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De la plaga y el sueño

Omar González

"Me rehuso a aceptar el fin del hombre. (...) Me rehuso a aceptar eso. Yo creo que el hombre no sólo perdurará: prevalecerá. Es inmortal, no porque sea el único entre las criaturas que tenga una voz inextinguible, sino porque tiene un alma, un espíritu capaz de compasión y sacrificio y resistencia."

WILLIAM FAULKNER

Idénticos pero diferentes

Si bien identidad es reconocida como una "palabra de significado preciso", sus manifestaciones e interpretaciones son tan diversas que cabría imaginar lo contrario. En esto, como en la vida misma, la dialéctica -unas veces como cartuja y otras como vedette-- ha desempeñado un papel de consuelo.

Al asumirla como "calidad de idéntico" --en lo que todos los diccionarios coinciden--, se presupone que "lo diferente" quede excluido. Pero ello es aplicable, no sin cierta abstracción, únicamente al comparar un sujeto consigo mismo. Si cada entidad está formada por infinitas partes, no hay por qué aferrarse a la idea de que, al interior de esa diversidad, las diferencias posean un valor relativo.

Siempre recuerdo aquel viejo problema derivado de la subdivisión de un metro en sucesivas e interminables unidades de medida, o el no menos antiguo del rey persa, su consejero, el ajedrez y los granos de trigo. Ninguno de los componentes resultantes de tales operaciones, por iguales que sean en el ámbito de la especulación, es orgánicamente idéntico a los restantes, con independencia de que en un caso viajemos hacia lo infinito y en el otro hacia los límites de los números difícilmente representables. Es difícil imaginar el espacio que ocuparían l8,5 trillones de granos de trigo --algo así como 75 mil millones de toneladas métricas--, al igual que el sentido práctico de los nanómetros, equivalentes a la millonésima parte de un metro. Sin embargo, el hecho de no pensar en ello no impide que su existencia sea matemáticamente explicable.

Aunque no esté de moda, quiero citar a Engels:

"La planta --escribió en su Dialéctica de la Naturaleza--, el animal, cada célula en cada instante de su vida, son idénticos a sí mismos, y sin embargo se diferencian de sí mismos por el hecho de la asimilación y de la eliminación de sustancias, de la respiración, de la formación y muerte de las células (...) en una palabra, como resultado de una suma de modificaciones moleculares incesantes".1

De tal modo, podemos inferir que si la vida es obra del cambio y el movimiento constantes, la identidad y todo lo que es expresión de la naturaleza y del género humano, no tienen por qué permanecer inertes, ni siquiera en sus manifestaciones más abstractas o metafísicas.

El universo es interminable en cualquiera de sus direcciones, poco importa si hacia lo inmenso y remoto o hacia lo recóndito y minúsculo. Y la identidad, como la diferencia, se expresa en cada una de esas circunstancias. Digamos, entonces, que ambas, para serlo, se manifiestan inequívocamente relacionadas.

En términos aún más concretos, bastaría situar el caso de cada ciudadano del mundo. Nuestras identidades son individuales, locales, regionales e incluso planetarias. Pueden serlo también a partir de la familia, la tribu o la galaxia que nos cobija o define. De la misma manera, se dan en ellas múltiples identificaciones, convergencias, afinidades y, por supuesto, diferencias, no sólo lingüísticas, culturales e históricas, sino de cualquier índole. Cada ser humano, aun cuando sepamos por el mapa del genoma que todos, sin excepción, tenemos el mismo número de genes, se nos revela con un sello específico, pues la combinación de esos mismos genes resulta única e indivisible. No es ni puede ser igual la identidad de un inmigrante chino en Los Ángeles a la de otro instalado para siempre en la calle habanera de Zanja. Como no son ni podrán ser idénticas a la de un ciudadano natural de Shanghai, que ha vivido allí durante décadas sin soñar siquiera con traspasar el umbral de un buque o un avión, sin haber conocido la experiencia del éxodo y el desarraigo. ¿Qué los diferencia, que los asemeja? ¿Qué hace de ellos definitivamente chinos?

Al margen de lo evidente, como los rasgos físicos o los factores étnicos, que a mi juicio no son siempre determinantes --se puede parecer caucásico y al mismo tiempo ser portador de una identidad africana--, el elemento esencial que identifica a los integrantes de una comunidad, grupo o nación, es su cultura. De ahí que la considere el centro de toda identidad, incluso de la de naturaleza individual.

Muchos otros pudieran ser los ejemplos que ilustraran la complejidad del fenómeno identitario, mas no creo que sea menester extendernos en algo en que, como ante los números enanos, lo único fundamental no es su comprensión. En cambio, quisiera repasar otros tópicos que a mi entender generan confusión en ciertos ámbitos y motivan la eterna incomprensión de los discípulos de Manes, aquel persa del siglo III que reducía la visión de la realidad y de las cosas a dos principios rígidamente inmutables: el bien y el mal. Sin matices ni términos medios. Como si la vida no conociera de los prodigios del arco iris ni los desbordes de la imaginación.

Las causas que convierten a un individuo en egoísta, solidario o laborioso no son innatas ni se derivan indefectiblemente de su identidad. Cierto es que se relacionan con ella, pero la trascienden, sea para bien o para mal. Un análisis de este fenómeno nos remitiría a la evaluación de muchos aspectos; habría que considerar factores históricos, sociales, culturales y económicos, por citar sólo algunos. Se puede ser fascista y no ser alemán, católico sin dejar de ser árabe, protestante e italiano, abakuá y comunista. El credo religioso o ideológico, no estructuran por sí solos la unicidad de un sujeto. Usted y yo pudiéramos citar decenas de personas que, como en los casos señalados, son portadoras de tal grado de complejidad identitaria que las hacen irrepetibles.2

Las identidades son siempre un fenómeno en desarrollo, y están sujetas al devenir histórico, a la casualidad y a la causalidad. No surgen por generación espontánea, se "construyen" diariamente.3 Sin embargo, en su fortaleza son vulnerables, y pueden desaparecer si son despojadas de sus asideros y rasgos esenciales: el idioma, por ejemplo, la memoria y las expresiones culturales autóctonas. Una nación sin pasado, no existiría. Un pueblo sin el reservorio natural de sus creaciones, incluidas su mitología y su historia, tampoco. Un país sin la síntesis que entraña su cultura, mucho menos. Un individuo sin individualidad, ¿sería?

Otra cosa es, y valdría la pena considerarlo por su importancia en el devenir de una nación, el patriotismo, donde las diferentes nociones de identidad pueden converger e, incluso, contraponerse, al tiempo que se depuran o extinguen. En tal situación, lo que suele estar en juego no es la supervivencia de un proyecto efímero o coyuntural, sino la existencia misma de la nación y, por ende, su especificidad histórica. Diría que en la evolución de cualquier identidad lo que predomina no es precisamente un sentido lineal del desarrollo, sino la ruptura y la evaluación constante del pasado en aras de la imprescindible continuidad. No existe otro modo de explicarnos la historia del mundo contemporáneo, cuando, desde una perspectiva revolucionaria, la idea de Patria desborda los límites de lo propiamente nacional y comporta el criterio de Humanidad, en legítima herencia del legado teórico de José Martí.

Estrictamente, la identidad política de un patriota cubano del siglo XIX, no podría ser la misma que la de uno actual, luego de haber transcurrido en la Isla décadas de virtualidad republicana y más de cuarenta años de revolución socialista. Sin embargo, entre uno y otro, hay suficientes similitudes como para verlos unidos por el cordón umbilical de los principios, que son los valores, fundamentos y virtudes de un pueblo perennemente en construcción. Son esas coincidencias las que vertebran el tejido histórico del ser cubano, y devienen rasgos esenciales de una identidad cuya defensa es garantía de supervivencia, ora de la Patria, ora de la nación.

Pero la identidad no es la poética de los recuerdos ni el enigma de lo inasible. En su dinamismo, es crecimiento y vida. Una identidad que se estatiza, deja de serlo. Las grandes transformaciones sociales, los descubrimientos de la ciencia y la técnica, el desarrollo cultural y económico e, incluso, la explotación y la pobreza, dejan su huella en nuestras diversas identidades. Perviven valores, tradiciones; persiste la memoria, allí donde es conservada; pero, por lo general, nada permanece inalterable. Hoy ni siquiera el movimiento de las mareas, la temperatura ambiental, la intensidad de los fenómenos naturales, son similares a los conocidos en otros tiempos por el hombre. El ser humano, al modificar su entorno, lo ha hecho también con su conducta, y ello ha tenido lugar desde su cultura, a veces empobrecida aunque no siempre disminuida en términos de acumulación de conocimientos. El hombre y la mujer de hoy "saben" más de sí mismos que nunca antes; pero, paradójicamente, jamás habían estado expuestos con tanto rigor, como sucede ahora, a la más dramática de sus disyuntivas: la vida o la muerte de la especie humana.

Si la cultura es quien mejor define nuestra pertenencia a una nación o grupo social concreto, la que expresa y contiene nuestras esencias, la que nos representa al tiempo que la representamos, la que, ante cualquier amenaza o riesgo de desaparecer, se convierte en el principal recurso de que disponemos para nuestra defensa; la cultura y la salvaguarda de su integridad, deberían ser prioridades eternas para los gobiernos y estados. Sin embargo, en la práctica la realidad se manifiesta de tal modo que esto, si acaso, figura en la agenda de unos pocos países y de casi ninguna entidad privada. Diría más, cuando una multinacional empieza a preocuparse por la cultura, se torna sospechosa. Los medios masivos tutelares, aun cuando parezca lo contrario, consideran la capacidad simbólica del individuo como un estorbo en su afán de adoctrinarlo y hacerse de sus sentimientos. ¿Acaso no es dicha capacidad la que nos salvaría de ser un rebaño de autómatas, la que nos conferiría las cualidades propias de la diferencia y la identidad?

Medios y extremos

Partamos de una distinción obvia pero importante: no es lo mismo comunicar que difundir e informar. Aunque parezcan sinónimos, se trata de conceptos medularmente diferentes. Pero como mi intención no es la de empantanarme en solventar bizantinas discusiones etimológicas, diré medios masivos y los incluiré a todos. Dejo a los lingüistas su vocación detectivesca.

En este campo, el problema estriba en preguntarse a quién sirven los medios y quiénes tienen acceso a ellos. La respuesta no es difícil; sin embargo, aquí la confusión también es grande. Como la función de las multinacionales, no es precisamente la de informar para comunicar, sino la de difundir para desorientar y manipular, se ha impuesto el criterio simplista de que la banalidad como espectáculo, es consustancial a los medios masivos. Esto es lo que conviene al orden, pues nada más incómodo y peligroso para el sistema que "el malestar de la cultura" o el "despertar de las masas".

Donde se manifieste la disensión, habrá que actuar de tal modo que la inconformidad se disipe, se desmovilice a las conciencias y la gente, como en los peores circos, deje de pensar y se divierta. Y como todo es espectáculo, la imagen prevaleciente de las protestas sociales, no ha de diferir en mucho de la que acompaña a las trivialidades magnificadas. Si se quiere un ejemplo, atendamos al saldo que fatigosamente los medios masivos más poderosos se empeñan en dejarnos del movimiento antiglobalización: violencia, anarquía, dispersión, amenaza social, rémora del 68 francés, y otra vez violencia y anarquía. En esta dramaturgia de la noticia, la realidad es presentada como un espejo roto, y la verdad como una fantasía.

¿Y del acceso, qué? ¿Quiénes ostentan ese privilegio? Millones, ciertamente. Millones que en realidad son muy pocos si tomamos en cuenta a los excluidos y marginados de cualquier manifestación de progreso. Desde luego, si nos guiáramos por las estadísticas y previsiones globales, la confusión aumentaría. Mientras en l995, supuestamente, había en el mundo un televisor por cada 6.8 personas, en Gambia y Haití los aparatos por millar de habitantes no rebasaban la cifra de 2 y 4, respectivamente. En contraste, Estados Unidos, Canadá y Japón exhibían el promedio de 806, 709 y 700 telerreceptores por igual número de personas. En cuanto a la futurología, los vaticinios son aún más impresionantes: 2 mil millones de televisores en el año 2010 a escala mundial, y 5 mil millones en 2025. Con toda seguridad, las desproporciones aumentarán.

