Palestina


*Eva Pastrana es especialista en Derecho Internacional Humanitario y cooperación al desarrollo. Ha trabajado para ONGs e instituciones internacionales en países del Magreb y Oriente Medio, además de Nicaragua.

'Check-points'




Soldados israelíes encargados de la vigilancia de un check-point en Ramala, Cisjordania



Soldados israelíes revisando la documentación de una mujer palestina. Check-point en Ramala, Cisjordania



Atasco de vehículos palestinos en el check-point de Kalandia, Cisjordania



Familia palestina cruzando el check-point de Kalandia. Cisjordania



Soldados israelíes controlando el paso de personas en un check-point cercano a Jerusalén



Palestinas cruzando un check-point. Ramala, Cisjordania



Soldado israelí controlando el paso de un comerciante a su paso a la Universidad palestina de Bir Zeit. Check-point de Bir Zeit, Cisjordania



Palestinos cruzando el check point de Kalandia ante soldado israelí dormido. Cisjordania

"A menudo, empapada en el calor del asfalto e impactada por el espectáculo dantesco ante mis ojos, me consuelo pensando en la eventual utilidad de la memoria, del recuerdo de lo ajeno y de lo propio"

(Fotografías de Eva Pastrana realizadas durante los meses de septiembre y octubre de 2001)


Enlaces relacionados:

Puestos de control del Ejército israelí en la Franja de Gaza
(palestinemonitor.org)

Puestos de control del Ejército israelí en Cisjordania
(palestinemonitor.org)

Los 'bantustanes' de Gaza y Cisjordania: El pueblo palestino, cautivo de los Acuerdos de Oslo
(Paco Arnau/CSCAweb)

Palestina - Edición electrónica/Cartografía


'Check-points'
Las piedras israelíes contra la Intifada

Texto y fotos: Eva Pastrana*

CSCAweb (www.nodo50.org/csca), 27 de enero de 2002

Entre los castigos colectivos infligidos por el Estado israelí a la población palestina, uno de los más visibles ha sido el asedio y bloqueo de las localidades palestinas. Se estima que hay más de 250 check-points o puestos de control israelíes desparramados en puntos vitales para la conexión y el intercambio de las poblaciones cercadas. Realmente, no se pueden contar en exactitud. Los hay de todo tipo, más o menos movibles y con mayor o menor presencia militar. La lucha cotidiana de los palestinas en los check-point será uno de los recuerdos más palpables de esta Intifada.

Algunos meses después de los ataques terroristas del 11 de septiembre en EEUU, los ojos de la comunidad internacional, agotados ya de la represalia aliada en Afganistán, miran de nuevo hacia Israel y los Territorios Ocupados palestinos, donde la llegada del nuevo año no ha traído el fin del conflicto. La Intifada de Al-Aqsa continúa latente desde que comenzó en octubre de 2000 con la provocadora visita a la explanada de las mezquitas del actual primer ministro israelí Ariel Sharon. Los resultados concretos de la etapa del nuevo ministro merecen cierto análisis retrospectivo.

A los cien días de su mandato, Sharon agotó sin éxito el plazo para poner fin a la violencia que había prometido a la sociedad israelí. Ni siquiera ayudado de las ejecuciones extrajudiciales, los asesinatos selectivos (calificados por Israel de "acciones preventivas") y la política de cierres de los Territorios Ocupados, el general Sharon ha logrado mermar el espíritu de la Intifada palestina. La capacidad de resistencia del pueblo bajo ocupado está presente en todos los rincones de Cisjordania y Gaza. Todo vale para afrontar la ocupación: desde el ingenio para sortear los bloqueos militares y encontrar nuevas vías con las que llegar al trabajo a diario hasta su cara más fanática y terrible, los hombres-bomba, contra quienes ni el raciocinio más humanista tiene antídoto. La expansión del fundamentalismo (sin apelativos religiosos) ha brotado en el caldo de cultivo de la ocupación israelí.

