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Y el nombre se repartirán

Fernando Martínez Heredia

Para los que vivimos los años 60, la imagen del Che ha regresado, y golpea a las puertas de nuestros sentimientos cualquiera que sea la reacción que tengamos o mostremos. Pero debemos ante todo reparar en que para la mayoría no es así: los jóvenes no han vivido su ausencia, para ellos el Che aparece por primera vez, y sin embargo saben, aunque de otra manera, que el Che no es solo alguien que vivió; intuyen que significó mucho antes que ahora, sienten su trascendencia junto a su novedad. A esa imagen cargada de sentidos se refieren estos breves comentarios.

El primero atañe a la imagen del Che en los años 60, sobre todo a la difundida desde 1967. El Che recién asesinado gozó de una apoteosis casi mundial, y su imagen se convirtió en el máximo símbolo de las disímiles rebeldías de aquellos tiempos. Un hombre joven y muy apuesto, con pelos largos y barba, obviamente sensible, portando armas, en uniforme pero opuesto a los uniformados, de sonrisa dulce o ceño adusto, inexplicablemente complicado. Y respaldando y potenciando todo eso, la actuación y la leyenda del Che, que daba a su imagen un significado inconfundible de rebeldía entregada a una causa.

De esto último emergía, sin embargo, un grave problema para los que pretendieran una mitificación gobernable del Che. Su imagen reunía todos los atractivos sin volverse maleable, no era diluible, ni resignificable. Esa imagen portaba un reto mortal a los poderes establecidos, al orden burgués que no lograba realizar su transnacionalización democrática sin bañarse una vez más en sangre y lodo, desde Vietnam hasta el Cono Sur latinoamericano. Pero también retaba el Che al orden que se llamaba a sí mismo socialista sin serlo, y que desde hacía muchos años estaba muy lejos de aquella propuesta revolucionaria de cambiar el mundo y la vida de las personas.

La imagen del Che se unía entonces de manera natural a su ejemplo, urgía a establecer compromisos, planteaba desafíos al pensamiento. Lo artístico se enlazaba así a lo inmediatamente político, la política recibía el aire fresco de una nueva propuesta moral y la exigencia de superarse y llegar a formar parte de una lucha cultural. Se realizaron entonces varios documentales sobre el Che. Este es el tiempo de Hasta la victoria siempre (1967) de Santiago Álvarez, cine de argumentos, retratos y paisajes marco de la epopeya, documental apresurado para llegar a tiempo con el hereje al rito de la Plaza de una Revolución que era ella misma una herejía. El tiempo de la hiriente, interminable escena final de La hora de los hornos (1968), de Solanas y Getino. Un hallazgo feliz: Ernesto Guevara se convirtió en el Che entre la gente más humilde del pueblo de Cuba; Santiago lo hizo identificable al oído mediante la música utilizando la del humilde cubano creador del mambo (Suite exótica de las Américas, de Dámaso Pérez Prado).

Una productora italiana realizó en 1968 el primer filme de ficción, Che, los últimos días (II Che Guevara), dirigida por Paolo Heusch sobre la novela de Adriana Bolzoni y con Paco Rabal, favorable al Che aunque con diversas insuficiencias. El segundo, Che! (1969), con Omar Shariff y Jack Palance, fue realmente detestable. El tercero, Nacimiento de un mito, de Roberto Savio (1975), un valioso docudrama que RAI-TV encargó pero no proyectó, tuvo que esperar muchos años para que fuera exhibida la versión refundida que preparó su director.

La exaltación de la imagen del Che terminó pronto. Mi segundo comentario es pues para su ausencia, implicada en el uso actual de la palabra retorno. Los poderes mayores del mundo se recuperaron de la crisis de los 60, aunque de distinta manera. El capitalismo occidental dirigió el fin del colonialismo y organizó el neocolonialismo, aceptó algunas realidades y se hizo menos etnocentrista. La centralización económica y el dinero parasitario se volvieron sus principales armas; la democracia se tornó conservadora en los centros, sin abandonar el recurso a la dictadura en su periferia. La reformulación del dominio ideológico asumió con adultez la necesidad de integrar con férreo control y creciente eficacia tres rasgos de la época: el debilitamiento ostensible de los grandes relatos de la modernidad burguesa, la democratización exigida de los asuntos, la artes y los mensajes, y las revoluciones tecnológicas de la comunicación. Las tareas, la amplitud, la intencionalidad y los medios del dominio cultural han dado un salto formidable hacia adelante.

La forma de poder que se llamaba a sí misma socialista y reivindicaba ese proyecto se reconstituyó de otra manera. Era muy fuerte y capaz de alternar en una geopolítica mundial de competencia y coordinaciones de superpotencias, pero se reducía cada vez más a un Estado todopoderoso, incapaz de recuperar el movimiento que le había dado origen y generar una nueva cultura radicalmente diferente y opuesta a la cultura de la dominación. Se asfixió progresivamente a la sociedad, se hizo permanente el poder de un grupo y se repartieron privilegios por estamentos. El Estado y la sociedad fueron descomponiéndose de modo tan crónico y paulatino que parecía algo natural y el sistema terminó corroído hasta la médula. El "socialismo" de las fuerzas productivas fue finalmente derrotado por el desarrollo de las fuerzas productivas y de la cultura de dominación del capitalismo mundial.

