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El ALCA: Motivo para una reflexión cristiana desde Cuba

Sergio Arce Martínez

Empecemos por decir claramente que el ALCA es una estratégica propuesta imperial frente a la cual no hay más opción para los que hacemos teología desde una perspectiva bíblica que combatirla firme y denodadamente. Con su imposición se pretende totalizar el domino imperial estadounidense sobre nuestros pueblos ya hambreados y endeudados por el sistema neoliberal y la globalización que lo caracteriza, de los cuales el ALCA no es cosa ajena, el cual pretende el imperialismo norteamericano que se acepte a las buenas o a las malas por algunas de nuestras más debilitadas y empobrecidas naciones. Ahora bien, existen algunas que no lo admiten tal como lo plantea Estados Unidos: Nos referimos a las que hoy han alcanzado una mayor fortaleza, política y económicamente hablando. Además no tenemos duda alguna de que lo que vamos a expresar es de conocimiento de los lectores, pero entiendo, como uno de mis profesores en el Seminario de Teología de Puerto Rico acostumbraba a decirnos que “las cosas de bien sabidas, se olvidan”.

Hacemos, en un primer lugar, una pregunta; pregunta que nos asaltó desde el mismo momento en que comenzábamos a preparar estas reflexiones, que aunque pudiese ser algo insulso lo cierto es que cautivó nuestra imaginación. ¿Cuánto tiempo necesita una nación para llegar a ser imperial o imperialista? Perdonen los especialistas del marxismo que, tal vez, establezcan diferencia entre uno y otro término, puesto que, en nuestro trabajo, vamos a utilizarlos indistintamente. Nuestro interés está en denunciarla por razón de nuestra compasión y solidaridad con los pueblos a los cuales victimiza. Volviendo a nuestra pregunta encuentro como cosa curiosa, que se puede afirmar, al repasar las páginas de sus respectivas historias, que, en términos generales, necesitan unos 500 años, aunque pudiesen señalarse alguna que otra excepción. Así sucedió con el imperio Asirio, el Babilónico, el Persa, el Macedónico, el Romano, etc. Lo cual se repite ahora en nuestro tiempo con Estados Unidos.

Entre esos imperios antiguos tomaremos el caso del imperio Asirio como el caso en que específicamente reflexionaremos, dado el papel que desempeña en la Historia bíblica junto al Reino de Israel, lo cual motivó al historiador deuteronómico a dedicarle una gran parte de su obra, El Segundo Libro de los Reyes, y, también a más de uno de los profetas veterotestamentarios, que dedicaron parte de su predicación a dicha historia, como fueron Isaías, Jeremías, Ezequiel, Oseas, Amós, Miqueas, Malaquías y Sofonías, en unos casos más directamente que otros, según el momento y el lugar en que profetizaron. Lo que le sucedió al historiador y a los profetas nos sucede a nosotros hoy. Es imposible reflexionar bíblica y/o teológicamente sobre Israel sin fijar nuestra atención también en Asiria, (1) lo cual explica que la tomemos como punto de partida en el desarrollo de nuestro trabajo, sin dejar por ello de arribar, sino todo lo contrario, a nuestro obligado punto de llegada, a Estados Unidos, por mandato de la Historia de la cual nosotros mismos como cubanos somos parte relevante.

Volvamos al sistema de nuestros vecinos del norte al cual tenemos como anticristiano y seudoteológico. Realmente es odio el que sentimos contra él; odio que nace desde que éramos adolescentes debido a nuestros estudios sobre la Historia de Cuba, sabiendo que fueron ellos los que estrenaron su cínico neocolonialismo en nuestra Patria, el más sui generis método de dominio imperial, al convencerse de que no podían convertirla en una colonia de su imperio, el cual ya comenzaba a dar sus primeros pininos. Para que no haya dudas de que han sido apropiados los calificativos que para caracterizar a Estados Unidos he usado, de anticristiano y de seudoteológico —cito a uno de sus más connotados defensores y promotores de su sistema que se autoconsidera uno de sus teólogos más eminentes—, Michael Novak. Novak en su obra: El Espíritu del Capitalismo Democrático, Ediciones Tres Tiempos, Buenos Aires, 1983, p. 336 afirma: “Dios anheló...que su amado Hijo padeciera en la carne, eso fue así y, el Hijo se hizo historia sufriente, naciendo, viviendo y muriendo en las condiciones en que nació, vivió y murió...¿por qué habría de ahorrarnos a nosotros padecimientos? Si Dios no envió legiones de ángeles para que transformaran el mundo (en el cual Cristo vivió) en un mundo para Cristo ¿por qué habríamos nosotros de soñar con un cambio súbito (a nuestro favor) en el mundo que nos ha tocado vivir? La falta de ilusiones es una alta forma de conciencia cristiana y judía.... El argumento de la Encarnación consiste en respetar el mundo tal cual es; consiste en reconocer sus límites y sus debilidades...Por eso (hay que aceptar) sus aspectos irracionales y sus fuerzas malévolas y no creer en la promesa de que ahora o en el futuro (el mundo) será transformado en la Ciudad de Dios.“

