Likud y partido Laborista:
unidos caen
Yacov Ben Efrat *
Challenge,
núm. 77, enero-febrero, 2003
Traducción: Loles Oliván, CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
"Para la media israelí,
se han intentado todas las opciones. La supuesta política
la paz, para la que Barak fue elegido, acabó en fracaso.
La política de guerra que Sharon ha llevado a cabo, y
en la que embarcó al Partido Laborista, no ha proporcionado
ni seguridad ni estabilidad. La única esperanza, para
'el israelí de la calle' es que George W. Bush derrote
a Iraq, reemplace su régimen y abra el camino para un
cambio estratégico en el mapa de Oriente Medio".
El gobierno de unidad nacional [israelí] establecido
en marzo de 2001 con Ariel Sharon a la cabeza, cayó el
30 de octubre de 2002, después de que el partido Laborista
rechazara respaldar su propuesta de presupuesto. El ministro
de Trabajo, el laborista Benjamín Ben Eliécer había
sido presionado para que dejase el gobierno y el presupuesto
proporcionó un pretexto para ello [1]. Oponiéndose
a los recortes en los gastos asistenciales y en los beneficios
sociales, solicitó que Sharon extrajera fondos destinados
a los asentamientos en los Territorios Ocupados (TTOO) Sharon
lo rechazó y Ben Eliezer saco al partido Laborista.
El repentino ataque de conciencia social no engañó
a nadie. En el poder y fuera de él, el partido Laborista
nunca ha dejado de perpetuar la brecha (entre las más
anchas del mundo) entre los ricos y los pobres. Tan solo el 25
de septiembre, Ben Eliezer había declarado: "Solo
un loco dejaría el gobierno ante la posibilidad de una
guerra contra Iraq, cuando la economía es tan vulnerable
y cuando todos los expertos económicos nos aconsejan que
votemos por los presupuestos" [2].
Este loco, Ben Eliezer, tenía motivos personales
para actuar así. Las primarias del partido estaban a punto
de tener lugar. Su liderazgo estaba amenazado. Su principal rival,
Amram Mitzna [3], solicitó la retirada del gobierno
Sharon. Las encuestas de opinión entre los laboristas
mostraban a un pujante Mitzna, que alcanzó la victoria
en noviembre.
La retirada del partido Laborista adquiere su significado,
sin embargo, más allá de los estrechos motivos
personales. Para evaluarlo, es necesario entender antes que cómodo
apaño resulta un gobierno de unidad tanto para el Likud
como para el partido Laborista. Tras las elecciones nacionales
del 28 de enero de 2003, volveremos a ver probablemente este
híbrido. La actual quiebra es un interludio que permite
entrever corrientes más profundas.
¿Qué beneficio ofrece el partido Laborista al
Likud en un gobierno de unidad nacional? Su participación
transmite el mensaje de que no hay alternativa a la política
del gobierno, que representa la voluntad de los partidos mayoritarios.
La presencia del partido Laborista desarma las críticas
no solo de la izquierda del interior [de Israel] sino de todo
el mundo: de EEUU, de Naciones Unidas (NNUU), de la Unión
Europea (UE). ¿Qué beneficio ofrece el Likud al
partido Laborista en un gobierno de unidad nacional? Permite
al laborismo sentarse en el gobierno mientras está tranquilo
en el frente interior. Durante los últimos dos años
de Intifada, Israel ha sufrido una serie de horribles ataques
suicidas; los pocos que responsabilizaron al gobierno fueron
tachados de extremistas. Si el partido Laborista hubiera estado
solo al mando, las protestas de la opinión pública
no hubieran tenido fin.
Lo que estimuló al mas reciente gobierno de unidad
nacional fue una doble emergencia nacional: la clase política
israelí vio la necesidad de aunar fuerzas para aplastar
la Intifada y salvar la economía. Sharon prometió
hacer ambas cosas. Esperaba estar en el poder durante todo el
mandato, hasta octubre de 2003.
Existe una fuerte conexión entre el fracaso en proporcionar
seguridad, por un lado, y el colapso del gobierno, por otro.
Si hubiera habido progreso en el frente político, por
pequeño que hubiera sido, Ben Eliécer hubiera tenido
algo que mostrar para que los laboristas permanecieran en el
gobierno. Mitzna y otros no le hubieran pedido cuentas. Así,
las nuevas elecciones son el resultado del estancamiento político.