Ni una ni otra forma de dominio necesitaba al Che, aunque por razones diferentes. La primera incluyó la desaparición del Che entre los ajustes que sus victorias y sus negociaciones le permitieron hacer. La segunda negó al Che como un sacrificio más del proyecto al poder, como una incapacidad de renovación ideológica o como una de las concesiones estimadas necesarias para evitar males mayores.

El Che entonces fue un "espectro del monte", o cuando más un elemento del ritual. Su imagen se refugió en los lugares de lucha y resistencia, en los actos prácticos que le dan continuidad a las revoluciones, conservando así su fuerza pero limitando su alcance. O aparecía en los sitiales formales, pero sin contenido real, y a veces en productos artísticos esquemáticos de finales felices. Hubo algunos documentales de mérito, como lo de los chilenos Pedro Chaskel -Una foto recorre el mundo (1981), Constructor cada día compañero (1982), y Che, hoy y siempre (1983)-en el ICAIC, y Vera -el corto Che-filmado en Rumanía a inicio de los 80, pieza original en que tres militares bolivianos discuten quién asesinará al Che. En 1988 el cubano Mario Rivas aporta el único dibujo animado acerca del Che, el hermoso Y puro como un niño.

Aquel mundo que ocultó la imagen del Che estalló en estos últimos diez años. No me detengo en tantos acontecimientos conocidos que llenan la crónica de esta década; me limito a indicar la necesidad urgente de interpretaciones de la época, ante el mar de informaciones e imágenes que nos la muestran y la escamotean a la vez. Y a comentar el retorno creciente del Che, que no es explicable por su aniversario 30 en 1997 -el " hombre del año" en 1987 fue Gorbachov; y en 1992 todo el espacio era para derrumbes, unipolaridad y neoliberalismo-, y el lugar que en ese retorno ocupa la desbordada presencia de su imagen.

El capitalismo actual parece triunfante, pero ya carece de razones para mostrarse triunfalista. Ha logrado universalizar sus instituciones y su tipo de individualización de las personas. Pero más que realizar su proclamado ideal individualista -la oposición libre de todos contra todos-, lo que ha hecho es excluir a gran parte de la gente en todo el mundo de la vida que se considera indispensable. El proceso profundamente perverso por el cual la libertad prometida fue convertida en liberalismo ha llevado a las mayorías a la indefensión social y la impotencia política, y a formas extremas de miseria moral y espiritual.

La idea profundamente errónea de que el hombre estaba destinado a la conquista de la naturaleza no ha podido ser rectificada ni siquiera cuando es obvio que el planeta mismo está en peligro. Y eso se debe a que la ganancia es el motor principal e incontrastado del sistema. El capitalismo está enredado en el desarrollo de su propia naturaleza. Esa contradicción insoluble corroe cada vez más sus capacidades, antes maravillosas, de renovar sus proposiciones y sus propuestas. La propuesta socilista no ha podido ser cumplida, pero el capitalismo ya ni siquiera hace promesas.

Es en esta coyuntura que el Che retorna. Su personalidad, sus hechos, sus ideas, su leyenda, apuntan a una rebeldía que rompe el consenso con el orden vigente. Che propone valores más que otra cosa: ética, entusiasmo, consecuencia entre los dichos y los actos, mística. Fundamenta los papeles de la convicción y la actuación frente a la pasividad y la resignación. Che restablece la continuidad de la propuesta de liberación, tantas veces retornada, abandonada y escarnecida. Muestran un legado de luchas humanas, pero no es identificable con el pasado del socialismo. Reivindica que el individuo puede todavía encontrar y seguir una causa, pero ella está obligada a adelantar el reino de la libertad y la sensibilidad humanas.

Entonces las motivaciones disímiles de un aniversario que rescata a un personaje histórico más -o que le prepara un entierro más eficaz- confluyen y son superables por un hecho nuevo: el regreso inevitable del Che. Para unos es un hecho feliz, esperanzador, curioso o simpático. Para otros el regreso es fastidioso, peligroso, digno de aplicarle medidas preventivas.

El conocimiento del Che ha entrado de lleno en la etapa de las biografías. Eso ha sido posible por la gran cantidad de entrevistas concedidas por antiguos compañeros suyos y algunas personas poseedoras de datos sobre la actividad práctica del Che, que por primera vez están ofreciéndolos. Los aportes documentales son muy interesantes, pero mucho menores. Los testimonios filmados son una masa creciente, y son materia prima de numerosos documentales.