La velocidad es ciertamente un rasgo primordial de nuestra época; no obstante, para los marginados de toda modernidad, pareciera que el tiempo se ha detenido; aún más, que retrocede, remitiéndolos a una prehistoria tan desoladora como paradójica. Si en la era de los viejos chamanes (los hay nuevos sin que haya desaparecido la inmanencia de aquellos), la información y los hallazgos científicos demoraban décadas o siglos en expandirse, hoy, con todos los avances en manos de la nueva "élite civilizatoria", la instantaneidad en la divulgación de los conocimientos es no sólo posible, sino verificable. No obstante, un abismo mayor separa al Norte del Sur, a los pobres de los ricos, al culto cultivado del ignorante ignorado: el piélago de la desigualdad y la indiferencia generalizadas. Simbólicamente, pudiera afirmarse que mientras Armstrong pisaba la Luna, en julio de 1969, el noventa por ciento de la población mundial no lo sabía, pero hubiera querido saberlo; ahora, lo más probable es que no le interese y que tampoco quiera ni pueda saberlo.

Tras los actos terroristas del 11 de septiembre, todo parece indicar que la audiencia y el interés por los espacios informativos han crecido en Estados Unidos y otros países. Se habla, incluso, de un repliegue de los programas de entretenimiento, aunque no de los llamados "placenteros". En Norteamérica, según el New York Times del 7 de enero de 2002, "sólo la repulsiva serie 'Fear Factor' ('Factor miedo'), en la que, dicho sea de paso, los competidores tenían que gatear entre ratas, fue un 'hit' de tal porte que regresará a la pantalla la semana próxima". Lo malo de todo esto es que las noticias son ahora mucho menos imparciales que antes. La pretendida (y pregonada) objetividad de la prensa norteamericana, se redujo a nada después de aquellos sucesos, y con ella la de los medios dependientes. Para conocer la verdad acerca de la guerra de Afganistán, fue preciso recurrir a las agencias alternativas o equidistantes, a los análisis soberanos de intelectuales y otros especialistas, y a los periódicos y televisoras situados fuera del alcance de las presiones de Washington y su sistema imperial. En el campo audiovisual, Al Jazera, con sus 30 millones de espectadores árabes en agosto de 2001, emergió como la única entidad capaz de reportar los hechos in situ y desde una perspectiva independiente. Pasó a ser la "otra" CNN. Hoy, sin talibanes a la vista y con Bin Laden sospechosamente incapturable -útil perdido, símbolo muerto--, ha retornado abruptamente a su encierro.

Con las tropas aliadas, desembarcaron las grandes agencias. Desaparecieron las imágenes de ruinas y escombros, y las mujeres, hasta entonces sometidas al peor de los calvarios, mostraron el rostro juvenil y audaz de la victoria. De vez en vez, se habla de hambruna y frío, de algún soldado muerto, del mulá en bicicleta y siempre, todos los días, a toda hora, de que Bin Laden vive. Continúa así el reality show más largo, globalizado y peligroso de la historia, posiblemente el último: la persecución de un hombre por el mas poderoso y mejor equipado ejército del mundo.

¿Y qué pasó con la verdad?

El escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski, ha dedicado numerosos artículos y ensayos al estudio de la prensa y su creciente desapego de la verdad en nuestra época. En un texto que publicara en Le Monde Diplomatique a mediados de 1999, sostiene: "Afirmar que toda la humanidad está pendiente de lo que hacen o dicen los media es una exageración. Incluso cuando acontecimientos como la apertura de los Juegos Olímpicos son vistos por dos mil millones de telespectadores, eso no representa más que un tercio de la población del planeta".4 Para él, como para cualquier persona medianamente sensata, "el descubrimiento del aspecto mercantil de la información ha motivado la afluencia del gran capital hacia los media. Los periodistas idealistas, esos dulces soñadores en búsqueda de la verdad que antes dirigían los periódicos, han sido reemplazados, a menudo a la cabeza de las empresas, por hombres de negocios". "Desde que está considerada, continúa Kapuscinski, como una mercancía, la información ha dejado de verse sometida a los criterios tradicionales de la verificación, la autenticidad o el error".

Más adelante, el autor del libro De una guerra a la otra, sitúa un ejemplo que nos ayuda a calibrar hasta qué punto lo que más interesa a los dueños de los medios de difusión no es el mejor reflejo o conocimiento de la realidad noticiosa, sino su utilidad económica: "La ignorancia de los enviados especiales sobre los acontecimientos que están encargados de describir es, a veces, sorprendente. Cuando las huelgas de Gdansk, en agosto de l981, que dieron nacimiento al sindicato Solidaridad, la mitad de los periodistas extranjeros llegados a Polonia a cubrir el acontecimiento no podían situar Gdansk (el antiguo Dantzig) en un mapa".

De tamaña ignorancia o falta de elemental familiarización con los hechos que han de ser descritos o comentados, es obvio que no pueden surgir reportes relativamente veraces o bien documentados. El punto de vista, predeterminado y coyuntural, será consecuencia directa de las leyes y la voluntad del mercado, o de los más espurios intereses políticos, excepcionalmente de la "intuición ética", jamás de los rigores del estudio y observación de la realidad. Pero esto no importa, lo que sí sería inadmisible es que los grandes consorcios quedaran al margen de las utilidades por la venta del nuevo producto, llámese Muro de Berlin, guerras del Golfo, Kosovo, Afganistán, gira de Madonna o cirugía estética de la próxima Miss Mundo. Aún más, las omisiones, censuras y escamoteos de la noticia que rodean a los hechos y consecuencias del trágico 11 de septiembre en Estados Unidos, no persiguen otro propósito que hacernos a la idea de que los medios son el principio, y la verdad el más peligroso enemigo. "Habrá mentiras", anunciaron sin pudor los principales ejecutivos del holding militar, energético y financiero que gobierna Norteamérica. Churchill redivivo; Joseph Paul (Goebbels), feliz; Murdoch, el del aplauso primero, y Blair, en su triste papel de traductor victoriano de la guerra.

Hace rato que ni el tema ni las fuentes son lo más importante en la elección de un hecho noticioso; han sido y serán los intereses del sistema global dominante, del cual los propietarios de las grandes cadenas son voceros comprometidos y accionistas privilegiados. Y si resultaran díscolos e impertinentes, mejor: un resabioso, legitima; un inconforme, pudiera aportar credibilidad a los que dudan.

La supuesta globalización de la información, es temáticamente selectiva y consecuentemente excluyente. África, por ejemplo, es sinónimo de barbarie, tribalismo y fatalidad; América Latina, de corrupción, folclorismo y vagancia; Asia, de ostracismo, misterio y perversión. Raras veces constituyen motivos para el análisis de las diferentes causas que provocan y provocaron tales fenómenos, y que en nada son atribuibles a razones de identidad o consecuencia de atávicos fatalismos. ¿Quién habla de las secuelas del período colonial en el Medio Oriente, en el propio Afganistán, de su razón práctica en los orígenes del terrorismo contemporáneo? Muy pocos, como si con la debacle real del socialismo irreal, se hubieran ido por el caño todos los instrumentos y metodologías del pensamiento marxista. No es de sorprender, entonces, que los puntos de vista prevalecientes nos revelen estereotipos, maniqueísmos y prejuicios de cualquier índole, ni que las estadísticas ilustren un creciente desinterés del público por la información y los espacios analíticos en la actualidad. Lo que pudiera interpretarse como reacción consciente ante la banalización, es también consecuencia directa de la propagación de una imagen que cabildea con la verdad, se sustenta en la mentira y no aspira a otra cosa que a la domesticación de las masas y a la instrumentalización de sus sentimientos. Así las cosas, todo está dispuesto no ya para la uniformación del gusto, sino de las necesidades y motivaciones, o lo que es peor, del pensamiento que, como ha señalado Ignacio Ramonet, tiende a ser "único". "Único" por imposición única, "cero" como finalidad, añadiríamos.

Nada peor para el hegemonismo que la diversidad de alternativas, nada más útil a la mentira que la monotonía y la exclusión de las diferencias. En los comienzos de este siglo, las autoridades de Chicago, retomando una iniciativa puesta en práctica originalmente en Seattle, optaron por la masificación de la lectura de un libro como recurso frente a la adicción generalizada a la televisión y el vídeo. La selección de la obra recayó en la novela Matar un ruiseñor5, (existe también una versión teatral), de la escritora norteamericana Harper Lee, galardonada con el premio Pulitzer en l961, y estuvo a cargo de un comité de bibliotecarios, lo que la distinguía de otras experiencias anteriores. Cuatro mil ejemplares del libro colocaron las bibliotecas públicas en sus estantes, incluyendo traducciones al español y al polaco, al tiempo que distribuyeron miles de guías para la discusión y el debate, sin descartar la participación a través de Internet. El costo estimado de la operación, según sus organizadores, no rebasaría los 40 mil dólares del erario público. Sin embargo, el sector privado, ni corto ni perezoso, hizo suya la iniciativa y un verdadero diluvio de barras de chocolate, bolsas plásticas y otros soportes con la reproducción de la cubierta de la nueva edición, inundó la ciudad. Los veinte establecimientos de la cadena de librerías Barnes & Noble se colocaron a la vanguardia del proyecto y destinaron sus mejores espacios a la promoción de la obra. Las bibliotecas, por su parte, previeron varias sesiones para la proyección de la película basada en la novela, aquella por la que Horton Foote, guionista, y Gregory Peck, en el papel de Atticus, obtuvieran el Oscar en l962.

Un esfuerzo como éste deviene alentador, y denota las posibilidades de recuperación humanista que generaría la cultura si ocupara verdaderamente un lugar estratégico y sistemático dentro de las prioridades políticas del sistema. Pero lo que debiera ser regla, se constituye en excepción, amén de que los principales beneficiarios no fueron los lectores, sino la infaltable comparsa de los mercaderes.

Al evaluar un ejemplo como el que hemos descrito, en su carácter episódico, también me persuado de sus limitaciones e, incluso, de los riesgos que entraña: una comunidad que lee un mismo libro al mismo tiempo -así sea Matar un ruiseñor, célebre por su filiación evocativa y su tratamiento desprejuiciado de los conflictos raciales en el Sur de Estados Unidos--, sin la perspectiva segura de poder continuar esa experiencia, estaría corriendo el riesgo de someterse al influjo de códigos y sensaciones únicos. Cierto que la lectura de una obra de relativa complejidad formal y temática, acarrea oportunidades incalculables para el desarrollo del intelecto, que la distancian, en lo esencial, de la papilla audiovisual cotidiana, pero, en cualquier caso, no dejan de inquietarme los peligros de la homogenización del gusto. Sin restar mérito a la campaña, tampoco puedo dejar de reiterar mis dudas acerca de la efectividad del proyecto, entre otras razones porque, parafraseando el título de la novela, "un ruiseñor no hace la primavera".

Hablo, por supuesto, del Chicago total, el del centro y la periferia, precisamente allí donde "el sistema educativo se convirtió en una especie de `reserva escolar` en la que, a falta de otra cosa, se deposita a los niños del gueto. Sus integrantes provienen esencialmente de familias negras y latinas (el 85 por ciento) que viven por debajo del umbral oficial de pobreza (el 70 por ciento)"; allí donde sólo "una cuarta parte de los escolares logran terminar el ciclo secundario en los tiempos previstos (aunque no haya ningún examen para pasar de curso), y la abrumadora mayoría se orienta hacia sectores profesionales que son otras tantas vías muertas"; allí donde "el nivel escolar es tan bajo que en el colegio Martín Luther King un alumno puede terminar el último curso sin ser capaz de escribir una frase completa o resolver fracciones elementales"; allí donde "ninguno de los cinco últimos alcaldes envió a sus hijos a un colegio secundario público", y tampoco lo hicieron "el rector (del M.L.T.) y más de la mitad del cuerpo de profesores". Ese Chicago en que "la expansión espectacular del narcotráfico no es más que el síntoma más visible de una especie de tercermundización de la economía del gueto".6 Hablamos de la cara triste y penosa de la Luna, para decirlo en tiempo de bolero.

