Palestina


* Agustín Velloso es profesor de la UNED en Madrid

(Abstract): Palestinian Human-Bombs, Human Rights and Amnesty International

Enlaces relacionados:

Noam Chomsky: El terrorismo funciona

Robert Fisk: Una solución a esta guerra inmunda: la ocupación extranjera

Mohamed Sid-Ahmed: El nuevo equilibrio del terror

Roni Ben Efrat: Los atentados suicidas, a debate

Palestina


Los 'hombres-bomba' y los derechos humanos en Palestina

Agustín Velloso*

CSCAweb (www.nodo50.orgs/csca), 12 de agosto de 2002

'No se puede centrar el debate en si los palestinos deberían atacar exclusivamente objetivos militares israelíes para así mantener su lucha de liberación nacional dentro de lo permitido por la ley internacional. Este debate tendría sentido si todas las partes respetaran ésta igualmente. No es así y por tanto los 'hombres-bomba' no luchan principalmente por una causa política, como argumenta Amnistía Internacional (AI), matan por su propia vida, matan por venganza, matan por desesperación, matan porque, contra lo que sostiene AI, no existen unos principios universales realmente'.

1. Los medios de comunicación

En primer lugar conviene llamar la atención sobre la forma en que los ataques de los hombres-bomba son presentados por los medios de comunicación en los países occidentales. Se les llama "ataques suicidas" y a sus autores "terroristas suicidas". Con ambas expresiones, especialmente con la segunda, se mezclan dos conceptos que no guardan relación entre sí. Además, se refuerza la visión negativa que sobre cada uno de ellos por separado se tiene en la sociedad occidental. Lo más importante es que se pasa por alto que no definen adecuadamente los ataques. Por un lado se desvía la atención del fin de los mismos y del contexto en que se producen hacia la personalidad del atacante y lo truculento de su acción. Por otro se asocian sin más a atentados similares pero sin suicidio que tienen lugar en las propias sociedades occidentales. Además se equipara la violencia en un estado de derecho a la que aparece como respuesta a una ocupación ilegal prolongada y feroz.

Es razonable pensar que el uso de esas expresiones y otras similares en lugar de las que resultan más apropiadas revela una intención. Esto es comprensible cuando se piensa que alguna de las batallas de toda guerra se libra en el frente de la opinión pública, tanto nacional como internacional. Se trata de conseguir que éstas rechacen de plano los ataques y con ello que sus autores y sus fines queden por completo fuera del juego establecido por los creadores de opinión. Si uno de los contendientes es un "asesino suicida", el otro se queda sin interlocutor, se ve abocado a emplear medidas excepcionales, la llamada guerra sin fin contra el terror.

Cabe preguntar a los creadores de la expresión "terrorista suicida" cómo han llegado a formarla con dos términos no relacionados entre sí para luego construir un discurso político que sirve exclusivamente a los intereses de una de las partes en conflicto al tiempo que no sirve para explicar la realidad. Si existe alguna prueba de que los palestinos, pueblo muchas veces centenario, constituyen un grupo humano que se diferencia de otros por su inclinación a cometer suicidio desde que se firmaron en 1993 los Acuerdos de Washington entre Israel y la Autoridad Palestina, especialmente desde el fracaso de los mismos siete años más tarde, y de una forma tan particular que sólo incluye la detonación de un artefacto explosivo adosado a sus cuerpos en presencia de ciudadanos israelíes, debería darse a conocer a la opinión pública mundial.

Pero mientras esta presentación de pruebas llega, conviene seguir el sentido común y la evidencia más cercana para concluir que un palestino que desea poner fin a su vida, como cualquier otro ser humano, se ahorca en un árbol, se dispara un tiro en la cabeza, o ingiere un bote de pastillas. Lo que interesa en definitiva es buscar una nueva explicación de los ataques de los "hombres-bomba", ya que la que se basa habitualmente en las tendencias suicidas con componentes religiosos y culturales de los palestinos es incapaz de explicar la realidad de modo convincente.

El fanatismo religioso o los dictados, recomendaciones y promesas de una religión, la musulmana, que en muchas ocasiones es casi desconocida para esos mismos formadores de opinión, son propuestos para dar razón de los ataques de los "hombres-bomba". Sin embargo, este intento explicativo no tiene en cuenta que el mayor número de ataques de este tipo no lo han alcanzado los palestinos, sino los tamiles, aproximadamente en una proporción de uno a cuatro, es decir, unos cincuenta ataques palestinos por unos doscientos tamiles; eso sin contar el mayor número de víctimas a manos de éstos. Es importante señalar que los tamiles no son musulmanes y que sus acciones no han sido lanzadas contra personas que profesan el judaísmo. Tampoco se explica la contradicción que aparece al atribuir los ataques a los "fanáticos del Islam" o a los "musulmanes integristas", cuando su religión prohíbe el suicidio, con lo que resulta que son precisamente los supuestamente más fanáticos en su práctica religiosa los que más violan este principio. Tampoco se explica que algunos de los autores de estos ataques no fueran conocidos en vida por su devoción, sino por ser militantes de grupos políticos de izquierda sin base religiosa, más bien al contrario, como los que se definen a sí mismos como marxistas y materialistas.

