Palestina


Publicado en The Nation con el título "A New Current in Palestine"

*Edward W. Said, arabe nacido en Jerusalén en 1935, es profesor de Literatura Inglesa en la Universidad de Columbia (Nueva York).

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Palestina


La nueva ola palestina

Edward W. Said*

The Nation, semana del 4-10 de febrero de 2002
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca)

Las encuestas más recientes muestran que Arafat y sus oponentes islamistas cuentan con un apoyo popular que oscila entre el 40 y el 45 por ciento. Lo cual significa que hay una mayoría silenciosa de palestinos que no están a favor de la inoportuna confianza que la Autoridad Palestina tiene puesta en Oslo -ni de un anárquico régimen corrupto y represivo-, pero que tampoco son partidarios de la violencia islamista

Después de 16 meses, la Intifada palestina tiene poco de lo que presumir políticamente, a pesar de la extraordinaria fortaleza demostrada por un pueblo sujeto a un régimen de ocupación militar, pobremente armado y dirigido, y aún desposeído, que ha desafiado el despiadado saqueo de la maquinaria de guerra israelí. En EEUU, el gobierno y, salvo algunas excepciones, los medios de comunicación independientes, se han hecho eco mutuamente, hablando con insistencia sobre la violencia y el terrorismo palestinos, sin prestar ningún tipo de atención a la ocupación militar israelí que dura ya 35 años (siendo pues la ocupación más larga de la historia contemporánea.) Consecuentemente, las declaraciones oficiales de condena de EEUU contra la Autoridad Palestina (AP) de Yaser Arafat tras el 11 de septiembre por apoyar e incluso promover el terrorismo han reforzado la absurda pretensión del gobierno de Sharon de que Israel es la víctima y los palestinos los agresores en la guerra que durante cuatro décadas el ejército israelí ha librado contra la población civil, sus propiedades e instituciones, de manera indiscriminada y despiadada. El resultado es que, hoy por hoy, los palestinos viven encerrados en 220 ghettos controlados por el ejército; los tanques Merkaba y los helicópteros Apache y aviones F-16 suministrados por EEUU acaban a diario con personas, casas, olivares y tierras de cultivo; las escuelas y universidades, así como los negocios y las instituciones civiles, han visto interrumpido su funcionamiento normal; cientos de civiles inocentes han sido asesinados, y cerca de 20.000 han resultado heridos; Israel sigue asesinando a líderes palestinos; y el desempleo y la pobreza llegan a niveles del 50%. Todo esto ocurre mientras el general Anthony Zinni sigue zumbando alrededor del desdichado Arafat hablándole de la violencia palestina, mientras el segundo no puede siquiera salir de sus oficinas en Ramallah porque los tanques israelíes le tienen prisionero y sus múltiples y andrajosas fuerzas de seguridad corretean intentando sobrevivir a la destrucción de sus oficinas y cuarteles.

El juego de los islamistas

Para empeorar aún más las cosas, los islamistas palestinos le han hecho el juego a la incansable maquinaria de propaganda israelí y a su siempre preparado ejército, con sus ocasionales estallidos de ataques suicidas bárbaros y carentes de todo propósito que terminaron por obligar a Arafat a enviar a sus paralizados cuerpos de seguridad contra Hamas y el Jihad allá por el mes de diciembre, deteniendo a sus militantes, cerrando oficinas, disparando de vez en cuando, y asesinando a los manifestantes. Arafat se apresura en cumplir cada una de las exigencias de Sharon, aún cuando Sharon sigue planteando nuevas exigencias, provoca algún incidente, o simplemente afirma (con el apoyo norteamericano), que no está satisfecho, que Arafat (a quien de un modo sádico le prohibió acudir a las celebraciones navideñas en Belén) sigue siendo un terrorista irrelevante cuyo objetivo principal en la vida es matar judíos. A toda esta suma de ataques contra los palestinos que desafían toda lógica, la incomprensible respuesta de Arafat ha consistido en seguir pidiendo una vuelta a la mesa de negociaciones, como si la trasparente campaña de Sharon contra la más mínima posibilidad de volver a negociar no estuviera ocurriendo, como si la idea del proceso de Oslo aún no se hubiera evaporado. Lo que me sorprende es que, salvo un pequeño número de israelíes (a los que últimamente se ha sumado David Grossman), nadie dice abiertamente que los palestinos están siendo perseguidos por Israel.