Esta cita de una de las obras de Novak nos demuestra que la seudoteología de Novak es la antípoda de una teología legítimamente bíblica, puesto que para serlo le hubiese sido necesario fundamentarla en el principio que ha de caracterizar a la misma, la realidad de un Jesucristo resucitado que significa vivir sabiendo que más allá de los “aspectos irracionales y ...fuerzas maléficas” que caracterizan al mundo al que defiende el señor Novak se inscribe la esperanza de la Tierra Nueva que anunciara el Trito-Isaías y de la Ciudad de Dios anunciada por Juan el Teólogo en su Apocalipsis. Estamos, por lo tanto, ante la negación de la experiencia revolucionaria y liberadora de la Comunidad Jerosolimitana, la cual se organizó en base a una ideología y a una praxis francamente comunista, inspirados en su fidelidad a las verdades y a la práctica que habían vivido antes, como parte del movimiento que hizo temblar el poder romano sobre la Palestina del siglo I, movimiento de masas empobrecidas y explotadas por Roma que fuese celosamente organizado, ideológicamente formado y sabiamente liderado por Jesús el Nazareno. Lo de Novak y sus congéneres no es más que una seudoteología antievangélica por ser francamente saducea, para la cual los seres humanos y los pueblos nacen, viven y mueren, sin que medie para nada una permanencia existencial más allá de esa muerte, de lo que en el argot cristiano llamamos, resucitar, en el argot marxista, vivir en la Historia. El credo saduceo es propio de las clases adineradas de todos los tiempos, aquellas que apoyan, a la vez que constituyen parte esencial de los poderes imperiales de turno. Los actuales saduceos, copartícipes de la misma ideología religiosa del señor Novak comparten también la tesis de Francis Fukuyama de que el desarrollo histórico ha arribado a su punto final con el capitalismo, lo cual significa el final de toda ideología, amén de toda utopía, el final de toda esperanza en la posible y segura realización histórica del reinado de Dios. Se trata de que al final del drama histórico, Satanás ha vencido a Jahwéh, los dos señores Bush y todos sus cofrades que le antecedieron y que hoy sus contemporáneos han triunfado sobre Marx y Engels, el capitalismo ha sobreseído al socialismo. En resumidas cuentas, que no hay, ni habrá futuro ni para el reinado de Dios que protagonizó Jesús, ni para el reino de la libertad que preconizara Marx.

De lo dicho nosotros colegimos —al reflexionar en términos bíblicoteológico sobre el imperio asirio en lo que se refiere a sus relaciones con sus vecinos y, específicamente con el reino de Israel, a la vez que sobre el imperialismo estadounidense—, una serie de similitudes en lo que se refiere a la propuesta ALCA planteada a las naciones de nuestro subcontinente. Para cerciorarnos de ello bastaría recordar un poco de historia.(2) La historia de este expansionismo imperial se fundamentó en la propia Constitución de la nación una vez independizada de Inglaterra. Thomas Jefferson lo expresó con estas cínicas y, a la vez, elocuentes palabras: “Estoy persuadido que en ninguna Constitución antes de la nuestra fue tan bien calculada (3) como para iniciar la tarea de constituirnos en un imperio que ya se extiende.” Así es que como de inmediato comienza la expansión imperial de las Trece excolonias con la conquista del oeste. Es cierto que los medios utilizados para ello fueron diversos como se hace evidente cuando consideramos la manera en que se incorporaron a la Unión, Kentucky en 1792, Tennessee en 1796, Ohio y Louisiana en 1809 y una década más tarde, en 1919, Florida.

De un carácter totalmente diferente fue el expansionismo dirigido desde entonces hacia el suroeste, sino que lo digan nuestros hermanos los mexicanos. Aprovechando la inestable situación de México que al finalizar su Guerra de Independencia de España, se le trata de imponer el Plan de Iguala de 1821 formulado a partir de las ambiciones de Agustín de Itúrbide que en 1822 logra ser proclamado Emperador de México con el nombre de Agustín I y las luchas intestinas que le siguieron culminando con su detención y fusilamiento dos años después en 1824. Estas realidades prepararon el camino para que de manera nada honesta a distancia de una década lograran engañosamente establecerse en Texas, con las intenciones de todos conocidas, la cual finalmente fue anexionada a la Unión en 1845. Debemos en este momento apuntar un hecho político que a las claras nos muestra lo que ha de ser la política imperial esta-dounidense en relación con todo el subcontinente. Nos referimos a la tesis planteada por el presidente James Monroe, según la cual se estipulaba como un dogma político-económico-cultural que Estados Unidos no habría de inmiscuirse en los asuntos internos europeos, pero que sería de su “desagrado que hubiese alguna intromisión europea en las Américas”, con lo cual se daba por sentado el derecho de la nación del norte de tener bajo su égida al resto de los pueblos del subcontinente.

Continuando en su práctica imperial anexionista los norteamericanos invaden un año después, en 1846 a la mayor parte y la más rica en petróleo del estado mexicano, California, y le arrebatan, un año después en 1847, a Arizona, cuyo subsuelo era rico en cobre y otros minerales. No tardó apenas un año para que Nuevo México, en 1848, rico como Texas en petróleo, cayese bajo su dominio. La cantidad de territorio que Estados Unidos le robó a México en el transcurso de 3 años, de 1845 a 1848 sería un poco menos de cuatro millones de kilómetros cuadrados.(4) Valdría la pena señalar que la más reciente intervención expansionista a costa de los más legítimos intereses del pueblo mexicano se ha escondido tras el velo de lo económico, fenómeno explicable puesto que lo económico ha estado siempre detrás de todas sus aventuras militares.