Por otro lado no hay que olvidar que el hecho de que un grupo humano esté acostumbrado a un tipo de violencia y no a otro, lo que depende entre otras cosas del desarrollo tecnológico alcanzado por ese grupo, avanzado en el caso de las sociedades occidentales, hace que los ataques desde aviones, helicópteros y tanques se hagan pasar por acciones militares civilizadas y sujetas a control democrático. Se ha criticado suficientemente en los últimos años y desde la primera Guerra del Golfo, el uso de expresiones del tipo: "operación militar quirúrgica", "acción preventiva", "daños colaterales" y otras semejantes, que en realidad deberían cambiarse por terrorismo de Estado, asesinato extrajudicial y víctimas civiles de ataques indiscriminados o desproporcionados, por lo que no se va a insistir de nuevo en ello en este lugar.

Al mismo tiempo, los ataques con armas menos sofisticadas, por ejemplo, piedras, cinturones de explosivos y cuchillos, ya que los palestinos no disponen de otras armas más modernas, se presentan como las acciones sin control de un fanático que es cruel, sanguinario e incivilizado. En suma, se trata de descalificar a un enemigo no apto para el diálogo, el cual queda automáticamente destinado a aprender y aceptar por la fuerza lo que podríamos definir como las "normas universales de comportamiento" de las sociedades más avanzadas.

Se olvida convenientemente, según se ha visto en el ataque de las Fuerzas de Defensa Israelíes al campo de refugiados de Jenin en la primavera de 2002, por ejemplo, la extrema crueldad demostrada por los que emplean aviones de combate para atacar a poblaciones civiles indefensas y sin posibilidad de escape, someterlas a bloqueos y toques de queda durante días, impedir el socorro a las víctimas de los bombardeos, destruir sus medios de vida habituales y coronar todo ello con la prohibición de una comisión de investigación que permita al menos conocer el daño causado y sus consecuencias. Terrorismo es la palabra que define exactamente lo sufrido por los habitantes de Jenin.

Esto no es nada nuevo, Noam Chomsky ha advertido una y otra vez que el terrorismo, contra lo que se dice habitualmente, no es el arma del débil sino del poderoso [1]. Si terrorismo es sobre todo infundir un miedo insuperable a una persona o a un grupo humano, las naciones occidentales son las maestras indiscutibles del terror. El empleo de la bomba atómica, el tráfico de esclavos a gran escala, la conquista a sangre y fuego de pueblos considerados inferiores, la represión en la época de la colonización y la de las guerras de liberación nacional, son buena muestra de ello. El más poderoso puede infundir más miedo y causar más daño que el débil.

Sin embargo, se busca resaltar las acciones de éste como si fuera al contrario. Se intenta hacer creer que diez kilos de dinamita sujetos a la espalda de un hombre es el paradigma del terror, mientras que un avión de combate que dispara media docena de misiles de quinientos kilos cada uno en menos de un minuto es un logro de la civilización occidental. Un repaso a las cifras de los conflictos entre los países occidentales y los pueblos sometidos no deja lugar a dudas sobre qué parte causa más víctimas y más daño.

El conflicto palestino es un caso ejemplar hasta el punto de que el general israelí Matitiahu Peled, afirmó que "no hay por qué esconder el hecho de que desde 1949 nadie se ha atrevido, mejor dicho, nadie ha sido capaz de amenazar la existencia de Israel. A pesar de ello, hemos alimentado un sentimiento de inferioridad, como si fuésemos un pueblo débil e insignificante, el cual, en medio de una angustiosa lucha por su existencia, podría ser eliminado en cualquier momento" (Maariv, 24 de marzo de 1972). Tras estudiar el número de víctimas de los ataques de grupos armados palestinos y los efectuados por las Fuerzas de Defensa Israelíes, se ha observado que la proporción habitual de uno a diez, o sea, una víctima israelí por cada diez palestinas, es muy conveniente para Israel y ofrece una buena perspectiva para un final del conflicto favorable a éste.

No se va a insistir más en el papel que juegan los medios de comunicación, los oficiales y los privados, ya que se trata de una cuestión suficientemente tratada en otros lugares y no es el objeto de esta reflexión. Se trata únicamente de advertir que en Occidente se oculta, se distorsiona y se disfraza, según conviene a los intereses de la parte fuerte en el conflicto palestino, lo que ocurre en Palestina, los ataques de los "hombres-bomba" incluidos. Ello, a pesar de que se enarbola la bandera de la libertad de información y de que se presenta a la parte más débil como una dictadura corrupta muy alejada de las prácticas democráticas que se usan en Occidente.

Existen, desde luego, aunque pocas, algunas excepciones, lo que hace en los últimos años de forma muy reconocida, por ejemplo, el británico Robert Fisk en sus crónicas y análisis publicadas por el periódico The Independent. En España se pueden encontrar algunas traducciones de sus crónicas y también artículos del mismo tenor de autores españoles en la revista Nación Árabe y en CSCAweb [2].

2. Los 'expertos' en terrorismo

Los intentos de explicar los ataques de los "hombres-bomba" recurriendo a la psicología de éstos, recuerdan en gran medida los que se hicieron hace algunos años para explicar el aumento del consumo de drogas, particularmente entre los jóvenes. Personalidades inmaduras, depresivas, problemas de comunicación, dependencia psicológica, falta de esperanza en un mejor porvenir, se citaban antes como hoy para explicar las acciones de unos y otros. A lo más que llegan, en el mejor de los casos, es a describir esas personalidades. Pero eso apenas es de ayuda para entender la situación en su conjunto. Hay un salto demasiado grande entre la descripción de una personalidad y la explicación de una situación política como para derivar ésta de aquélla. Es como si se atribuye a los tiburones de los mercados internacionales un carácter agresivo, narcisista y sin escrúpulos para explicar la situación de los mercados de valores. Sea cierta o no esa apreciación, no dice ni una palabra de por qué en el mundo actual se pueden realizar operaciones financieras en las que se mueven miles de millones de dólares que a unos pocos enriquecen hasta límites increíbles en poco tiempo, mientras que una gran parte de la humanidad vive con uno o dos dólares al día durante toda su vida.

