Palestina


* Ilan Pappé es profesor de la Universidad de Haifa, Israel

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Los fantasmas de la 'Nakba'

Ilan Pappé*

Texto publicado en Al-Ahram Weekly Online, semana 16-22 mayo de 2002
Traducción y notas: CSCAweb (www.nodo50.org/csca)

En Israel ya no se niega la Nakba; al contrario: se la tiene en gran estima. Sin embargo, los israelíes todavía tienen que escuchar la historia completa; puede que todavía quede gente en Israel a quien le interese la conducta pasada y presente de su país. A ese segmento de la población, habría que advertirles que, de las acciones israelíes de 1948, se les han ocultado a propósito algunas de las más horribles; y habría que recordarles también que estas acciones podrían volver a repetirse fácilmente si no actúan, antes de que sea demasiado tarde

Como niño judío nacido en Haifa a principios de la década de los cincuenta, nunca me topé con el término Nakba, que en árabe significa "catástrofe", ni tampoco era consciente de su significado. La Nakba hizo su aparición por primera vez durante mi paso por el instituto. En mi clase había tres alumnos palestinos israelíes, y juntos participábamos en excursiones guiadas por la ciudad de Haifa y sus alrededores. En aquel entonces, todavía quedaban en el casco viejo de la ciudad restos de la Haifa árabe: edificios hermosos, mezquitas, iglesias, y los restos de un mercado cubierto que fue destruido por los israelíes en 1948.

Estas reliquias eran testimonio de una ciudad que había atravesado por tiempos más gloriosos. Hoy, muchos de los residuos del pasado han desaparecido, demolidos por los bulldozers de un alcalde ambicioso que ha borrado cualquier característica urbana que pudiera apuntar hacia el pasado árabe de la ciudad. Pero en aquellos días, aún quedaba en pie un bueno número de casas árabes algo estrujadas entre edificios modernos construidos en cemento. Los guías que nos llevaban en las excursiones escolares se referían a este conjunto de casas como Hirbet El-Cheij, haciendo una vaga referencia a una casa árabe que habría sido construida en un periodo sin identificar. Mis compañeros de clase palestinos murmuraban entre dientes que se trataba de casas de la época de la Nakba de 1948; pero no se atrevían a retar a sus profesores, ni daban más explicaciones.

Más tarde, durante mi etapa como estudiante de doctorado en la Universidad de Oxford, elegí el año 1948 como tema de estudio para mi tesis. Escribí sobre la política británica a lo largo de ese año; casualmente, descubrí pruebas en los archivos israelíes y británicos que, una vez analizadas en su conjunto, me dieron por primera vez una idea bastante clara de lo que había sido la Nakba. Encontré pruebas de la expulsión sistemática de los palestinos, y me desconcertó la rapidez con la que se produjo la judaización de lo que habían sido pueblos y barrios palestinos.

Estos pueblos, de los que la población palestina había sido expulsada en 1948, fueron rebautizados y repoblados en cuestión de meses. Todo esto contrastaba claramente no sólo con lo que yo había aprendido en la escuela acerca de 1948, sino también con los conocimientos que había adquirido durante mis estudios de licenciatura en la especialidad de Estudios de Oriente Medio en la Universidad Hebrea de Jerusalén, aún cuando bastantes de los cursos en los que me matriculé versaban sobre la historia de Israel. Sobra decir que lo que descubrí como doctorando contradecía los mensajes que yo había recibido como ciudadano del Estado de Israel durante mi etapa de iniciación en el ejército, en los eventos públicos como el Día de la Independencia [1], y en el discurso que a diario repetían los medios de comunicación del país sobre la historia del conflicto palestino-israelí.

