Info DpT
Foro Social Europeo


Florencia ‘02: Otras Europas , otras Españas son posibles


Armando Fernández Steinko
(
27 de Noviembre de 2002)

Del punto de fuga a la alfaguara transversal

Florencia marca una inflexión. La globalización neoliberal está convirtiendo este mundo en una cosa insoportable pero, si el socialismo de Este era para llorar, el centro-izquierda empieza a ser para morirse de la risa. Aunque el antes y el después que pudiera marcar Florencia no es tan fácil de demostrar. Hay muy pocos acontecimientos en la historia que facilitan la certeza de un antes y un después nada más ocurrir y hay otros, como el 11 de septiembre del 2001, que más bien aceleran procesos ya en marcha desde hace algunos meses o años. El Foro Social de Porto Alegre marcó el pistoletazo de salida, pero tampoco tanto porque Porto Alegre I, a su vez, fue el resultado de una acumulación de pequeñas experiencias de transformación innovadoras que se fueron reafirmando y perfeccionando con los años desde la peculiar Revolución Zapatista, hasta los presupuestos participativos en el Brasil. ¿Qué dice la historia de los movimientos sociales?.¿Qué hay de nuevo en Florencia aparte de desbordar todas las previsiones de participación y creatividad, aparte de la madurez política e intelectual de casi todo lo que ahí se dijo, discutió y propuso, aparte de que la manifestación contra la guerra del 9 de noviembre realmente ha podido llega a aglutinar a unas 750.000 personas diversas y unidas como podemos testificar los que estuvimos ahí sin ánimo de engañar a nadie?

Desde luego Florencia tiene muchas cosas en común con aquellos movimientos sociales que modificaron el rostro de occidente, que domesticaron o incluso consiguieron batir el capitalismo en el siglo XXI. En primer lugar tiene en común con ellos la combinación entre protesta antibélica y protesta social y laboral que agrupa, repentinamente, a sectores de clases medias, obreras, de mujeres y jóvenes en una amalgama muy poderosa. Esta combinación, que sólo en el menor de los casos condujo a un cambio revolucionario pero que en otros muchos redefinió drásticamente el juego político o, al menos, preparó el terreno para cambios más profundos, se dio tanto en la Revolución Rusa del 17, en la Alemana del 18, durante la Semana Trágica de Barcelona (1909) y la Huelga General en la España de 1917, tanto en los grandes movimientos antifascistas de 1944-1950 como en las protestas contra la Guerra del Vietnam hacia 1968. Esa misma amalgama se ha repetido en Florencia y sólo ella explica la masiva asistencia a la manifestación del sábado 9 de noviembre contra la Guerra en Irak

En segundo lugar, en Florencia se volvió a dar un acercamiento entre los planteamientos de aquellos que apuestan por unas formas de participación y de lucha más directa y aquellos que apuestan por una lucha más institucional con, eso sí, predominio claro de los primeros. El desprestigio de las instituciones políticas, que está conduciendo a un aumento de la abstención y del desinterés por la política en Europa, le ha dado mucha más voz a aquellos que apuestan por participar “en la base” (desde grupos ecologistas, hasta ONG, desde iniciativas ciudadanas de todo tipo hasta organizaciones ya declaradamente antiinstitucionalistas, desde grupos marxistas o libertarios hasta sindicados “de base”) que a las organizaciones más asentadas. Los partidos del centro-izquierda, desprestigiados por el triste papel que han tenido en la segunda mitad de los ochenta, brillaron más bien por su ausencia y, aunque en menor medida, también los grandes sindicatos europeos. Pero en Florencia se ha dado un ablandamiento claro de esta eterna dicotomía, ablandamiento que también se tuvo que dar para que se consolidaran los tres grandes ciclos de protesta que ha conocido el siglo XX (1917-1924, 1944-1950 y 1968-1980). La Revolución Rusa no habría podido triunfar nunca si la ancestral cultura rusa de la autoorganización ciudadana (soviets) no se hubiera impuesto a la apuesta institucionalista de los mencheviques, pero tampoco si muchos de lo muros que separaban a mencheviques y bolcheviques no se hubieran ablandado al menos durante los primeros meses de 1917. La Revolución Alemana nació al margen del sector mayoritario del SPD, pero aunque este luego la traicionaría, tampoco habría triunfado si las organizaciones obreras y sindicales mayoritarias no se hubieran sumado masivamente a ella. Las luchas antifascistas a partir de 1944 era una lucha de base, pero los partidos, con su disciplina y su organización estaban detrás de ellas con sus redes de intelectuales, militantes organizados y resistentes de todo tipo. También el 68 nació en la base, en la base de las fábricas y en la base de las universidades y los barrios, pero sólo cristalizó en leyes avanzadas y reformas sociales de las que aún nos beneficiamos, cuando una parte de la socialdemocracia se sumó a ellas (también en este caso para apropiarse de ellas electoralmente y luego olvidarlas muy rápidamente) etc.. Las luchas sin cuartel entre institucionalistas puros y antiinstitucionalistas puros que conocemos de los años setenta o incluso de los ochenta y de los novena (en los primeros intentos de crear el Foro Social de Barcelona y el de Madrid sigue vivas), ha remitido. Gracias a la rectificación de algunas organizaciones como Refondazione Comunista, pero sobre todo debido al vigor de las iniciativas ciudadanas que han arrinconado un poco las burlas de las viejas maquinarias fordistas de representación política.