Entre los castigos colectivos infligidos por el Estado israelí, uno de los más visibles ha sido el asedio y bloqueo de las localidades palestinas en contra de las normas más elementales del derecho humanitario, que no es más que la regulación, si cabe, de la guerra. La aplicación del principio de "divide y vencerás" debió guiar a los estrategas israelíes al urdir la fragmentación de los Territorios Ocupados. Cisjordania, algo menor en superficie que una provincia española, ha quedado dividida en 61 compartimentos y la Franja de Gaza, en su estrechez, está separada en tres bantustanes. Todo ello con ayuda de excavadoras para levantar barricadas, destruir carreteras y caminos o instalar ese mobiliario urbano tan inolvidable que recuerda implacablemente al visitante la realidad de la ocupación. Asimismo, el gobierno israelí ha aislado Gaza del resto del mundo, por tierra, mar y aire.

250 'check-points'

Algunas organizaciones no gubernamentales han estimado que hay más de 250 check-points o puestos de control israelíes desparramados en puntos vitales para la conexión y el intercambio de las poblaciones cercadas. Realmente, no se pueden contar en exactitud. Los hay de todo tipo, más o menos movibles y con mayor o menor presencia militar. En otoño, además, han brotado algunos nuevos. Un día, yo misma evité que mi coche se momificara para la eternidad cuando decidí no aparcar al pie de una pila de piedras que cortaba de cuajo la carretera y perseverar a golpe de volantazo en mi búsqueda de vías alternativas. Al atardecer, regresando, volví la mirada al mismo lugar para encontrar que otros infortunados que cruzaron a pie el check-point -modelo montañita- no podían retirar sus vehículos por las piedras a sus espaldas con las que, en un tiempo record, las excavadoras israelíes habían bloqueado su salida.

A finales del año 2000, estudios citados por el prestigioso diario israelí Haaretz presagiaban un futuro siniestro para la población palestina si la política de bloqueos perpetrada por el gobierno israelí se prolongara. Con los cierres, más de 120.000 trabajadores palestinos que cruzaban a Israel para ganarse el sustento aún en condiciones inferiores a las de sus homólogos israelíes, se han quedado sin empleo. Según los citados informes, los hogares palestinos tendrían ahorros para subsistir durante apenas unos dos meses. El Banco Mundial estimó, al inicio de la Intifada, unas pérdidas económicas de al menos ocho millones de dólares diarios.

Sin embargo, entrado ya el primer invierno de este siglo, se ha visto que la capacidad de resistencia de la población ha sobrepasado toda previsión, aunque ha sido a costa de dos terceras partes de las familias palestinas -esto es, dos millones de personas-, que se han sumido bajo el umbral de la pobreza. Y ello pese a las remesas de ayuda provenientes de familiares en la diáspora (si históricamente la palabra se relacionó con el pueblo judío, hoy la diáspora es palestina), la venta de la mayoría de los ajuares que con tanto celo custodian las matronas palestinas y el encomiable esfuerzo de la comunidad internacional aportando recursos para paliar esta dramática bancarrota de la sociedad palestina.

La lucha cotidiana de la gente palestina en los check-point será uno de los recuerdos más palpables de esta Intifada. Entre los imborrables se encuentra el de Kalandia, con nombre de cuento de princesas pero efecto de ogro malo, rompiendo el cordón umblical entre Ramala y Jerusalén. O los que rodean las áreas de Hebrón, Nablús, dividen la pequeña Gaza, etc. También el check-point israelí de Belén que cerró el paso hacia el pesebre de Cristo a los cristianos, tanto palestinos como extranjeros, en Semana Santa, quebrando simultáneamente el derecho internacional y la costumbre histórica de permitir el acceso a los lugares de culto. O todos los demás puestos militares anónimos que se suceden demasiado rápido en lo que antaño debieran ser cortos trayectos.