Ojalá los bibliotecarios de Norteamérica consigan muchas veces 40 mil dólares para universalizar su idea y hacerla extensiva a decenas de libros y ciudades. Pero, ¿acaso no es esto una utopía en momentos en que en Estados Unidos y otros países industrializados -de los pobres no hablo--, alarman los retrocesos en la lectura y la educación? Tal vez convenga citar a la propia Harper Lee cuando sentenció: "El verdadero arrojo es cuando sabes que tienes todas las de perder, pero emprendes la acción y la llevas a cabo a pesar de todo". Quizás éste sea el mayor mérito de las ilusionadas bibliotecarias de Chicago.

Menos azarosa que la tarea heroica de redimir un libro y acopiar lectores desde la excepción, ha sido el vertiginoso ascenso de Harry Potter y El señor de los anillos. Del primero y su joven autora, la escocesa Joanne K. Rowlings, hay más de un millón de sitios en Internet, e infinidad de objetos y aplicaciones: fiambres, disfraces, camisetas, juegos, videojuegos, troqueles. El frenesí llegó a tales extremos que, en el mes de noviembre de 2001, la editorial Salamandra vendió más de 100 mil ejemplares en España, y hasta ese momento el merchandising global había producido ingresos muy por encima de los mil millones de dólares.

En cuanto a Tolkien, su espléndida trilogía y la primera de las películas en cartelera --cada una tendrá su estreno en Navidad, hasta el 2003--, no hay precedentes de algo similar en los ámbitos del mercado cultural y el ciberespacio. Únicamente en la Red, existen 2 millones 500 mil sitios dedicados al autor, su obra o al largometraje en cuestión. Propiamente del libro y su versión cinematográfica, se localizan más de un millón 800 mil, y una vez anunciado el estreno, durante los primeros veintiún días, los internautas bajaron nada menos que 10 millones de veces el trailer con escenas del filme. En lo que respecta al número de lectores, El señor de los anillos alcanza la incomparable cifra de 150 millones a escala mundial, y de Harry Potter, que llegó después, se habían vendido 116 millones de ejemplares hasta mediados de enero de 2002.

Abundan clubes y asociaciones tolkienianas, foros virtuales y fanáticos y ponderados estudiosos, y la "pottermanía", no se contenta con ningún final para la historia. La saga pudiera hacerse interminable, justo hasta la fecha en que el aburrimiento nos haga volver la vista hacia nuevos y aún más inconcebibles personajes de aventura. Con toda seguridad, puede afirmarse que no habrá país en la Tierra donde, abierta o subrepticiamente, no pujen por hacerse conocer los hobbits y elfos de Tolkien y las simpáticas o repudiables criaturas de Rowlings. Hoy en día la conjunción de los medios en función de la venta o imposición de un producto o una idea, y su consiguiente internacionalización a través de las redes globales de circulación mercantil, aseguran el contagio acrítico y consumista en cualquier territorio. Poco importa si tales bienes resultan extravagantes o sorprendentes, en virtud del hambre y los déficits culturales generalizados. Para este tipo de mercaderes, lo menos importante ha sido siempre la riqueza espiritual de la cultura.

Si la experiencia de Matar un ruiseñor, en Chicago, entrañaba el riesgo de una homogenización limitada, ésta, con El señor de los anillos y Harry Potter omnipresentes, comporta el peligro de una epidemia incalculable. Para bien o para mal, esa es también la globalización del capitalismo, que no repara en mientes y es capaz de convertirlo todo, absolutamente todo, en una mercancía. Todo sin que sea todo, desde luego.

Habitualmente los medios cómplices han obrado milagros. En otros tiempos lo hacían con cierta ingenuidad, apelando al patriotismo, el glamour y los buenos modales, sin dejar ver demasiado las fisuras y pliegues del artificio --recordemos la explosión del Maine en La Habana de 1898, Pearl Harbor, ahora fastuosa, previsible y oportuna realización cinematográfica (curiosa coincidencia con El patriota y Trece días en las pantallas); la celebridad injustificada de algunas estrellas del mundo del espectáculo; los falsos hallazgos arqueológicos para denostar las revelaciones de científicos progresistas; las supuestas bondades del fascismo; la condición maléfica del comunismo, y en sus días germinales: la retractación de Galileo, la tortura, Giordano Bruno, la hoguera, la cruz y la espada--; hoy en día, con el terreno abonado durante siglos, la concentración del capital y el caudal disponible de las nuevas tecnologías, todo es más fácil. Basta con desatar las mil lenguas de la hidra y cualquier mentira regresará convertida en verdad. Como si la tina de baño en que el camarógrafo norteamericano Edward H. Ahmet reprodujo y filmó la batalla naval de Santiago de Cuba, cuando la primera intervención yanqui en la Isla -uno de los fraudes mediáticos más colosales y primigenios que se recuerden- nos llegara convertida en océano. Con acorazados reales, armas inteligentes y satélites de captación milimétrica.

Pero siempre aparece un aguafiestas, un testigo que habla; lo hubo entonces, lo hay ahora y, con toda seguridad, lo habrá mañana. En relación con las imágenes impostadas de la Guerra Hispano-cubano-americana, en l898, la gloria le cupo a un oficial del U.S.S. Vesuvius, participante de los hechos, quien dejó constancia de su perplejidad y duda cuando al ver el filme le espetó a su realizador: "No comprendo cómo pudo hacer esta película porque solamente combatimos de noche". Ahmet se defendió con argumentos técnicos, mas la desconfianza, lentamente, empezó a crecer entre protagonistas y conocedores de la batalla. Por si acaso, el gobierno español, manso y prehistórico, derrotado ya, adquirió una copia del documental y ordenó archivarla para todos los tiempos en los archivos militares de Madrid.7

Otras mentiras se derrumban, pero los efectos del agravio rebasan siempre los alcances de la enmienda. Para los medios poderosos, la rectificación no existe, y para espectadores y lectores, fatigados y ebrios, distinguir es de héroes. El cineasta británico Ken Loach, autor de una persistente y valedera obra de contenido social, ha confesado que en Inglaterra "no hay un solo gran periódico que cuente la verdad, ni tampoco las televisiones. Somos una sociedad enormemente manipulada; sería romántico pensar que la gente pueda volver a las barricadas para luchar contra esta situación".8

Si bien estas afirmaciones de Loach pecan de absolutismo en lo que atañe a la incapacidad de las masas para responder a las actuales crisis de conciencia, no por ello deben desestimarse. En otros textos nos hemos referido al caso de Rupert Murdoch y su amplísima red de periódicos, cadenas de televisión, editoriales y medios electrónicos, y a cómo la verdad está excluida o condicionada en la práctica cotidiana de su actividad, dice él que informativa. Murdoch es considerado, además, uno de los hombres más influyentes en los destinos de la política inglesa, donde goza del privilegio de ser consejero y amigo personal del primer ministro Tony Blair.

Una vez que la publicidad se adueñó del contenido de los medios -lo que ocurre parejamente a su desarrollo tecnológico--, la información pasó a ser un complemento utilitario. Dicha tendencia se acrecienta con la aparición de los soportes electrónicos o digitales, zona ésta en la que los expertos en marketing aún no han hecho su agosto. En condiciones socio-culturales de hastío y saturación --como viene produciéndose en Internet, donde los usuarios desestiman los banners o ignoran los anuncios--, tales reacciones pudieran interpretarse como un acto de rebeldía, precisamente en un medio donde el receptor está en mejores condiciones de ejercer su endémica libertad individual.

La incertidumbre con relación a la eficacia de la publicidad y las ventas on-line es de tal magnitud que muchos de los grandes anunciantes y patrocinadores que acogieron inicialmente con entusiasmo el boom de la llamada "nueva economía", hoy se procuran otras incursiones en la Red, refuerzan su presencia en los soportes tradicionales o se retiran aceleradamente de las puntocom que alguna vez los cautivaron. Se estima que sólo el uno por ciento de los sitios identificados con banners son visitados por los usuarios de Internet. Esta indiferencia no sólo perjudica a los sectores de la economía tradicional, que son los menos afectados, sino a los propiamente virtuales. En cualquier caso, el concepto Nueva Economía(NE) es seriamente cuestionado. Digamos que se debate entre un grupo de apologistas entusiastas, que la dan como una realidad innegable e irreversible, otro que la ve como un proceso en formación, y un tercero que la considera una invención propagandística. Habría que ver qué sucede ahora, tras los hechos del 11 de septiembre y en plena guerra contra el terrorismo --Enron, telón de fondo--, cuando salir de compras puede entrañar la muerte. Aunque, pensándolo bien, quizás estemos en los albores de la "medellinización" del mundo, con soldados profesionales, carteles, capos, gamines, guerrilleros, suicidas, paramilitares y otros ejércitos en interminable pugna. Sería la apoteosis del fuego, de la resistencia y la muerte, de la zozobra y la rutina de estos tiempos. Quizás sea también la expresión más certera de la Nueva Economía en su manifestación secular de desigualdad, miseria y riqueza.9

Trátese o no de un sofisma, lo cierto es que el despegue de las inversiones masivas en el campo de las tecnologías de la información, uno de los tres pilares de la "nueva economía", transita con cautela, sin que los grandes capitales del sector productivo se decidan a entrar de lleno, como no sea en el terreno de las transferencias y la especulación financieras. La biotecnología, otra de las fuerzas motrices, aún no ha dado los resultados esperados. El politólogo norteamericano James Petras, cita declaraciones de los más importantes directivos de empresas de este campo, en las que aseguran que "no ha habido ninguna revolución en la medicina en los últimos 25 años" (Levinson, presidente de Genetech), o que "de los miles de millones de dólares invertidos en el sector, han salido sólo 63 drogas al mercado" (K. Shaner, de Amgen), para concluir que, "según los analistas de mercado, apenas 25 de las más de 400 compañías bio-farmacéuticas de Estados Unidos producirán beneficios" en el 2001.

El mayor gasto en nuevas tecnologías para la información, sigue siendo en la producción y compra de ordenadores y en sus múltiples aplicaciones a la guerra y el dominio del espacio cósmico. La fibra óptica ha sufrido mundialmente un estancamiento. El comercio electrónico de bienes y servicios a través de la Red, tampoco crece al ritmo esperado, entre otras razones por la poca seguridad y el riesgo permanente de estafa y usurpación de identidades, otro de los perjuicios que se atribuyen a la globalización.

Según sondeo de la firma especializada Dow Jones Newswires, previo al 11 de septiembre, el portal Terra Lycos S.A., uno de los más potentes del comercio electrónico hispano, vería disminuidos sus ingresos en alrededor de 11 millones de dólares entre el segundo y el tercer trimestre de 2001. Causas principales: la decepción o apatía de los anunciantes y la caída de la economía norteamericana. Sin tener a mano estadísticas actualizadas, puede especularse que la contracción ha tenido una repercusión aún mayor. Microsoft, el emporio de Bill Gates -con todo y la desaceleración, todavía el hombre más rico del mundo: más de 60 mil millones de dólares en mayo de 2001--, informaba que, en lugar de los 8 mil trabajadores y especialistas que contrató este año fiscal, en el próximo sólo necesitaría la mitad. Por su parte, Jupiter Media Metrix, que se dedica al estudio de la Red, ajustó sus previsiones relacionadas con el gasto publicitario en Internet y anticipó que no sobrepasaría los 5 mil 700 millones de dólares, en lugar de los 7 mil 300 millones estimados inicialmente. Es decir, mucho antes de que ocurriera el atentado a las Torres Gemelas, la crisis del sistema ya venía manifestándose (también) en los dominios de la virtualidad.

