Palestina


*Edward W. Said, arabe nacido en Jerusalén en 1935, es profesor de Literatura Inglesa en la Universidad de Columbia (Nueva York).

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PALESTINA


Israel, en punto muerto

Edward W. Said*

Texto publicado en Al-Ahram Weekly On-line, núm. 565, 20­26/12/2001
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca)

Arafat siempre ha tolerado y de hecho apoyado a una pluralidad de organizaciones que manipula de diversas maneras, contraponiéndolas unas con otras de modo que ninguna descuelle por encima de su propia organización, Fatah. Sin embargo, están empezando a surgir nuevas organizaciones: laicas, comprometidas, que trabajan duro, y comprometidas con una política democrática por una Palestina independiente. La Autoridad Palestina no controla a ninguno de estos grupos

"La tierra se cierra sobre nosotros, empujándonos a través del último paso, mientras nos arrancamos las extremidades para atravesarlo". Así describía Mahmud Darwish la salida de la OLP de Beirut en Septiembre de 1982. "¿Dónde iremos después de la última frontera? ¿Hacia dónde volarán los pájaros después del último cielo?"

Diecinueve años después, lo que les ocurrió a los palestinos en el Líbano les está ocurriendo en Palestina. Desde el estallido de la Intifada de Al-Aqsa el pasado septiembre [de 2000], los palestinos han sido secuestrados por el Ejército israelí en no menos de 220 pequeños ghettos discontinuos, sujetos a toques de queda intermitentes que a menudo se prolongan durante varias semanas. Nadie (jóvenes o viejos, sanos o convalecientes, muertos, embarazadas, estudiantes o médicos), puede moverse sin tener que pasar horas delante de los controles vigilados por soldados israelíes bruscos y deliberadamente humillantes. Mientras escribo, 200 palestinos no pueden recibir un tratamiento de diálisis renal porque "por razones de seguridad" el Ejército israelí no les permite viajar hacia los hospitales. ¿Acaso alguno de los incontables miembros de los medios extranjeros que cubren el conflicto han escrito alguna historia sobre estos jóvenes reclutas israelíes embrutecidos, entrenados para cumplir con la función principal de sus obligaciones militares, que es la de castigar a los civiles palestinos? Creo que no.

Yasser Arafat no pudo salir de sus oficinas en Ramallah para acudir a la reunión de la Conferencia Islámica de ministros celebrada el 10 de diciembre en Qatar; uno de sus ayudantes leyó su discurso. El aeropuerto, situado a poco más de 20 kilómetros de distancia (en Gaza) y dos viejos helicópteros habían sido destruidos la semana anterior por aviones y bulldozers israelíes, sin que nadie comprobara, ni mucho menos evitara que se produjeran, las incursiones diarias de las que esta particular hazaña militar era parte. El aeropuerto de Gaza era el único puerto de entrada directo en territorio palestino, el único aeropuerto civil destruido en todo el mundo desde la Segunda Guerra Mundial. Desde el pasado mes de mayo, F-16 israelíes (generosamente suministrados por EEUU) han bombardeado con regularidad ciudades y pueblos palestinos. Al estilo de Gernica, destrozando propiedades y asesinando a civiles y oficiales de los cuerpos de seguridad (recordemos que no hay un ejército palestino, ni una Marina o fuerza aérea que proteja a la población palestina); los helicópteros de ataque Apache (nuevamente, suministrados por EEUU) han disparado sus misiles para asesinar a 77 líderes palestinos por supuestos crímenes terroristas (pasados o futuros). Un grupúsculo de oficiales de los servicios de inteligencia israelíes tiene autoridad para decidir la ejecución de estos asesinatos, presumiblemente con el visto bueno, en cada ocasión en que se producen, del gabinete israelí, y ya con carácter más general, de EEUU. Los helicópteros han hecho también un trabajo eficaz bombardeando las instalaciones policiales y civiles de la Autoridad Palestina. Durante la noche del 5 de diciembre, el ejército israelí invadió las oficinas del Instituto de Estadística Palestino en Ramallah (Palestinian Central Bureau of Statistics), llevándose los ordenadores así como casi todos los archivos e informes, y barriendo por completo prácticamente cualquier evidencia de la vida colectiva palestina. En 1982, ese mismo ejército, comandado por el mismo individuo, había invadido Beirut Oeste y se había llevado todos los documentos y archivos del Centro de Investigación Palestino antes de derribar el edificio hasta los cimientos. Pocos días después, se produjeron las masacres de Sabra y Chatila.