Pero una mirada más cercana a la realidad palestina nos ofrece una visión más alentadora. Las encuestas más recientes muestran que entre Arafat y sus oponentes islamistas (que se autodenominan, injustamente, la "resistencia") cuentan con un apoyo popular que oscila entre el 40 y el 45 por ciento. Lo cual significa que hay una mayoría silenciosa de palestinos que no están a favor de la inoportuna confianza que la Autoridad tiene puesta en Oslo (ni de un anárquico régimen, corrupto y represivo), pero que tampoco son partidarios de la violencia islamista. Como individuo dotado de recursos tácticos por excelencia, Arafat ha respondido delegando en Sari Nusseibeh (presidente de la Universidad Al-Quds, miembro de una importante familia de Jerusalén, y leal partidario de Fatah) la responsabilidad de pronunciar discursos a modo de prueba en los que se sugiere que si Israel fuera un poquito más amable, los palestinos podrían abandonar la idea del derecho al retorno. Además, un puñado de individuos próximos a la AP (o para ser más exactos, cuyas actividades nunca han sido independientes de la AP), ha firmado declaraciones e iniciado giras con pacifistas israelíes que, o están fuera de los círculos de poder, o gozan de tanto descrédito como de falta de eficacia. Se supone que estos desalentadores ejercicios están diseñados para demostrar al mundo que los palestinos están dispuestos a conseguir la paz a cualquier precio, incluso haciendo un hueco a la ocupación militar. En cuanto al insaciable deseo de Arafat de mantenerse en el poder se refiere, se puede decir que [Arafat] aún no ha sido derrotado.

Aún así, a cierta distancia de todo esto, poco a poco va surgiendo una nueva ola nacionalista y secular [en Palestina]. Es aún demasiado pronto para hablar de un bloque o un partido como tales, pero lo cierto es que se trata de un grupo visible e independiente que cuenta con apoyo popular. Entre sus filas se encuentran Haidar Abdel Shafi y Mustafa Barghouthi (a quien no debemos confundir con Marwan Barghouthi, militante de Fatah y miembro de la misma familia), junto con Ibrahim Dakkak, profesores universitarios como Ziad Abu Amr, Mamdouh Al-Aker, Ahmad Harb, Ali Jarbawi, Fouad Moughrabi, miembros del Consejo Legislativo como Ramiya al-Shawa y Kamal Shirafi, escritores como Hassan Khadr o Mahmoud Darwish, Raja Shehadeh, Rima Tarazi, Ghassan al-Khatib, Nacer Aruri, Elia Zureik, y yo mismo. A mediados de diciembre, emitimos un comunicado conjunto que recibió una cobertura considerable por parte de los medios árabes y europeos (en EEUU ni siquiera fue mencionado) en el que defendíamos la unidad nacional y la resistencia palestinas y exigíamos el fin incondicional de la ocupación militar israelí, al tiempo que manteníamos un silencio deliberado sobre la vuelta a Oslo. Nosotros consideramos que las negociaciones sobre una mejora en las condiciones del régimen de ocupación equivalen a prolongarlo. La paz solamente será posible después de que la ocupación termine. Las secciones más audaces de la declaración hablan de la necesidad de restablecer la soberanía de la ley y de un estamento judicial independiente, evitar al mal uso de los fondos públicos y consolidar las funciones de las instituciones públicas de manera que cada ciudadano pueda confiar en aquellos individuos que ocupan cargos de responsabilidad pública. La última pero más importante exigencia es la petición de nuevas elecciones parlamentarias.

Construir la alternativa

Sean cuales sean las lecturas que puedan hacerse de esta declaración, el hecho de que un contingente tan grande de individuos independientes que mayoritariamente forman parte de organizaciones sindicales, educativas, sanitarias y profesionales muy activas haya hecho este tipo de declaraciones no ha pasado desapercibido al conjunto de los palestinos (que han visto la declaración como la crítica más incisiva hecha hasta el momento al régimen de Arafat), ni tampoco al ejército israelí. Justo cuando la Autoridad se apresuraba a obedecer las órdenes de Sharon y Bush, deteniendo a los habituales sospechosos islamistas, el Dr. [Mustafa] Barghouthi ponía en marcha el Movimiento de Solidaridad Internacional, una iniciativa no violenta compuesta por cerca de 550 observadores europeos que llegaron a Palestina por su cuenta y riesgo (algunos de ellos eran miembros del Parlamento Europeo). A su lado, había un conjunto disciplinado de jóvenes palestinos que, al tiempo que alteraban el movimiento del ejército y los colonos israelíes junto a los europeos, evitaron que se arrojaran piedras o se disparase desde el lado palestino. Esta iniciativa congeló de un modo efectivo tanto a la Autoridad como a los islamistas y estableció un orden de prioridades en el cual la propia ocupación israelí se convertiría en el centro de atención. Todo ello ocurría mientras EEUU vetaba una resolución del Consejo de Seguridad de NNUU que habría puesto en marcha el envío de un grupo de observadores internacionales desarmados para interponerse entre el ejército israelí y los civiles palestinos indefensos.