Mas no todo es desastre en la Red; sí en la vida real. Afirmar lo contrario sería mero idealismo; de ahí que las paradojas siempre nos sorprendan. En Argentina, donde, en el momento en que repaso estas líneas, nadie quiere ni puede ser Presidente de la nación -el Estado no existe, lo vendieron e hipotecaron sucesivos gobiernos, principalmente durante los períodos de Menen--, sin liderazgo visible en la izquierda ni en la derecha, al garete, como la definiera el periódico mexicano La Jornada en uno de sus titulares; las ventas on-line crecieron parejamente a la agudización de la crisis. La calle es riesgo, muerte potencial, caos. Mejor la casa, si se tiene la posibilidad de acceder a Internet. De hecho, el aumento más significativo se produjo en el llamado home banking, donde el incremento fue de 748 por ciento en los primeros doce días de "corralito".

De cualquier modo, tarde o temprano serán vencidos los escollos y lo digital terminará imponiéndose. El gran capital, entrenado y mudable, se las ingenia para su travestismo económico, incluso a costa de parecer víctima. Internet sigue extendiéndose y otros contenidos la inundan, lo que la convierte en el único escenario global que puede, hipotéticamente, incorporar todos los temas, lenguas y culturas en tiempo real y simultáneo. Su espectro cubre desde los espacios emergentes, dinámicos y democráticos donde hoy se articula un nuevo pensamiento de izquierda, hasta las zonas estáticas y anacrónicas de la extrema derecha, pasando por lo inimaginable en la ciencia, el arte -las siete majors de Hollywood comienzan a utilizarla para el alquiler y la distribución de filmes y audiovisuales en general--, la literatura, el deporte, las costumbres y las más insólitas, altruistas o perversas creaciones del hombre, la mujer y, por qué no, de los adolescentes cándidos y los malditos. La Red es mucho más que el mar sin fondo de la imaginación humana, es el clímax de una fiesta aleatoria, y no existe mortal alguno capaz de recorrerla en su inmensidad. Necesitaría varias vidas, y tampoco lo conseguiría.

El vértigo aparece cuando sabemos que, en enero de 2002, la cifra mundial de páginas web era superior a 13 mil 500 millones, en cambio o modificación constantes.

Ahora lo que preocupa a muchos entendidos no es precisamente la eficacia y el futuro de Internet, sino hasta cuándo las actuales herramientas de navegación y búsqueda gratuitas permanecerán disponibles para todo aquel que esté en condiciones de acceder a ellas. Un ejemplo concreto es la noticia10 de que dos importantes buscadores, Yahoo y NortherLight, se han puesto de acuerdo para cobrar sus "resultados seleccionados": un paquete de información que tiene su origen en alrededor de 70 millones de páginas web afincadas en más de 7100 fuentes. Las tarifas fluctúan entre uno y cuatro dólares en el caso de los accesos a la base de datos de la segunda firma, de la que se especula que ya trabaja en un programa identificado como Premiun Discount Search, que ofrecerá 50 búsquedas mensuales por 4.95 dólares. Es la primera señal de cambio en el ámbito de los grandes rastreadores de la Red. Cabe suponer un rápido crecimiento de la venta de servicios a distintos niveles. Por ejemplo, www.da-usa.com, hasta hace poco un intermediario útil a los viajeros interesados en la prensa de habla hispana, inició febrero como organismo delegado del ICANN, o lo que es lo mismo: habrá que abonar l5 dólares al año para valerse de su instrumental y sus ventajas. Si alguien lo dudara, lo invito a hacer la prueba. Verá cómo aparece en su pantalla el mensaje "Whoops!!! visitante perdido", y de inmediato se da paso a www.registro-dominios.info, donde comienza la fiesta del dinero.

Sin embargo, a pesar de estos perturbadores augurios --que nunca acabarán con el consumo masivo, pues Internet es también, y sobre todo, alternatividad--, quizás el mayor precio que debamos pagar los navegantes sea el de admitir a los banners y plug-ins publicitarios como algo normal y cotidiano en nuestros ordenadores. Así, los buscadores podrán hacer fortuna, las páginas web sobrevivir, y nosotros, los viajeros pobres, procurarnos la información que tanto necesitamos. Ya lo dijo Milton Friedman: en esta vida "nada es gratis". Evidentemente, en la virtual tampoco.

La estandarización de patrones de consumo, hábitos y conductas, es uno de los objetivos y, al mismo tiempo, efectos que se propone el tipo de capitalismo -¿hay otro?-que señorea en el mundo. El sistema sueña con la homogeneidad, nunca con la igualdad, y mucho menos, aunque la pregone y propicie, con la diversidad. Por su propia naturaleza, todo cuanto hace está dirigido a simplificar o anular las manifestaciones de la identidad. Y es arrollador en su práctica. La rápida evolución de su artillería lo corrobora: McDonald's, MTV, CNN, Microsoft, Wall-Mart, las Siete Grandes de Hollywood y un largo e irresistible etcétera. Botón de muestra: Asterix, uno de los pocos héroes emblemáticos del cine y las tiras cómicas francesas, ya vende "Big Mac" en las pantallas y en cuanto lugar se lo permitan. Lo que no logró Roma, lo consigue Washington, apenas sin resistencia. ¿Y José Bové, y la "excepción cultural"? Por suerte, ante tales noticias, se afirma que el cine francés cerró el año 2001 con una cuota de exhibición cercana al 42 por ciento de su producción nacional, lo que significa un retroceso de la avasalladora presencia norteamericana en las salas. Se hace más de lo que se puede, dirán los entendidos.

De Wall-Mart añadiré que, antes de que finalizara el año fiscal 2001-2002, planeaba abrir, expandir o reubicar 300 establecimientos (incluidos los Sam's Clubs) en Estados Unidos, lo que equivale a agregar alrededor de l3 millones de metros cuadrados de nuevo espacio minorista a su amplia red nacional. Por su parte, la Wall-Mart International, que ya contaba con 34 filiales en sus mercados externos, inauguró 87 tiendas y clubes adicionales antes del 31 de enero de 2002. Las ventas anuales de este emporio, ascienden a más de l91 mil millones de dólares y su plataforma multinacional a 2 mil 600 tiendas de descuento. A pesar de los efectos del 11-S, sus ventas aumentaron un ocho por ciento en la Navidad del 2001, lo que contrastó con el uno por ciento de su competidora K-Mart, que pocos días después se declararía en bancarrota, endeudada en algo más de 4700 millones de dólares. No son las cifras, por elevadas que sean, lo que más me preocupa, sino el hecho de que cada establecimiento es la reproducción de un modelo único, con la consiguiente multiplicación de perjuicios culturales para todos los ciudadanos, aunque no los visiten. Es como para intranquilizarse.

Del mismo modo, seguir diariamente la evolución de algunos medios otrora más o menos prestigiosos, es constatar su empobrecimiento y el avance aniquilador de la seudocultura. Es verlos convertirse en depositarios de todos los males, experimentos y agresiones posibles. No hay en ellos territorio vedado; todo vale a los efectos de quienes se proponen suplantar la capacidad de discernimiento por los desiertos de la "inimaginación". Es la "sociedad del control" absoluto, como nos lo advierten Michael Hardt y Toni Negri en su libro Empire, que si polémico, también imprescindible. Es el engaño en su reino.

Pero el control no es una abstracción mediática, se corporiza desde los grupos económicos que rigen los destinos de las finanzas y los estados. El cierre de periódicos otrora influyentes, la desaparición de editoriales o su conversión en maquiladoras de la trivialidad, la segregación, hasta desaparecer, de las productoras cinematográficas y de televisión independientes -pongámonos de acuerdo, independiente es independiente de las transnacionales y de los gobiernos hostiles a la soberanía cultural--, los espacios mínimos para la difusión o exhibición de sus programas, la carnavalización de las artesanías y de otras expresiones genuinamente populares --en fin, el páramo de los pobres--, evidencian el grado de avasallamiento que provoca en cualquier tipo de sociedad el orden económico y social imperante. No hay mayor control que el de hacer inaudible los gritos por la libertad. Entre todas las muertes, la peor es la del silencio.

Píldoras milagrosas

De la gran prensa pudiéramos citar innumerables ejemplos de seducción manipuladora. En particular, quisiera referirme al caso de los "fármacos providenciales", expresión contemporánea de la superchería, ya sin la mística del animismo ni el encanto de los hechiceros antiguos.

Las tensiones de hoy son abundantes e inéditas por su naturaleza y diversidad. La vida moderna las multiplica porque excluye el sosiego y favorece la degradación espiritual del individuo. En las grandes ciudades se acentúan la ansiedad y la desesperación, y los médicos dedican tanto tiempo al tratamiento de enfermedades provocadas por las circunstancias sicológicas en que transcurre la vida11 como a las derivadas de las epidemias, el envejecimiento celular o el deterioro físico del organismo. Y aparecen o se inventan nuevos mercados, con los consiguientes fármacos incomparables y milagrosos. Es el caso de Prozac, Zoloft, Paxil (Seroxat en su versión europea) y otros por el estilo. Al auge y la forzada popularidad de este último, conocido también como "píldora de la timidez", debemos uno de los más sonados escándalos que se recuerde.

Lo primero que hicieron sus fabricantes fue iniciar una campaña de publicidad sin precedentes. El objetivo era vender la enfermedad antes que el remedio, e inventaron el "síndrome de ansiedad social", un padecimiento aparentemente desconocido en la sociedad norteamericana. La televisión, las revistas especializadas, Internet, la radio y los periódicos, todos los medios disponibles, acogieron con cínica fruición a especialistas y pacientes de la nueva epidemia. Se argumentaba la importancia de afrontarla con medicamentos por descubrir. Sin embargo, la píldora estaba lista en los laboratorios y aguardaba por su producción en serie.

Si entre 1997 y 1998 apenas se mencionó la enfermedad cincuenta veces en los medios masivos, en 1999 su presencia se verificó, de acuerdo a publicaciones especializadas en técnicas de mercado, en más de mil millones de oportunidades. La demanda estaba creada -se hablaba, entonces, de más de cien millones de supuestos enfermos--; sólo faltaba lanzar el producto, oportunamente concebido por la Glaxo SmithKline. Y llegó Paxil, y su advenimiento tuvo lugar santificado por el Departamento de Administración de Alimentos y Drogas (FDA), de Estados Unidos, que lo legitimó como "el único medicamento" para el tratamiento del "síndrome de ansiedad social".

Durante el año 2000, las ventas de Paxil crecieron un 18 por ciento y, según la firma productora, "pasó a ocupar el primer puesto en el mercado norteamericano de los inhibidores selectivos de respuesta de serotonina". A todas éstas, el Instituto Nacional de Salud Mental de aquel país, se vio en la obligación de informar que sólo el 3,7 por ciento de los ciudadanos padecía de la inusitada enfermedad. Dato que quizás no sea del todo fiable, pues no se descartan intereses de mercado, tráfico de influencias y otras manifestaciones de cabildeo, pero que ilustra hasta qué punto carecen de fundamento los milagros atribuidos a Paxil.

Sin embargo, no es sólo en la medicina donde la publicidad surte efectos tan poco sustentables. A diario se dan miles de decepciones con relación a servicios y artículos, cuyos prospectos no se corresponden con las funciones o facultades que les son atribuidas. No es para menos, se calcula que en los países occidentales desarrollados, principalmente en Estados Unidos, un ciudadano promedio a la edad de dieciocho años ha vivido expuesto a la abrumadora intervención de 350 mil publicidades directas o indirectas, y que diariamente recibe centenares de mensajes comerciales, incluyendo los de carácter subliminal. Tal desenfreno comenzaría en la niñez y pudiera crecer y multiplicarse hasta sus días de muerte. Como ha dicho un antiguo empresario norteamericano: "Si se adueñan de un niño a tan temprana edad, pueden poseerlo completamente durante los próximos años", o lo que es lo mismo, durante toda su vida. El acoso es real y las reacciones en nombre del sentido común, también.