Los suicidas de Hamas y el Jihad Islámico, por supuesto, no han dejado de trabajar, y Sharon lo sabía perfectamente bien cuando, después de un respiro de diez días a finales de noviembre, ordenó el asesinato del líder de Hamas Mahmoud Abu Hanoud: una acción planificada para provocar la venganza de Hamas y permitir así al Ejército israelí seguir masacrando a los palestinos. Después de ocho años de infructuosas negociaciones de paz, el 50% de palestinos no tiene trabajo y el 70% vive por debajo del umbral de la pobreza, con menos de dos dólares diarios. Cada día se producen nuevas demoliciones de casas y confiscaciones de tierra a las que nadie puede oponerse. Los israelíes ponen además mucho énfasis en destruir incluso los árboles y huertos situados en tierras palestinas. Pese a que la proporción de palestinos e israelíes asesinados en los últimos meses es de cinco o seis a uno, el viejo belicista tiene el descaro de decir que Israel ha sido víctima del mismo tipo de terrorismo que el de Ben Laden.

Pero lo más importante es el hecho de que Israel mantiene una ocupación militar ilegal desde 1967; es la ocupación más larga de la historia, y la única que se mantiene vigente en el mundo actual. Contra esta violencia original y continuada se han dirigido las acciones de violencia palestina. Por ejemplo, el 10 de diciembre dos niños de tres y trece años de edad fueron asesinados por bombas israelíes en Hebrón, mientras una delegación de la UE exigía a los palestinos que pusieran fin a la violencia y a las acciones terroristas. Cinco palestinos más, todos ellos civiles, fueron asesinados el 11 de diciembre, víctimas de los bombardeos de los helicópteros sobre los campamentos de refugiados de Gaza. Para empeorar aún más las cosas, y como resultado de los ataques del 11 de septiembre, la palabra "terrorismo" se emplea ahora para desacreditar cualquier acto de resistencia legítima contra la ocupación militar, y tampoco está permitido establecer ninguna conexión causal o incluso narrativa entre los odiosos asesinatos de civiles (a los que yo siempre me he opuesto) y los más de 30 años de castigo colectivo.

Cualquier lumbrera u oficial de esos que pontifican sobre terrorismo palestino debería preguntarse cómo van a acabar con el terrorismo olvidándose de la ocupación. El gran error de Arafat, consecuencia de la frustración y los malos consejos, fue intentar llegar a un acuerdo con el poder ocupante cuando autorizó la celebración de conversaciones de "paz" entre miembros de dos importantes familias palestinas y el Mossad en 1992, en la Academia Americana de las Artes y las Ciencias en Cambridge [Massachussets]. En aquellas discusiones, se trató exclusivamente de seguridad israelí; no se dijo nada de la seguridad palestina, nada en absoluto; la lucha de su pueblo por alcanzar un Estado independiente se dejó a un lado. De hecho, el tratamiento de la seguridad israelí a expensas de todo lo demás se ha convertido, con el reconocimiento internacional, en prioridad absoluta, lo cual ha permitido al general Zinni y a Javier Solana predicar a la OLP al tiempo que guardan silencio sobre la ocupación. Pero Israel apenas ha obtenido más ganancias que los palestinos de estas conversaciones. El error israelí ha consistido en imaginar que engañando a Arafat y su camarilla con discusiones interminables y concesiones diminutas, conseguiría que los palestinos se estuvieran quietos. Todas las políticas emprendidas en el ámbito oficial por Israel han empeorado las cosas para los israelíes. Háganse la siguiente pregunta: ¿cuenta hoy Israel con mayor seguridad y aceptación de las que tenía hace 10 años?