Los artículos y reportajes que se publican a cargo de "especialistas en terroristas islámicos", que se centran en cuestiones de personalidad y en la influencia determinante que sobre ella ejercen líderes religiosos, así como el proceso mental que siguen hasta que se inmolan, reflejan principalmente, como en el caso de los "especialistas en drogadictos", las creencias, los valores y los parámetros culturales de sus autores. Mientras, el contexto permanece casi invisible porque se desconoce o no se comprende, o resulta muy distorsionado porque prevalece la demostración del propio punto de partida sobre el análisis de la realidad, la cual por tanto permanece inexplicada.

¿Es lo más importante de los ataques que los "hombres-bomba" se consideran mártires para mayor gloria de Dios (istashaheed)? ¿Acaso los judíos no consideran mártires por la santificación del nombre de Dios (l´kiddush hashem) los niños y jóvenes que morían en los campos de concentración alemanes? ¿Es que los judíos no reservan a estas víctimas los más altos lugares en el cielo? ¿No son mártires los cristianos que dan su vida por la propagación de la palabra de Dios? ¿Es que no tienen asegurado el gozo en la vida eterna? El rezo, como forma de relación entre el ser humano y la divinidad, se encuentra presente en las pruebas más duras por las que pasan los creyentes de cualquiera de las tres religiones bíblicas. Rezan los creyentes que se enfrentan a una muerte cierta o muy probable: el horno crematorio, la tortura y la guerra. Para ninguna persona que ha crecido en una cultura religiosa, creyente o no, es una sorpresa el martirio, como tampoco lo es que los que ven su propia vida en peligro se encomienden a su Dios con todas sus fuerzas.

El martirio se considera la forma más elevada de comportamiento del ser humano. No sólo las religiones sino también las ideologías políticas enaltecen a los mártires. Las primeras les reservan una gozosa vida después de la muerte, en el paraíso, las segundas la memoria y la gloria de las generaciones posteriores. Juan Pablo II, en su carta apostólica Salvifici Doloris, El sufrimiento humano, dada en Roma en 1984, escribe que "hay que reconocer el testimonio glorioso no sólo de los mártires de la fe, sino también de otros numerosos hombres que a veces, aun sin la fe en Cristo, sufren y dan la vida por la verdad y por una causa justa. En los sufrimientos de todos éstos es confirmada de modo particular la gran dignidad del hombre" (Madrid, Ediciones Paulinas, 1984, p. 43). Inmolarse no guarda relación alguna con suicidarse ni tampoco con recibir algún beneficio, ya que se da la propia vida por el bien de otros sin recibir nada a cambio. La valentía y la generosidad destacan en el martirio, lo que no ocurre en el suicidio ni en los ataques en los que se deriva una beneficio para el autor. Por ello mismo los ataques de los "hombres-bomba" no guardan tampoco relación alguna con los atentados que tienen lugar en las sociedades occidentales.

Víctor Frankl, psicoterapeuta austríaco y superviviente de los campos de concentración de Auschwitz y Dachau, autor de Ein Psychologe erlebt das Konzentrationslager, traducido al español como El hombre en busca de sentido, obra en la que se une autobiografía y estudio psicológico, relata y explica varias veces los sentimientos religiosos de los internos y se declara impresionado por la profundidad y sinceridad de los mismos. En su relato -y en los de otros autores- ha quedado para siempre como ejemplo sobresaliente de entrega al prójimo, el del prisionero que voluntariamente pide a las autoridades del campo de concentración sustituir a otro que va a ser enviado a la cámara de gas y luego al horno crematorio. Nadie menciona el fanatismo religioso ni el suicidio por desesperación como motivos que impulsan a la persona a enfrentarse a un destino mortal y a preferir el bien ajeno al propio. Por otro lado, no hay que insistir en que las circunstancias dan buena razón de estas acciones.

Siguiendo a este autor se podría establecer un paralelismo entre dos situaciones muy lejanas, la vida en los campos nazis y la vida en los campos de refugiados de los territorios ocupados, pero con muchos elementos en común. Así, los actos de las víctimas en uno y otro caso podrían arrojar luz sobre las reacciones humanas ante circunstancias excepcionales. Ésta es desde luego una de las principales aportaciones de Frankl: "Ante una situación anormal, la reacción anormal constituye una conducta normal. [...]. La reacción de un hombre tras su internamiento en un campo de concentración representa igualmente un estado de ánimo anormal, pero juzgada objetivamente es normal y, como más tarde demostraré, una reacción típica dadas las circunstancias" (página 36 de la edición española de 1998 del Círculo de Lectores con licencia de la Editorial Herder).

