Palestina


*Edward W. Said, arabe nacido en Jerusalén en 1935, es ensayista y profesor de Literatura Inglesa en la Universidad de Columbia (Nueva York).

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Palestina


La crisis de los judíos norteamericanos

Edward Said*

Texto publicado en Al-Ahram Weekly Online, núm. 586,
semana del 16 al 22 de mayo de 2002
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca)

"Somos testigos de una deshumanización a gran escala; deshumanización que, debemos decir, empeora todavía más con los atentados suicidas que tanto han desfigurado, falsificado y envilecido la lucha palestina. Todos los movimientos de liberación nacional de la historia han dejado claro que luchan a favor de la vida, no de la muerte. ¿Por qué habría de ser nuestro movimiento diferente? Cuanto antes eduquemos a nuestros enemigos sionistas y les demostremos que nuestra forma de resistir es una oferta de coexistencia y paz, menos capaces serán de matarnos como les plazca y de calificarnos de terroristas"

Hace algunas semanas, Washington se convirtió en escenario de una clamorosa manifestación pro-israelí que prácticamente coincidía en el tiempo con el cerco sobre Yenín. Todas las personas que hablaron públicamente en la manifestación eran eminentes personajes de la escena pública, incluidos varios senadores, líderes de las principales organizaciones judías de EEUU, y otras celebridades; todos ellos expresaron su indefectible solidaridad para con todas las acciones que Israel estaba llevando a cabo. El representante de la Administración norteamericana fue Paul Wolfowitz, número dos del Departamento de Defensa; Wolfowitz es un halcón de la extrema derecha que desde el pasado mes de septiembre no ha dejado de hablar de que hay que "acabar" con países como Iraq. Conocido también en su faceta de firme sustentador de Israel, su discurso fue igual que el de los demás participantes en el evento, reverenciando a Israel y expresando su apoyo incondicional hacia el mismo. Pero inesperadamente, Wolfowitz se refirió de pasada al "sufrimiento de los palestinos". Esa frase le costó ser abucheado con tanta fuerza y durante tantos minutos que no fue capaz de terminar su discurso y se vio obligado a abandonar el estrado con la honra algo dañada.

La moraleja de la historia es que el apoyo que los judíos norteamericanos brindan hoy en día a Israel no deja ni un solo resquicio a que se mencione siquiera la existencia del pueblo palestino, salvo en lo que atañe al terrorismo, la violencia, el Mal con mayúsculas y el fanatismo. Es más: esta negativa a ver al "otro lado", y mucho menos oír hablar de su existencia, excede con mucho el fanatismo implícito en el sentir antiárabe de los israelíes que, por supuesto, son quienes están en primera línea del conflicto en Palestina. A juzgar por la reciente manifestación contra la guerra que agrupó en Tel Aviv a más de 60.000 personas, así como el creciente número de reservistas del Ejército que se niegan a servir en los Territorios Ocupados, las continuas protestas de diversos grupos e intelectuales (si bien cabe admitir que son minoritarios), y algunas encuestas que muestran que una mayoría de israelíes se muestra dispuesta a retirarse de los TTOO a cambio de una paz con los palestinos, se deduce que existe al menos una dinámica de activismo político entre los judíos israelíes. No ocurre lo mismo en los Estados Unidos.

Hace dos semanas, el semanario New York (que tiene una tirada aproximada de un millón de ejemplares), publicó un número con un dossier especial titulado "La crisis de los judíos norteamericanos". El artículo aseguraba que "en Nueva York, al igual que ocurre en Israel, se trata de sobrevivir". No resumiré los principales argumentos con los que se defendía semejante pretensión, salvo para decir que el panorama que se pintaba era tan angustioso en referencia a "lo más preciado que tengo en la vida, el Estado de Israel", ­ según declaró uno de los neoyorquinos entrevistados por la revista ­, que uno creería que la existencia de la minoría más próspera y poderosa de EEUU está de hecho amenazada. Otro de los entrevistados llegó incluso a sugerir que los judíos norteamericanos se encontraban al borde de un segundo Holocausto. Es cierto que, tal y como afirmaba el autor de uno de los artículos, la mayoría de judíos estadounidenses aprueba con entusiasmo las acciones israelíes en Cisjordania; por ejemplo, un judío norteamericano decía que su hijo está enrolado en el Ejército israelí y que "está armado, es peligroso, y está matando tantos palestinos como puede".

Aislarse dentro del mito

El sentimiento de culpa que les sobreviene a quienes en EEUU tienen una posición acomodada juega un papel fundamental a la hora de generar esta idea engañosa. Pero más aún, es el resultado de un proceso de dimensiones extraordinarias consistente en aislarse uno mismo dentro del mito y las fantasías propias de una educación y una tipo de nacionalismo irreflexivo que son únicos en el mundo. Desde que la Intifada comenzara hace casi dos años, los medios de comunicación de EEUU y las principales organizaciones judías del país han organizado todo tipo de ataques contra la educación islámica que se imparte en el mundo árabe, en Pakistán, e incluso en EEUU. Han acusado a las autoridades islámicas, así como a la Autoridad Palestina dirigida por Yaser Arafat, de enseñar a los jóvenes a odiar a EEUU e Israel, a apreciar las virtudes de los atentados suicidas o a alabar infinitamente el yihad. No obstante, se habla muy poco de los resultados que ha tenido la enseñanza que los judíos norteamericanos han recibido sobre el conflicto en Palestina: que Dios dio la tierra a los judíos, que la tierra estaba vacía, que fue liberada del dominio británico, que los habitantes nativos de la tierra se marcharon porque sus líderes así se lo ordenaros, que de hecho los palestinos no existen salvo como terroristas (y sólo recientemente), que los árabes son antisemitas y quieren matar judíos.