Tercero. Florencia no es producto del trabajo y la implicación de una generación o de un colectivo social determinado que dominara abrumadoramente por encima de los demás. Es verdad que los que predominaban eran los jóvenes universitarios igual que en 1968. Pero también estaba bien representada la generación intermedia, la que hizo el Tercer Ciclo y también la de aquellos que crecimos políticamente en los años ochenta. El peso de la juventud siempre ha sido decisivo. Las ciudades más revolucionarias de Europa en 1917 eran, no por casualidad, las más jóvenes (San Petersburgo, Barcelona y Berlín, no tengo datos en este momento para Turín y para otras) de forma que lo del 68 no fue la única ruptura protagonizada por las nuevas generaciones sino que estas han estado siempre muy presentes (también en Florencia) aunque es verdad que sólo hacia 1970 constituyeran identidades y culturas propias. La juventud no protesta por capricho, lo hace porque realmente tiene más que ganar que los adultos, porque invierte más en un futuro que se extiende por más años delante de ellos que delante de los más mayores.

Y luego están las mujeres que, en espera de un estudio más sistemático, tengo la impresión de que en Florencia fueron al menos tan numerosas como los hombres. Las mujeres fueron decisivas en la Revolución Rusa de la misma forma que lo fueron durante la lucha por el sufragio universal que en la Finlandia de 1906 les dio por primera vez el derecho al voto (Finlandia había sido una colonia de Rusia hasta esas fechas), de la misma forma que lo fueron en la Semana Trágica de Barcelona, que marca un hito en la historia de los movimientos sociales en España. La incorporación de miles del mujeres al trabajo remunerado en la mayoría de los países que participaron en la Primera Guerra Mundial (los casos de Francia y Rusia son espectaculares, pero también los de Alemania, Gran Bretaña y los Estados Unidos) fue casi tan importante para conseguir quebrar el orden político y, en parte, económico del siglo XIX como la fuerza organizada del movimiento obrero. La historia se volvió a repetir hacia 1944, cuando millones de mujeres se incorporaron a la lucha antifascista rompiendo muchos de los moldes, roles y comportamientos organizados en torno a esa familia tradicional, hermética y siempre muy poco porosa al acontecer ciudadano. Las mujeres, y el movimiento feminista en general, también fue decisivo en el 68 como todo el mundo sabe y las mujeres, que hoy tienen un peso más que proporcional entre los universitarios en los países del sur de Europa, vuelven a ser decisivas de forma que tampoco es tan raro que hayan predominado en Florencia.

Algo más novedoso, históricamente más original ha sido el que en Florencia las partes no se hayan enzarzado en un debate entre rupturitas y reformistas (aquí una diferencia considerable con respecto a 1968 y a 1917, aunque no con respecto a 1944), entre el simple rechazo del capitalismo y su aceptación dogmática. En Florencia, como en Porto Alegre, ha triunfado el si frente al no, las alternativas con capacidad de integrar la crítica de lo existente, frente al rechazo sin más de algo que no se quiere pero para lo que no se tienen demasiadas alternativas viables. La mayor parte de las propuestas hechas en los miles de foros y grupos de discusión desembocaron en un cuestionamiento no sólo verbal sino profundo y realista del orden actual. Lo que se pedía era, simplemente, imposible de alcanzar dentro del actual orden capitalista porque si la seguridad socioeconómica en su sentido más amplio, si la sostenibilidad, si la diversidad cultural y la paz son los objetivos que prácticamente todo el mundo admite como deseables y necesarios para hacer esos “otros mundos posibles”, parece muy difícil que todo ello se pueda llegar a conseguir a partir de las grandes leyes que hoy regulan la economía y la sociedad. “El capitalismo no será abolido simplemente socializando la propiedad privada, como tal vez se creía antes, sino que hay que ir diseñando y practicando formas de vida (producción, consumo, tiempo libre AFS) que transciendan el propio capitalismo”. Este “socialismo de todos los días” (Enric Tello) no requiere tanta fraseología revolucionario-rupturista, simplemente lo es en sí mismo, se llame así o de otra forma.