Es casi imposible encontrar en los países occidentales, por otro lado, análisis de la psicología de los "hombres-bomba" desde un punto de vista ajeno a la cultura que domina en aquellos. Fuera de ésta se habla de sacrificio personal, de valentía, de nobleza, de serenidad, de capacidad para el martirio y otras cualidades. En otras partes del mundo, no por casualidad en los lugares donde se sufre la opresión y la violación de derechos humanos, donde sufren y mueren los débiles, se tiene una visión muy diferente de la que se tiene en los cómodos despachos de agencias de noticias, las modernas salas de prensa y los protegidos salones de edificios ministeriales y oficinas internacionales, bien protegidos por sistema de seguridad

Cuando no se alaba la personalidad del que es capaz de dar su vida en la guerra de liberación nacional de su pueblo -soldado valiente en todo caso, muy lejos del asesino a sueldo-, la dimensión religiosa toma protagonismo, pero no para hablar del fanatismo del sujeto, sino para enaltecer su devoción. Mohamed Sid-Ahmed, en el artículo de opinión del 18 de julio de 2002 del Al-Ahram Weekly, de Egipto, presenta de forma concisa ambas líneas. "Para algunos" -escribe al referirse al papel de la religión- "tal sacrificio es algo que emprenden con serenidad, porque es un martirio, la llave para entrar en el paraíso. La desesperanza debida a las condiciones mundanas se ve compensada con la entrada al cielo." Sin mencionar el papel de la religión, también encuentra una explicación: "Estos actos los realizan las personas que ven en la muerte un mal menor comparado con la vida. Para la 'bomba suicida' la muerte es preferible a la vida que se le obliga a vivir" [3].

Con todo, estas reflexiones y otras similares, aunque interesantes para el conocimiento del ser humano que vive bajo ocupación militar y de la situación que se vive en Palestina, no resultan suficientes para explicar toda la realidad, la cual excede al ámbito psicológico. Por ello, en lugar de profundizar en este terreno, basta por ahora con señalar por boca de Sid-Ahmed, que "es difícil adivinar lo que pasa por la mente de estas personas justo antes de volar en pedazos, pero probablemente es algo así: Si voy a dar lo más preciado para mí, mi propia vida, porque mi sufrimiento es más de lo que puedo soportar, voy a hacer que tantos como sea posible sufran algo de lo que me han obligado a padecer, incluso si son inocentes como yo."

3. Occidente y sus instituciones internacionales

La condena sin más de los ataques con argumentos del tipo: "la violencia es inadmisible la de donde venga", o "la violencia no puede justificar ningún objetivo político o ninguna causa nacional por importante que ésta sea" y otras de estilo parecido, que es la que realizan habitualmente gobernantes y políticos occidentales, confunde en el mejor de los casos lamento con condena y en el peor se suma decididamente a los objetivos e intereses descritos anteriormente: se intenta desviar la atención de lo principal de una cuestión hacia partes de la misma con el fin de construir un discurso que resulta más útil para el logro de un objetivo político que para analizar la realidad. Si se afirma que toda violencia es condenable, se confunde el deseo con la realidad, pues todo lo conocido, desde la formación y funcionamiento del universo hasta el devenir de la naturaleza en todas sus manifestaciones y las propias relaciones humanas, está inseparablemente unido a la violencia.

Lamentar primeramente, buscar luego la disminución y cuando sea posible incluso la eliminación de la violencia, es lo apropiado y lo único al alcance del ser humano. Es claro que la violencia entre seres humanos es lamentable. Por más que la historia de la humanidad demuestre que no existe ésta sin aquella, al menos se ha logrado en un pasado tan reciente como en el siglo XX que se abjure de ella en documentos reconocidos por muchos países y que se generalicen instrumentos para lograr la paz. Entre éstos, aunque no exclusivamente, la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Pero lamentar -al tiempo que se busca una solución- y condenar -al tiempo que se ejerce la violencia sobre el otro- son dos respuestas del todo diferentes. Precisamente porque no toda violencia es condenable, los que defienden la postura contraria ponen especial cuidado en reservarse al mismo tiempo el "derecho a la legítima defensa", según sus propias palabras, que no es sino la violencia que ejercen ellos sobre su enemigo. La violencia que practican ellos es a sus propios ojos admisible, adecuada, legítima y desde luego legal y necesaria para preservar el orden establecido y la paz, mientras que la de sus enemigos es inadmisible y contraria a la paz, al derecho y no pocas veces, ciega, fanática e inhumana.

La sociedad occidental no entiende ni aprueba los ataques de los "hombres-bomba". Sin embargo, sí entiende ­aunque los condene- los ataques que se producen en su seno que no llevan aparejado la muerte de sus autores. Baste recordar la tan traída y llevada frase que sale a relucir cuando se produce el ataque de un "hombre-bomba": "todos los terroristas son iguales y todos los actos de terror son igualmente rechazables vengan de donde vengan". En el caso de Palestina, a lo más que llega, si es que no condena de plano sin más los ataques, o no los atribuye a una condición exclusiva e inmutable propia de los palestinos ­y a veces por extensión de los árabes y de los musulmanes-, es a admitir que la situación en la zona es grave debido a la ocupación israelí, que los palestinos sufren por ello y que la solución mejor para todas las partes en conflicto y la paz mundial es la del establecimiento de un Estado palestino. Pero en ningún caso, se añade inmediatamente, se puede justificar el ataque de los "hombres-bomba".

