Palestina


*Ignacio Gutiérrez de Terán es arabista y miembro del Consejo de Redacción de Nación Árabe

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Palestina


Israel contra la razón

Ignacio Gutiérrez de Terán*

CSCAweb (www.nodo50.org/csca), 22 de marzo de 2002

"Por mucho que se pretenda lo contrario a fuerza de mitos y lúgubres lamentos de victimismo, Israel, al establecer su identidad a costa del sufrimiento continuado de todo un pueblo, carece de cualquier legitimidad basada en la justicia o el derecho, que son dos de los determinantes básicos de la razón"

Nuestra percepción de lo que ocurre en Palestina, más a la luz de los trágicos sucesos de estos días de Intifada, está sujeta a un yerro permanente. Una reiterada y cíclica equivocación que muchos quieren hacer pasar por análisis lúcido. Pero yerran porque, entre otras cosas, tratan de ver en el proyecto sionista un ejercicio de razón. Y se equivocan porque pretenden hacer creer al común de los mortales que el Estado de Israel se asienta sobre unos pilares de naturalidad y lógica estables.

La singladura de este Estado, auspiciado desde el epicentro del poder mundial y encumbrado en su promontorio regional por la fuerza del interés parcial, demuestra hasta qué punto se han quebrantado los presupuestos naturales de la doctrina política y social modernas. Si se suponía que los Estados nacen como fruto de la acción emergente de entidades nacionales y territoriales que acaban conformándose como realidades políticas, siempre bajo el impulso de un factor general que denominaríamos "razón" en su sentido más amplio, la experiencia del plan sionista debe incitarnos a sospechar que se ha cometido en este respecto un claro ejercicio de mixtificación. Por mucho que se pretenda lo contrario a fuerza de mitos y lúgubres lamentos de victimismo, Israel, al establecer su identidad a costa del sufrimiento continuado de todo un pueblo, carece de cualquier legitimidad basada en la justicia o el derecho, que son dos de los determinantes básicos de la razón. Nada más ajeno a ésta que la práctica sistemática del expolio, la coerción y el dolo: el desmán. Nada más ajeno a la razón que la ausencia de equidad que coarta la sana facultad de discurrir. Y cuando no se discurre no se entiende, y si no hay entendimiento faltan las razones. Porque, simplemente, no pueden manar de la ciénaga de la sinrazón.

La singularidad de Israel

Mucho se habla desde hace tiempo sobre la singularidad del Estado de Israel, en un tono que transmite una gran dosis de razón desquiciada. Pero muchos -que seguimos sin entender casi nada- llevamos también nuestro tiempo recelando de la singularidad de la experiencia sionista en Palestina. Pues en cierto modo se trata de una reedición de aquellos proyectos colonialistas y colonizadores de la Europa que extendió su abanico de dominio desde el continente americano hasta el extremo asiático. En aquellos momentos se justificó este tipo de expansión con lo que algunos llamarían razón vital de la Historia, la necesidad de algunas sociedades de extenderse y abarcar nuevos territorios para desarrollar su estructura interna. O, con toda sencillez, con la ley natural de la hegemonía del fuerte sobre el débil, tan inveterada como el mundo mismo. La era moderna, entendiendo siempre "era" y "moderna" como categorías occidentales, vino, dicen, a poner fin a esta tónica en aras de una redefinición de la legalidad internacional y el ordenamiento mundial. Así nació un nuevo concepto de equidad en el que la justicia y el derecho constituían el vector principal de las relaciones entre los pueblos, las naciones y los Estados. Puede que una somera comparación entre la teoría y la práctica nos haga reparar en el quid de la especifidad israelí y todo lo que hace de ella una experiencia tan excepcional: no entra en este molde de modernidad, no vive en nuestra época, se aferra a un modelo cerril que forma parte de lo vetusto. Si es verdad que en este mundo hay ciertas cosas que, como el colonialismo y la usurpación del derecho, han perdido su vigencia, debería llegarse a una conclusión: este Israel no tiene razón. Ni ahora ni en el 48 ni antes del 48. Está fuera de onda.