Otra de las novedades importante que yo he podido observar en Florencia, novedades con respecto al último ciclo de protesta (1968-1980) del que somos hijos, directa o indirectamente, muchos de los que estuvimos ahí son las siguientes:

Primero está la combinación entre falta de perspectiva laboral y altas cualificaciones entre los jóvenes. Es verdad que los jóvenes del 70, al menos los de clase media, estaban mucho más cualificados que los de los años cuarenta. Igual que los europeos de hoy se beneficiaron de un sistema público de educación que hacia aquellas fechas ya había dejado sus posos en forma de un acceso generalizado a la cultura, al disfrute del tiempo libre etc. Pero a diferencia de aquellos jóvenes criados en un contexto de bonanza y de crecimiento casi ininterrumpido, los jóvenes de Florencia tienen un futuro profesional nada despejado. La crisis de 1975 recortó mucho aquellas perspectivas de los jóvenes contestatarios de entonces, pero hacia 1975 el ciclo de protesta empezaba a remitir precisamente debido al problema del paro, de la precariedad y del principio del “sálvese quien pueda” que pilló desprevenida a una protesta que nadaba sobre la ola de la abundancia del desarrollismo fordista y no logró consensuar una fórmula para ampliar la democracia fordista por arriba. Por el contrario hoy, paro, falta de perspectiva profesional y protesta juvenil se vuelven a unir en un cóctel de politización general de lo más genuino e interesante que, si acaso, más se parece a lo que sucedió durante el primer ciclo de protesta (1917-1924) que durante el tercero que nos queda más cerca en el tiempo. Esto explica la aproximación espontánea entre lo cultural, lo verde y lo violeta, con el viejo color rojo del trabajo que, en la mayoría de los países, no acabó de cuajar realmente en los años setenta a pesar de la retórica obrerista de muchas de las sectas políticas de entonces.

En segundo lugar está esa impresionante diversidad de iniciativas, organizaciones, redes y asociaciones de todo tipo que han confluido en Florencia. Florencia, ha sido la irrupción definitiva de la pluralidad, de la diversidad, de la creatividad colectiva, un triunfo que viene de Porto Alegre I y II pero que sólo en un continente tan diverso y multicultural como el europeo podía llegar a ser tan contundente. Y no sólo eso porque eso en sí mismo no conduce a un nuevo ciclo de protesta pues también puede llevar a su división y debilitamiento como sucedió hacia 1970, o incluso a su autoliquidación por culpa de los sectarismos y de los enfrentamientos entre grandes organizaciones político-sindicales, las iniciativas más de base y entre los propias iniciativas de base entre sí. Florencia ha seguido la consigna genial de Porto Alegre de autodefinirse más como un espacio para el encuentro y la elaboración de alternativas, más como un proceso de búsqueda colectiva, más como algo así como una alfaguara de creatividad transversal que busca una alternativa a la globalización neoliberal que como un punto unificador y “acumulador de fuerza” en el sentido tradicional del término. Aquí hay mucha novedad porque afecta a las formas de construir de contrapoderes. Los encuentros especializados de universitarios, de sindicalistas o de ONG en un punto del planeta también a lo largo de los últimos años habían generado propuestas e intercambios importantes de iniciativas, modelos y propuestas pero ninguno de ellos había sido capaz de desencadenar efectos dominó comparables a lo que hemos visto en Florencia. Sólo la transversalidad de colectivos, edades, iniciativas y proyectos ha logrado una propagación social del propio proceso de creatividad colectiva. Y esto yo no lo he conocido antes.

Pero no sólo eso. Florencia no ha sido sólo pluralidad sino también confluencia de diversidades que se anudan y vuelven a ramificar otra vez para explorar nuevos temas y estrategias, para atraer a más gente nueva. Es movimiento de movimientos generador de consensos sobre la marcha, consensos innovadores por sistemática, por romper los moldes unificadores de lo que normalmente se entiende por “consenso” (el “Consenso de Washington”, por ejemplo). En Florencia había cinco lenguas oficiales (italiano, español, francés e inglés) con dominio del italiano de la misma forma que Porto Alegre logró adoptar el español como lengua franca frente al inglés y no por nada sino simplemente porque la mayoría hablaba o entendía el español. Esta aceptación de las reglas de la diversidad en un ámbito tan problemático y tan costoso económicamente como es el de la lengua (los traductores simultáneos cuestan mucho dinero) le ha dado un seño de distinción a Florencia como se lo dio a Porto Alegre y, siguiendo esta línea, es posible que tengamos que hacer una incursión estratégica en el árabe en el próximo Foro Social del Mediterráneo, lo cual puede ampliar de forma explosiva las adherencias por parte del olvidado y maltratado mundo árabe. Lo curioso es que esto no ha impedido la comunicación. Claro que la diversidad obliga a aprender idiomas, claro que esto requiere de un esfuerzo adicional de traducción simultánea, claro que habría sido más barato ponerlo todo en inglés, pero el esfuerzo ha merecido la pena. La multiculturalidad como el plurilingüismo tiene una enorme capacidad de unir, de cohesionar, de agilizar, de certificar una diversidad que luego devuelve con creces todo lo que se ha invertido en ellos. Siempre he pensado que el fracaso de la transición democrática española, que es el fracaso de la construcción de un espacio multicultural, se debe a la incapacidad de los españoles de las zonas sólo castellanoparlantes para aprender idiomas, los idiomas peninsulares y el Foro Social Europeo no ha hecho sino confirmármelo. No hay posibilidad de generar consensos sin destruir lo particular si no hay capacidad de aprender varios idiomas particulares, y no sólo el idioma inglés.