Por supuesto, los terroríficos y, en mi opinión, estúpidos atentados suicidas contra civiles en Haifa y Jerusalén ocurridos durante el fin de semana del 1 de diciembre deben ser condenados; pero para que dicha condena tenga algún sentido, los atentados deben ser examinados en el contexto del asesinato de Abu Hanoud esa misma semana, junto con el asesinato de cinco niños víctimas de una bomba trampa israelí en Gaza; eso, por no hablar de las casas destruidas, los palestinos asesinados en Gaza y Cisjordania, las continuas incursiones de los tanques [israelíes], o la constante reducción de las aspiraciones palestinas, minuto a minuto, durante los últimos 35 años. Al final, la desesperación da siempre malos resultados, y nada peor que la luz verde que George W. y Colin Powell parecen haber dado a Sharon después de que éste visitara Washington el 2 de diciembre pasado (todo ello, demasiado próximo en el recuerdo a la luz verde dada por Alexander Haig a Sharon en mayo de 1982.) El apoyo de Bush y Powell vino acompañado de las usuales declaraciones que convertían a un pueblo sometido a un régimen de ocupación y a su desventurado e inepto líder en agresores a escala global que debían "sentar ante la justicia" a sus propios criminales, al tiempo que los soldados israelíes destruían sistemáticamente y por completo las estructuras de la policía palestina ¡que supuestamente debía encargarse de las detenciones!

Arafat está cercado por todas partes, resultado irónico de su insondable deseo de representar todo lo palestino ante todos, amigos o enemigos. Es, al mismo tiempo, una figura trágicamente heroica e inútil. Ningún palestino a día de hoy va a rechazar su autoridad, por la sencilla razón de que, a pesar de su palabrería y sus errores, está siendo humillado y castigado precisamente por ser un líder palestino y, como tal, el mero hecho de existir ofende a los puristas como Sharon y sus soportes norteamericanos (si es que "purista" es la palabra adecuada). Salvo los ministerios de Sanidad y Educación, que han llevado a cabo un trabajo bastante bueno, la Autoridad Palestina (AP) de Arafat no ha sido un éxito brillante. La corrupción y la brutalidad de la AP son fruto del modo en apariencia antojadizo, pero en realidad bastante meticuloso, que tiene Arafat de hacer depender a todo el mundo de su generosidad. Él solo controla los presupuestos, y él solo decide cuáles serán los titulares de los cinco periódicos del día. Pero por encima de todo, Arafat manipula y enfrenta entre sí a los 12 o 14 servicios de seguridad independientes (hay quien habla incluso de 19 o 20), cada uno de ellos estructuralmente leal a sus propios líderes y a Arafat al mismo tiempo, sin ser capaces de hacer mucho más por su propio pueblo que detener a la gente cuando Arafat, Israel, o EEUU les obligan a ello. Las elecciones de 1996 fueron diseñadas para que tuvieran una vigencia de tres años, pero Arafat ha estado titubeando a la hora de convocar unas nuevas elecciones que ciertamente constituirían un reto muy serio para su autoridad y popularidad.