Desde hace más de tres décadas se consumó la combinación de las imágenes con las noticias y la música, esto es, con la actividad cívica y la diversión en el tiempo de no trabajo. Hoy el complejo cultural en que participan las imágenes invade prácticamente toda la vida espiritual de la gente y guía en gran medida sus actitudes y sentimientos. El sistema vigente libra una verdadera guerra cultural por el dominio de la vida cotodiana y ciudadana, ejerciendo un control casi totalitario sobre la información, la formación de opinión pública y de sentimientos del público, que se ofrece por los medios más poderosos, difundidos y legitimados. Existe, sin embargo, una resistencia cultural que se expresa en diversidad de temas, enfoques, objetivos y formas. El retorno de la imagen del Che puede ubicarse, por sus productos, en ambos campos.

En el Festival de Trieste, en 1994, el cubano Santiago Ronaldo Feliú presentó una muestra de 25 documentales sobre el Che. En 1995 Feliú realizó un documental diferente -el largo Canto épico a la ternura- basado en 15 canciones dedicadas al Che. En 1997 firma un segundo Canto épico con cientos de imágenes del Che tomadas por fotógrafos notables. La documentalística del Che, reempulsada por un auge reciente, registra ya 38 obras cubanas y 18 de otros países.

Edgardo Cabezas, de Argentina, firmó Adiós Comandante Che, basado en el hallazgo de los restos de los guerrilleros. Jorge Fuentes realizó el largo docudrama cubano-belga Tatú: Che en el Congo (1997) y Rebeca Chávez rodó Historia en África (1997); ambos entrevistaron a los que acompañaron al Che en su misión africana.

Un video experimental, El día que me quieras, realizado en Estados Unidos por Leandro Katz (1997) que trabaja dos cuerpos yacentes -el del Che de la foto de Alborta y el de La lección de anatomía de Rembrandt- fue distinguido en el 19. Festival de La Habana. El suizo Richard Dindo ha realizado un filme testimonial, Che, el journal de Bolivie. El más reciente documental cubano es El regreso, de Otto Gómez, y están en proceso Hombres de la Guerrilla, de Orlando Baéz, y un tercer Canto épico... basado en las actividades principales del 30 aniversario de su desaparición física.

Alrededor de ese aniversario hubo varios proyectos de filmes de ficción sobre el Che. Efectivamente se terminaron solo tres: el cubano Che (1997), de Miguel Torres, ciertamente de muy modesto alcance, y los argentinos Che Guevara, de Aníbal di Salvo, y Hasta la victoria siempre, de Juan Carlos Desanzo, también rodados en 1997.

La imagen del Che está de vuelta en el mundo de hoy. Una avalancha de materiales gráficos y de escritos cubrió los medios de 1997, menudearon los libros, y su rostro entró a los hogares en innumerables horas de televisión; el Che estuvo en las calles, en posters, camisetas, carteles, emblemas, y apareció hasta en lugares espurios. El hecho es innegable, y me alegra: El Che no puede ser más ocultado, olvidado, escamoteado.

Desde ese logro se abren nuevas interrogantes: ¿se trata de un avance en los ideales del Che o de una mercantilización de su imagen en un mundo en que todo está en venta? La pujanza de esa imagen, ¿expresa la presencia de fuerzas tendientes al cambio de orden vigente, o más bien la trivialización, la manipulación ejercida por poderosos expertos en cooptar los mensajes y las banderas que un día flamaron al viento? Por todas partes está presente el Che, pero la misma reiteración de esas preocupaciones en los que honran y pretenden valerse de su mensaje para ayudarse frente a los retos de hoy, da cuenta de un crecimiento de la cultura política que es una de las principales potencialidades positivas en la situación mundial actual.

Está en curso una pugna alrededor de la imagen del Che. No se va a resolver bien si queda solo en términos de imagen. En realidad ella está indicando la necesidad de pasar a otros dos aspectos del Che, que no son opuestos a su imagen pero sí la definen y trascienden: el ejemplo y el pensamiento. Específico como todo hecho humano, el ejemplo del Che se torna más asible y a la vez más general a través de su imagen, si ella convoca a la pregunta y el compromiso. Por ese camino podrían volver a reunirse lo artístico, la ética, la política y la cultura, pero ahora, como sucede siempre, todo tendría que ser más complejo, y más ambicioso, resultará entonces indispensable un aspecto que aún sigue ausente o recibe insuficiente tratamiento: el pensamiento del Che.

Acaba de cumplir 150 años el más famoso de los opúsculos, el que comenzaba diciendo "Un fantasma recorre Europa... " Marx llamaba la atención sobre un fenómeno naciente. Hoy la imagen del Che recorre, ha recorrido Europa y el mundo. Pero, ¿será en realidad solo un fantasma de aquel fantasma? ¿Es la despedida de una larga época, o anuncia el inicio de una nueva fase de rebeldías todavía latente? Las respuestas no las dará el Che, naturalmente, pero el ayudará sin duda a formular, y a plantear mejor las preguntas de hoy y de mañana.

Fuente: Cine Cubano

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