Porque Florencia ha generado consenso a pesar de todo esto, un consenso que nada tiene que ver con el “Consenso de Washington” basado en la uniformización impuesta por la sociedad del dinero, en la prepotencia del inglés y en la hegemonía cultural del área anglosajona. La palabra de moda ahí, sobre las moquetas donde dormían los jóvenes venidos de lejos con sus sacos de dormir, sus pocos dineros y su inquebrantable optimismo es la palabra “contagio”. Contagio entre países, culturas y creencias, contagio entre planteamientos marxistas y no marxistas, entre lo rojo del mundo del trabajo, el violeta de las mujeres en lucha, del amarillo de la diversidad cultural y lingüística, el azul del movimiento por la paz y el verde del ecologismo. Contagio entre generaciones, entre temas y disciplinas, entre sabios y aprendices, entre escuchantes y parlantes. Contagio, y contagio. La repugnancia frente a la guerra, el horror a la política de Sharon, la sensación de que realmente el tiempo apremia para hacer algo con el mundo, la indignación por el trabajo escaso y precario, todo eso unía a desiguales. Aunque, y ahí también lo interesante, no por ello el Foro Social de Florencia se ha convertido en un centro unificador que tome acuerdos vinculantes para todos. Los únicos compromisos son el rechazo de la globalización neoliberal y la guerra así como el respeto de una serie de reglas de funcionamiento interno. Esta fórmula está permitiendo extender rápidamente su red de participantes. Sólo la pluralización de formas de vida, ambientes políticos cambiantes y situaciones de desigualdad generada por la crisis del fordismo podía producir un suelo para este impresionante estallido de diversidad.

En tercer lugar está ese carácter tan marcadamente global de la protesta que también tiene mucho de novedad. Es verdad que el 68 fue también una cadena acontecimientos que cruzaron el mundo en todas direcciones, desde Praga hasta París, desde la Ciudad de México hasta California, desde el norte de Italia hasta la margen izquierda del Nervión y los barrios periféricos de Madrid y Barcelona. Pero el movimiento contra la globalización neoliberal nace en otro momento histórico, sobre la base de otras fuerzas productivas, con otro nivel de desarrollo de los valores de uso, de destrucción de recursos no renovables etc. Sin las tecnologías de la información y sin Internet no habría sido posible que gente tan diversa y variopinta confluyera en Florencia. Pero más importante aún que todo esto es lo siguiente: sin la reorganización productiva de las empresas capitalistas que han convertido el mundo en una red complejísima de empresas subcontratadas y subsubcontratadas, cuya cúspide se encuentra en los centros de poder económico y financiero, pero que generan una creciente concentración de los resultados del trabajo de millones de personas en todo el mundo (entre ellos muchos niños) en unos cuantos grupos sociales que residen en los barrios residenciales de los países del primer mundo; sin todo esto no habría forma de articular de forma tan visible el carácter planetario de los mecanismos de explotación capitalista. Sólo la combinación entre tecnologías de la información y globalización financiera, que le da una ubicuidad casi de infarto a los procesos económicos y que vinculan los procesos más locales, más cotidianos de la gente de todo el mundo a las decisiones de un Greenspan o a la evolución del precio del petróleo, explica ese nuevo cosmopolitismo nada rebuscado, nada construido sino sentido, íntimo y natural que se ha florecido en la ciudad-flor de Florencia.