'Entente' entre Arafat y Hamas

Arafat y Hamas han mantenido una especia de entente bien publicitada desde los atentados del pasado mes de junio: Hamas no atacaría a civiles israelíes a cambio de que Arafat dejase en paz a los islamistas. Sharon destruyó el pacto con el asesinato de Abu Hanoud: Hamas se vengó, y ya nada impedía a Sharon ir a por Arafat con el apoyo de EEUU. Después de haber destruido la red de seguridad de Arafat, las cárceles y sus oficinas, y de haberle encarcelado físicamente, Sharon ha impuesto una serie de peticiones que sabe que no podrán recibir la respuesta requerida (a pesar de que Arafat se las ha arreglado, con unas cuantos ases en la manga, para obedecer a medias). Sharon se cree, tontamente, que deshaciéndose de Arafat, podría llegar a una serie de acuerdos con los "señores de la guerra" locales y dividir el 40% de Cisjordania y la mayor parte de Gaza en cantones discontinuos, con fronteras que quedarían bajo control del ejército israelí. A la mayoría de la gente, menos a los que detentan el poder, se nos escapa cómo esto contribuirá a la seguridad de Israel.

Pero todavía nos quedan tres jugadores, o grupos de jugadores, dos de los cuales (en una muestra de racismo) no son siquiera considerados por Sharon. En primer lugar, los propios palestinos, muchos de los cuales son demasiado intransigentes y están demasiado politizados como para aceptar algo menos que una retirada incondicional por parte de Israel. La política israelí, como todas las políticas agresivas, tienen el efecto contrario al que pretende conseguir: reprimir es dar pie a que surja una mayor resistencia. Si Arafat desapareciese, la ley palestina contempla un periodo de 60 días en los que gobernaría el portavoz de la Asamblea (un personaje impopular y poco impresionante próximo a Arafat, llamado Abu Ala y bastante admirado por los israelíes por su "flexibilidad") Después, daría comienzo una guerra sucesoria entre otros compinches de Arafat, como Abu Mazen y dos o tres de los más importantes (y capaces) jefes de seguridad ­ principalmente, Jibril Rajoub en Cisjordania y Mohamed Dahlan en Gaza. Ninguno de ellos tienen la talla de Arafat ni nada que les aproxime siquiera a niveles de popularidad de éste último (quizás ahora perdidos). Lo más previsible sería el caos temporal: enfrentémonos al hecho de que la existencia de Arafat ha sido el foco que ha organizado la política palestina, en la que muchos millones de árabes y musulmanes también se juegan algo.

Arafat siempre ha tolerado y de hecho apoyado a una pluralidad de organizaciones que manipula de diversas maneras, contraponiéndolas unas con otras de modo que ninguna descuelle por encima de su propia organización, Fatah. Sin embargo, están empezando a surgir nuevas organizaciones: laicas, comprometidas, que trabajan duro, y comprometidas con una política democrática por una Palestina independiente. La Autoridad Palestina no controla a ninguno de estos grupos. También debe mencionarse el hecho de que nadie en Palestina está dispuesto a ceder ante la exigencia israelí-norteamericana de poner fin al "terrorismo", a pesar de que, mientras Israel continúe con sus bombardeos y siga oprimiendo a los palestinos, jóvenes y viejos, será muy difícil trazar una línea divisoria en la mente de la opinión pública entre las aventuras suicidas y la resistencia contra la ocupación.

El segundo grupo lo componen los líderes del resto del mundo árabe que tienen interés en que Arafat se mantenga donde está, a pesar de que están evidentemente exasperados con él. Arafat es más listo y persistente que ellos, y conoce el arraigo que tiene en la mentalidad popular de los países árabes, donde ha cultivado el apoyo de dos ámbitos separados: el islamista, y el laico nacionalista. Islamistas y laicistas se sienten atacados, pese a que el segundo campo apenas haya recibido la atención de los orientalistas y expertos occidentales que toman a Ben Laden como el prototipo del musulmán, en lugar de fijarse en el gran número de musulmanes y árabes laicos no musulmanes que odian lo que Ben Laden defiende y lo que ha hecho. Por ejemplo, en Palestina, las encuestas más recientes muestran que Arafat y Hamas gozan de niveles de popularidad similares (ambos entre el 20 o 25 por ciento), si bien la mayoría de los ciudadanos no muestran preferencia por ninguno de los dos (aunque mientras ha estado arrinconado, la popularidad de Arafat se ha disparado). La misma división existe en los países árabes, donde la mayoría de la gente se ve desanimada ante la corrupción y brutalidad de sus respectivos regímenes o las reducidas miras y el extremismo de los grupos religiosos, la mayoría de los cuales están interesados en regular el comportamiento personal más que en asuntos como la globalización o la producción de energía y la creación de puestos de trabajo.