Aunque no sigamos el ordenamiento cronológico, volvamos ahora a la historia de la Unión en el momento en que se produce una pausa en la expansión estadounidense, resultado de la confrontación de intereses entre estados norteños cuya industrialización iba cada vez en aumento y los sureños predominantemente agrícola cuya mano de obra negro-esclava también cada día se acrecentaba, lo cual va a dar lugar a una guerra civil, conocida como la Guerra de Secesión, por cuanto fue desatada por estados sureños que intentaban separarse de la Unión, a partir del momento en que Abraham Lincoln fue elegido presidente de la Unión en 1859 con el apoyo de grupos decididamente antiesclavistas. Lincoln decreta entonces la libertad de los esclavos dos años después de su elección, en 1861. La guerra termina en 1866 con el triunfo de los ejércitos norteños. Lincoln es asesinado por un fanático sureño y el vicepresidente Andrew Johnson asume, entonces, la presidencia de la Unión.

Así fue cómo los negros esclavos fueron liberados del yugo de la esclavitud. Sin embargo, no es posible olvidar que los racistas sureños crearon en ese mismo año de 1866 el “Ku Klux Klan”, una de las muchas instituciones estadounidenses que contradice lo de positivo que pudiese haber en algún momento dentro de alguna que otra medida gubernamental a favor de las clases más explotadas en Estados Unidos, instituciones que desde esa época hasta el día de hoy han respondido al espíritu reaccionario que ha caracterizado a un grupo no pequeño de su población que fomenta y mantiene en alto desde siempre el espíritu imperial.

El 20 de mayo de 1865, el presidente Johnson decretó una amnistía en la cual daba el perdón presidencial a todos los sureños que se habían rebelado, con la excepción de aquellos que poseyesen propiedades que pagasen impuestos por más de $20 000.00, oficiales del ejército confederado que tuviesen rangos más altos que el de coronel y los miembros del gobierno a nivel confederal. Poco después decretó que cualquiera de los excluidos de dicha amnistía podían solicitar por escrito el ser condonados, cuyo perdón fue solicitado por millares de sureños. El siguiente paso que dio Johnson fue el de nombrar gobernadores provisionales en todos los estados sureños, hombres del sur que se hubiesen opuestos a la guerra. Se les instruyó para que convocaran convenciones constitucionales y pusiesen en marcha la maquinaria política que les diese la posibilidad de autogobernarse. Todos los hombres adultos y blancos no excluidos de la amnistía podían ejercer el voto siempre que firmasen un juramento de fidelidad a la Constitución de la Unión. Durante ese verano las legislaturas estatales se constituyeron y se eligieron los miembros al Congreso. Entre los estados que no ratificaron la Enmienda Decimotercera en la cual la esclavitud era abolida estuvieron Mississippi y Texas, la cual la ratificó dos meses después. La citada enmienda abolía la esclavitud pero no decía nada sobre el status socio-político de los exesclavos en el nuevo orden social sureño. Por lo menos podemos decir que no había intención alguna de reconocerles su derecho a voto. Johnson apenas si sentía simpatía alguna por los negros. Para él la emancipación era suficiente regalo, por lo que se oponía a concederles a los negros y, tampoco a las mujeres, derecho alguno al voto. Esto significó para los negros liberados el ser tan solo aceptados como ciudadanos desde tercera hasta quinta categoría, dependiendo del Estado en que viviesen. La realidad fue que, en todos los casos, se convirtieron en elementos totalmente alienados dentro de la sociedad que funcionaba en base del dinero que apenas poseían y del consumismo propio de una fluente economía familiar. De hecho solo un exesclavo de entre 1 000 tenía conciencia de lo que significaba lo que había sucedido. En el caso del Mississippi ningún negro podía poseer tierra alguna y necesitaban un pase o licencia para moverse fuera del lugar de su residencia. No le era permitido abandonar su antiguo trabajo. Este tipo de tratamiento hubo de ser motivo de controversias a nivel del Congreso de la Unión, privando siempre el criterio de los más reaccionarios que no permitieron hasta muy entrado el pasado siglo que la libertad de los negros esclavos tuviese alguna realidad en el campo de lo social, lo político y lo económico.

En los inicios del año 1867, Thaddeus Stevens, miembro de la Cámara de Representantes, presidente del Comité de la Reconstrucción del Sur, presentó una ley en la cual no se reconocían a los gobiernos estatales sureños, sometiéndolos a un gobierno militar. La ley fue vetada por el presidente Johnson. En el Senado se aprobó una enmienda a la Ley Stevens que establecía el derecho pleno a autogobernarse de todos los estados sureños con la condición de que ratificaran la Enmienda Decimocuarta que le otorgaba a los negros su derecho al voto. (5) Esta situación en el sur dio motivo al surgimiento de grupos mafiosos que se dieron a la tarea de organizar partidos exclusivamente formados por negros los cuales debían postular candidatos republicanos, con la falsa propaganda de qué de triunfar los demócratas, retornarían de nuevo a la esclavitud. (6)