La negación de la 'Nakba'

Cuando volví a Israel en 1984 para iniciar mi carrera académica, descubrí el fenómeno de negación de la Nakba en el entorno que me rodeaba. Un fenómeno que, de hecho, formaba parte de otro aún más amplio consistente en excluir por completo a los palestinos del discurso académico local. Todo esto era particularmente evidente (y desconcertante) en el campo de los estudios de Oriente Medio donde yo había iniciado mi carrera académica. Hacia el final de la década de los ochenta, como resultado de la primera Intifada, la situación mejoró (en cierto sentido) con la introducción de los palestinos en el ámbito de los mencionados estudios como un objeto de estudio legítimo. Aún así, los palestinos entraron en escena desde el punto de vista de académicos que habían sido expertos en inteligencia y habían estado vinculados con los servicios de seguridad y el ejército israelí. En consecuencia, el punto de vista de los académicos israelíes borró la Nakba como acontecimiento histórico, impidiendo que investigadores y académicos cuestionasen la negación y la supresión de la catástrofe fuera de las torres de marfil del mundo universitario.

A finales de la década de los ochenta, un grupo de académicos (entre los que me incluía) nos convertimos en el centro de la atención pública cuando se publicaron varios libros especializados en los que se cuestionaba la versión israelí de los hechos acaecidos en la guerra de 1948 [2]. En aquellos libros acusamos a Israel de haber expulsado a la población indígena y de destruir pueblos y barrios palestinos. Si bien nuestros primeros trabajos se caracterizaban por la indecisión y la prudencia ­ de hecho, mis libros ni siquiera fueron traducidos al hebreo ­ aún era posible inferir de ellos que el Estado judío se había construido sobre las ruinas del pueblo indígena que habitaba Palestina, un pueblo cuyos medios de vida, casas, cultura y tierras habían sido sistemáticamente destruidos.

En aquel entonces, la respuesta pública en Israel fue diversa, yendo desde la indiferencia hasta el rechazo total de nuestras conclusiones. Solamente tuvimos éxito a la hora de hacer que la gente mirase con ojos nuevos hacia el pasado en los medios de comunicación y a través del sistema educativo. Sin embargo, desde arriba el establishment hizo todo posible por reprimir estos primeros brotes del conocimiento que los israelíes empezábamos a tener de nosotros mismos y del reconocimiento del papel jugado por Israel en la catástrofe palestina; reconocimiento que habría ayudado a los israelíes a comprender mejor el actual callejón sin salida en el que se encuentra el proceso de paz.

La lucha contra la negación de la Nakba en Israel se trasladó entonces al escenario político palestino en el interior del país. Desde la celebración del 40 aniversario de la Nakba en 1988, la minoría palestina en Israel ha venido asociando ­ como no lo había hecho antes ­ sus recuerdos individuales y colectivos de la catástrofe con la situación palestina en general y con su difícil situación en particular. Una asociación que ya se ha manifestado a través de una serie de gestos simbólicos, tales como la celebración de eventos conmemorativos en el día de la Nakba, excursiones a pueblos abandonados o pueblos que fueron palestinos en Israel, la celebración de conferencias sobre el pasado, o la reproducción en la prensa de extensas entrevistas con supervivientes de la Nakba.

La minoría palestina en Israel, por medio de sus líderes políticos, organizaciones no gubernamentales y medios de comunicación, ha conseguido que la opinión pública israelí preste atención a la Nakba. Esta reemergencia de la Nakba como objeto de debate público se vio asimismo facilitada por el punto culminante de las negociaciones de Oslo: la cumbre de Camp David entre el entonces Primer Ministro de Israel Ehud Barak y Arafat en el verano de 2000. La falsa impresión que se transmitió entonces (a saber, que estábamos cerca de poner fin al conflicto), colocó la Nakba y la responsabilidad israelí en primera fila de la lista de exigencias palestinas. Y, a pesar del fracaso de la cumbre veraniega (fundamentalmente a causa del deseo israelí de imponer sus puntos de vista sobre los palestinos), la catástrofe de 1948 se convirtió por algún tiempo en el centro de atención de la audiencia local, regional, y hasta cierto punto, global.

