Kabilia
10 de marzo de 1980, Tizi-Uzu. Las autoridades acaban de prohibir una conferencia sobre poesía beréber en la universidad. Es el inicio de la llamada Primavera Beréber. Manifestaciones, huelga general. El 20 de abril la policía irrumpe en el recinto universitario y arresta a miles de estudiantes. Los enfrentamientos se reproducen con mayor violencia. Los manifestantes incendian las sedes del Frente de Liberación Nacional (FLN) ... Hoy, un temeroso vigilante asoma dubitativo el rostro tras la reja que protege la entrada de las oficinas del FLN. De momento, ha resistido los embates de la turbamulta. Pero Rahim Abdellaoui no desiste. «Tarde o temprano lo quemaremos», dice. Tizi-Uzu vive su segunda Primavera Beréber, aunque en este caso sea casi verano. Los altercados comenzaron a raíz de la muerte de un estudiante en una comisaría, el 18 de abril. Decenas de muchachos fueron abatidos por la policía durante esas jornadas. Oficialmente, son 51 los muertos y cerca de 1.000 los heridos. Una precaria calma se instauró a partir del 6 de mayo, pero el pasado día 20 se reanudó la algarada. «Vamos a seguir peleando hasta el final. Estamos hartos. Sólo me detendría si usted me consiguiera una visa para marcharme a España. Aquí no hay jefes, ni aceptamos la intervención de los partidos políticos. Esto es una revuelta de la población humillada. No hay trabajo, no hay casas, no hay nada. Nos tratan como cerdos. Lo único que quiero es quemar», afirma con un inaudito tono de desesperanza Nadir Chetouane, de 23 años y empleado de un comercio. CIUDAD CAÓTICA Ni el teatro Kateb Yacine -que debe su nombre a uno de los mitos literarios de la Cabilia- se ha salvado de la furia popular. Todos los cristales están rotos. «Tuvo mala suerte. Está al lado del Ayuntamiento», comenta otro chaval. Largas columnas de humo
se alzan en varios puntos de la ciudad. Neumáticos ardiendo. «Estamos
en una zona de guerra. Así que, atención, hay que correr»,
advierte Nadir Benseba, periodista del diario local Le Matin. Benseba
es otra de las víctimas de este conflicto civil. El pasado día
24 fue agredido por la policía. «El agente me rompió
la porra en la espalda», aclara mientras muestra un terrible hematoma
a la altura del omóplato y el brazo vendado. La conversación
dura muy poco. Efectivamente hay que correr. Decenas de policías
con escudos avanzan desde un extremo de Aban Radman. Una treintena de
chavales les hacen frente a En otra de las esquinas, un grupo de jóvenes saquea la oficina de Air Algerie, la compañía estatal de aviación. En los muros de las calles se multiplican las pintadas. «Pouvoir Assassin» (Poder Asesino). «¡Vive la liberté!» (Viva la libertad). Otras recogen todo tipo de insultos, cuando no proclamas a favor del tristemente célebre Hassan Hatab, líder del grupo armado integrista que actúa en la Cabilia. «Escriba, escriba.. No queremos al poder, queremos a Hatab», declara un chaval, rectificado de inmediato por sus compañeros: «¡No, no! ¡Tache eso! ¡Ni poder, ni islamistas!». Es la cólera en absoluto. El nihilismo de nuevo. BARRICADAS Aquí, en todas las puertas de los edificios se divisa el signo Z del abecedario tamazigh, el símbolo beréber. Acaban de lanzar un cóctel molotov contra el camión policial. «¡Corred, corred!». Están disparando botes de humo, pero a la altura de la cabeza. Pasan silbando entre la multitud. Alguien acarrea a una señora desvanecida. «¡Al hospital, hay que refugiarse en el hospital!». Cientos de personas se apilan en torno al centro sanitario Mohamed Nedir. Llegan varios vehículos con víctimas de los gases. M'hamed Himene permanece en la sala de traumatología, tumbado en la cama con varios hierros metálicos injertados en la pierna. Himene, un comerciante de 31 años, muestra el disparo que le atravesó el fémur, casi a la altura de la cadera, el jueves pasado. «Nos están cazando como conejos», dice. A su lado, descansa Hamadi Lahcene, de 23 años, con otro tiro en la extremidad inferior. «Vi cómo el policía me encañonaba tranquilamente. Estaba a sólo 10 metros. Sí, estaba manifestándome, pero ésa no es razón suficiente para asesinarnos», precisa el joven. Más allá del centro se extienden lo que los rebeldes definen como «territorios liberados». Es la llamada Villa Nueva, el área que circunda a la universidad. Aquí no se ven policías, sólo jóvenes encapuchados, que controlan los accesos con barricadas y hogueras. A las 6 de la tarde, los chicos apilan pedruscos y farolas en la principal entrada de Tizi-Uzu, aislando la ciudad. «Ahora comienza el asunto verdaderamente serio. Los cócteles molotov», precisa Benseba. «No lo olvide. Estamos muertos», repite otro chaval. |