Es esta también la época en que comienzan a surgir grupos financieros monopolistas, los cuales iban a llegar a controlar en pocos años la economía y, con ello, la política norteamericana que se empezaba a dibujar de manera consecuente como una política de carácter totalmente imperialista. Estamos en los finales del siglo XIX y nombres como Morgan, Carnegie, Mellon, Vanderbilt, Rockefeller comienzan a ser conocidos y sufridos hasta por el propio pueblo estadounidense. De entre todos ellos los que han de alcanzar en menos de un cuarto de siglo el mayor poder financiero han de ser Morgan y Rockefeller. De esa manera, cuando emerge en el horizonte de la historia estadounidense el sol del siglo XX, podemos visualizar claramente cómo se opacan las cenizas de las luchas intestinas de finales del siglo XIX y comienza el imperio a gestarse industrialmente. En el noroeste el imperio ferrocarrilero tiene un nombre James J. Hill; el imperio de las finanzas se llamó J.P. Morgan; el imperio del acero lo fue Andrew Carnegie; el imperio del petróleo se dio a conocer como Rockefeller Sr., el imperio de la carne de cerdo y de las carnes enlatadas se denominó J. Ogden Armour. En esta época no existía el imperio de los automóviles, Henry Ford todavía se encontraba trabajando como ingeniero nocturno de una planta generadora de electricidad. Aquellos imperios se alimentaban de la sangre y el sudor de los obreros. (7) Es cierto que en 1886 se había constituido la Federación Americana del Trabajo, pero los dos consorcios industriales más importantes, la textil y la de acero, no permitían a sus obreros constituir sindicatos lo que significaba salarios por debajo del nivel imprescindible de vida. Estamos en presencia de la gestación del imperio vislumbrado por Jefferson, el cual en este momento estaba en estado embrionario, concedido. Pero, sus primeros saltos en la matriz de la historia se van a dejar sentir desde ya, cosa evidente si volvemos nuestra vista a los pueblos iberoamericanos y caribeños, aunque no van a dejar de sufrir los pueblos de otros continentes el impacto de su gestado carácter imperial.

En el caso de nuestra región recordemos que en el siglo XIX, Estados Unidos invade a Nicaragua, dos veces; a Colombia, dos veces; y, también a Cuba y Puerto Rico. En esta última isla, su per-manencia ha conocido el anochecer, no digo el amanecer de tres siglos. En el siglo XX, los norteamericanos invaden a Colombia; Panamá y a Cuba en dos ocasiones. Al intentarlo por tercera vez, sufren la gloriosa “primera derrota del imperialismo en América Latina”; también invaden a Nicaragua, en donde permanecieron siete largos años; a República Dominicana, tres veces, en una de ellas permanecieron en su territorio por ocho años; a Honduras, dos veces; Guatemala y Granada no se libran de su presencia asesina. Hemos dejado por último a Haití, puesto que sufrió su permanencia insana por el prolongado tiempo de 14 años.

Lo que ha caracterizado al Imperio, los pocos años que corren del presente siglo XXI es la presencia imperturbable y permanente militar y/o naval en no pocos países de nuestro hemisferio, sin tomar en cuenta al resto de las naciones del mundo que constituyen, de ipso, sus colonias, “su territorio” en lugares lejanos pero no ajenos. De esa manera aún lo estamos sufriendo en Cuba, con el nombre de Base Naval de Guantánamo; en Puerto Rico y sus islas adyacentes, el caso de Vieques ha de mencionarse como algo tan inaudito e insoportable que conllevó la trascendente resistencia y la extraordinaria victoria de todo el pueblo puertorriqueño, que puso punto final a su presencia en dicha isla.

Hemos mencionado en lo dicho en muchos de los párrafos que anteceden algunas de las grandes “proezas” realizadas por el imperialismo norteamericano en relación con sus vecinos, lo cual nos lleva a la conclusión de que aun en épocas tan tempranas en su maduración, el imperio asirio se queda pequeño cuando los comparamos. Por otro lado al reconsiderar las similitudes entre los dos imperios hay un aspecto de las mismas que entendemos merecen una mención especial. Nos referimos al hecho histórico del ascenso al trono asirio del emperador Tiglatpileser III quien reinó por 15 años a partir del 745. Este monarca elevó el imperio al pináculo más alto de su poder. No nos referimos a que aumentase territorialmente el imperio, sino a que logró sembrar en la mente y el corazón de los monarcas que le habrían de suceder una concepción ideológica más refinada y una praxis más consecuente con su destino imperial. Sin analizar hasta el más mínimo detalle pudiésemos, sin embargo, establecer entre este monarca y el monarca estadounidense Ronald Reagan ciertas relevantes similitudes entre ambos, en lo que se refiere en el caso del monarca occidental a sembrar en la elite de poder estadounidense ciertos principios como fueron los que caracterizaron el Documento de Santa Fe. La bandera reaganiano la va a enarbolar inusitadamente el actual presidente G. W. Bush, llevando al colmo la política guerrerista del imperio con un aumento cada vez mayor del presupuesto nacional dedicado a lo militar, presupuestos basados en el principio de que nunca menos de unos 400 000 millones de dólares han de estar a su disposición durante el período de cinco años, de manera que lleve a cabo una serie de diversos programas que incluyen, desde el continuar con el NMD (Sistema Nacional de Defensa Coheteril), para lo cual toma al parecer como excusa la necesidad estratégica de retirarse del Tratado ABM, hasta el de llevar a cabo una guerra pretendidamente antiterrorista, pero realmente terrorista y genocida, en el nombre de la cultura occidental y de su Dios cristiano, guerra que ha afirmado que no tendrá fin hasta hacer desaparecer del globo terráqueo a todas las naciones que no se hayan alineado junto al imperio en su insana y criminal política fascista en lo internacional y al interior de su propia nación con el propósito de eliminar del cuadro de la vida política, social y cultural a lo más selecto y honesto de su pueblo.