Además, se considera que los ataques de éstos, por comparación con la violencia de las revueltas callejeras con piedras, por ejemplo, privan de razón en buena parte ­o en toda- a la lucha de liberación nacional palestina. Resulta superfluo añadir que no se habla igual al referirse a las agresiones israelíes, cuando la palabra mágica "seguridad" se esgrime al momento con la doble finalidad de justificar la violencia israelí y de suavizar la condena de ésta. De acuerdo con esta lógica, Israel se defiende cuando en realidad ataca; en todo caso, su seguridad está tan por encima de todo, derechos humanos incluidos, que sus ataques no se juzgan con la dureza que se reserva para los de los palestinos.

La violencia palestina como respuesta a la que ejerce la ocupación militar israelí sobre el pueblo palestino nunca ha sido admitida en occidente, por no hablar de Israel, por razones obvias. Las soluciones propuestas por los llamados "mediadores en el conflicto", "socios de la paz", "enviados internacionales a la zona", etc., nunca pasan por exigir el fin inmediato e incondicional de la ocupación israelí, que es en sí misma máxima expresión de violencia, ilegal, continuada y terrible, además de la causa primera del conflicto en la zona. Al contrario, se pide a los palestinos que renuncien a su derecho a la resistencia a la ocupación en nombre de un proceso de paz que les perjudica enormemente. Nadie se pregunta por qué Israel no cumple la ley internacional. Nadie se pregunta por qué se menciona la seguridad de los israelíes y no la de los palestinos, a pesar de que los muertos, los heridos, los detenidos, los que sufren el toque de queda, los expropiados y los vilipendiados son los palestinos.

Si dejamos ahora de lado el pasado para concentrarnos en el presente, es decir, desde la firma de los Acuerdos de Washington de 1993 hasta hoy, hay que destacar las referencias continuas a la seguridad de Israel en documentos y declaraciones, sin prestar ni remotamente la misma atención a la parte palestina, el fortalecimiento de las medidas de todo tipo en los ámbitos ejecutivo, legislativo y judicial, tanto por parte de Israel como de la Autoridad Palestina, para reprimir a los opositores al Proceso de Paz, y el apoyo a las prácticas represoras de Arafat contra los disidentes y los que se oponen a su política. Esto se traduce en encarcelamientos sin orden judicial, periodos de detención extendidos a voluntad del gobierno, torturas a prisioneros, ejecuciones extrajudiciales, tribunales sumarísimos, deportaciones y otras medidas contrarias a los derechos humanos y a la legislación internacional que son habituales en los territorios ocupados por Israel, ya que sólo nominalmente bajo el control de la Autoridad Palestina.

Junto a estas acciones en la zona, en el ámbito internacional se ha preferido dejar de lado la doctrina de las Naciones Unidas sobre el derecho a la autodeterminación y a la independencia de los pueblos bajo dominación exterior y ocupación extranjera, bajo regímenes racistas y colonialistas, doctrina que "defiende la legitimidad de estas luchas y en particular la de los movimientos de liberación nacional" (Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas 44/29 de 1989, Resolución 2675 [XXV] de 1970, y Resolución 3314 [XXIX] de 1974).

Al mismo tiempo se ha sustituido en el conflicto palestino la legislación internacional, esto es, las resoluciones citadas y en particular el Convenio de Ginebra sobre poblaciones ocupadas, así como otros tratados y convenios internacionales, por los Acuerdos de Washington de 1993 y otros posteriores, lo que se conoce como el mencionado Proceso de Paz, los cuales son perjudiciales para la parte más débil del conflicto. Además de onerosos para la parte palestina son ilegales, ya que la legislación internacional prohíbe expresamente que la parte más débil negocie en contra de sus intereses, es decir, que rebaje o contradiga lo establecido por aquélla.

La comunidad internacional ha establecido unas reglas de comportamiento de las potencias de ocupación en los territorios ocupados, que se detallan en la Cuarta Convención de Ginebra de 1949 relativa a la Protección de Personas Civiles en Tiempos de Guerra, de la cual Israel es país firmante, así como todos los países occidentales que participan de uno u otro modo en el conflicto palestino. Según esta Convención, los palestinos son "personas protegidas" por ser habitantes de los Territorios Ocupados por Israel. El proceso de paz, independientemente ahora de su fracaso evidente, no cambia el estatuto de esos territorios y por tanto las reglas que debe cumplir Israel en su tratamiento de personas. ¿Por qué el mundo occidental, donde se ha establecido la Convención y se han creado otros instrumentos por los que se rigen las relaciones internacionales y se controlan los derechos humanos, deja de lado éstos en el conflicto palestino?

Dentro de los derechos inalienables de los palestinos, de acuerdo con lo establecido por la Organización de las Naciones Unidas, está el recurso a la resistencia a la ocupación israelí, el cual no puede ser negado ni recortado, especialmente cuando la potencia ocupante no sólo no la termina, sino que además la intensifica de varias maneras: aumento de los asentamientos ilegales, confiscación de tierras, propiedades y recursos y represión de los habitantes bajo ocupación.

De acuerdo con la ley internacional, lo que se conoce como Territorios Ocupados, la ciudad de Jerusalén incluida, se convierte bajo el Proceso de Paz en territorios en disputa. Los asentamientos ilegales han pasado a ser barrios judíos cuyo "crecimiento natural" los expande en tierra palestina ocupada ilegalmente. El derecho de los refugiados a volver a sus casas, consagrado en las resoluciones de las Naciones Unidas desde hace más de cincuenta años, ha pasado a ser negociable, obviamente a costa de los refugiados, ya que se les impide el regreso. A la vista está que Israel no respeta la ley internacional, pero es que la comunidad internacional no la hace respetar a pesar de ser responsable directa de su cumplimiento desde el momento en que los países que la componen firmaron y ratificaron su adhesión a los instrumentos internacionales relevantes en este conflicto.