El estancamiento político
Dentro del gobierno de unidad nacional, el Likud y el laborismo
tenían un mismo objetivo: aplastar la Intifada y, sobre
esta base, alcanzar una solución política total
con la Autoridad Palestina (AP). Trabajaron juntos según
las líneas correspondientes al discurso vago del presidente
de EEUU George W. Bush: el establecimiento de un Estado palestino
provisional en parte de los TTOO -el 40%-, al lado de los asentamientos
y, a más largo plazo, si los palestinos se comportaban,
un arreglo permanente que definiera que las fronteras de los
de los Estados.
La actitud de ambos partidos mayoritarios respecto al arreglo
permanente no incluye la retirada completa a las fronteras de
1967. Con leves diferencias, ambos comparten la visión
de un Jerusalén unido como la capital eterna de Israel.
Ambos tratan de retener la soberanía de los grandes bloques
de asentamientos de Cisjordania. Ambos se oponen al retorno de
los refugiados [palestinos]. Ambos viven, para acabar, en una
burbuja, al margen de la realidad de un pueblo palestino con
conceptos y anhelos propios. Las ilusiones de ambos se nutren
de los recuerdos posteriores a la Tormenta del Desierto
en que todo jugaba a favor de Israel. Fue posible persuadir al
lado palestino de que aceptara soluciones parciales sin profundizar
en las raíces del conflicto. Igualmente, hoy, los dirigentes
de Israel ponen sus esperanzas en una nueva Guerra del Golfo
para forzar nuevamente a los palestinos a que se rindan.
El gobierno de unidad impuso dos condiciones para reanudar las
negociaciones de paz: la primera, las conversaciones deben tener
lugar en medio de una calma absoluta. La AP debía eliminar
supuestamente toda la resistencia y prevenir más ataques
suicidas. Sin embargo, como la AP bajo Yaser Arafat no mostró
voluntad o capacidad para hacerlo, se produjo una segunda exigencia:
debe haber un cambio básico en el carácter de la
AP. Las informas internas deben sacar el poder de las manos de
Arafat. Esas dos condiciones han sido el cemento que ha unido
al Likud y al Laborismo. Ambos han representado, hasta ahora,
una clara mayoría de la calle israelí.
En su intento de acabar con la resistencia [palestina] y deponer
a Arafat, el gobierno de unidad ha actuado de acuerdo con la
Administración de EEUU. El primer paso fue formar un frente
unido dentro de Israel, para que Arafat no pudiera situar a la
izquierda contra la derecha. Como medida adicional, Israel movilizó
a EEUU y a Europa para que presionasen a la AP. El resultado
se vio, por ejemplo, en el firme rechazo de Bush a reunirse con
Arafat. Más tarde vino el llamamiento de Bush a expulsarle.
Ello dio a Israel luz verde para [aplicar un] política
de agresión en los TTOO.
Antes de reocupar Cisjordania, Israel intentó alcanzar
un compromiso con Arafat. Israel acepto, por el ejemplo, el Informe
Mitchell [4], que llama a la AP a que ponga fin a la resistencia
palestina a cambio de congelar los asentamientos. A pesar de
que Arafat también aceptó el informe, nadie salió
de aquello. Los ataques suicidas han persistido y los colonos
han seguido construyendo. Una vez que estuvo claro que los esfuerzos
diplomáticos no conducían a ningún sitio,
Israel decidió hacer el trabajo de la AP por su cuenta.
El gobierno de unidad delegó la labor sobre los hombros
del ministro de Defensa, Benjamín Ben Eliezer. Esa solución,
por la que el líder del Partido Laborista era quien debía
dirigir la campaña militar [contra los TTOO], le vino
muy bien a Sharon. Le aseguró el apoyo en el interior
y, especialmente, en el exterior.
Asalto a las Áreas Autónomas
La operación militar tuvo lugar en tres fases. La primera
fue la operación Escudo Defensivo, en abril de
2002. Israel reocupó las ciudades palestinas de Cisjordania
eliminando el aparato militar [de la AP]. Arafat fue cercado
en las oficinas de la Muqata'a en Ramala; allí, el secretario
de Estado Colin Powell intentó en vano hacerle llegar
a un acuerdo [5].