Dejemos, por un momento al monarca del imperio contemporáneo, G. W. Bush y retornemos al monarca asirio, su hermano espiritual, Tiglatpileser III. Lo que caracterizó la política a nivel nacional del Emperador del año 745 fue una serie de reformas administrativas que consistían en sacrificar los intereses del resto de las provincias del imperio a expensas del interés de distritos mucho más pequeños. Salvando la distancia que pueda existir entre uno y otro caso, pensamos en lo similar que resulta esta medida con la que actualmente se aplica en Estados Unidos, en la cual el presidente G. W. Bush cultiva incansablemente una deferencia escandalosa a un pequeño grupo de estadounidenses de origen cubano que viven en un pequeño distrito del estado de la Florida, llamado Dade, y todo ello en detrimento de los intereses reales de todo el resto del país.

Por otro lado, Tiglatpileser III inauguró un nuevo tipo de política exterior cuya efectividad no se exagera cuando se afirma que ningún otro emperador antes que él lo supera. Esta política consistía en llevarse para Asiria la inteligencia y técnicos militares. En 2da. de Reyes 15:29 leemos: “En tiempos de Peca, rey de Israel Tiglatpileser III invadió [y aquí se enumera provincias del Estado de Israel] y deportó a sus habitantes para Asiria.” Esto se diferencia muy poco de la política imperial estadounidense, tal vez tan solo en ciertos aspectos de los métodos empleados. Se trata de una misma política, la del “robo de cerebros” que si bien se analiza se fundamenta en última instancia en desarrollar técnicamente su poderío militar. Al continuar la lectura del texto que hemos citado leemos el verso siguiente, el 30, la manera alevosa en que el rey Peca es asesinado por un declarado y ferviente proasirio llamado Oseas quien asume el poder. Esto se asemeja hasta la saciedad a lo que ha sucedido infinidad de ocasiones en más de una de nuestras naciones hermanas de tierra firme y del Caribe donde se han propiciado y apoyado golpes de Estado y hasta asesinatos de sus legítimos gobernantes. Vienen a nuestra mente Guatemala y Chile, casos impactantes y de triste recordación para todos los amantes de la independencia y soberanía de nuestros pueblos. De manera similar el emperador estadounidense de turno ha apoyado a militares o a facciones civiles proimperialistas en contra de los elementos más sanos, éticamente hablando, que pugnaban por una política acorde con los intereses de las masas populares. De la misma manera han apoyado a ciertos países tomando en cuenta su sujeción a la política imperial en detrimento de otros que mantenían un grado mayor de independencia. Hemos tenido que ser, finalmente, espectadores del caso extremo de cinismo en el cual se apoya a un país extracontinental, en un conflicto bélico entre este y uno continental, este último totalmente sumiso al imperio, lo cual es una prueba fehaciente de lo desvergonzado de las entrañas imperiales.(8)

Mencionemos, como otro ejemplo de la similitud apuntada, a lo que se ha dado en llamar la deuda externa, lo cual constituyó un aspecto relevante en el dominio imperial asirio, el cual consistía en imponer pagos anuales de tributo a los países que conquistaba. Pudiésemos añadir otro ejemplo más, el de establecer bases militares en los territorios que se le sometían. La similitud con el imperio de turno es clara. Cito para aseverar lo que afirmamos un artículo del compañero Arsenio Rodríguez que bajo el título de “Paisaje antes de una Cumbre”, publicado en el periódico Granma del 20 de noviembre pasado, nos dice: “Washington busca crear en Praga una ‘fuerza de combate, compuesta por 20 000 hombres, que pueda actuar en cualquier parte del mundo’ todo ello y casualmente, a partir de una sugerencia de modernización que parte del actual gobierno norteamericano[...]La OTAN confirmará el viejo anhelo de EE.UU. de actuar más allá de sus fronteras con un ‘nuevo concepto militar de defensa’, que es más de lo mismo, aunque se cambien los calificativos y el enemigo ya no sea tan claramente visualizado como en sus orígenes, lo que significa que puede ser cualquiera y en cualquier país. El nuevo mundo que se pretende articular recibirá un fuerte aliento con esta ampliación de la OTAN, ya que se refrendará el esquema militar que se intenta imponer a toda la Humanidad.”

Ahora bien, toda esta política imperial estadounidense a la cual hemos hecho referencia a lo largo de nuestro trabajo y cuyo peso, no solo la América al sur del Río Bravo y los pueblos del Caribe sufren, nos hace recordar un vergonzoso episodio que está registrado en los albores de nuestra república mediatizada por el imperio. Para ilustrar claramente su similitud con la política del imperio asirio, lo hacemos repitiendo lo que escribió el narrador bíblico: “Acaz envió entonces mensajeros a Tiglatpileser, rey de Asiria con este mensaje: Ya que soy tu servidor y vasallo, ven en mi auxilio y líbrame de mis enemigos.” [Este incidente se registra en 2da. de Reyes 16:7].