Israel ha despreciado la razón y todo lo que ella comporta para desmandarse por el vericueto de la injusticia. A lo sumo, sólo conoce la Razón de Estado, que en su caso se ha convertido en una perenne alusión a un interés superior, su supuestamente amenazada existencia, para conculcar de forma sistemática la ley y el derecho. No la ley y el derecho viciados que ella misma, en virtud de su singularidad, se ha arrogado sino el derecho y la ley de la razón. He aquí la tragedia del pueblo palestino, principal damnificado de la barbarie sionista, destinatario ahora como siempre de la locura de un frankestein cobarde y sanguinario que destroza a los niños y doncellas de la aldea vecina mientras su creador observa, diríase que distraído o ensimismado en uno de los aposentos de su castillo, los extensos prados de su dominio. Se equivocan quienes piensan que este episodio de violencia desaforada en forma de tanques, helicópteros y aviones no es más que la expresión de un arrebato. De la vesania de un gobernante y un partido circunstanciales que no tienen otro programa para paliar la crisis existencial de su Estados que el exterminio moral, intelectual e incluso físico de los dueños legítimos del derecho, la tierra y la historia. Se equivocan porque después de Sharon vendrá otro dirigente de rostro más amable y comprensivo que pedirá negociaciones y reuniones para conseguir lo mismo que aquél pero por otros medios. Guerra y diplomacia, diplomacia y política. Eso es lo que quiere Sharon y antes de él Barak y después de ellos dos vete a saber quien: delegaciones palestinas sumisas que firmen la rendición por adelantado. Laboristas o likudistas: sionistas. Unos u otros entregarán más o menos puñados de tierra, lienzos simbólicos de soberanía para los nativos en sus reservas souvenirísticas y redespliegues de los puestos coloniales (oh: an outpost of progress). Pero el objetivo, idéntico: consagrar el dislate de un proyecto que desprecia la justicia. Habrá que hacerlo con delicadeza, eso sí, para que por aquí, en occidente, nadie se sienta incómodo por los excesos del Estado amigo de Israel y podamos volver a andar, y nosotros los primeros, por la senda augusta de la paz israelí.

Habida cuenta de que sus credenciales no tienen nada de razonables, el proyecto sionista se escuda tras la fanfarria de la elipsis. Cual alfayate prestidigitador, ha hecho creer a muchos que sus remiendos y trapazas son paño liso, pulcro y dorado, como las ropas imaginarias de aquel rey desnudo que desfiló sus presunciones entre los súbditos. Ha omitido elementos sustanciales de su premisa para que algunos -los confabulados, los ignorantes y los incautos- accedan de buena gana a considerarlas frases plenas de sentido. Puesto que no tiene la razón se ha rasgado las vestiduras de víctima y ha hecho de las injusticias del pasado un motivo de actualidad permanente. Parapetado en la fuerza del imperio que les protege y el apoyo entusiasta y muchas veces inconsciente de millones de corazones y bolsillos, el proyecto israelí ha urdido un sinfín de patrañas para justificar lo que la razón, la auténtica, la desnuda, nunca podrá justificar. Israel lleva practicando desde hace ya demasiado tiempo el juego del "entendedme vosotros que yo no puedo entenderos" porque ha interesado que así sea. Las matanzas organizadas por Sharon con el respaldo sincero de Washington y el silencio significativo de los demás, árabes incluidos, demuestran que nuestro Nuevo Orden Mundial sigue decidido a adulterar el concepto de justicia. Libre y expedito, el camino del proyecto sionista se presenta ahora más diáfano que nunca para conseguir el gran objetivo: la renuncia definitiva de los palestinos a sus derechos fundamentales. Pero les queda un último y gran escollo.

Los palestinos son unos fanáticos. Mandan a sus niños a tirar piedras a pobres soldados que se ven obligados a entrar en los campamentos o las aldeas en cumplimiento de su modesto deber. Los palestinos son unos bestias. Se inmolan en las pizzerías de Tel Aviv o las boites de Jerusalén Oeste porque desprecian la vida y viven atenazados por su religión, tan angosta, tan brutal, tan adefesio. Los palestinos no saben nada de la modernidad. Lo moderno ahora, sí, sí señor, sí, es permitir que cuatro responsables ignorantes y venales vayan a representarte a unas mesas de negociación para hacer la dejación final de tus derechos. Para renunciar al agua, al espacio aéreo, al control de los intercambios comerciales, a un ejército, a utilizar las carreteras y los asentamientos que horadan tu territorio; para abstenerse de pedir que tu gente vuelva a vivir donde siempre vivieron, donde deberían haber seguido viviendo de no haber mediado esta pesadilla garrafal. Todo a cambio de unos simbolitos y de que se les llene a unos cuantos la boca hablando de Estado y soberanía.

Pero los palestinos no atienden a razones. Los estadounidenses han soltado la correa del dóberman porque ha llegado el momento de imponer la fuerza bruta para que se callen de una vez. Que dejen de dar la lata, concho. La globalización manda y Washington debe ir cumpliendo su programa de gran director mundial de la orquesta, con sus oberturas y sus grandes alardes sinfónicos. Pero, vaya por Dios, hay un pequeño inconveniente: esos fanáticos, esos bestias, esa gentuza tienen el defecto, además, de tener razón. Y no resulta sencillo hacer entrar en razones, por muy poderosas y capciosas que sean, a quien la ha tenido, en mayúsculas, desde siempre.


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