Pero la Red es un espejo de nuestro tiempo. Un reporte de Nua Internet Surveys, fechado en noviembre del 2000, cifraba en 407.1 millones el número de usuarios a escala mundial. De ellos, 167.12 millones radicaban en Estados Unidos y Canadá; 113.14 millones en Europa; 104.88 millones en Asia/Pacífico; 16.45 millones en América Latina; 2.40 millones en Medio Oriente, y apenas 3.11 millones en África, o lo que es lo mismo, el 0,7 por ciento. Nueve meses después, un estudio de Nielsen NetRatings hablaba de 459 millones de personas conectadas a Internet en todo el mundo, de las cuales el 40 por ciento vive en Estados Unidos y Canadá. Del mismo modo, señalaba importantes crecimientos en Argentina, India, Sudáfrica e Israel. Mas la desproporción sigue siendo innegable, tanto desde el punto de vista territorial como en lo referido al número de habitantes de las diferentes regiones --compárese Asia con Norteamérica, y África con el resto de los continentes--. Entrado el año 2002, los cálculos se sitúan por encima de los 500 millones de usuarios a escala mundial.

Juegos para vender y "porno" para crecer

Los juegos de video y multimedia, al igual que los programas didácticos, se han convertido en uno de los instrumentos más eficaces para el aprendizaje y el conocimiento dentro de las múltiples posibilidades que ofrece la Red. Son populares en todas las edades, particularmente entre niños y jóvenes, y bien orientados pudieran revolucionar la educación contemporánea. Sin embargo, los divertimentos están saturados de contenidos violentos y enajenantes, con indudable perjuicio para las nuevas generaciones de cibernautas. Luego del 11 de septiembre de 2001, el gobierno norteamericano se vio obligado a retirar del mercado a más de uno de estos productos, considerados como un peligro para la seguridad interna.

Un potencial de tal magnitud no puede ser soslayado por las multinacionales, quienes experimentan a diario con la fascinación y curiosidad de los usuarios. La General Motors, por ejemplo, ha estrenado su juego de video en Internet, dirigido a personas entre dieciséis y veinticinco años de edad, un segmento tradicionalmente desatendido por esta compañía. Los interesados podrán sentirse conductores de modelos tan disímiles y atractivos como Corvette, Cavalier o Avalanche. De igual modo, Pepsicola y Honda Motors se disponían a lanzar proyectos parecidos, como lo hicieran en su momento Burger Kings y Paramount Pictures, cuyas estrategias de publicidad en la Red ponen especial énfasis en la utilización sistemática de este tipo de pasatiempos. Tómese en consideración que, de acuerdo a estudios realizados por Interactive Digital Software Association y Jupiter Media Metrix, ambas de Estados Unidos, alrededor de 145 millones de personas practican juegos de video, y que en el año 2000 los propiamente en-línea involucraron a más de 35 millones de cibernautas, estimándose que en el 2005 esta cifra se incremente hasta los 104.9 millones de usuarios a escala mundial.

Estimados tan promisorios despiertan el interés de los fabricantes de software y de las firmas especializadas en mercadotecnia. Porque, como ha confesado un ejecutivo de la subsidiaria canadiense de la Ford, auspiciadora de una carrera virtual en la Luna en su vehículo Escape, los anuncios en banners ya no son "una gran inversión de nuestros recursos publicitarios". De ahí los vaticinios de los expertos, quienes aseguran que el camino más promisorio para la publicidad en Internet no será a través de los anuncios colocados directamente en las páginas web, sino mediante el marketing digital: cupones on-line, envío de e-mail publicitarios, concursos con regalos, juegos, foros, suscripciones, entre otras modalidades más directas. Estos mismos especialistas aseguran que en el año 2006, los gastos por este concepto ascenderán a 19 mil 300 millones de dólares, cifra muy superior a los 2 mil millones estimados para el 2001. Y pensar que todo comenzó por un simple e inofensivo Atari.

La estrategia que se esconde tras esta repentina vocación lúdica de las grandes compañías, comporta el fichaje de los usuarios como prioridad, y por consiguiente su anclaje definitivo en los puertos del consumo y la seducción por las cosas. En ocasión del Super Bowl 2001, la empresa Hotjobs colocó en la Red un video-juego con una versión de su anuncio habitual de televisión. Participaron 55 mil personas. La entidad aprovechó la ocasión y se hizo de 5 mil direcciones electrónicas, cuyos dueños no escaparán a sus mensajes publicitarios en los próximos años. La Ford ha hecho otro tanto con su divertimento electrónico, y de los 29 mil usuarios que atrajo el juego durante los primeros tres meses, fichó a más de 15 mil, quienes se mostraron interesados en que la firma les informe acerca de sus nuevos productos. Será, sin lugar a dudas, una persecución implacable. Los formularios para las suscripciones gratuitas a los boletines informativos de los medios digitalizados, también comportan este riesgo. Ya no basta con omitir la respuesta o decir "no" a la pregunta relacionada con la inclusión de tales mensajes; de una u otra forma, Usted los recibirá en su casilla. No es fortuito, entonces, que uno de los principales consejos a que debe atender el usuario de la Red, es el de no revelar jamás su identidad verdadera, y mucho menos cometer el error de suscribirse a servicios gratuitos con su dirección profesional. Lo aconsejable, no sin los mismos riesgos, es hacerse de ID suplementarias. Algo que pudiera comenzar por el envió de los sumarios de importantes publicaciones, cabe la posibilidad de que finalice colapsando su ordenador, ya que la inmensa mayoría de las páginas web más visitadas, albergan la compañía de viajeros sospechosos o indeseables. Son los hackers maléficos, esos de quien tanto se habla.

La aparición de sitios para la venta o exhibición gratuita de imágenes pornográficas, es una de las modalidades más prósperas entre las afincadas en la Red. Varios ciber-ejecutivos han confesado abiertamente su decisión de responder a la apatía publicitaria de las grandes firmas, con la inclusión de avisos de contenido porno. No es extraño que mientras se navega, aparezcan en pantalla ventanas que remiten a todo tipo de placeres libidinosos, y son de tal obstinación y temeridad que, cerrándolas, persisten y exasperan.

Sonado ha sido el caso de la Operación Avalancha, revelada por el FBI en agosto de 2001, y que provocara la detención u orden de captura de más de cien personas en Estados Unidos, Rusia e Indonesia. Como resultado de las investigaciones, Thomas y Janice Reedy, de Texas, fueron condenados a 1335 y 14 años de cárcel, respectivamente, considerando su implicación en ochenta y nueve cargos criminales, entre los que se encontraban explotación sexual de menores, distribución de pornografía infantil y conspiración. El negocio llegó a alcanzar tal envergadura, que al clausurarlo contaba con 250 mil suscriptores, y en un mes tomado como muestra, había logrado facturar 1.4 millones de dólares. Dos años demoró la justicia norteamericana en cerrar este expediente; otros, ni siquiera han sido abiertos.

La extensión de los crímenes cibernéticos en Estados Unidos es como para asustar a sepultureros. Según El Nuevo Herald correspondiente al 29 de enero de 2002, estos delitos crecieron "a pasos agigantados" con respecto al año anterior. Los más frecuentes van desde el lavado de dinero, la creación y propagación de virus informáticos y el fraude con tarjetas de crédito, hasta los robos de identidad y de bases de datos con información confidencial o sensible. Las declaraciones de Claudia Farrel, funcionaria de la Comisión Federal de Comercio (FTC), son reveladoras del problema: "En el 2001 tuvimos 49 mil 670 quejas relativas a Internet, que significan un 42 por ciento del total de las quejas que recibimos anualmente". Por su parte, el CERT/CC, un centro operado por la Universidad Carnegie Mellons y dependiente del Departamento de Defensa, reporta 52 mil 658 casos similares a escala nacional, lo que representaría un 142 por ciento en relación con el 2001. De acuerdo al rotativo, "La Florida ocupa el segundo puesto, detrás de California, como el estado con más crímenes cibernéticos". En el informe de El Nuevo Herald, increíblemente, nada se dice de la pornografía ni de la pedofilia.

En la inmensa mayoría de los países, la legislación vigente no prevé sanción alguna por los delitos cometidos en Internet. Los que disponen de este recurso, comienzan a actuar abrumados por la proliferación de casos graves y sistemáticos. A decir verdad, independientemente de los sofisticados sistemas de televigilancia instalados, no hay forma capaz de conjurar de manera inmediata o definitiva -otra cosa es detectarlos-- todos y cada uno de los crímenes que, ahora mismo, se están cometiendo en la Red. La prueba más contundente es la ausencia de identificación aún de los autores de virus tan letales como Melissa, SirCam y Código Rojo, que atacan impunemente a instituciones públicas y privadas, y a usuarios estatales o independientes de todo el mundo, con particular ensañamiento al interior de los poderosos y bien provistos sistemas informáticos del gobierno de Estados Unidos.

El negocio de la pornografía, éticamente repudiable, no es operativamente devastador para las autoridades norteamericanas; de ahí la tolerancia que le dispensan la policía y los órganos judiciales. Con su política de hoja de parra, el sistema actúa, tímidamente, contra los casos más connotados de prostitución infantil. De cara a las graves e inusitadas consecuencias de los actos del 11 de septiembre, cuyo origen trasciende el aspecto político, la respuesta ha sido reforzar la cibervigilancia global, concentrándola ahora en el movimiento antiglobalización, en los organismos presunta o realmente terroristas y en las comunicaciones de algunos países y figuras públicas opuestos a la política y los métodos guerreristas de la Casa Blanca.

Hasta julio de 2001, la Unidad de Investigación de Delincuencia en Tecnologías de la Información española, tenía abiertas 300 operaciones contra la pedofilia en la Red y había detenido a veinte personas en esos primeros seis meses, apenas once más que en igual período del año anterior. La Unión Europea, por su parte, ha previsto la creación de una ciberpolicía, que no sólo velará por el orden en estos asuntos, sino que intervendrá, aún más, en la privacidad de sus ciudadanos. De hecho, España, que preside la UE durante el primer semestre del 2002, tiene entre sus mayores prioridades la creación de un sistema policial continental, mucho más especializado e incisivo que la suma de todos los cuerpos existentes.

Como anticipo de lo que espera no ya a los pedófilos, sino a los disidentes de la mundialización neoliberal, el diario británico The Independent informaba a mediados de 2001 que los jefes de gobierno europeos, junto a los responsables de las fuerzas de seguridad y de las agencias de inteligencia de los diferentes estados, habían acordado la concertación de acciones para identificar y vigilar a los "cabecillas" del movimiento antiglobalización. Después de los acontecimientos de Génova, donde perdió la vida un joven italiano, el ministro alemán de Interior, Otto Schilly, se pronunció por la creación de una nueva policía europea, especializada en el seguimiento y control de las actividades y protestas de los grupos contrarios a la mundialización.

La denuncia de acoso virtual a varios sitios, formulada por Rebelión el 15 de enero de 2002 -cuatro días después Nodo, también en la lista, revelaba que su servidor había sido objeto de un ciberataque--, no hacía sino reforzar la idea de que la estrategia expuesta por Schilly tendría su aplicación práctica inmediata en los sitios y publicaciones electrónicos más activos. La presidencia española de la Unión Europea ha comenzado también de esta manera.

Mientras se concretan los afanes ibéricos y germanos, virtualmente existe una coordinación tan estrecha entre los diferentes órganos policiales que, mediante la base telemática "Sirene", les es posible obtener fotografías, huellas dactilares y otros datos relacionados con los principales líderes y activistas del movimiento. Es decir, la entidad existe y actúa regionalmente en función de un objetivo preciso: vigilar y reprimir a quienes dirigen los grupos antiglobaliación. Thomas Mathieson, catedrático de Sociología de la Ley en la Universidad de Oslo, ha advertido que "el peligro de estas medidas radica en que la policía podría tener acceso a información muy íntima sobre las personas, como su sexualidad o sus creencias". Mas allá del delito, estarían las ideas políticas, las aficiones y los derechos civiles.

Orwell, aquel adolescente

El reality show no es un fenómeno nuevo. Los de mi generación lo vimos llegar en versiones primitivas, dotadas de cierto candor e ingenuidad formal, allá por los ahora distantes años cincuenta. Los intentos por reflejar la vida y los acontecimientos, tal como son o debieran ser, han hecho zafra y legión en la historia de un medio que nació para re-inventar la realidad, y que, hasta la aparición de Internet, era el único que permitía alcanzar la instantaneidad en la trasmisión de imagen y sonido. Por lo mismo, la televisión siempre ha sido un escenario en movimiento, menos sujeto a los distendidos rigores del arte que a los caprichos de la naturaleza humana.

