Yenín,
a tumba abierta
José Vericat*
Gaza, 29 de abril de 2002. CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
"Los habitantes se
sientan dentro de sus casas mirando la calle a través
de los nuevos orificios, como si estuvieran en un balcón.
En el interior de las casas al descubierto, una mujer haciendo
la comida expuesta a la mirada curiosa de los paseantes"
Sutki as-Saade, un hombre de unos cuarenta años, me
invita a entrar en su casa. Soldados israelíes habían
pasado allí varios días. Está ansioso por
enseñarme los destrozos.
Parece que los soldados tenían un bote de pintura.
El rastro negro se encuentra por todo el piso: Un símbolo
de la paz encima del frigorífico, la pantalla del televisor,
las fotografías de familiares colgadas, y en la pared
escrito en hebreo: "Luchamos por nuestros hogares"
Los muebles están colocados contra las puertas y ventanas.
A una silla le han rajado el asiento y han puesto un cubo debajo,
improvisando un cuarto de baño.
Sutki esta particularmente fascinado por lo que han dejado
detrás, los restos de comida y los paquetes de balas.
No deja de indicármelos.
Guerra y semántica
El campo de refugiados de Yenín se encuentra en el
norte de Cisjordania cerca de la frontera con Israel, en la falda
de una suave y verde colina.
Desde allí, según el Ejército israelí,
durante esta Intifada se han lanzado 28 ataques suicidas contra
objetivos principalmente en las ciudades del norte de Israel:
Binyamina, Hadera, Netanya, Haifa y Afula.
Ambos bandos se encuentran en una guerra semántica
sobre si se cometió o no una masacre.
Mientras se conoce que 23 soldados israelíes han muerto
en Yenín, hasta el momento no se sabe el número
de palestinos fallecidos. Todavía no se han encontrado
todos los cuerpos. Israelíes hablan de decenas de muertos,
palestinos de cientos.
El Comité Internacional de la Cruz Roja acusa a Israel
de violar la convención de Ginebra por poner en peligro
la vida de civiles y su propiedad, y por no permitir el acceso
de equipos médicos para tratar a heridos.
El asalto del Ejército israelí al campo de refugiados
de Yenín, de 14.000 habitantes, duró ocho días.
Dentro del campo de refugiados palestinos armados ofrecieron
resistencia. Habían minas caseras en las calles, y explosivos
en las tuberías y edificios.
Destrozo devastador
No parecen haber dejado ni una sola casa sin dañar.
Las fachadas de las casas a lo largo de calles enteras han sido
arrancadas por las excavadoras. Los edificios han sido agujereados
por piezas de artillería y misiles lanzados desde helicópteros.
El campo de refugiados se encuentra sin agua, sin electricidad
y sin una línea de teléfono. El ayuntamiento intenta
recomponer la infraestructura.
Mientras, las organizaciones de ayuda humanitaria se concentran
en dos temas más urgentes, localizar los explosivos que
no han sido detonados y derribar as casas que pueden poner en
peligro la vida de sus residentes como resultado de los daños
sufridos.
Según Peter Leman, representante de la Agencia Suiza
de Cooperación y Desarrollo hay entre ochenta y cien casas
afectadas, un tercio de las cuales tendrán que ser derribadas.
Además hay unas 150 casas totalmente destrozadas.
Realidad desconcertante
Los habitantes se sientan dentro de sus casas mirando la calle
a través de los nuevos orificios, como si estuvieran en
un balcón. En el interior de las casas al descubierto,
una mujer haciendo la comida expuesta a la mirada curiosa de
los paseantes.
Los que quedan y aquellos que han vuelto intentan reconstruir
sus hogares sin maquinaria adecuada no tienen por donde empezar.
Más bien contemplan el destrozo sin acabar de creérselo.
No han llegado a tomar conciencia de lo que ha pasado.
En el centro del campamento, en un área del tamaño
de un campo de fútbol, los edificios han sido convertidos
en polvo. Uno no sabe si esta caminando encima de los restos
de una casa o si esta a nivel de la calle.
Buscando entre los escombros
Una anciana intenta abrirse camino entre los escombros de
su casa con un cuchillo de cocina. Grupos de mujeres están
simplemente sentadas encima de montículos de arena donde
yacen sus casas.
Unos hombres, grises por la capa de polvo que les cubre, cavan
furiosamente.
Poco a poco van descubriendo restos de habitaciones. Se empiezan
a ver donde estaban las paredes que dividían cada cuarto.
Buscan documentos, pasaportes, carnés de identidad, títulos
de propiedad, certificados de nacimiento. Las cosas reutilizables,
principalmente ropa, las van acumulando en una sábana.
En otra esquina, decenas de personas miran como un grupo de
hombres cavan buscando cadáveres.
Parecen haber encontrado un cuerpo. Esta irreconocible. La
gente alrededor discute de quien se puede tratar. "Es Ahmad",
dice uno que cree reconocer el reloj que han encontrado en el
muerto. "No puede ser, Ahmad llevaba uniforme la última
vez que le vi" -dice otro.
"Pasar página y empezar
de nuevo"
La gente camina con una mirada ausente, incrédula.
Pero en medio de la desesperación, también hay
tranquilidad. Al menos saben que por ahora ese infierno ha terminado.
Que ellos han sobrevivido. Los niños continúan
jugando.
Un hombre se esta cortando el pelo en una peluquería;
la fachada ha desaparecido totalmente.
"Hay rabia, hay dolor. Pero no es nada que no podamos
superar. No es nada nuevo" -dice, Abu Ahmad de 60 años.
"Una vez más hay que pasar pagina y empezar de nuevo."
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