< Palestina

Palestina

 

Una reflexión sobre el resultado electoral en Israel: ¿existe alguna diferencia entre el Likud y el Laborismo?

Comité de Solidaridad con la Causa Árabe

La realidad que se deriva de la historia de Israel es bien ilustrativa cuando se comparan las políticas aplicadas por el Likud y el partido Laborista para la cuestión palestina, ya que en ambas se sintetiza una premisa básica e invariable para las dos formaciones: mantener e intensificar el proyecto sionista sobre Palestina mediante la colonización y el control territorial y poblacional de los Territorios Ocupados.

Madrid, febrero de 2001

Mientras la prensa internacional alarmaba sin ambages ante la situación que podría crearse en Israel tras la elección de Ariel Sharon como primer Ministro de Israel frente a Ehud Barak, en el interior de los Territorios Ocupados palestinos (TTOO) la campaña electoral entre ambos dirigentes de las dos fuerzas mayoritarias israelíes no ha modificado un ápice la contumaz violencia del ejército de ocupación en su represión contra el levantamiento de la población civil palestina que dura ya más de cuatro meses.

La realidad que se deriva de la historia de Israel es bien ilustrativa cuando se comparan las políticas aplicadas por el Likud y el partido Laborista para la cuestión palestina, ya que en ambas se sintetiza una premisa básica e invariable para las dos formaciones: mantener e intensificar el proyecto sionista sobre Palestina mediante la colonización y el control territorial y poblacional de los TTOO. Tal premisa, que forma parte del conocido consenso que comparten ambas fuerzas políticas mayoritarias, está respaldada por el stablishment militar ­que ha nutrido tradicionalmente a la clase política israelí reforzando la lógica eminentemente militar de Israel­ y ha sido refrendada por todos los gobiernos israelíes independientemente de su signo político. Ciertamente, el caso de Ariel Sharon resulta paradigmático en este sentido no sólo por representar el carácter agresivo, expansionista y sangriento del aparato militar israelí, sino porque su elección como primer Ministro ­juego electoral aparte­ corrobora el inmovilismo del sistema que el sionismo político instauró en Israel en 1948. Que un hombre que ha sido formalmente acusado por el sistema judicial israelí ­a través de la Comisión Kahan (1986)­ de ser el responsable de las matanzas perpetradas en los campamentos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila en 1982, pueda verse situado en la cúpula del gobierno israelí, mueve, cuando menos, a la reflexión acerca de los cimientos que articulan el Estado de Israel.

Del consenso compartido entre Likud y Laboristas se deriva la identidad sustantiva de criterios que han formulado tradicionalmente ambas fuerzas respecto a la cuestión palestina y que, desde 1967, ha vertebrado una verdadera e invariable política de Estado por parte de Israel basada en el mantenimiento de la ocupación y en la aplicación de hechos consumados contarios a la legislación internacional. Como herederas del mismo ideario sionista que articuló el desalojo de Palestina de su población autóctona y que fundó un Estado artificial basado en la exclusión y en la negación de la existencia y los derechos del pueblo palestino, ambas comparten, más allá de las diferencias que afectan a la resolución de las cuestiones de política interna, la misma lógica implacable que sostiene después de más de 52 años la naturaleza colonial del Estado de Israel.

 