En el caso de que Arafat se viera asfixiado por la violencia israelí y la indiferencia árabe, musulmanes y árabes bien podrían volverse en contra de sus propios gobernantes. De modo que Arafat es una pieza necesaria en el panorama actual. Su desaparición únicamente parecerá natural cuando emerja un nuevo liderazgo colectivo entre las jóvenes generaciones palestinas. Es imposible pronosticar cuándo y cómo ocurrirá, pero estoy seguro de que pasará.

El tercer grupo de jugadores que he mencionado es el formado por los europeos, los norteamericanos, y el resto; y francamente, no creo que sepan lo que están haciendo. La mayoría de ellos se sentirían felices quitándose el problema palestino de encima y, siguiendo el espíritu inaugurado por Bush y Powell, no les disgustaría del todo ver cómo de algún modo se hace realidad la idea de un Estado palestino, mientras sean otros quienes se encarguen de ello. Además, su operatividad en el Próximo Oriente se vería complicada de no tener allí a Arafat para echarle la culpa, desairarle, insultarle, pincharle, presionarle, o darle dinero. La misión de la UE y del general Zinni no parecen tener mucho sentido, y desde luego no tendrán ningún efecto sobre Sharon y su pueblo. Los políticos israelíes han llegado a la certera conclusión de que los gobiernos occidentales están, por lo general, de su parte, y de que pueden seguir haciendo lo que mejor se les da sin importarles los ruegos de Arafat y su pueblo para sentarse a negociar.

Existe un grupo emergente de palestinos, tanto en Palestina como en la Diáspora, que está empezando a aprender y a utilizar las tácticas que podrían hacer cargar a Occidente e Israel con una responsabilidad moral seria, en referencia a la cuestión de los derechos palestinos, y no meramente de la existencia palestina. Por ejemplo, en Israel está Azmi Bishara, un audaz palestino miembro del Knesset que ha visto cómo le era retirada su inmunidad parlamentaria. Bishara será sometido a juicio en breve por incitar a la violencia. ¿Por qué? Porque durante mucho tiempo ha defendido el derecho de los palestinos a resistir frente a la ocupación con el argumento de que, al igual que cualquier otro Estado del planeta, Israel debe ser el Estado de todos sus ciudadanos, y no solo el Estado del pueblo judío. Por primera vez se está dando forma a un reto planteado por un palestino, que trata sobre los derechos palestinos, dentro de Israel (y no en Cisjordania), mientras todas las miradas se vuelven hacia el juicio. Al mismo tiempo, la oficina del fiscal general belga ha confirmado que el caso por crímenes de guerra que se sigue contra Ariel Sharon puede seguir adelante en los tribunales belgas. Poco a poco, se está produciendo una movilización laboriosa de la opinión palestina laica que lentamente alcanzará a la Autoridad Palestina. Muy pronto, a Israel se le exigirá que actúe dentro del terreno de la moralidad, al tiempo que la ocupación se convierte en el principal foco de atención y que cada vez más israelíes se están dando cuenta de que no se puede continuar de manera indefinida con 35 años de ocupación.

Por otro lado, al tiempo que se extiende la guerra norteamericana contra el terrorismo, es seguro que aumentará la conflictividad; lejos de calmar las cosas, lo más probable es que el poder norteamericano las remueva de un modo que quizás resulte imposible contener. No es ninguna ironía que se haya vuelto a prestar tanta atención a Palestina precisamente porque EEUU y los europeos necesitan mantener su coalición anti-talibán.


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