El resultado inmediato fue que el 2 de enero, después de ofrecer una rueda de prensa junto con veinte europeos en Jerusalén Oriental, los israelíes detuvieron e interrogaron por dos veces a Mustafa Barghouthi; le rompieron la rodilla con un rifle y le provocaron heridas en la cabeza con el pretexto de haber alterado el orden y de haber entrado ilegalmente en Jerusalén (a pesar de que Barghouthi nació allí y tiene un permiso médico para entrar en la ciudad). Nada de esto ha impedido que Barghouthi y quienes le apoyan sigan adelante con su lucha no violenta; que en mi opinión terminará por hacerse con el control de una Intifada que ya está demasiado militarizada, y la harán centrarse en el fin de la ocupación y los asentamientos para llevar a los palestinos hacia la paz y la soberanía estatal. Israel debe tener más miedo de alguien como Barghouthi (un palestino dueño de sí mismo, racional y respetado), que de los barbudos islamistas radicales, a quienes Sharon gusta de presentar engañosamente como la quintaesencia de la amenaza terrorista contra Israel.

¿Dónde están los liberales israelíes y norteamericanos que tanta prisa se dan en condenar la violencia, mientras guardan silencio sobre una ocupación vergonzosa y criminal? Les sugiero muy en serio que se unan en las barricadas (tanto las imaginarias como las reales) a militantes valientes como Jeff Halpern, del Comité Israelí contra las Demoliciones, o a Luisa Morgantini, diputada italiana en el Parlamento Europeo, que se unan a esta nueva iniciativa laica palestina y empiecen a protestar contra los métodos militares israelíes que son directamente subvencionados por los contribuyentes a costa de su silencio comprado. Durante un año, se han quejado de que no existe un movimiento pacifista palestino (¿desde cuándo un pueblo que sufre un régimen de ocupación militar tiene la obligación de crear un movimiento pacifista?). Ahora, esos supuestos "pacifistas" que pueden influir sobre el ejército israelí tienen la obligación política de organizarse contra la ocupación, incondicionalmente, y sin imponer ningún tipo de exigencias impropias sobre los palestinos.

Algunos ya lo han hecho. Cientos de reservistas israelíes se han negado a cumplir el servicio militar en los Territorios Ocupados, y toda una serie de periodistas, militantes, profesores universitarios y escritores (entre los cuales destacan Amira Hass, Gideon Levy, David Grossman, Yitzhak Laor, Ilan Pappé, Danny Rabinowitz y Uri Avnery) ha atacado continuadamente la futilidad criminal de la campaña que Sharon dirige contra el pueblo palestino. Idealmente, debería existir también un coro paralelo en EEUU donde, salvo un pequeño número de voces judías que han hecho público su indignación ante la ocupación israelí, todavía hay demasiada complicidad y se oyen demasiados tambores de guerra. El lobby israelí ha triunfado temporalmente identificando la guerra contra Ben Laden con el asalto colectivo de Sharon contra Arafat y su pueblo. Por desgracia, la comunidad árabe-americana es demasiado pequeña y está sitiada, intentando escapar de la siempre creciente operación de limpieza de Ashcroft, la discriminación racial y el recorte de libertades civiles.

En consecuencia, se necesita de manera urgente la puesta en marcha de un eje de coordinación entre todos los grupos laicos de apoyo a los palestinos, un pueblo contra cuya existencia la dispersión geográfica parece ser (aún más que la depredación israelí) su principal enemigo. Poner fin a la ocupación y todo lo que dicho régimen acarrea es un imperativo evidente. Ahora, ¡trabajemos por ello!


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