Laborismo, proceso de paz y el Nuevo Orden Regional

Pese a ello, durante los últimos diez años se ha publicitado mediáticamente una imagen del Laborismo caracterizada por un talante abierto y negociador (destacándose el papel de Rabin y Peres como artífices de la paz de Oslo y como representantes de los sectores progresistas de Israel) en tanto que la imagen del Likud ha quedado asociada a la intransigencia y al extremismo de la derecha israelí (representada en Netanyahu) . Esta imagen ha sido asimismo favorecida por la Administración Clinton cuando abiertamente ha apoyado al partido Laborista israelí frente al Likud, por ejemplo, en las elecciones de 1999 que desbancaron a Netanyahu del poder. La razón interna de ello es bien comprensible si se considera que la resolución de la cuestión palestina favorecida por EEUU desde la Conferencia de Madrid (1991) está asociada a un proyecto mayor vinculado a la instauración del Nuevo Orden Regional que tiene como uno de sus más destacados objetivos garantizar ­una vez asegurada con la asistencia norteamericana la hegemonía militar israelí en la zona­ la supremacía económica y tecnológica de Israel en la región mediante la imposición de relaciones normalizadas a través de la inserción de su economía en los mercados árabes. Tal proyecto de penetración ha sido mucho mejor comprendido, adaptado y aplicado por el Laborismo que por el Likud, que ha seguido manteniendo durante los últimos años una concepción hegemónica basada casi exclusivamente en la opción militar, mientras el Laborismo ha sabido aglutinar en sus filas al componente más activo del sector económico israelí que controla, además, la tecnología punta de la industria de Israel.

Es esa misma lógica inherente al Nuevo Orden Regional la que ha permitido al liderazgo de la Autoridad Nacional Palestina (AP) ­cuya aceptación y vinculación al diseño económico neoliberal que preconiza Oslo para la entidad palestina enlaza con la estrategia norteamericana e israelí de control regional­ sentirse mucho más cómodo en las mesas de negociación cuando han sido los quienes han estado al mando del gobierno en Israel. Su aceptación tácita durante las negociaciones de Oslo del formato de la transitoriedad impuesto por los (denominando concesiones a lo que son derechos reconocidos de los palestinos, o presentando como avances lo que no eran sino retrocesos) ha permitido asimismo alimentar esa falsa imagen del talante generoso y negociador del Laborismo israelí aun cuando la realidad de la aplicación de los acuerdos alcanzados ­siempre restrictivos para la parte palestina­ ha sido reiteradamente incumplida por Israel. La consideración de que la propia AP haya intervenido desde 1993 a favor de propiciar en la minoría palestina del interior de Israel el voto favorable al partido Laborista (en 1999, por ejemplo, el voto árabe fue definitivo para el triunfo de Barak, si bien éste no correspondió con ningún nombramiento ministerial a ninguno de los parlamentarios árabes de la Knesset) ha reforzado a nivel publicitario una imagen positiva del partido Laborista en los medios de comunicación.

Sin embargo, la evidencia de la falacia del Laborismo como fuerza progresista en el escenario israelí tiene su última manifestación en los nulos efectos o incluso retrocesos que ha tenido su actuación en la resolución del conflicto palestino-israelí. Baste recordar que han sido las políticas aplicadas por los gobiernos las que han favorecido que la situación en el interior de los TTOO haya empeorado notablemente al abrigo de los acuerdos de paz. Han sido los gobiernos Laboristas los que han incrementado la extensión de los asentamientos de colonos en los TTOO: desde 1999, bajo el gobierno Laborista, el ritmo de creación y extensión de asentamientos ha aumentado no sólo por encima del marcado por el Likud sino que ha superado al periodo de mayor creación bajo el gobierno de Shamir, en los años 80. Asimismo, ha sido el Laborismo quien ha ejecutado los proyectos consensuados respecto a Jerusalén Oriental relativos a la modificación demográfica de la población a favor del establecimiento de una mayoría judía (72%) frente a una minoría palestina (27%). Mediante la imposición de medidas restrictivas administrativas para los palestinos (aplicadas en las trabas a la reunificación familiar o en la negativa a la concesión de permisos de construcción de viviendas palestinas) y favorables a la política de anexión de la ciudad (mediante la expropiación sistemática de tierras palestinas y la ampliación del cinturón municipal de Jerusalén) el Laborismo ha convertido a la parte ocupada de Jerusalén en un espacio para la expansión y creación de asentamientos destinados a colonos israelíes. De igual modo, ha sido el Laborismo quien diseñó la política de cierres de los TTOO como medida de castigo colectivo contra la población palestina y quien la ha ejecutado intensivamente desde 1993, contraviniendo los acuerdos de Oslo y propiciando un empeoramiento mayor de los índices de desarrollo palestinos. El gravísimo retroceso de la economía palestina como consecuencia de la aplicación de los cierres ha sido extensamente documentado y denunciado por múltiples informes de instancias internacionales como Naciones Unidas o el propio Banco Mundial.