Hay, por fin, otra novedad que tampoco se dio de la misma forma ni en 1917, ni en 1944 ni hacia 1970 pero que sí ha irrumpido con fuerza esta vez: la relación entre las cuestiones de clase, que a su vez crean una determinada cultura política muy vinculada a organizaciones y clases determinadas, y lo que podríamos llamar las “cuestiones universales” como la ecología, las formas de vida y de consumo, la paz, la relación norte-sur o la democracia que atraviesan todo el tejido social. Esta afinidad, que aún no han explorado los sindicatos los suficientemente (una inhibición que empieza a ser ya un auténtico acto de irresponsabilidad) se ha dado de forma llamativamente natural en Florencia. Bien sea gracias a la aportación de los “viejos” partidos de izquierdas que siguen tomándose en serio –mal que bien- el mundo del trabajo, bien sea a través de todas esas miles de iniciativas para la creación de economías sociales y solidarias, movimientos cooperativistas, empresas de comercio justo, iniciativas para el control de la actividad de multinacionales etc. que empezaban sus charlas diciendo que “otras empresas son posibles”. El análisis de clase no es que se haya visto recortado por el enfoque universalista o que los enfoques que tienen en su punto de mira la humanidad entera se hayan negado a introducir cuestiones de clase en su análisis y sus prácticas, sino que ambos se han ampliado y complementado mutuamente. Y esto es nuevo, al menos es nuevo el hecho de que este trasiego se haya hecho mayoritario. Es verdad que las demandas de soluciones a los problemas universales que atraviesan todos grupos y clases sociales no es nada nueva. La militancia antibélica en los años del Primer Ciclo de protesta nace en el movimiento obrero, pero se difunde por toda la sociedad a medida en que van acumulándose las víctimas y la destrucción, a medida que todos, y no sólo los obreros, salen perdiendo con la guerra. Lo nuevo tampoco es la existencia de grupos formados alrededor de problemas globales que atraviesan todos las clases sociales y que, por tanto, no se llevan demasiado bien con los sindicatos y los partidos de clase. Esta proliferación de grupos vinculados a problemas de género, medioambiente, relaciones norte-sur etc. se dio también en el 68. Pero otra de las novedades prometedoras de Florencia es que los más apostaban por una complementariedad entre análisis de clase y análisis “universalistas” poniendo fin a unos enfrentamiento que se han ido haciendo más absurdos a medida en que el capitalismo está mostrando su rostro más puro, a medida en que aumenta su capacidad destructiva.

Todo esto también marca un hito en la historia reciente de los movimientos sociales. Durante el Tercer Ciclo de Protesta las cuestiones universales estaban relativamente enfrentadas a las cuestiones sociales, de clase. Con algunas excepciones, el movimiento obrero organizado no supo o no quiso entender hacia 1970 todo lo que, al menos potencialmente, le unía a lo que entonces se empezaron a llamar “los nuevos movimientos sociales”. También había que decir que existía una razón objetiva de este bloqueo: el bienestar social, también el que empezaba a conquistar la clase obrera, estaba construido sobre unas formas de consumo y de producción predatorias, incluso sobre una agresividad militar que era la que permitía asegurar puestos de trabajo gracias a la conquista de mercados neocoloniales y de materias primas baratas. Esto explica la complicidad cínica también de una parte del ala socialdemócrata del movimiento obrero para con las políticas agresivas de sus gobiernos, complicidad que nadie encarna mejor que la trayectoria de Javier Solana. Pero hoy el desastre ambiental ya no va tan unido al progreso social como en los años setenta, la destrucción de la biosfera ya no conduce de la misma forma a la democracia económica en casa. Los nuevos contestatarios no son hijos de papá con un futuro laboral relativamente asegurado, sino jóvenes con pocas perspectivas, con muchos más saberes de los que pueden aplicar en su trabajo y en su vida cotidiana. Son jóvenes que no tienen que ir a la guerra como en 1914, pero cuya precariedad social y laboral se parece mucho a la incertidumbre que viven las masas del sur, que viven un deterioro simultáneo tanto de su condiciones de trabajo, como de su entorno ambiental, tanto de sus condiciones de consumo como de sus condiciones de vida en general.

Pero creo que para seguir hablando de Florencia ‘02, lo mejor va a ser citar el texto contenido en uno de esos miles de octavillas recogidas al azar y que repartieron uno de esos cientos de grupos e iniciativas que pululaban por la Fortezza da Basso y sus alrededores. La octavilla empieza así: “El CONSUMO se vuelve un rol fundamental en el mundo actual. Mientras hacemos la compra tenemos todos un potente instrumento a nuestra disposición para elegir qué tipo de mundo deseamos. CADA COMPRA ES UNA ELECCION POLITICA y tenemos todos la posibilidad de incidir activamente en la realidad que nos rodea” (resaltado en el original). Y continúa “A través del boicot a aquellas multinacionales que explotan a los trabajadores, contaminan el ambiente y violan los códigos éticos más elementales, podemos afirmar nuestra elección, nuestro juicio crítico, nuestra PROTESTA”. Y prosigue: “El Grupo de Consumo Crítico del Firenze Social Forum es un GRUPO DE AFINIDAD (con mayúsculas en el original). Esto significa que no somos simplemente un grupo político: nos sentimos unidos precisamente por un fuerte sentido compartido, que no niega nuestras diferencias. Si bien nuestro comportamiento con nosotros mismos, con el territorio y con la sociedad tiene un fuerte contenido político, no entramos nunca en la ideología: creemos que nuestra acción es transversal respecto a la política y que temas universales (resaltado en el original) como el tratamiento de los residuos, la valoración de los recursos, la calidad del aire y del agua, el sustento ambiental y las condiciones de vida y de trabajo sean importantes para todos”. Textos inspirados por esta forma de argumentar se repartieron por miles en Florencia. Grupos de consumo crítico hay muchos desde hace ya tiempo, eso no es nuevo. Pero creo que esta octavilla contiene cosas nuevas. Si acertamos a descifrarlas habremos acertado a definir la originalidad de Florencia.