Desde que la televisión se transformó en medio masivo, devino polígono de tempestades, ámbito para dirimir las más encarnizadas batallas por la hegemonía ideológica y el control de las masas; pero nunca como ahora, con todas las miserias de la puerilidad en sus alforjas. La competencia interna y el desafío de otros soportes, junto a la repercusión de las nuevas tecnologías, han contribuido a su desarrollo y dinamismo, no siempre para bien de las adormiladas audiencias. Nada como su degradante carrera hacia ese rol indigno de "caja tonta" y embrutecedora. Hablo, por supuesto, de la televisión que comanda en la globalización mediática, de la más comercial, y no de las emisoras y espacios, que, salvo en contados casos y en muy pocos países, apenas si disponen de reconocimiento y recursos para sobrevivir y asumir con rigor un proyecto cultural o informativo realmente atendible.

"Gran Hermano" es el reality show más extendido. Lo ideó un antiguo discjockey de una radio pirata de Ámsterdam, a quien los entusiastas consideran que "relanzó de algún modo la televisión a fines de los 90". En el delirio, algunos lo comparan con Walt Disney; otros, más certeros, lo equiparan al Diablo, o lo ubican en los calveros sombríos e imaginarios de Orwell. Lo cierto es que John De Mol, que así se llama este holandés dueño de la empresa que produjo inicialmente "Big Brother", ha hecho fortuna vendiendo los derechos de una idea tan deleznable como que varias personas, a cambio de fama y dinero, renuncien a su intimidad y hagan de ella objeto de escarnio y seguimiento público. Los campesinos cubanos utilizan una palabra del castellano antiguo cuando quieren decir que algo ha sido violentamente destruido, lo llaman "desguazado". De desguazar se trata, de aniquilar pedazo a pedazo la identidad de los concursantes.

Al concluir, cada uno de estos programas, además de desgracias personales --como sucediera con "Survivor", en Suecia, que provocó el suicidio de un participante eliminado--, deja un saldo tenebroso en los competidores, quienes jamás volverán a ser no sólo los mismos, sino que serán tan diferentes que no podrán reconocerse en sus actos. Vivirán para siempre el impacto de la representación mediática y manipuladora de su privacidad.

De Mol, empeñado en matices e innecesarias distinciones teóricas, confesó en una entrevista al diario argentino Clarín, que él prefiere hablar siempre de "televisión de gente real y no de reality show", porque su programa "no es la realidad. Y esta tendencia de televisión hecha por gente real estará aquí por seis o siete años más. En Holanda estamos empezando 'Big Brother 3". Compadezco a los felices felicianos que dejan de dormir por no perderse estos bodrios.

Más adelante, con el cinismo de los falsos benefactores, da cuenta de los retoques que ha incorporado a la tercera versión de su espectáculo: "En Holanda, dijo, el cambio más importante es que hemos dividido la casa en dos partes. La parte rica y la parte pobre. Los dos equipos tienen que competir y el ganador queda en la parte rica. Y la diferencia entre la parte rica y la pobre es enorme. El rico tiene todo lo que quiera las veinticuatro horas del día. El pobre tiene agua y pan. Nada más". ¿Qué pensar? ¿Sociología barata, denuncia, primitivismo? No hay que esforzarse demasiado; la desigualdad y la pobreza también son un negocio; lo vienen siendo desde los tiempos inmemoriales de la aristocracia caritativa y la burguesía altruista, con su seudocultura anodina y barbitúrica, y la plebe ignorante. No me imagino el rechazo que debería provocar este diseño de "Gran Hermano 3" al interior de las fragmentadas sociedades latinoamericanas, si la educación y el deber de los medios fueran otros. Pero nada como el show de la vida real. Argentina, henchida de "big brothers", "castigada por obediente", como ha dicho Eduardo Galeano12, reventó las cacerolas.

Para que se tenga una idea del interés que suscitan los preparativos de estos culebrones, bastaría decir que en la propia Argentina, se presentaron 120 mil aspirantes a la convocatoria de "Gran Hermano 2". Querían "probarse a sí mismos", según fuentes periodísticas. El calvario dura 112 días, tiempo suficiente para leerse todo Borges y gran parte de Cortázar, sin hablar del fútbol, el teatro y el cine. Pero quizás ni esto, porque de dónde sale la guita para libros y peregrinaciones. Y eso que no estamos hablando de un país-pueblo que ha perdido del todo su apego a la cultura nacional y que, incluso en estos días de nulidad, defiende y sostiene la atención por el arte y la literatura, así sea minoritariamente. Si no, cómo entender que, a pesar de los pesares, más de 13 mil personas asistieran en Buenos Aires a ver la película Kandahar durante los días 12 y 13 de enero de 2002, precisamente cuando más acorralaba el "corralito". O que el Festival (folklórico) de Jesús María, efectuado en Córdoba, convocara esta vez 200 mil asistentes y duplicara su audiencia por el Canal 7. El periódico La Nación titulaba así un reporte del 16 de enero: "Contra viento y marea, la cultura vive". No obstante, en tránsito por Buenos Aires, durante los días 1 y 2 de febrero, constaté el grado de parálisis cultural que vive la sociedad porteña. Sólo Enrique Pinti, con su espectáculo satítico-humorístico, llenaba sala. En fin, la mar de líos. De ahí que la Asociación de Actores, en carta abierta al presidente Duhalde, situara el asunto en otro contexto y lo evaluara a partir de la desatención al organismo estatal del sector:

"Creer que la crisis es sólo económica y no cultural, puede determinar que organismos decisivos (refiriéndose a la Secretaría de Cultura, O.G.) para el desarrollo de la cultura nacional sean considerados bienes suntuarios y no de primera necesidad. La Cultura no es un hecho menor, la Cultura es lo que pensamos, lo que producimos, lo que comemos".13

Ya se sabe, ante cualquier ajuste estructural, son las entidades o instituciones de este sector las primeras en sobrar o desaparecer.

Cuando De Mol promovía en Argentina la segunda parte de su "Big Brother", el estallido social era previsible, pero aún no había ocurrido. Se hablaba entonces de 200 mil dólares en premios para los ganadores, y más de un incauto dejaba ver su alegría. "Gran Hermano, decía su creador, pondrá más cerca a la Argentina de la cultura global, como ocurrió con Internet. Que en muchos países triunfe un mismo programa es un resultado de una era en que las diferencias y distancias son cada vez más pequeñas". Sin desperdicios. Bastaría comprobarlo en Corrientes.

Los programas escatológicos emergen por todos lados. Sus productores y realizadores bebieron torpemente del fervor iconoclasta de los años ochenta y nos lo devuelven como caricatura. Pululan sobremanera en esos canales de mala vida, prostibularios, vacíos de riqueza humana, llenos de "Padre Alberto", "Cristina" y sucedáneos, de Walter y sus mercados, de tonterías tan tontas que ni los tontos las asumirían.

Mas nadie parece rehuir la moda del reality show. En Estados Unidos, donde todo lo inútil y soso ya fue descubierto y probado alguna vez, la NBC encuentra "Lost", un programa donde tres equipos de dos concursantes cada uno, sin vínculo previo, deben llegar a Nueva York --o para ser mas preciso, a la Estatua de la Libertad-- desde otros tantos puntos del planeta; abandonados a su suerte, con un camarógrafo acompañante, cien dólares, ningún boleto aéreo ni objetos personales, con la prohibición de usar tarjetas de crédito y de establecer cualquier contacto con familiares o amigos, y provistos de alimentación únicamente para cuarenta y ocho horas. Optaron por este privilegio, seis mil aspirantes. Los elegidos fueron adiestrados durante tres días en purificar agua, armar un campamento a la intemperie, preparar alimentos y hacer fuego en condiciones rudimentarias. Si los productores hubieran querido --y no hay por qué descartarlo, pues la saga se anuncia--, los tres dúos pudieran haber sido ubicados, indistintamente, en el Tibet, la Amazonia y la estepa kazaja. Aunque no sé, quizás todo fuera más "emocionante" --por aquello de la polución, la violencia y los cuchillos--, si los destinaran a Ciudad México, Miami y Calcuta. Más que regresar a casa, tendrían que sobrevivir. ¿Otra parodia de la realidad? ¿El legado de los boy-scout, ecos de Rambo? Todo y más, como en las peores películas. Y para que no fueran los únicos, el Canal 4 de la televisión británica se disponía a estrenar su versión, con Trafalgar Square como punto de encuentro. Demos por segura no sólo la continuidad primermundista, sino la proliferación inmediata de imitaciones y seguidores en nuestras atentas televisoras latinoamericanas.

Ahora véase cómo es de impredecible la vida. Por lo general, las interpretaciones que he leído de l984, la conocida novela del escritor inglés George Orwell14, la sitúan cómo una denuncia del "totalitarismo soviético", en la que difícilmente alguien sea más parecido al personaje del Gran Hermano que Stalin; sin embargo, desaparecida la URSS, hemos visto como esta obra literaria trasciende su momento y se manifiesta en nuestros días, con una precisión tal que pareciera concebida para el fenómeno y nunca para las circunstancias.

Lo que estamos viendo no es una parodia al estilo posmodernista, sino la revelación del alegato orwelliano. Si se tratara únicamente de reality shows, cabría pensar en apropiaciones y citas, en Foucault y Derrida, en un laboreo intelectual difícilmente imaginable en los predios de la televisión imperial. A lo que estamos asistiendo es a una glorificación mediática de la vigilancia y el control, en un momento en que han sido borradas las fronteras entre lo íntimo y lo público. Bastaría mencionar los nombres de algunos programas informáticos o sistemas de vigilancia electrónica en uso --Echelon, Carnivore, Spector--, los millones de cámaras instaladas en estadios, aeropuertos, zonas residenciales, satélites y carreteras, el "filtrado" absoluto de la casi totalidad de los servidores, virus informáticos y navegadores que forman parte de la red de redes. O sea, mucho más, y con mayor intensidad, que lo imaginado por el escritor británico en el contexto de una Europa devastada por la guerra y estremecida por el fascismo: esa especie de hijo bastardo que se incubó y creció en la secularidad de sus vísceras y en la improfanable textura de su Pensamiento.

Pero llegan noticias de cansancio e inconformidad. El 7 de septiembre de 200l, el grupo teatral Surveillance Camera Player (SCP), integrado por actores no profesionales de Nueva York, celebró el primer Día Internacional de Acción Contra la Videovigilancia. En su propósito, contó con el apoyo de numerosos activistas radicados en Europa, América Latina y otras regiones. Las protestas fueron pacíficas y, si se quiere, bastante originales. Consistieron en desplegar pancartas y representar pasajes o escenas de obras dramáticas ante las cámaras ubicadas en sitios públicos y generalmente concurridos --por ejemplo, Time Square, en Manhattan--. Para ser la primera vez que convocaban a la manifestación, los miembros del grupo tuvieron una buena acogida: las protestas se realizaron en más de quince países, entre los que destacan Alemania, Turquía, Colombia, Francia, Lituania y Estados Unidos.

No es casual que SCP considere entre sus obras favoritas Esperando a Godot, de Samuel Beckett, y l984, de George Orwell, ni que uno de los fundadores de la agrupación haya expresado: "Sólo nos interesa utilizar las cámaras en contra del propósito para el que fueron colocadas", haciendo ver también su franca oposición "a los programas televisivos que imitan la vida real y alientan el aumento de la utilización de cámaras ocultas, como el promocionado (y globalizado) Gran Hermano".

Muchas son y han sido las formas en que la inteligencia humana ha mostrado su desaprobación o su conformidad a lo largo del tiempo. Valerse del más antiguo y universal de los lenguajes, el de la mímica, pudiera representar, por qué no, otra alternativa entre las tantas disponibles para enfrentar la invasión de la privacidad y la uniformación lingüística. Nada como el poder de un gesto en días de omisión y silencio.

