Marx siglo XXI
 
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La Borbona

Carlo Frabetti

El hecho de que los responsables de las fiestas de Moros y Cristianos hayan decidido prescindir de “la Mahoma” (una cabeza del profeta llena de pólvora que se hacía estallar como culminación de las celebraciones), ha sido interpretado por algunos “demócratas” como una lamentable forma de autocensura, una claudicación de la libertad de expresión ante el fundamentalismo islámico. Ahora bien, ¿qué dirían esos mismos “demócratas” de talante y pandereta si los republicanos (los de aquí) organizaran un partido de fútbol con la cabeza del Borbón como pelota?

Seguramente pondrían el grito en el cielo (y eso que no estoy hablando de la cabeza real real, valga la redundancia, sino de una “borbona”, una imitación de felpa rellena de serrín). ¿Es que un rey impuesto por un dictador merece más respeto que un profeta venerado durante siglos por miles de millones de personas?

Lo ideal sería que todos pudiéramos reírnos de todo sin que nadie quisiera ofender a nadie ni nadie se diera por ofendido. Puesto que, por desgracia, no es así, habrá que pactar unas reglas del juego equitativas. Y no es equitativo que los mismos “demócratas” que se creen con derecho a insultar a Mahoma consideren normal que uno no pueda decir lo que piensa del rey. Y no solo no se puede decir lo que se piensa, sino ni siquiera lo que se sabe: no se pueden exponer públicamente ciertos datos objetivos y demostrables sin correr el riesgo de acabar ante los tribunales. De hecho, hace unos meses Arnaldo Otegi fue condenado a un año de cárcel por decir algo sencillamente irrefutable: que el rey, como jefe supremo de las Fuerzas Armadas, es el jefe de todos los guardias civiles y, por lo tanto, también es el jefe de los guardias civiles que torturan, como nos enseñan la lógica aristotélica, la aritmética elemental (propiedad transitiva) y la teoría de conjuntos (si A contiene a B y B contiene a C, A contiene a C). Alegarán algunos que Otegi dijo lo que dijo con tono irritado y semblante adusto; pero en un supuesto Estado de derecho no se puede juzgar (y menos condenar) a una persona por su tono de voz o su expresión facial.

No estaría mal ver las pajas en el ojo de la cultura islámica (que las hay, por supuesto, y muchas), si empezáramos por ver las vigas en el ojo de la cultura judeocristiana. Así, el impresentable Jack Straw, antes de conminar a las musulmanas a quitarse el velo para “acercarse” a Occidente, podría sugerirles a las occidentales que fueran con los pechos al aire para no marcar distancias con las hawaianas o las zulúes; y, de paso, podría pedirles que no llevaran zapatos de tacón, las prendas más sexistas y nocivas para la salud jamás instauradas por y para el machismo babeante (sin contar el cinturón de castidad, que no se puede considerar propiamente una prensa de vestir).

No es admisible que sea obligatorio llevar velo (o sujetador, o corbata); pero tampoco es admisible que sea obligatorio quitárselo, o que se acose a quien lo lleva. ¿Qué pasaría si se prohibieran las tocas de las monjas, o si en Hawai obligaran a todas las mujeres a ir en topless?

Y en otro orden de cosas, si en Irán o en Siria hubiera un Guantánamo lleno de cristianos secuestrados y torturados para supuestamente defender la civilización islámica, ¿cómo reaccionaríamos si, para más inri (nunca mejor dicho), en esos mismos países se insultara a Jesucristo? ¿Y si previamente los iraníes hubieran invadido Roma y saqueado el Vaticano? Los occidentales que exigen en lo mediático-cultural una simetría que hemos roto (que llevamos siglos rompiendo) en lo económico, lo político y lo jurídico, no son “demócratas”, sino ratas de cloaca: las ratas bien cebadas de las cloacas del Imperio. Y el criminal de guerra que hace poco se quejaba de que los musulmanes no le hubieran pedido disculpas por las correrías de Almanzor, no es sino la grotesca caricatura de un españolismo tan difundido como hediondo.

La religión, qué duda cabe, es el opio de los pueblos; pero los drogadictos merecen, en principio, el mayor respeto, sobre todo cuando es la miseria o la desesperación lo que los aboca a la dependencia (los criminales, en todo caso, son los narcotraficantes). Y de todas las religiones estupefacientes, la más nociva para la salud mental, la más intransigente con otros credos, la más brutal y sanguinaria, la más corrupta y vendida al poder, ha sido, de Constantino en adelante, el cristianismo (y muy especialmente la Iglesia Católica). Deberíamos tenerlo en cuenta antes de criticar otras religiones. Y antes de rasgarnos las vestiduras ante los excesos (que los hay y muy graves) del fundamentalismo islámico, deberíamos acordarnos del Opus Dei, los Legionarios de Cristo, la Conferencia Episcopal, la Cope, la teoría del “designio inteligente”, la pedofilia clerical...; deberíamos reflexionar sobre las gravísimas consecuencias de la condena papal del preservativo, el aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual, la experimentación con células embrionarias...

¿Libertad de expresión? ¿Tolerancia? Por supuesto, pero sin asimetrías ni exclusiones. O jugamos todos o rompemos la baraja; incluidos los reyes.

Fuente: La Haine

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