[La operación ]Escudo Defensivo llevó
a una intensificación y a una nueva erupción de
bombas suicidas. Israel lanzó entonces una segunda fase,
Sendero de Determinación. El ejército israelí
completó su reocupación de Cisjordania. Igualmente,
completó la destrucción de la AP en todo salvo
en el nombre. (El mantenimiento de la AP como mera formalidad,
en todo caso, es vital para Israel: la AP por si sola puede administrar
las necesidades civiles de los palestinos si es que llega el
día en que sus dirigentes vuelvan a aceptar los dictados
de Israel).
Como las dos primeras fases, el tercer esfuerzo militar de Israel
se produjo en respuesta a un gran ataque suicida: se llamó
le Una cuestión de tiempo. [Bajo esa operación]el
ejército israelí destruyó la Muqata'a salvo
las pocas dependencias en las que permanecía Arafat, manteniéndole
bajo un cerco humillante. El objetivo era propiciar su derrocamiento
y asegurar la designación del conciliador Abu Mazen
como primer Ministro con poderes reales y de acuerdo a las exigencias
de EEUU de reforma de la AP.
El cerco a Arafat mostró lo ciegos que son los dirigentes
israelíes respecto a la realidad palestina. Justo antes
de esta operación, se estaban llevando a cabo gestos sin
precedentes dentro del medio palestino para hacer reformas y
limitar el poder de Arafat. El cerco israelí produjo que
se interrumpieran. [La operación] Una cuestión
de tiempo se ejecutó a destiempo en otro aspecto EEUU
estaba buscando el apoyo árabe para una nueva guerra contra
Iraq. La última cosa que necesitaba era una crisis sobre
Arafat. [EEUU] forzó a Israel a retroceder.
Una cuestión de tiempo permitió a Arafat
ganar tiempo. A la luz de su victoriosa resistencia, forzó
a los miembros de Fatah del Consejo Legislativo Palestino (CLP)
a que le garantizaran un voto de confianza, que se produjo el
30 de octubre [6].
En este sentido, con el cerco a Arafat les salió el
tiro por la culata [a los israelíes]. El dirigente de
la AP consiguió otro trofeo. Ha asistido a la caída
de cuatro gobiernos israelíes (al de Rabin y Peres, Netanyahu,
Barak y Sharon), mientras él ha permanecido en el timón
sin reto.
.
Haciendo campaña a por su liderazgo en el Partido Laborista,
Amram Mitzna ha declarado que está dispuesto a hablar
"bajo fuego". Su intención es quebrar el estancamiento
político pero su percepción de un acuerdo final
sigue dentro de la burbuja de irrealidad señalada anteriormente:
Jerusalén unida bajo soberanía de Israel, bloques
de asentamientos, no al retorno de los refugiados. Para los palestinos
esta posición es imposible. ¿Y qué hará
usted -se preguntó a Mitzna- en caso de las conversaciones
no lleven a ningún sitio?. Su respuesta fue: "separación
unilateral". En otras palabras: un cerco, y que [los palestinos]
se cuezan en su propia salsa. De ese guiso, la olla explota.
El estancamiento económico
Lo que estimuló el gobierno de unidad fue una doble
emergencia nacional. Políticamente, ya hemos visto, las
cosas fueron a peor. El otro aspecto era el económico.
En este, también las cosas fueron a pero. Ambos aspectos
están conectados. La Intifada agrava la crisis económica.
Sin ello, sin embargo, la crisis existiría también
ya que Israel ha pasado a ser totalmente dependiente de la economía
mundial que está en declive. Las raíces de la crisis
del país pueden localizarse a mediados de los años
80, cuando un gobierno de unidad renunció a la noción
de economía nacional semi-independiente y optó
en su lugar por una economía global. Muchas otras naciones
tomaron una decisión similar y también han atravesado
tumultos políticos tras el colapso económico, por
ejemplo, Brasil, Argentina y Turquía. Sin embargo, no
han tenido que hacer frente a una Intifada o a bombas suicidas.
Propulsada por la alta tecnología, la economía
israelí fue bien durante casi tosa la década de
los noventa, pero como la paz de Oslo, el boom fue efímero.