En nuestra época, caótica y voluptuosa, los contenidos protagonizan y encarnan la cualidad del cambio; las formas de lucha se nos presentan aleatorias y emergentes. De la anarquía, valgámonos del misterio y la creatividad; de la rebeldía, tomemos esa insipiente convicción que acerca la esperanza. Para empezar (quizás re-comenzar), es más que suficiente. Para no descansar, todo. La realidad jamás ha coincidido con la imagen de sus retratistas; así vivamos, como Truman, en el set global que hoy es la vida.

Espías, virus y galleticas

Según los historiadores de Internet, las primeras investigaciones para diseñar y estructurar una red informática, respondieron a encargos y requerimientos militares, específicamente del Departamento de Defensa de Estados Unidos. Su expansión al sector privado se produjo luego de que el gobierno norteamericano hubiese destinado abundantes fondos financieros para su desarrollo y consolidación, lo que prefiguró el carácter estratégico del medio y el control de su actividad por parte de los servicios especiales.15 Esta política se consolidó durante los dos períodos presidenciales de Clinton, cuando Al Gore, quien se atribuye la paternidad del concepto "autopistas de la información", prácticamente se consagró a esta tarea.

En l993, la administración Clinton hizo público el informe The National Information Infraestructura. Agenda for Action, complementado meses después con un discurso del entonces vicepresidente. En ambos documentos se delineaba una política que abría las puertas al sector privado y ponía la Red en sus manos. Comenzaba el capítulo de la Virtualidad dentro de la norteamericanización del mundo. El informe sostiene que una vez creada la infraestructura necesaria, se "desencadenará una revolución que cambiará para siempre la forma en que la gente vive, trabaja e interactúa". Y añade, manifestándose uno de los principales objetivos del proyecto, que las nuevas autopistas de la comunicación permitirán "a las empresas norteamericanas ser competitivas y triunfar en la economía global, lo que significará buenos empleos para los norteamericanos y un nivel de crecimiento sostenido del país". "La infraestructura de comunicaciones mejorará la vida de los norteamericanos porque permitirá atenuar las dificultades que se derivan de la geografía, los desequilibrios y la diferencia de status económico". Nada para el Otro, todo para ellos.

A pesar de que el propio gobierno se declaraba garante del equilibrio y afirmaba que "ninguna industria se vería desfavorecida", la voracidad terminó imponiéndose y comenzaron a aparecer las primeras grandes fusiones empresariales, con la consiguiente modificación del panorama en ámbitos tradicionalmente "protegidos", como la cultura y el mundo académico. Hoy, no sé si por obstinados o por tramposos, Clinton y Gore aún repiten la cantinela de la igualdad de oportunidades. El primero, en visita relámpago a Buenos Aires en julio de 2001, ofreció una conferencia magistral en la Fundación Versavsky, impulsora del portal educativo Educ.ar, con la finalidad de recaudar fondos para facilitar la conexión a Internet de las escuelas argentinas. Esta ridícula muestra de altruismo, propició que unas 600 personas, acaudaladas todas, aportaran aproximadamente 250 mil dólares netos y algún que otro ordenador -el precio mínimo de entrada era de mil pesos (entonces dólares) o su equivalente en medios técnicos--, sin incluir, léase bien, los 140 mil dólares que recibió el ex-presidente como honorarios y los gastos de producción. En su conferencia, Clinton, según la prensa local, defendió el acceso a la informática de los sectores más humildes, y en su delirio llegó a preguntarse: "¿Cuesta dinero? Por supuesto que sí. Más tarde saldrá más caro si tenemos países más pobres y sin educación". Esto, en boca de quien dirigiera los destinos del imperio del mundo, con su secuela generalizada de desigualdad, pobreza e ignorancia, si no es cinismo, parece impudicia. Argentina sigue ahí, peor.

Casi simultáneamente, en Barcelona, Albert Gore defendía el derecho de todos a acceder a la Red. Un derecho en abstracto, sin ahondar en causas ni males sociales. De paso, afligido aún por el cisma que le provocara la última (e)lección presidencial, aprovechó para criticar a Bush por no apoyar el fomento de las nuevas tecnologías de la información. Desde luego, al buenazo de George W., aficionado al béisbol, el golf, la pesca y los caballos, estas cosas le rozan; lo de él es el petróleo (Enron otra vez), la guerra, los sistemas balísticos, los escudos antimisiles, el espionaje y las armas de destrucción masiva. Todo a lo grande, igual que Napoleón, pero sin Josefina.

Los márgenes de privacidad en la Red, no escapan de aquellos designios fatídicos de su amanecer pentagonista; al contrario, por su naturaleza abierta y su ilusión democrática, diría que algo como Internet es ideal para la intervención, la vigilancia y la desinformación de millones de personas en cualquier parte del mundo. Lo único que se necesitaba era un buen sistema de control, y el gobierno norteamericano y sus aliados europeos, fueron los primeros en idearlo y sistematizarlo. Toda información que circule a través de Internet está expuesta a escrutinio, de tal manera que no hay comparación posible con lo que sucede a otros medios tradicionales. No es paranoia, estúdiense los datos que deja ver la Red y se arribará a este convencimiento.

Entre todos los sistemas de televigilancia global, Echelon (Escalón), es el más completo, sofisticado y abarcador.16 Dispone de más de veinte bases o estaciones de escucha distribuidas en Europa y otras regiones; fue creado hace cincuenta años, al ser concebido originalmente con el supuesto fin de espiar las comunicaciones soviéticas y de los países de Europa del Este; se apoya en todos los medios y recursos electrónicos disponibles, en satélites de última generación que cubren prácticamente toda la superficie del planeta, y en especialistas altamente calificados en tareas de inteligencia y contrainteligencia. No repara en tema o asunto, por inocuos que sean, aunque a la hora de jerarquizar, parte de la selección de voces o palabras que actúan como estímulos para desatar los mecanismos de localización, rastreo y verificación de las señales, su origen y su contenido. Se afirma que más de 10 mil personas se dedican diariamente, en distintas dependencias del gobierno de Estados Unidos, al análisis de lo que las computadoras han seleccionado como de potencial interés. De hecho, hay quienes afirman que en los sótanos del Departamento de Defensa, se destina a esta labor un espacio equivalente a un estadio olímpico, poblado por las más potentes y novísimas computadoras. La mayor de las bases operativas del sistema Echelon es la de Menwhit Hill, en Gran Bretaña, equipada con veintidós terminales satelitales de cuarenta metros de diámetro.

A pesar de las tantísimas evidencias -ni siquiera el Santo Padre y el Vaticano han escapado a la televigilancia--, Estados Unidos jura y perjura que Echelon no existe. Sin embargo, desde que un periodista neozelandés encontrara los detalles del sistema en documentos desclasificados, y Le Monde Diplomatique y otras publicaciones se dieran a la tarea de denunciarlo, la verdadera historia ha ido abriéndose paso, como si se tratara de un hilo de agua que deviene torrente. Una comisión del Parlamento Europeo, después de varios meses de indagaciones, ha confirmado su existencia y validado su alcance, a pesar de las opiniones de Gerhard Schmid, vicepresidente de ese cuerpo legislativo, quien afirmó que no pudo probarse que los norteamericanos estuvieran pasando información a sus empresas para situarlas en posición ventajosa con respecto a sus similares de Europa. Como si lo económico y financiero fueran lo único importante en esta historia.

En un país tan aparentemente caótico (su orden se cimenta en el caos) como Estados Unidos, hay mil maneras de "filtrar" datos e informaciones sensibles por descuido o simulada ingenuidad. Cuando a mediados de 2001, un lector de la revista Wired alertó que podía acceder libremente a través de Internet a la base de datos clasificados del Acuerdo Safe Harbor, cuya observancia depende del Departamento de Comercio, cundió el pánico en un centenar de las mayores empresas norteamericanas que se relacionan con el continente europeo. De lo que se infiere que quienes tuvieron similar experiencia a la de aquel internauta, supieron de utilidades, estructuras, asociaciones financieras, número de empleados y otros aspectos reservados o estratégicos de multinacionales como Intel, Microsoft y Procter & Gamble, por mencionar tres de las que tienen mayores vínculos con las nuevas tecnologías.

Los efectos de Echelon y de la vigilancia generalizada en la Red, preocupan y ocupan no sólo a los opositores de la política norteamericana, generalmente también contrarios a la globalización neoliberal, sino a sus aliados y a los usuarios de Internet y de otros medios de comunicación abierta.

Saber que las conversaciones telefónicas, correos electrónicos, emisiones de radio y televisión, faxes y cualquier otro tipo de mensaje mediático, pueden ser interceptados y procesados con fines no de protección de la sociedad a partir del cumplimiento de la ley, sino de acoso y control de la ciudadanía, motiva una justificada sensación de inseguridad. No en balde, el Parlamento Europeo había recomendado a los ciudadanos de la UE que se valieran de sistemas de codificación para guarecer sus comunicaciones y las de sus empresas. Al mismo tiempo, se proponía sentar las bases para la creación de una norma internacional que permitiera controlar la actividad criminal en la Red: violaciones de la propiedad intelectual, fraudes on-line, propagación de noticias falsas, hackers maléficos, pornografía infantil, etcétera. Después del 11-S -gran favor de los terroristas a la ultraderecha; los extremos se tocan-- poco o muy poco ha de quedar de aquellas recomendaciones al sector privado y a los electores. En la práctica, los treinta países que firmaron en Budapest la Convención Internacional contra el Cibercrimen, el 23 de noviembre de 2001, no pudieron ponerse de acuerdo a la hora de incluir en el convenio un artículo relativo a la eliminación de sitios de carácter xenófobo o racista. Determinantes fueron la oposición de Estados Unidos y Canadá, y las discrepancias de África del Sur.

En este minuto de guerra e incertidumbre, a Europa le corresponde, mucho más desembozadamente que antes, el rol de retaguardia de Washington; ha de explicar sus desastres, recoger los escombros, restañar las heridas. Ahora todo pasa por la seguridad nacional e internacional. El problema de la cibervigilancia estriba en cómo ejercerla sin violar la privacidad y los derechos elementales de los usuarios, justo cuando la muerte navega y arrastra la vida. Menuda tarea la de los legisladores.

A nosotros, los simples, más nos vale seguir pensando que la Red es y seguirá siendo insegura y no dar crédito a cantos de sirena. Conténtese con su web pug, su caballito de Troya, su cookie, sus virus, sus espías; en fin, aprenda a vivir con ellos en su ordenador. Infórmese y desinfórmelos. Sea perspicaz y no se deje llevar por la paranoia, mucho menos si sabe que no existe ningún sistema operativo invulnerable, ni siquiera Linux. Aténgase a estas recomendaciones, válidas para cualquier usuario de la Red:

En este mismo talante, KRIPTOPOLIS.com, un sitio consagrado a detectar problemas de seguridad de la Red, ha difundido Cuatro Consejos y Una Regla de Oro que, no por elementales, dejan de interesarnos. Los resumiría del siguiente modo:

Consejos:

1.- No subestime los peligros de la Red.
2.- No minusvalore el atractivo de su ordenador para los atacantes.
3.- No sobrevalore a los atacantes.
4.- No sobrestime la fortaleza de su máquina.

Regla de Oro:

Tómese en serio la seguridad de su propio ordenador.

Quizás uno de los mayores peligros a que se exponen los internautas pobres e independientes, se derive del uso múltiple de los ordenadores: para navegar, escribir y archivar datos y documentos personales o de oficina. Una vez que una máquina ha sido expuesta a las turbulencias del ciberespacio, dé por segura su más absoluta inseguridad.

Desde el debutante I love you hasta SirCam y Código Rojo, desde Carnivore y Echelon hasta el familiar y económico Spector, la fragilidad de la Red es ostensible. A estos y a otros se les conoce por sus estragos, pero los que deberían ocuparnos aún más, son aquellos que entran y salen -si es que no deciden establecerse definitivamente en nuestro ordenador para esclavizarlo--, y jamás revelan su identidad. Ya el FBI anunció que trabajaba en un superprograma, similar a un macrovirus, capaz de espiar el universo electrónico de las comunicaciones en Estados Unidos. El indescifrable Carnivore pasaría a ser cosa de principiantes.