Son numerosos los estudios publicados sobre las violaciones de las leyes, tratados y convenios internacionales por parte de Israel, aunque al mismo tiempo es país firmante de muchos de ellos. Por ello no se va a incidir en este aspecto, basta con recordar que muchas de las acciones de Israel en los Territorios Ocupados, que en Occidente se hacen pasar como acciones de defensa, ataques preventivos, operaciones anti-terroristas, etc, por ejemplo, la demolición de miles de viviendas, son en realidad graves violaciones del artículo 16 de la Convención de las Naciones Unidas Contra la Tortura y Otros Castigos y Tratos Crueles, Degradantes e Inhumanos, ratificada por Israel en 1991. Además, según la Cuarta Convención de Ginebra, es ilegal que Israel mate deliberadamente, torture, maltrate, trate de forma degradante y humillante y deporte a los palestinos (artículo 147). También lo es que destruya sus propiedades. También prohíbe terminantemente el castigo colectivo y las represalias (art. 33). También condena la instalación de colonos israelíes en tierra palestina. Las violaciones realizadas diariamente incluyen también los tratados sobre derechos humanos que Israel ha firmado, por ejemplo, el Pacto Internacional sobre Derechos Políticos y Sociales. La lista de violaciones es larga, aunque no tanto como la de sus víctimas.

4. Los derechos humanos en Palestina

Existen numerosos estudios sobre la situación de los palestinos que viven bajo ocupación y como refugiados. Organizaciones de derechos humanos palestinas, israelíes y occidentales han descrito hasta la saciedad la violación de los derechos humanos en los Territorios ocupados y en Israel. Por tanto no es necesario repetir aquí lo que ya ha sido escrito. No obstante, merece la pena detenerse un instante en una de las acciones que describen de un plumazo la situación de extrema gravedad que se vive en la zona. Con ello se pone de manifiesto con claridad el contexto en el que tienen lugar los ataques de los "hombres-bomba", lo que es imprescindible para intentar responder a la pregunta que, más allá de las insuficientes explicaciones sobre la personalidad del "suicida", del logro de un fin político partidista y de la parálisis interesada y cobarde de la comunidad internacional, se plantea en la actualidad en la opinión pública palestina y en organizaciones internacionales interesadas en el conflicto, especialmente las dedicadas a los derechos humanos: ¿son admisibles los ataques palestinos contra la población civil?

En la última de una larga serie de operaciones represivas y mortíferas de Israel en los territorios ocupados, la conocida como Operación Escudo Defensivo -de nuevo el uso de palabras de conveniencia de lo que se podría describir mucho más acertadamente como "nueva campaña de terror contra una población ya previamente privada de sus derechos humanos"-, entre el 29 de marzo y el 31 de mayo de 2002, cincuenta y cinco niños palestinos resultaron muertos, de los que veintiuno eran menores de doce años. Algo más de una de cada cuatro de esas víctimas -¿hace falta añadir inocentes como cuando se habla de otros niños?- vivía en Jenin.

Según la organización palestina independiente Miftah (www.miftah.org), "durante el tercer día de la incursión israelí en Nablus, la casa de la familia Shu'bi fue demolida por un buldózer y los escombros resultantes enterraron a la madre, embarazada de siete meses, a sus tres hijos: Abdullah, de ocho años, Azzam, de seis y Anas, de cuatro, junto con su abuelo y dos tías. Por alguna razón, sucesos de este tipo no llegan o no calan en la opinión pública occidental, la mayor parte de la cual sólo es permeable a los que tienen lugar en Israel. Por alguna razón estos hechos no merecen el mismo tratamiento en los medios occidentales que los sucedidos en Israel.

¿Es más cruel que un palestino detone los explosivos que camufla en su cinturón en un lugar ocupado ilegalmente en tierras robadas a sus legítimos dueños, que antes han sido expulsados por la fuerza o incluso asesinados si se resistieron, o que un militar israelí coloque minas anti-persona en sitios transitados por niños en sus lugares habituales de residencia? Mediante estas colocaciones siete niños palestinos han muerto y cuatro han resultado heridos de por vida durante la campaña citada. ¿Qué decir de los toques de queda y del cierre de fronteras, causa de la muerte de otros cinco niños palestinos durante la operación citada, de los que tres eran recién nacidos, porque se les impidió de alguna manera el acceso a los servicios médicos? Es difícil encontrar un episodio de mayor crueldad que la prohibición de asistencia médica a un recién nacido que la necesita para salvar su vida.

Diversos medios de comunicación occidentales se han tomado mucho interés en difundir el llamamiento realizado el pasado junio por parte de unas decenas de personalidades palestinas para que se ponga fin a las "bombas suicidas". No dicen, sin embargo, que este llamamiento se ha publicado en la prensa palestina -que no es libre- gracias a la financiación de la Unión Europea, aunque esto no es lo principal del asunto. Tampoco dicen -y esto es más importante- que ha sido contestado duramente por un número equivalente de intelectuales y activistas que piden la continuación del empleo de todas las formas de resistencia y condenan el primer llamamiento.