Finalmente, la evidencia mayor que contradice la imagen exterior del Laborismo como fuerza de talante progresista y conciliador es la brutal respuesta militar que el gobierno de Barak ha dado a la Intifada palestina en los últimos cuatro meses. La contestación de las fuerzas militares de ocupación ­que obviamente han seguido los dictados del primer Ministro y de su gobierno­ ha sido calificada como la más dura y violenta desde la guerra de 1967, tanto por la intensidad de sus ataques como por el tipo de medidas aplicadas para la represión: Barak ha puesto en manos del ejército todo su arsenal militar (con carros de combate, misiles, helicópteros y tanques) para hacer frente a una población civil desarmada como si de un conflicto bélico se tratara. De su violencia dan cuenta el número de bajas palestinas (350 hasta la fecha), los miles de heridos y la destrucción de la escasa infraestructura civil urbana y rural palestina.

Por todo ello, no debe resultar extraño que la población palestina, inmersa en el quehacer cotidiano de resistir frente a la ocupación como lo viene estando desde hace 33 años y en plena Intifada, tenga la percepción de que no hay diferencia entre Barak o Sharon en lo que a los TTOO se refiere.

 

El voto árabe en Israel

De igual modo ha de evaluarse la actitud mayoritaria de los ciudadanos palestinos del interior de Israel ante las elecciones y la modificación de la tendencia de su voto. Si en 1999 el 95% de los cerca de dos millones de palestinos israelíes favorecieron en las urnas a Barak frente a Netanyahu ­siguiendo el llamamiento de sus representantes y de la AP­, la negativa del gobierno de Barak a incluir en su gobierno a ningún representante palestino, así como la dura represión que ejerció contra la población palestina de Israel al comienzo de la Intifada (con 13 bajas palestinas) ha determinado el boicot por parte de la minoría palestina al candidato del partido Laborista. Pese a que los líderes de algunos partidos árabes israelíes y que los propios representantes de la AP y de la oposición del Frente Democrático para la Liberación de Palestina de Na'if Hawatmeh recomendasen en el último momento el voto a Barak para evitar el triunfo de Sharon, sólo un 18% de los palestinos han votado frente al 75% que lo hizo en 1999. Ello, junto a la abstención promovida por los sectores de la izquierda israelí, ha sido, quizá, lo más relevante del resultado electoral del pasado 6 de febrero. Por primera vez ha sido la izquierda israelí y los votantes palestinos quienes han determinado con su abstención la derrota de un candidato laborista. Las implicaciones que de ello se derivan podrían abrir nuevas expectativas para una futura alteración novedosa del juego político israelí si tanto la izquierda como la comunidad palestina del interior supieran extraer de ello conclusiones para el fortalecimiento de sus objetivos políticos frente a la dinámica mantenida hasta ahora de respaldar incondicionalmente la línea sionista de los Laboristas.

Habida cuenta de que a lo largo de su historia Israel siempre ha sabido hacer frente a las crisis relacionadas con la cuestión palestina mediante el establecimiento de gobiernos de unidad nacional, no es de extrañar que pese a la polarización manifiesta en la campaña electoral, en esta ocasión el nuevo primer Ministro haya resuelto vincular en su gobierno a los representantes Laboristas. El impasse que ha creado la Intifada respecto al proceso negociador palestino-israelí constituye sin lugar a dudas una situación que perjudica a Israel y que exige de nuevo institucionalizar el consenso estratégico que se ha establecido desde los años 70 entre Laboristas y Likud. Podemos especular sobre cómo Israel pueda retomar a partir de ahora la resolución de tal impasse; sin embargo, las variantes posibles no excluirán en ningún caso la determinación nacional de mantener el proyecto histórico del sionismo: garantizar un Estado de mayoría étnica judía en Oriente Medio.