Primero: el autodenominado “Grupo de Consumo Crítico” no es una organización definida en función sólo de hondas convicciones comunes que la marquen hacia fuera (“fuerte sentido compartido”), que delimiten su territorio con respecto al resto de la sociedad generando cohesión interna frente a terceros, sino que, además, reconoce y convive con sus propias diferencias internas (“que no niega nuestras diferencias”). La fuerte afinidad hacia dentro coexiste, parece que sin problemas, con el reconocimiento de la diversidad interna y del derecho a disentir.

Segundo: El grupo no niega su propio sentido político (“nuestro comportamiento con nosotros mismos, con (...) tiene un fuerte contenido político”). Sin embargo, el sentido que aquí se le quiere dar a lo “político” parece que está por encima de lo que se entiende tradicionalmente por “política” (“creemos que nuestra acción es transversal a la política” y “cada compra es una elección política”), es decir trasciende su definición formal, amplía la vivencia de lo político a muchos de los pequeños actos individuales y cotidianos. Es decir, el grupo, rechaza la noción de política entendida como suma de espacios especializados y organizativamente apartados de la cotidianidad de la mayoría de las personas de a pie. La idea de que “otra forma de consumo es posible” es precisamente un nexo ideal que permite enlazar los pequeños comportamientos en la vida cotidiana, con los grandes asuntos que le provocan tanto dolor al mundo, nexo que al mismo tiempo se convierte en palanca efectiva para transformarlo (“tenemos todos la posibilidad de incidir activamente en la realidad que nos rodea”). La “politización” de la vida cotidiana, entendida como una sucesión de comportamientos individuales e implicados subjetivamente (“grupo de afinidad”) pero persistentes, es decir, con una coherencia, una determinada carga moral y soportada por un determinado análisis de la situación global del mundo, no recorta, sino que por el contrario trascendentaliza la idea de lo político, la hace menos formal y cínica, la socializa, la diluye en la práctica social toda. Por lo que yo sepa, en los últimos tiempos sólo el nacionalismo y una parte de las ONG, ha sabido elevar lo político a una práctica cotidiana, transversal y persistente de forma similar. La diferencia entre ambas formas es que este último es excluyente mientras que aquella es esencialmente universalista e incluyente. Esto es la vuelta de lo que yo he llamado la cultura política del “maximalismo democrático”

Tercero: Para este grupo los problemas universales no están reñidos con todas aquellas preocupaciones clásicas del movimiento obrero y de los asalariados modernos (“creemos que (...) los temas universales como el tratamiento de los residuos (...) y las condiciones de vida y de trabajo, sean importantes para todos” y “a través del boicot a aquellas multinacionales que explotan a los trabajadores”). Aquí lo rojo no se encasilla en un campo apartado de lo verde, de la relación norte sur etc. Más bien todo lo contrario: existe un conjunto de temas y problemas interrelacionados que son los que están haciendo el mundo irrespirable, temas que confluyen (así el enfoque de este grupo de consumo crítico) en una determinada forma de comprar y consumir, pero que nacen de muchos otros como es el de las condiciones de vida y de trabajo de millones de personas en el mundo.

Esta transversalidad, esta afinidad cultural, geográfica y social que se desprende sin demasiada retórica, sin demasiado intelectualismo vanguardista de esta octavilla, tenía que aparecer, antes o después, como idea fuerza de los nuevos movimientos de protesta. Pero no sólo por efecto de la globalización neoliberal que pudiera obligar a la gente a pensar así (eso sería, otra vez, determinismo barato) sino también porque el fraccionamiento del saber, del pensar, de la práctica social y de los espacios de vida, el gueto como organización de la cotidianidad y de las mentalidad, es precisamente una de las causas del desasosiego que vive el mundo. Sólo rompiendo muchas de las formas de pensar lanzadas por los posmodernos, sólo curando el pensamiento mutilado que impide ver el carácter insostenible de la actual situación a pesar de que la realidad no para de darnos pruebas de esta situación, sólo la destrucción de ese filtro ideológico que separa a los “consumidores” occidentales de la realidad en la que viven, podía conducir a lo que ha pasado en Florencia. Había que demostrar que el individualismo neoliberal no tiene nada, pero nada que ver con la individualidad solidaria que se ha visto en Florencia. Había que demostrar que las parcelas y las urbanizaciones de clase media/alta vigiladas por guardias jurados no tiene nada que ver con las miles de teselas identitarias que pueden convivir en armonía en un mundo finito formando gran mosaico multicultural. Había que demostrar que el fraccionamiento postmoderno y esa tonta aversión al “todo” con la que Fernando Savater nos vendió la moto de la emancipación individual no tiene nada, pero nada que ver con la pluralidad social e identitaria que aprende a autorregularse.