La sociedad palestina debate esta cuestión en todos sus estratos, no sólo en las universidades y en los grupos políticos destacados. Es fácil concluir que no podía ser de otra manera tras la violentísima represión de la operación militar "Escudo Defensivo" y los ataques de los "hombres-bomba". Según el parecer del intelectual israelí Roni Ben Efrat, crítico agudo del conflicto palestino, "las discusiones tienen una doble perspectiva. Por un lado la gente se pregunta si los ataques son buenos, legítimos, aceptables a la luz de la ley islámica. Por otro, de manera más amplia, la gente se pregunta sobre lo que traerán, si serán de ayuda para su causa". Añade que "lo mismo se pregunta la sociedad israelí sobre sus propias acciones" y concluye que "hay mucha confusión al respecto" ("Palestinians Debate the Suicide Bombings", en Challenge, 74, julio-agosto, 2002 [4].

Los que siguen atentamente las evoluciones del conflicto palestino, en particular los acontecimientos violentos de la Segunda Intifada, saben que la opinión pública, tanto en Israel como en los Territorios Ocupados, varía de acuerdo con la percepción cambiante que cada bando tiene de su propia vulnerabilidad y del castigo que en un momento determinado sufre a manos de la otra parte. Si la situación es crítica debido a un recrudecimiento de la represión contra los palestinos, o porque un ataque ha ocasionado un alto número de víctimas entre los israelíes, aumenta el porcentaje de los que justifican o directamente piden acciones violentas. Por su lado, los palestinos debaten además si los ataques son permisibles únicamente en los Territorios Ocupados o también en Israel.

Tanto unos como otros debaten si las propias acciones les llevan a algún lado, es decir, si son beneficiosas o no para el avance de sus respectivos objetivos nacionales, o de seguridad nacional, lo cual no tiene que ver principalmente con los derechos humanos, sino con los fines políticos. Las discusiones desde el terreno de la ética y desde el ámbito religioso están desde luego más cercanas al campo de los derechos humanos. Sin embargo, ni las explicaciones de una religión concreta ni de una ética particular pueden servir para todos aunque sí para el que las sigue y, sin que sea una sorpresa, se aprecia que los dos grupos antagonistas pueden estar más cerca de lo que parece, al menos en el terreno abstracto de las ideas. El debate sobre los "hombres-bomba" a la luz de los derechos humanos podría responder mejor, por tanto, a la pregunta sobre la admisibilidad de los ataques sobre la población civil.

Eso es lo que hace Amnistía Internacional (AI) en su publicación de julio de 2002 (índice de AI: MDE 02/003/2002): Israel and the Occupied Territories and the Palestinian Authority. Without distinction ­ attacks on civilians by Palestinian armed groups.

No ha sido casual la introducción al comienzo de este apartado del recordatorio de los niños palestinos asesinados por las Fuerzas de Defensa Israelíes. El informe de AI sobre los ataques palestinos contra civiles israelíes da comienzo con la presentación de seis casos de niños israelíes. No se trata de poner los muertos de un lado delante de los muertos del otro; es que no parece acertada esta introducción si se tiene en cuenta en primer lugar que los ataques no han aparecido de la noche a la mañana ­lo que sería la versión política de la explicación psicológica sobre los "terroristas suicidas"- y en segundo que no se adecua al título propuesto. Si no hay distinción, ¿por qué se presentan únicamente los ataques de los palestinos? Es cierto que AI ha denunciado anteriormente las violaciones de los derechos humanos de los palestinos por parte de Israel y que ha condenado en el pasado los ataques contra civiles en Israel y los Territorios Ocupados, pero por eso mismo es difícil entender que un informe sobre esos ataques no comience por la presentación de la situación en Palestina, los niños palestinos asesinados incluidos. La presentación que incluyen tras la exposición de los seis casos es del todo insuficiente para conocer el conflicto entre palestinos e israelíes.

La posición de AI al respecto es inequívoca: "AI condena sin reservas los ataques directos sobre civiles, así como los ataques indiscriminados, cualquiera que se la causa por la que luchan los autores, cualquiera que sea su justificación para sus acciones. Atacar a civiles y poner sus vidas en peligro es contrario a los principios fundamentales de humanidad que deben aplicarse en toda circunstancia y en todo tiempo. Estos principios están reflejados en la legislación internacional y en el derecho consuetudinario." (p. 2 de la versión impresa pdf de la página web de AI).

AI rebate con la misma contundencia los argumentos de los palestinos que justifican los ataques contra civiles israelíes: acude a los llamados principios básicos que se aplican en todo caso en cualquier conflicto, en particular, que los civiles han de ser protegidos y que hay que distinguirles de los que activamente participan en el conflicto. También añade que "ninguna violación por parte del gobierno israelí, sin importar su extensión o gravedad, justifica el ataque de niños ni civiles". Añade que "la obligación de proteger a los civiles es absoluta y no puede abandonarse porque Israel no cumpla sus obligaciones". (p. 5).

Lamentablemente, frente a esta claridad meridiana está la oscuridad de la realidad. Quizás por no haber enfocado primero hacia esa oscuridad, aun sabiendo que nunca se puede iluminar por completo, la claridad conceptual no consigue explicar aquella y consecuentemente tampoco es suficiente para modificarla.