En todo este proceso de incitación al odio, no hay señales de la realidad cotidiana del pueblo palestino. Afinando más, en ningún momento se establecen vínculos entre la animosidad y la enemistad que los palestinos sienten hacia Israel y lo que Israel viene haciendo contra los palestinos desde 1948. Parece como si toda una historia de desahucios, de destrucción de una sociedad, de 35 años de ocupación de Gaza y Cisjordania (por no hablar de masacres, bombardeos, expulsiones, expropiaciones de tierras, asesinatos, bloqueos, humillaciones varias, años de castigos colectivos que se han sucedido durante décadas) no significasen nada, porque Israel se ha convertido en víctima de la furia palestina, de su hostilidad y de su innecesario antisemitismo. A la mayoría de norteamericanos que apoyan a Israel ni siquiera se les ocurre pensar que Israel es quien en realidad perpetra acciones llevadas a cabo por el Estado judío en nombre del pueblo judío y consecuentemente enlazar tales acciones con los sentimientos de furia y venganza de los palestinos.

El problema de fondo es que los palestinos no existen en tanto que seres humanos, es decir, en tanto que individuos con una historia, una serie de tradiciones, una sociedad y unas ambiciones, como cualquier otro pueblo. Merece la pena investigar por qué razón una inmensa mayoría de judíos norteamericanos que apoyan a Israel (si bien hay que dejar muy claro que no todos lo hacen), piensan de este modo. Todo se remonta al conocimiento que había de la existencia de un pueblo indígena en Palestina: todos los líderes sionistas lo sabían y hablaban de ello; pero la realidad es que un hecho como ese, que podría haberse erigido en obstáculo frente a la colonización, no podía admitirse. De ahí que la práctica colectiva del sionismo haya consistido en, o bien negar este hecho o, más específicamente en EEUU (donde la realidad no está tan a mano como para poder comprobar la veracidad de los hechos), mentir, para así producir una contrarealidad. Durante décadas, los escolares han aprendido por decreto que cuando los pioneros sionistas llegaron a Palestina, allí no había palestinos; que toda esa gente tan variopinta que ahora tira piedras y lucha contra la ocupación son, llana y sencillamente, un montón de terroristas que merecen ser asesinados. En resumen: los palestinos no se merecen nada que pueda parecerse a una realidad narrativa ni colectiva, de manera que hay que transmutarles y disolverles en una serie de imágenes esencialmente negativas. Todo ello es resultado de una educación distorsionada que parsimoniosamente se distribuye entre millones de jóvenes que crecen sin ningún tipo de conocimiento sobre el hecho de que el pueblo palestino ha sido absolutamente deshumanizado con el fin de servir a propósitos ideológicos; principalmente, para seguir apoyando a Israel.

Lo verdaderamente alucinante es que en esta clase de distorsión no hay sitio para ideas que tengan algo que ver con la coexistencia entre pueblos. Si bien los judíos norteamericanos desean ser reconocidos como judíos y norteamericanos en EEUU, no están dispuestos a conceder el mismo estatuto en cuanto que árabes y palestinos a un pueblo que ha sido oprimido por Israel desde el principio.

Supresión intelectual de los palestinos

Solamente alguien que viva en EEUU durante años podrá percibir la gravedad de un problema que trasciende el ámbito de la política de todos los días. La supresión intelectual de los palestinos, resultado de la educación sionista, ha generado una percepción de la realidad peligrosamente sesgada en la cual todas las acciones israelíes son llevadas a cabo en el papel de víctima; de acuerdo con los artículos a los que me he referido anteriormente, los judíos norteamericanos atraviesan un estado de crisis que, por extensión, les hace sentir igual que se sienten los judíos derechistas de Israel: es decir, que corren peligro y que su supervivencia está en juego. Sobra decir que, obviamente, lo anterior no tiene nada que ver con la realidad, sino que más bien se corresponde con un estado alucinatorio que barre de un plumazo la historia y los hechos acaecidos a base de un narcisismo sumamente irreflexivo. Un reciente artículo en defensa de lo que Wolfowitz había dicho en su discurso ni siquiera prestó atención a los palestinos a los que se había referido, sino que defendió la política del presidente Bush en Oriente Medio.

Somos testigos de una deshumanización a gran escala; deshumanización que, debemos decir, empeora todavía más con los atentados suicidas que tanto han desfigurado, falsificado y envilecido la lucha palestina. Todos los movimientos de liberación nacional de la historia han dejado claro que luchan a favor de la vida, no de la muerte. ¿Por qué habría de ser nuestro movimiento diferente? Cuanto antes eduquemos a nuestros enemigos sionistas y les demostremos que nuestra forma de resistir es una oferta de coexistencia y paz, menos capaces serán de matarnos como les plazca y de calificarnos de "terroristas". No digo que podamos cambiar a Sharon y Netanyahu. Lo que digo es que existe un público palestino (sí, han leído bien: palestino), así como un público israelí y norteamericano a los que tenemos que recordar estratégica y tácticamente que la fuerza de las armas, los tanques, y las bombas humanas y los bulldozers no solucionan nada, que solamente sirven para crear distorsiones y engaños que nos afectan a todos, en los dos bandos.


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