La libertad individual con la que funciona la gente que confluyó en Florencia tampoco es nada que se le parezca al consumidor y al productor atomizados que imagina el pensamiento neoclásico-neoliberal. La especialización de los políticos profesionales de uno y otro signo que normalmente se identifica con la política con consecuencias desastrosas para la participación electoral, tampoco tienen nada que ver con la forma de “vivir” la política que trasladábamos de aquella octavilla del grupo de consumo crítico. Definir con claridad estas diferencias era absolutamente necesario para que se recupera la oposición a esta barbaridad en la que se está convirtiendo hoy el mundo, y esa definición ha acabado por llegar entrando y saliendo entre el 6 y el 9 de noviembre por la Fortezza da Basso de Florencia.

Hemos dicho que los Foros Sociales son espacios antes que nada, espacios no abstractos como aquellos que formula la sociedad neoliberal, sino espacios concretos, geográficos, territorios con un devenir social, con una estructura de la convivencia, con una historia. El valor simbólico de Porto Alegre radica en que es una ciudad media cualquiera del país del mundo con más diferencias entre pobres y ricos. No es una capital importante, no es un lugar que haya podido cosechar un protagonismo sobresaliente viejo del semillero de la historia aunque ahora ya forme parte de él. ¿Cuál es el valor simbólico de Florencia, ciudad toscana con una identidad, con una cultura concretas?. Florencia, y el norte de Italia en general, han sido siempre ejemplos de espacios abiertos, representantes de un modelo de civilización policéntrico y multiculural que perdura hasta hoy. Esta forma de organización contrastaba, ya en la Edad Media, con la de territorios como Francia, Alemania o España, que estaban mucho más influidos por la uniformidad religiosa y feudal, por las todopoderosas órdenes monásticas y de caballerías. Los artistas florentinos, pisanos, sieneses, bologneses, veroneses y paduanos viajaban mucho de una ciudad a otra, se visitaban mucho entre aprovechando las cortas distancias y la variedad de cada uno de los microclimas urbanos. Lo hacían aprendiendo y absorviendo estéticas y modos diferentes que, anudados en una nueva sensibilidad, dio nacimiento ni más ni menos que a la Edad Moderna. Pero lo nuevo del Renacimiento no es el naturalismo, que ya existía en la Edad Media, y ni tan siquiera tampoco el individualismo, que también brota antes en algunos rincones de Europa. Lo nuevo es que ese individualismo se convierte en la Toscana de cuatrocento en un instrumento de lucha, en un grito de guerra, Lo nuevo en el arte toscano de aquellos años es que el individualismo deja de ser una gota más dentro de un océano invertebrado e ilimitado como en tiempos del gótico. Lo nuevo es que se convierte en parte de una estrategia para contemplar el mundo abarcando simultáneamente todas las partes. La perspectiva unitaria, que nace en Florencia, es el truco genial para conseguirlo. Se gana haciendo que el sujeto se instale en un único punto de vista desde el cual puede abarcar toda la realidad, pero no fundiéndose en su caos como en tiempos de gótico, sino organizándola, racionalizándola, sistematizándola. Sin esta revolución cultural que hace de la racionalización abarcadora un grito contra el caos y las formas de producción precapitalistas, no habría sido posible ni el capitalismo, ni la ciencia, ni las burocracias modernas con sus ejércitos, pero tampoco habría sido posible la cultura política dominante en el siglo XX, desde el neoconservadurismo democratacristiano hasta la socialdemocracia y el socialismo que triunfa en los años veinte en Rusia y quiebra estrepitosamente en 1990.

El rechazo de la perspectiva única basada en el individualismo racionalista, que luego evolucionó hacia el individualismo posesivo de la revolución industrial, empieza con la revolución de las artes a principios del siglo XX. La pintura había sido el medio de expresión que mejor supo expresar la nueva sensibilidad renacentista en la Florencia de Giotto y la pintura fue la más temprana otra vez en ponerla radicalmente en duda con el cubismo de Picasso y Braque, aunque todas las artes seguirían poco tiempo después. El cubismo descubre que la unicidad del punto de vista es relativa, que la realidad es mucho más compleja como para poder abarcarla realmente desde un único punto de vista estático. Este descubrimiento en la forma de tratar el espacio visual tiene su equivalente en la teoría de la relatividad con la que vuelan por los aires los pilares de la ciencia nacida en el Renacimiento y que estaban basados también en la observación de la naturaleza a partir de un punto de vista único y estático (principios matemáticos y físicos de Newton).