El crecimiento, en la nueva economía mundial, dependía
de la inversión extranjera. Para atraerla, el gobierno
modeló la atmósfera para recibir una buena valoración
crediticia en el exterior. El Banco de Israel mantuvo una alta
tasa de interés, lo que impidió la inflación
y atrajo al capital exterior pero asfixió la inversión
local. El gobierno mantuvo el déficit por debajo del 3%
del PIB, de acuerdo con las recomendaciones internacionales.
Para mantener su presupuesto bajo, [el gobierno] realizó
profundos recortes en desarrollo y bien estar social.
Doblegándose así a los axiomas del Banco Mundial
y del FMI, Israel se ató de pies y manos a la economía
globalizada y fue arrastrado a la recesión. A ello se
añaden los efectos de la Intifada: en inversión
extranjera, en turismo, en ventas, restaurantes, transporte...
Añádase el coste total de mantener un ejército
en el campo de batalla, que absorbe el dinero que debería
utilizarse para resolver la crisis económica. Esto da
una idea de la profundidad del fango, contra el que el gobierno
de unidad, metido en el mencionado estancamiento político,
nunca tuvo una oportunidad.
Ahora Israel está pidiendo a EEUU que le fíe:
4.000 millones de dólares en préstamos, 6.000 millones
de dólares en préstamos garantizados. Pero no hay
lugar, sin embargo, donde poner el dinero para que produzca.
El país ha perdido su base económica.
Las elecciones fortalecerán
a la derecha
Las próximas elecciones no pueden cambiar las realidades
políticas y económicas básicas señaladas
anteriormente.
Las encuestas anuncian una oleada para el Likud. Como los
partidos de derechas serán probablemente quienes formen
el próximo gobierno, todo lo que queda es adivinar qué
hará el Partido Laborista: ¿volverá a integrase
en otro gobierno de unidad o se mantendrá en la oposición?
La campaña electoral está teniendo lugar en
una atmósfera de abatimiento, junto a un sentimiento de
que no hay salida. Para la media israelí, se han intentado
todas las opciones. La supuesta política la paz, para
la que Barak fue elegido, acabó en fracaso. La política
de guerra que Sharon ha llevado a cabo, y en la que embarcó
al Partido Laborista, no ha proporcionado ni seguridad ni estabilidad.
La única esperanza, para "el israelí de la
calle" es que George W. Bush derrote a Iraq, reemplace su
régimen y abra el camino para un cambio estratégico
en el mapa de Oriente Medio.
Así llegamos a un nuevo absurdo: la esperado guerra
de EEUU contra Iraq, y no las próximas elecciones,
resolverá supuestamente la cuestión palestina y
rescatará a Israel de su desastre económico. ¡Qué
contraste con la promesa de hace una década! Israel ha
arrojado de sus manos la capacidad de resolver sus propios problemas.
Se inclina, sin embargo, ante una entelequia. EEUU está
en recesión. Endeudado hasta las orejas. Políticamente,
se encuentra asimismo progresivamente aislado del mundo, como
la odiada superpotencia, dirigida hacia la guerra.
Si hubiera habido progresos en el frente político,
por pequeños que hubieran sido, Ben Eliezer hubiera tenido
algo que mostrar para la permanencia del partido Laborista en
el gobierno.
Notas del autor y de CSCAweb:
1. Véase en CSCAweb: Loles Oliván:
"Israel, EEUU y Palestina: el cambio de las 'reglas del
juego' a la sombra de la guerra contra Iraq"
2. Yossi Verter, Ha'aretz, 26 de septiembre de 2002
3. Véase en CSCAweb: Amram Mitzna, el nuevo caballero andante
de la izquierda israelí
4. Véase en CSCAweb: La Administración
Bush retoma la cuestión palestino-israelí interpretando
el Informe Mitchell a favor de Israel
5. Véase en CSCAweb: Palestina después de la
ofensiva de Sharon
6. El 30 de octubre de 2002 el CLP aprobó la designación
del gobierno elegido por Arafat. Véase en CSCAweb: Loles
Oliván: "Israel, EEUU y Palestina: el cambio de las
'reglas del juego' a la sombra de la guerra contra Iraq" , op cit.
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