Reconocemos que nuestro trabajo no agota el tema propuesto pero nos ha dado oportunidad para reflexionar en términos bíblico-teológicos sobre el ALCA. Lo hemos hecho siendo fieles a nuestro criterio de que una reflexión bíblico-teológica no puede o no debe hacer distinciones entre lo sagrado y lo secular. Para nosotros no hay dos historias, una sagrada y otra secular. Los mismos textos bíblicos que hemos usado lo demuestran, amén de que “La Historia, “—al decir de Don Miguel de Unamuno— ” es el pensamiento de Dios en la tierra de los hombres”. Y lo que es más importante aún, lo que en todo momento nos inspira, la certeza bíblica de que los humildes, quienes son los protagonistas y los beneficiarios de nuestra Revolución socialista, “recibirán la tierra por heredad”. Nuestra esperanza, fundamentada en la fe en nuestra capacidad espiritual como seres humanos, estriba en afirmar la existencia de la posibilidad histórica, por razón de nuestra experiencia como cubanos, de que la justicia será, “más temprano que tarde” una realidad para todo el género humano, no de una manera perfecta pero sí en el caminar hacia lo perfecto, esperanza profetizada por Isaías en términos de “un nuevo cielo y una nueva tierra en la cual mora la justicia” y reafirmada por el autor de Apocalipsis en su capítulo 21, quien al mostrarnos su visión de la nueva Jerusalén nos habla de la no presencia de templo alguno y de la devolución a los pueblos de los bienes apropiados por los imperios que los han explotado.

Para terminar enumeramos algunas de las características que distinguieron al imperio asirio:

1. Los monarcas asirios no podían imaginar un mundo sin la realidad histórica de su imperio.

2. Para ocupar el trono imperial asirio se necesitaban ciertos requisitos, los cuales aparecían en el llamado: “Poema de Gilgamés”, en el cual una sola virtud se exigía para ser rey, el proponerse proteger a su pueblo de todos sus enemigos, reales o imaginarios. Cuando no hubiese enemigos, habría que inventarlos. No hay imperios sin enemigos a quienes combatir y destruir.

3. El monarca asirio no se consideraba un dios, lo cual lo diferenciaba de los faraones egipcios y de los emperadores romanos, pero sí el imperio era voluntad expresa de su dios, su monarca había sido su escogido para conquistar y exterminar a los otros pueblos a los cuales consideraba como incultos, y que significaban una vejación a valores realmente éticos y culturales, por lo que las guerras que acometían se realizaban en nombre de su dios y por su expresa voluntad. Él era el vicario de Dios. Actuaba como si fuese el Papa de su Dios.

4. El monarca asirio, sin tomar en cuenta a los que ocupaban los altos cargos administrativos del imperio, establecía la cuantía de los impuestos con que gravaba a sus ciudadanos y a las naciones a las cuales había subyugado.

5. Los propósitos que animaban a sus monarcas para declarar sus guerras eran dos, o bien con la idea de expandir sus dominios o bien con la idea de acrecentar sus fortunas, aunque, en la gran mayoría de los casos, ambos propósitos se conjugaban.

6. El sistema de información secreta era casi perfecta a través de un espionaje que no solo dirigía sus actividades hacia el exterior, sino también hacia el interior de sus propios súbditos, pero especialmente a sus colaboradores más allegados, lo cual incluía a sus propios familiares, a los cuales mientras más cercanos mejor había que vigilarlos.

Estas características propias del imperio asirio cuando analizamos al imperialismo norteamericano nos recuerdan la frase con que terminan muchos films cinematográficos: “Si hay alguna semejanza es pura coincidencia.”


NOTAS:

(1) En el segundo capítulo del libro del Génesis se presenta a Jahwéh, creando el Jardín del Edén, lo cual llamo una “interesante coincidencia” puesto que esta narración pertenece a la tradición elaborada por los sacerdotes populares del reino de Israel, tradición que ha sido llamada “tradición jahwista”. ¿Quiénes eran los pobladores de este reino? ¿Quiénes eran los israelitas? ¿Cómo había surgido el reino de Israel? Este Estado surgió como consecuencia de una rebelión de carácter liberador motivada por la política dictatorial, opresora y explotadora del corrupto rey Salomón, política que su sucesor en el trono, su hijo Roboam no quiso cambiar, sino todo lo contrario incrementarla. Salomón explotaba sobre todo a los campesinos, cuya mayoría vivían en el norte del país, y, por lo tanto, eran los mayores productores de alimentos, los cuales constituían, a su vez, la mayoría de sus habitantes y ocupaban la mayor parte del territorio. Se trataba de diez de las doce provincias, eufemísticamente llamadas por el rey David, su organizador, tribus. David había sido el gran estratega que había dirigido los grandes cambios sociopolíticos y económicos que habían hecho de la así llamada —por los historiadores contemporáneos— , la “Federación de las Tribus de Jahwéh”, un Estado monárquico, al parecer para librar a su pueblo del continuo saqueo filisteo a que se encontraba sometido. Estamos en el comienzo de la Edad del Hierro. Los filisteos recién llegados a la región conocían el uso del hierro, y lo empleaban en la fabricación de armas y de vehículos militares. Haciendo uso de su poderío militar asaltaban al resto de los pueblos que habitaban en la Palestina de entonces, saqueándolos. Esta situación explica históricamente la política llevada a cabo por David al establecer la monarquía, política que no contaba con el visto bueno de otros líderes político-religiosos del momento. Ahora bien, entre la política seguida por David en relación con el pueblo, a la despótica y expoliadora de Salomón hubo una inmensa diferencia y entre este y el que estaba dispuesto a practicar su sucesor, Roboam, había otra. Es por la política que pretendió imponer este último que hubo un rompimiento entre las tribus del norte y las del sur, surgiendo así, dos estados, el reino de Israel y el reino de Judá.