El siglo XX es el siglo de la democracia y la democracia no es sino la dispersión, entre un sinfín de actores con derechos iguales (“ciudadanos”) del derecho a decidir sobre los asuntos políticos, económicos y culturales, es la multiplicación de puntos de vista, actores y opiniones relevantes. El fin del fordismo, que arranca en los años 70 sin que aún podamos hablar de una nueva forma relativamente coherente y acabada de regulación social de los procesos económicos (“Capitalismo flexible”), erosiona la doctrina de la unicidad y la instrumentalidad de la que es hijo y anacrónico defensor. La única forma de democracia que es capaz de engendrar el fordismo es aquella que reproduce, una y otra vez, los principios de la concentración del saber y los recursos políticos en unos pocos (profesionalización de la política, modelos de democracias minimalistas de la segunda posguerra mundial que duran hasta hoy, concentración de las decisiones colectivas en equipos negociadores especializados etc.). En este sentido el fordismo es heredero de aquellos principios renacentistas que, en aquellas tempranas fechas florentinas, articularon una rebelión contra el caos medieval a partir de ese punto de fuga, de esa unicidad abarcadora y racionalizadota. Esto lo intuyeron muy pronto Adorno y Horkheimer, aunque sembraron interminables confusiones metiendo en un mismo saco los contenidos humanistas de los principios del Renacimiento y su degradación tardocapitalista

Pero perpetuar un esquema lineal y unívoco de gestión social se hace cada vez más difícil en un mundo policéntrico, multicultural y diverso. Una parte de esa rebelión contra las grandes infraestructuras de representación creadas hacia 1950 –sean partidos, sindicatos, colegios profesionales o los propios parlamentos- que estamos viviendo en la actualidad, sintomatiza un largo declive del orden creado con el Renacimiento, ese orden que hacia 1890 entra en una rápida espiral de degradación con el transformación del capitalismo en imperialismo, con el triunfo del pensamiento neoclásico en economía y del individualismo metodológico en sociología. El Ciclo de Protesta que arranca en 1968 fue la primera intentona consciente y sistemática, pero el fordismo aún tenía reservas de desarrollo y legitimación cultural, ambiental y económica. La posmodernidad de los años ochenta y la crítica de los “grandes relatos” fue la segunda vuelta, si bien su alianza con el neoliberalismo le robó todo contenido emancipatorio al desviar la crítica de la burocracia hacia el individualismo y la parcela. Las democracias participativas, la llamada Revolución Zapatista, el propio movimiento antiglobalización, que en Florencia ha alcanzado su madurez, son el tercer gran embate contra una determinada forma de concebir y de organizar la vida, la protesta y la participación, embate que esta vez se inscribe en el anhelo de crear un espacio propio fuera de ese centro-izquierda de risa.

Pero este tercer intento sólo podía cuajar después de que se consiguiera romper aquella paralizante alianza entre rebelión contra la unicidad fordista y posmodernidad neoliberal. Esta ruptura tenía que suceder en Europa porque fue en Europa donde nación y es en Europa donde tenía que morir. Florencia, que se ha vuelto a convertir en el símbolo de una nueva ruptura civilizatoria, una ruptura que parece, sólo parece, cuestionar el principio que ella misma vio nacer. El punto de fuga Renacentista fue un programa emancipatorio monumental para su tiempo de la misma forma que la multiplicación de actores, puntos de vista y fuentes de creatividad y saber, es el gran programa emancipatorio para lo que podría ser el Primer Ciclo de Protesta el Milenio. Los grupos como el de “consumo crítico” quieren mirar la diversidad desde la diversidad y no desde la unicidad de una doctrina determinada representada por uno de esos “políticos” profesionales. A estas alturas del capitalismo hay ya demasiado saber disperso entre demasiada gente que sabe hacer muchas más cosas de las que el mercado de trabajo le permite hacer como para pensar que la única forma de generar saber sea seguir concentrándolo en unos pocos especialistas, organizaciones, o dogmas. Hay demasiadas situaciones de vida diferentes, demasiadas lenguas y países, demasiados grupos políticos, asociaciones, iniciativas y círculos como para poder confiar en una vanguardia con una hipotética capacidad de descifrar el secreto de un ya imposible y único punto de fuga.

El Foro Social de Florencia demuestra que es posible contemplar la complejidad del mundo desde la diversidad para intentar transformarlo, que no hay uno, sino miles de puntos de fuga y que esa multiplicidad no genera dispersión e individualización postmoderna como se temen aún los doctrinarios políticos del fordismo que van quedando, sino avances. Las teorías y las apuestas políticas más ceñidas a la realidad, con más capacidad de anticiparse a los hechos y las dinámicas, los grupos con más influencia real entre los ciudadanos, son las que van a ir haciéndose “hegemónicas”. Pero esto, si pasa, será el resultado de una destilación natural, de la propia dinámica tentacular. Ya lo dijo Fausto Bertinotti del Partido de la Refondazione Comunista: “es imprescindible que ninguna presunta vanguardia se siente tentada a hegemonizar un movimiento como este”. Efectivamente. Los sujetos de la transformación no están definidos sobre la marcha, sino que se van haciendo con el propio movimiento.