Estos fisgones de última generación, llegan clandestinamente, como lapas que viajan a la sombra de las páginas web, y establecen su residencia en nuestro ordenador. Son, por lo general, los menos interesados en destruir nuestras bases de datos, nuestros archivos. Les conviene que existamos. Su único fin es vigilarnos, hacerse de nuestros hábitos, saber lo que pensamos, escrutar nuestras relaciones, vaciar nuestra memoria. En dependencia de su agresividad y del contenido de nuestras labores, impedirán o no la difusión de nuestras ideas, revelarán nuestra identidad, bloquearán nuestros esfuerzos por estar informados y atacarán, hasta inmovilizarlo, el corazón de nuestras máquinas. Lo digo por experiencia propia.

Cada día que pasa, esta batalla contra el ciberterrorismo (de Estado y en estado fértil) adquiere dimensiones aún más insospechadas. Los programas espías se multiplican, los sistemas de televigilancia crecen, los escuchas ven, los sordos oyen. En el reino de la virtualidad todo es tácitamente posible. Si Usted pretende escapar del control, sólo conseguirá atraerlo, pues ni siquiera apelando al recurso de la personalización de sus instrumentos, se salvará de las malas compañías. Si lo dejan actuar, sus razones tendrán.

Según un informe de la empresa Cyveillance, dado a conocer por John Schwartz en The New York Times (agosto de 2001), el 18 por ciento de las páginas web personales albergan "gusanos" invisibles. Vienen de la mano de anuncios publicitarios, como el que ofrece America Online a los dueños de páginas a cambio de suscripciones gratis a los servicios de esa compañía y de 50 dólares por cada usuario que decida abonarse. El negocio es tentador. Pero lo que desconoce el propietario feliz es que, junto con el anuncio, dará cobija a un web bug (gusano) encargado de monitorear y enviar información a la compañía Be Free Inc., especializada en investigaciones de mercado y publicidad de Internet.

Esta práctica se ha extendido a tal punto que ya se manifiesta en el l6 por ciento de las principales páginas de grandes empresas, y en el 4 por ciento del total de páginas web del mundo. Y eso que estamos hablando de una modalidad y una sola vertiente. Si ubicáramos el fenómeno en el contexto general de inseguridad de la Red, tendríamos una imagen más completa y sobrarían motivos para compartir nuestra inquietud.

Llorar no salva

Alrededor de l940, en el prefacio a El mundo de ayer, Stefan Zweig nos legó una de sus más agudas reflexiones sobre el carácter y la naturaleza de la obra humana. Su importancia no radica únicamente en la lucidez de sus aseveraciones, sino en su capacidad de anticiparse a inquietudes que han adquirido en nuestros días una dimensión aún más dramática y real. En fin, a lo paradójico como cualidad de nuestro tiempo. Decía el autor de Fouché:

"...al mismo tiempo que en lo moral nuestro mundo sufrió una caída de un milenio, he visto a esa misma Humanidad elevarse, en lo técnico y en lo espiritual, a una altura insospechada, superando de un aletazo todo lo conseguido en millones de años: la conquista del éter mediante el avión; la transmisión de la palabra humana en un segundo alrededor del globo terráqueo, y, con ella, el dominio del espacio terrestre; la destrucción del átomo; el triunfo sobre las enfermedades más taimadas, la realización casi diaria de lo que en la víspera era todavía imposible. Hasta nuestra hora, la Humanidad, como conjunto, jamás se había mostrado más infernal; pero, al mismo tiempo, nunca había logrado conquistas tan próximas a lo divino".17

En esta dimensión paradojal ha transcurrido la vida humana, no sólo en nuestro tiempo, sino eternamente. Ahora la polarización toca extremos. Somos 6100 millones de personas sobre la Tierra, de las cuales, según el Banco Mundial, 1200 millones "viven" en la más absoluta miseria; otras 2800 millones por debajo de los límites de pobreza, y sólo 2100 millones en condiciones dignas, incluidos los muy ricos, cuya disparidad resulta insultante y provocadora en contexto de tanta amargura y sufrimiento. Por eso, más allá del derecho posible, indigna saber que en California, ubicada entre las primeras siete economías del mundo --muy por encima de algunos países desarrollados--, una madre pueda exigir a su ex-esposo (y muy probablemente obtener) la cifra de 320 mil dólares por mes para la manutención de su hija. El "hombre fatal" es nada menos que el adinerado Kirk Kerkorian, dueño mayoritario de la Metro Goldwing Meyer y del hotel Bellagio, de Las Vegas. La lista de reclamos es verdaderamente alucinante: 144 mil para sus viajes en jet privado, 4 mil 300 para comer en casa, 5 mil 900 para hacerlo fuera, mil 400 para gastos de lavandería, mil para juguetes, 14 mil para fiestas y reuniones, 2 mil para ir al cine y, no faltaba más, 7 mil para obras de caridad. No es mentira, lo dijo el New York Times en las postrimerías de este enero sombrío.

Creer en nuestra redención por obra y virtud de los nuevos ingenios tecnológicos, sería un grave error, tan lamentable como confiar la vida a la fascinación de las máquinas. En cambio, sostener que la cultura nos protegerá de tanta irracionalidad ofensiva y de los incontables desvaríos que asolan a la Humanidad, no es ilusorio. Lo que pervivirá de nosotros, será el trazo puro, íntimo y social de nuestra memoria, y la obra que nos salve, aquella que no eluda, sino que afronte los riesgos de hoy y de mañana. De la muerte, quedará la muerte. Los medios masivos, precisamente allí desde donde se globalizan, deberían ser mucho más que la imagen difusa, manipulada e irreconocible de nuestra identidad.

Ahora, cuando los dueños de la guerra y de la muerte amenazan con destruir la civilización, precisamente en nombre de sus dioses y desviaciones seculares, nada queda como no sea resistirse al control y a la manipulación extremos, que de tan opresivos y absolutos, poco o ningún espacio parecen dejar para la disensión y la rebeldía contra el sistema. No obstante, son esos mínimos resquicios, usados con responsabilidad e inteligencia, los que pudieran diferenciar el porvenir. Es preciso vertebrar una mayor cohesión entre todas las fuerzas que se oponen al totalitarismo electrónico, y dejar atrás la tierra baldía de la intolerancia y los excesos.

Tras los bárbaros sucesos del 11 de septiembre y los no menos reprobables bombardeos a las ciudades y concentraciones civiles en Afganistán, los viejos pendones de la democracia occidental rodaron por el suelo como escombros en feria. Con la implosión de las Torres Gemelas se vino abajo todo, hasta la hipocresía. Ahora la libertad, quimera ya en el ciudadano del mundo mediatizado y empobrecido, es una ilusión que se aleja y se nubla, pero igualmente impostergable.

Las nuevas tecnologías permiten hoy el fichaje de las sensaciones, los pensamientos, la mirada y las dudas. Mal utilizadas harían del hombre su rehén. Ser paranoico empieza a ser normal. La muerte se viste de consuelo y con tanta luz, nada está claro. La incertidumbre, allí donde no hay conciencia ni estrategias para el cambio, ordena y manda. Lo mejor de estos días es lo malos que están. Tal vez el alba, por su cercanía, nos tenga a oscuras. Esa es nuestra esperanza.

"El canario solo tiene sus alas, escribió Wole Soyinka, pero sus alas lo llevan".18 Esa instintiva, recóndita y consciente necesidad de hacer no es otra cosa que el difícil camino de nuestra libertad. Llorar no salva.

La Habana, 10 de febrero de 2002.


Notas

1.- Federico Engels, Dialéctica de la naturaleza. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1982.
2.- Amin Maalouf, escritor libanés residente en Francia, hace un pormenorizado análisis de estos temas en su libro Identidades asesinas, publicado por Alianza Editorial S.A., Madrid, 1999.
3.- A propósito, consúltese La globalización manipulada, de Néstor García Canclini. Editorial Piados, Buenos Aires, 1999.
4.- Todas las citas del texto de R. Kapuscinski, han sido tomadas de su versión electrónica en Rebelión (www.rebelión.org), otoño del 2000.
5.- Matar un ruiseñor, considerada la única novela de Harper Lee -un caso similar al de Frank McCourt con Las cenizas de Angela--, fue publicada por el Círculo de Lectores, Madrid, 1961.
6.- Todas las citas en este párrafo corresponden a "De Norteamérica como utopía al revés", de Loïc J. D. Wacquant, incluido en La miseria del mundo, monumental investigación sociológica dirigida por Pierre Bourdieu. Ediciones Akal, Madrid, 1999.
7.- Particularmente útil para el estudio de aquel episodio, resulta el enjundioso libro La mirada circular. El cine norteamericano de la Revolución Mexicana (1911-1917), de Margarita Orellana. Editorial Joaquín Mortiz, México, 1991.
8.- Entrevista realizada por la periodista española Lola Galán. El País, Madrid, 4 de septiembre de 2001.
9.- A los interesados en este tema, recomendaría la lectura del ensayo "El mito de la tercera revolución científico-tecnológica en la era del imperio neo-mercantilista", de James Petras, aparecido en Rebelión, julio de 2001. Para el autor, "Con el comienzo del nuevo milenio, casi todos los argumentos presentados a favor de la globalización y la Nueva Economía se tornan sospechosos".
10.- Publicada por Ricardo Stagliano en La Repubblica, Italia, y reproducida por Clarín, Buenos Aires, 28 de enero de 2002.
11.- Sólo en lo que se refiere a las consecuencias de Internet en la vida cotidiana, destacaría los pronunciamientos contrastantes del politólogo norteamericano Norman H. Nie, director del Instituto para el Estudio Cuantitativo de la Sociedad, de la Universidad de Stanford, y de Nicholas Negroponte, responsable del Laboratorio de Medios del Massachusets Institute of Tecnology (MIT). El primero es uno de sus más fervientes críticos, al sostener que "Internet aisla"; el segundo, figura entre sus más devotos partidarios.
12.- Jaime Avilés, entrevista a Eduardo Galeano. La Jornada, México, D.F., 23 de enero de 2002.
13.- "Pirolo de Tapa". Página 12, Buenos Aires, 24 de enero de 2002.
14.- George Orwell, l984. Ediciones Destino, colección Áncora y Delfín, Barcelona, 1968.
15.- Invitaría a los lectores a reconsiderar la opinión de Manuel Castells ("Internet y la Sociedad Red", www.lafactoriaweb.com), quien afirma categóricamente que el proyecto "nunca tuvo aplicación militar". Suponiendo que aquellos encargos del Pentágono, no recibieran atención a gran escala -lo que dudamos si nos atenemos a la naturaleza y desarrollo de Echelon y otros sistemas de cibervigilancia y control de redes--, bastaría con analizar la utilización de Internet en labores de inteligencia y contrainteligencia militar para convencerse de lo contrario. Estas aseveraciones del reconocido estudioso español, en el mejor de los casos, parecen ingenuas y precipitadas. Su propósito de mostrar a Estados Unidos como paradigma del respeto a la privacidad de los usuarios -dice que las violaciones no se pueden cometer "porque hay varias decisiones de los tribunales federales"--, es francamente insostenible; no sólo después de lo sucedido el 11-S, sino a lo largo de la historia de la Red en aquel país. Felizmente, la obra teórica de Castells trasciende por mucho más que por estas inconsistencias.
16.- En Le Monde Diplomatique, Paris, agosto de 1999, Paul Virilo ("Televigilancia global") y Philippe Rivière ("El sistema Echelon"), hacen un pormenorizado análisis de este tópico.
17.- Stefan Zweig, El mundo de ayer. Memorias de un europeo. Editorial El Acantilado,Barcelona, 2001.
18.- Wole Soyinka, La danza del bosque, pieza teatral de l971.


Omar González es presidente del ICAIC

Editado conjuntamente con Rebelión, http://www.rebelion.org/

     
   
   
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