El reino de Israel fue, pues, el resultado de una revolución. Sin embargo, su historia va a ser contada de una manera interesadamente prejuiciada por los sacerdotes del postexilio babilónico que fueron los que redactaron la versión final del Antiguo Testamento, versión reaccionaria, como todo producto que sale de toda mentalidad sacerdotal cualquiera que sea su naturaleza ideológica. Por otro lado, todo lo que nos cuentan acerca de los reyes del reino de Judá, excepto uno que no perteneció a la dinastía davídica, gozaron de un gran reconocimiento por haber sido en todo momento fieles a la voluntad de Jahwéh. Naturalmente que también el rey Salomón va a recibir un juicio diferente, hubiese sido demasiado escandaloso para estos finales editores del texto veterotestamentario que hubiese sido puesto su nombre como otro santo más en el santoral real judío.

El territorio ocupado por los israelitas, los ciudadanos del nuevo reino de Israel, es precisamente el que hoy ocupa un pueblo altamente vilipendiado, masacrado y ocupado por los ejércitos del país más poderoso del mundo actual, obedeciendo al capricho insano de su presidente, G. W. Bush, quien dice obrar por orden del Dios bíblico-cristiano. Iraq del cual estamos hablando, es cuna de milenarias culturas y de una de las más antiguas civilizaciones, por las venas de su pueblo corría sangre de diferentes etnias, incluyendo la de un grupo étnico-indoeuropeo, por lo que realmente fueron los antecesores de los actuales pueblos europeos, y, por supuesto, de la mayoría de nosotros, los iberoamericanos, y, también de los canadienses y de los estadounidenses.

¿Por qué calificamos lo expresado en los párrafos anteriores como de “interesante coincidencia”. Por una sola razón. Los antecesores de los actuales iraquíes eran hermanos de sangre de los israelitas, corría por sus respectivas venas sangre semita; sin embargo, fueron los asirios los que destruyeron al Estado de Israel, cuando se constituyeron como imperio. Al decir de Reinhold Niebuhr, el teólogo germano-americano, fenómenos como estos, no son otra cosa sino, “ironías de la historia” y al decir de don Miguel de Unamuno, “Risa burlona de Dios”. Por otro lado, los israelitas eran también arameos, según lo testifica Deuteronomio 26:4 en donde leemos: “Mi padre era un arameo errante” refiriéndose al patriarca Jacob de quien descendían los israelitas, lo cual para colmo irónico de la historia o carcajada de Dios descienden los actuales israelíes y también los actuales palestinos, hermanos de sangre. No lo serán de jure pero sí de facto.

Volvamos a lo del territorio iraquí, el territorio donde fue ubicado el Edén o Paraíso, según el capítulo 2 del Génesis. Esa mítica idea de haber sido creada por Dios como un bello jardín fue apropiada por el folclor iraquí. No es extraño, entonces, que el llamado “Padre de la Historia”, que fue un simple narrador de anales, Herodoto, describiese al territorio iraquí como “granero del mundo”. Lo era, sin duda alguna, en ese tiempo, aunque más tarde, debido a las continuas guerras que tuvieron como escenario su territorio, perdió casi en absoluto su fertilidad, aun antes de la ocupación turca ocurrida durante el siglo XVI. Estos nada hicieron por la recuperación de la fertilidad de su suelo. Mucho después, y gracias a sus posteriores gobernantes, el suelo iraquí fue altamente mejorado, aunque su verdadera riqueza residía y sigue residiendo en su subsuelo. Esta riqueza la convirtió en una de las naciones de mayor producción petrolera lo cual despertó el apetito ambicioso por largos años de más de un país europeo, especialmente de Inglaterra. Hoy es Estados Unidos, que ambiciona posesionarse de su petróleo y puso como excusa la posesión de armas de destrucción masiva, cosa que negó de manera clara, a la vez que comprobada por inspectores enviados por la ONU, el gobierno liderado por Saddam Hussein, quien para el señor. G. W. Bush era el más conspicuo representante de la incultura que pretenden los otomanos imponer al mundo occidental. Ahora bien, lo que no resistía y no resiste el actual Presidente norteamericano es la devoción tradicional de los iraquíes por la independencia y la soberanía de su patria lo cual estiman que está por encima de cualquier otro interés personal o nacional. Después de cometer un verdadero genocidio con su población civil, genocidio que no cesa de realizar, a pesar de la virtual ocupación de todo su territorio, pretende aniquilar el amor que este pueblo siente por su patria, por quererla libre e independiente. Un afamado intelectual nuestro, conocedor profundo de las culturas no occidentales, ha afirmado que el destino del ejército de ocupación norteamericano en Iraq es el mismo que el de Vietnam, décadas atrás. Regresar vencidos a los cuarteles de los cuales salieron.