AI, que se refiere con su detenimiento habitual a las leyes internacionales que son relevantes en el conflicto palestino y que acude al Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional para afirmar que "el asesinato de civiles israelíes por parte de grupos armados palestinos es un crimen contra la humanidad", no dice ni una palabra de por qué todos esos principios y leyes, todas las instituciones mundiales, la comunidad internacional en pleno y cada país por separado, el gobierno de Israel y la propia AI no han evitado más de 35 años de ocupación ilegal israelí de tierra palestina, millones de refugiados, miles de muertos, miles de heridos y mutilados de por vida, cientos de miles de personas cuyos derechos humanos son violados diariamente, bombardeos de aviones y helicópteros militares sobre poblaciones enteras, ausencia de comisiones de investigación sobre el terrorismo de Estado israelí, ausencia de sanciones ni medidas de fuerza para evitar el abuso del poderoso sobre el débil y, para no hacer exhaustiva una lista verdaderamente interminable, falta total de esperanza sobre el fin de esta situación a día de la publicación del informe.

El hecho de que AI condene también la violación de derechos humanos por parte de Israel, el hecho de que AI defienda que los principios humanitarios no admiten excepciones, incluso el hecho de que AI pida al final de su informe "a la comunidad internacional que asuma su responsabilidad para asegurar que todas las partes implicadas en el conflicto respeten los principios del derecho humanitario y los derechos humanos" (p. 25) no ha servido -ni sirve- a los palestinos para proteger a sus hijos de las muertes que se han dado a conocer al comienzo de este apartado. ¿Por qué AI piensa que los palestinos han de cuidarse de los principios defendidos por AI?

Esto no va en contra de AI, esto no incita a llevar a cabo ataques contra la población civil israelí, esto no quiere decir que en el mundo de las ideas y de los documentos, los principios que AI defienden son ciertamente universales. El problema está en que AI no es capaz de asegurar los derechos humanos ni la propia vida de los palestinos con esos principios, por lo que no es razonable pedir a éstos que se guíen por ellos. Esos principios no valen para el mundo que no es de papel sino de carne y hueso.

Para que los principios defendidos por AI fueran de obligado cumplimiento por parte de los "hombres-bomba", AI debería garantizar que estos y sus hijos pueden disfrutar de sus derechos humanos. Los derechos humanos o son universales o no son nada.

Es AI la que habla de la universalidad de los mismos y de que son irrenunciables, entonces ¿por qué no es así para las víctimas palestinas? Israel no necesita la protección de AI, se podría decir que es indiferente a sus principios, se vale con los suministros de armas estadounidenses. Sin embargo, AI no consigue proteger a los palestinos, quienes sí la necesitan. A ambos contendientes AI les pide lo mismo, lo cual no es justo pues no están en la misma situación.

A la hora de juzgar los ataques de los "hombres-bomba" palestinos contra los israelíes, es preciso tener en cuenta los principios universales, obviamente, pero no sólo en su expresión teórica, que es lo que hace AI. Esta organización ha preferido centrar su estudio en la presentación de seis casos para luego aplicar los principios humanitarios y las leyes internacionales y concluir que los ataques son inadmisibles. AI podría haberse preguntado por lo que harían sus directivos de vivir en un lugar en el que tus familiares son asesinados, tu casa es demolida, tu tierra es robada, tus vecinos son continuamente aterrorizados, tu pueblo es oprimido durante décadas, tu familia vive días sin fin bajo el toque de queda, tu esperanza en la justicia es inexistente porque no se permiten comisiones de investigación y el futuro de tus hijos es negro por completo a la vista de la inutilidad de los principios defendidos por encima de todo por AI.

Con otras palabras: AI no puede proteger los derechos humanos de los palestinos con los principios universales. Derechos y principios pierden su sentido ante la muerte del débil y la única universalidad reconocible es la del principio más antiguo del ojo por ojo, que es la justificación que da Ahmed Yassin a los representantes de AI sobre los ataques de los "hombres-bomba". Esa pérdida de sentido no es por culpa de los palestinos, a quienes no les queda otra salida salvo la de ser víctimas entregadas, sino de los que tienen otra salida: los israelíes con el fin de la ocupación y la comunidad internacional con las sanciones, el bloqueo, el aislamiento de Israel.

A la vista de esta situación, hay que lamentarse de la suerte de las víctimas inocentes, primero las palestinas, porque son las más débiles, las que apenas tienen elección, las que sufren desde hace más tiempo. También hay que dolerse de las víctimas civiles israelíes, en particular los niños. Hay que condenar sobre todo a los que por su poder pueden cambiar la situación y que por no hacerlo son los primeros responsables de la suerte de todas las víctimas, esto es, Israel y los Estados Unidos y luego los más poderosos países de la comunidad internacional.

o se puede centrar el debate en si los palestinos deberían atacar exclusivamente objetivos militares israelíes para así mantener su lucha de liberación nacional dentro de lo permitido por la ley internacional. Este debate tendría sentido si todas las partes respetaran ésta igualmente. No es así y por tanto los "hombres-bomba" no luchan principalmente por una causa política, como argumenta AI, matan por su propia vida, matan por venganza, matan por desesperación, matan porque, contra lo que sostiene AI, no existen unos principios universales realmente, sólo existen en los documentos de AI.


Notas de CSCAweb:

1. Traducido en CSCAweb: Noam Chomsky: El terrorismo funciona
2. El último de ellos en CSCAweb:
Robert Fisk: Una solución a esta guerra inmunda: la ocupación extranjera
3. De este autor véase en CSCAweb:
Mohamed Sid-Ahmed: El nuevo equilibrio del terror
4. Traducido en CSCAweb:
Roni Ben Efrat: Los atentados suicidas, a debate



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