La cuestión de los refugiados

No sólo en Israel, sino también en EEUU e incluso en Europa era necesario recordar a los implicados en la cuestión palestina que el conflicto no tenía sólo que ver con el futuro de los Territorios Ocupados, sino que además había que tratar la cuestión de los refugiados palestinos que habían sido expulsados de sus hogares en 1948. Los israelíes habían conseguido exitosamente dejar a un lado en los acuerdos de Oslo la cuestión de los derechos de los refugiados, con la ayuda de una diplomacia y estrategia palestinas muy mal llevadas.

De hecho, la Nakba se había mantenido tan eficazmente apartada de la agenda del proceso de paz que, cuando hizo su aparición repentina, los israelíes se sintieron como si la caja de Pandora se hubiese abierto con una fuerza inusitada delante de ellos. Lo que más temían los negociadores israelíes era que hubiese la más mínima posibilidad de que la responsabilidad de Israel por la catástrofe de 1948 se convirtiera en un asunto negociable; "peligro" al que se hizo frente de manera inmediata. Los medios de comunicación israelíes y el parlamento o Knesset formularon una posición de consenso: no se permitiría a ningún negociador israelí discutir el derecho de los refugiados palestinos a volver a los hogares que habían habitado antes de 1948. El parlamento aprobó una ley en este sentido, y Barak hizo público su compromiso con la misma en las mismas escaleras del avión que lo iba a conducir a Camp David.

Los medios de comunicación y otras instituciones culturales fueron reclutadas para desanimar cualquier discusión sobre la Nakba y su importancia para el proceso de paz. En medio de todo esto, me vi envuelto en el denominado "affaire Tantura", que estalló cuando un estudiante de postgrado de mi universidad (la Universidad de Haifa) expuso públicamente una masacre hasta entonces desconocida (una de las de mayores proporciones hasta ahora conocida) perpetrada por las fuerzas israelíes durante la guerra de 1948 en la aldea de Tantura. Este estudiante fue llevado a juicio en diciembre de 2000 acusado de difamación y más tarde, en noviembre de 2001, fue expulsado de la universidad por atreverse a añadir más pruebas que confirmaban la responsabilidad israelí en la catástrofe palestina. Al parecer, los tribunales de justicia también estaban dispuestos a unirse al proceso de negación de la Nakba.

Este año, mirando retrospectivamente todos los intentos que tanto yo como otros hemos hecho por introducir la cuestión de la Nakba en la agenda pública israelí, las conclusiones a las que llego son diversas. Ahora puedo detectar algunas fracturas en el muro de negación y represión que rodea al tema en Israel, resultado del debate de los "nuevos historiadores" y de la adopción por parte de los palestinos israelíes de una nueva agenda política. Este ambiente novedoso se ha visto favorecido por la clarificación de la postura palestina frente a la cuestión de los refugiados, que se produjo cerca del final del proceso de paz de Oslo. Como resultado, a fecha de hoy, tras más de 50 años de represión, es más difícil negar en Israel la expulsión y destrucción que sufrieron los palestinos en 1948. Sin embargo, este éxito relativo ha tenido también dos consecuencias negativas, que fueron formuladas inmediatamente después de que estallara la Intifada de Al-Aqsa.

La primera reacción ha sido la del establishment político israelí con el gobierno Sharon y a través de su ministro de educación, empezando por la eliminación sistemática de cualquier libro de texto o programa escolar que haga referencia a la Nakba, siquiera de modo marginal. Las autoridades responsables de las emisoras públicas han recibido instrucciones parecidas. La segunda reacción ha sido aún más preocupante y ha afectado a sectores más amplios de la opinión pública. A pesar de que un número considerable de políticos, periodistas, y académicos israelíes han dejado de negar lo que ocurrió en 1948, siguen sin embargo dispuestos a justificarlo en público, no sólo retrospectivamente sino también como una receta para el futuro. La idea del "transfer" ha hecho su entrada abiertamente por primera vez en el discurso político israelí, y ha ido ganando legitimidad como el mejor modo de tratar el "problema" palestino [3].