Lo que hemos expresado en el párrafo que antecede está preñado, sin duda alguna, de un alto grado de subjetivismo, aunque hemos mencionado hechos bien objetivos, pero lo hemos hecho con el propósito de que no nos olvidemos, la mayoría de nosotros de lo que ya hemos apuntado, de que corre una mezcla de la misma sangre por nuestras venas, sino lo que es aún más relevante, de que somos, nos guste o no recordarlo, lo queramos o no reconocer, herederos de su riqueza cultural y su milenaria civilización ¡Sospecho que esta es la verdad que no puede soportar el monarca del actual imperio de turno! Ningún emperador hasta ahora ha sido capaz de aceptar pacientemente verdades semejantes acerca de otros pueblos que no sean el suyo, pueblos a los cuales desprecian. A este desprecio del imperio, se refería Martí cuando afirmó, en una ocasión: “Viví en el monstruo y conozco sus entrañas.” Para más tarde afirmar, en vísperas de su trágica muerte, en carta a un amigo; “El camino se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando de la anexión...al Norte revuelto y brutal que (nos) desprecia.”

(2) En ciertas inscripciones de los reyes asirios, específicamente en las de Asurnasirpal II —cuyo reinado duró unos 25 años, del 883 u 884 al 859— y, en las de Salmanasar III —que le siguió por unos 35 años hasta el 824—, en el “Obelisco Negro”, el “Monolítico“, y el “Toro” se cuenta de que estos monarcas habían realizado cada uno unas seis invasiones militares entre su sexto y vigésimo quinto año de gobierno. Estos períodos son mucho más extensos que los de cualquier presidente de Estados Unidos, pero se quedaron realmente cortos cuando comparamos el número de invasiones militares expansionistas que han realizado tan solo en América Latina y el Caribe.

(3) Esta palabra, “calculada” es a nuestro entender de una importancia meridiana.

(4) Al hablar de esta expansión e intervención de Estados Unidos a costa del territorio de México se hace necesario dar un salto de medio siglo y apuntar de manera enfática el asesinato de Pancho Villa, ocurrida en 1913, plan contrarrevolucionario premeditado realizado por un mexicano agente al servicio de los intereses estadounidenses, Victoriano Huerta quien va a derribar a Francisco Madero y hacerse proclamar presidente con el beneplácito y la ayuda del imperialismo estadounidense que se oponía a la restricción inmediata de inversiones extranjeras en México. A partir de ese momento por dos veces, en 1914 y en 1916 invaden el territorio de México en aras de que no se perpetúen en el gobierno aquellos presidentes que no se avengan a sus intereses imperiales.

(5) Aún en el año 1868, había estados en el norte y en el oeste que negaban a los negros su derecho a votar, como fueron los casos de Ohio y de Kansas.

(6) Como cuestión anecdótica tenemos el caso del primer gobernante elegido por el voto negro en Louisiana bajo la Constitución ya enmendada, el gobernador Henry Clay Warmoth. Este personaje, un descarado mafioso, había nacido en Illinois y había servido como oficial en el ejército del norte bajo las órdenes del general Grant, quien lo expulsó del ejército por haberse apropiado de objetos y dinero de los sureños durante la ocupación militar. Terminada la guerra se instaló en Texas de donde se marchó ante acusaciones parecidas. En Louisiana se convirtió en el líder máximo del Partido Republicano. Con engaños logró alcanzar la gobernación de dicho Estado con el voto casi unánime de los negros, al llevar, a su vez, como vicegobernador a un negro, quien había sido pintor de brocha gorda. Bajo su administración la deuda estadual creció de 6 millones a 50 millones de dólares en dos años, sus ahorros personales crecieron en unos 100 mil dólares anuales. En cuatro años de gobierno acumuló una enorme fortuna, contando con destreza suficiente para justificar legalmente todas sus estafas. Sus naturales discrepancias con los militantes blancos del Partido Republicano no le permitieron aspirar a una segunda reelección a lo cual respondió acusándoles de haber robado y extorsionado a sus conciudadanos en el desempeño de los cargos públicos que habían ejercido durante sus años de gobierno. En las elecciones del 1872 la población negra votó entonces por los candidatos demócratas.

(7) Los obreros devengaban un promedio de $449.00 durante todo el año, lo cual equivalía a $1.23 por día, cinco míseros centavos por hora. Los obreros tenían todo lo de perder. ¿Declarar una huelga? Eso significaba el cierre de la planta y las órdenes de servicio trasladadas a otra en otro lugar que pertenecía a la misma corporación que había cerrado.

(8) Otra de las desvergüenzas latentes en “las entrañas del monstruo” es lo que podemos constatar a partir del final de la invasión a Afganistán, con el exilio forzoso de un grupo de los vencidos llevados a la Base Naval de Guantánamo, territorio nada menos que usurpado al pueblo cubano.


Pbro. Dr. Sergio Arce Martínez. Presidente de la Conferencia Cristiana por la Paz de América Latina y el Caribe
(Tomado de www.cubasocialista.org, agosto del 2004)

     
   
   
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