De hecho, si tuviera que elegir lo que mejor caracteriza la actual respuesta israelí a la Nakba, subrayaría la creciente popularidad de la opción del transfer en el sentir y el pensamiento de la opinión pública. La Nakba ­ la expulsión de los palestinos de Palestina ­ parece estar, para muchos, en el centro del mapa político como consecuencia inevitable y justificable del proyecto sionista en Palestina. Si se oye alguna queja, es para decir que la expulsión no se completó. El hecho de que incluso alguno de los "nuevos historiadores", como Benny Morris, se apunte ahora a la idea de que la expulsión de los palestinos fue inevitable y debería haber sido más exhaustiva, ayuda a legitimar los futuros planes israelíes para avanzar en la limpieza étnica.

El transfer es ahora la opción moral y oficial que recomienda uno de los más prestigiosos centros académicos de Israel, el Centro de Estudios Interdisciplinarios en Herzliya, que asesora al gobierno. El transfer se ha presentado también como propuesta política en dossieres presentados por ministros veteranos del Partido Laborista a su gobierno. Profesores universitarios y comentaristas de los medios de comunicación son partidarios del transfer y hoy en días son pocos los que se atreven a condenar esta opción. Más recientemente, el líder de la mayoría en la Cámara de Representantes estadounidense la ha apoyado públicamente [4].

Hemos vuelto al punto de partida. Cuando Israel se hizo con el 80 por ciento de Palestina en 1948, lo hizo mediante la colonización y la limpieza étnica de la población palestina nativa. Al frente del país se encuentra ahora un Primer Ministro que cuenta con el apoyo de amplios sectores de la sociedad y que quiere decidir por medio de la fuerza el destino del 20 por ciento restante del territorio. Al igual que hicieron sus predecesores en el cargo (ya fueran laboristas o del Likud), el Primer Ministro ha recurrido a la colonización como el medio más efectivo para hacerse con ese 20 por ciento restante, añadiendo a lo anterior la destrucción de la infraestructura independiente palestina. Sharon tiene la impresión (y podría no andar errado) que el sentir generalizado de la opinión pública israelí le permitiría ir todavía más allá, en caso de que quisiera repetir la operación de limpieza étnica no sólo con los palestinos de los Territorios Ocupados, sino ­ caso de ser necesario ­ también con el millón de palestinos que viven dentro de las fronteras israelíes de 1967.

Consecuentemente, en Israel ya no se niega la Nakba; al contrario: se la tiene en gran estima. Sin embargo, los israelíes todavía tienen que escuchar la historia completa; puede que todavía quede gente en Israel a quien le interese la conducta pasada y presente de su país. A ese segmento de la población, habría que advertirles que, de las acciones israelíes de 1948, se les han ocultado a propósito algunas de las más horribles; y habría que recordarles también que estas acciones podrían volver a repetirse fácilmente si no actúan, antes de que sea demasiado tarde.


Notas de CSCAweb:

1. En Israel, el "Día de la Independencia" hace referencia a la proclamación del Estado de Israel en mayo de 1948; en el vocabulario árabe-palestino, ese mismo día se conmemora la Nakba (El Desastre), término al que hace referencia el título del artículo.
2. El autor hace referencia al trabajo de los denominados "nuevos historiadores", un grupo de académicos israelíes que desde mediados de la década de los ochenta se dedicaron a investigar el periodo previo a la formación del Estado de Israel y la guerra de 1948, originando un debate académico que se trasladó a la esfera pública israelí en los años siguientes. El trabajo de los "nuevos historiadores" y las implicaciones de los debates postsionistas para el conflicto palestino-israelí serán tratados en el número 47 de Nación Árabe.
3. En el vocabulario político israelí, el término transfer hace referencia a la expulsión de la población palestina de la tierra.
4. El autor hace referencia a Dick Armey, congresista republicano por el Estado de Texas, que el pasado 1 de mayo realizó unas declaraciones en un programa del canal de televisión MSNBC en las que se mostraba favorable a la anexión por parte de Israel de la totalidad de Cisjordania y la expulsión de la población palestina.



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