Los minutos y horas se hacen interminables en las colas y atascos antes de los check-points. Al personal internacional que trabaja en labores humanitarias o misiones diplomáticas el sacrificio de la espera les resulta recompensado pues, generalmente, tras una pequeña intromisión en la intimidad de los propósitos de cada cual, se les permite el paso, no sin antes haberles concedido todo el tiempo del mundo para ser testigos de las humillaciones y vejaciones por las que pasan sin excepción las niñas, mujeres, hombres o ancianos palestinos. En el mejor de los casos la espera es desesperante pero puede convertirse en fatal para gente que precisa de asistencia médica urgente al otro lado de la visera del soldado. Ha habido más de un parto que no ha podido esperar a llegar al hospital, retenciones de horas a enfermos de gravedad y negativas a unidades médicas de traspasar el check-point, cuando no disparos contra ruedas de ambulancias. Ni el ejército ni el Estado de Israel jamás podrán resarcir adecuadamente por el tiempo perdido y esfuerzos empleados de tanta gente. Tampoco por las vidas de quienes no llegaron a tiempo al hospital.

A menudo, empapada en el calor del asfalto e impactada por el espectáculo dantesco ante mis ojos, me consuelo pensando en la eventual utilidad de la memoria, del recuerdo de lo ajeno y de lo propio. Tantas escenas de niños tirando piedras y soldados reprimiendo con balas Y, personalmente, más de 60 horas perdidas en total, una tarde eché la cuenta. 60 horas en una vida son irremplazables. O como el mediodía que, tras el horrible atentado cometido por un jordano en una discoteca en Tel Aviv llena de quinceañeros, los soldados en Kalandia se pusieron a disparar bombas de gas entre los coches, estallando una a pocos metros del mío. Me olvidé del picor de garganta cuando un soldado, a unos 25 metros, me apuntó durante medio minuto. Por suerte, tras lo que egoístamente me pareció una eternidad, desenfocó su
mirilla, apuntó más abajo y vació su cargador en las ruedas del coche vecino mientras mis rodillas comenzaban a temblar incontroladamente.

Controles permanentes

Cuanto más efectivos han resultado los check-point, más se han establecido permanentemente. Al principio bastaban un par de soldados parapetados al pie de alguna carretera, cruce o camino para controlar a la gente o vehículos que pasaban. El paso de mercancías también quedaba afectado. La silueta de los soldados con sus M-16 recortada a contraluz provocaba instantáneamente el freno del alegre caos circulatorio en Palestina. Pero, con el paso del tiempo, se ha ido viendo cuales tenían que ser reforzados y cuales podían ser de quita y pon. Llegaron las grúas y, con ellas, bloques de cemento gris de varias formas y tamaños con argollas para su acarreo maquinal se apostaron como puntos suspensivos sobre mapas de carreteras. En las zonas más calientes, se alzaron torretas de control, curiosamente similares a las de los primeros asentamientos judíos en tierras de árabes. Aunque, a diferencia de aquéllas, que se construían de día y ensamblaban de noche junto con el resto de piezas que armaban las casas del asentamiento, en un ambiente socializante y pionero, los check-point se refuerzan a plena luz del día bajo régimen militar.

Y contra el calor, ni siquiera los estudios sofisticados sobre refrigeración de cascos o uniformes desarrollados por el ejército israelí han podido suplir los tradicionales parasoles. Poco a poco, los check-points se han ido embelleciendo con sombrillas verde caza que tanto sol de justicia han filtrado sobre los soldados.

Algunos check-point están siendo dotados de túnel, una versión nueva de una idea vieja, la del paso de Erez a la entrada de Gaza, que constituía uno de los puestos de control más ajetreados antes de la Intifada, por el que pasaban miles de trabajadores palestinos a diario. Sin Intifada, antes y después de una larga jornada, los palestinos que querían trabajar en Israel eran obligados a cruzar a pie por un corredor de casi un kilómetro tapado para que los transeúntes no palestinos o VIP (Very Important People), según reza el cartel israelí instalado todavía hoy al efecto, no vieran las largas colas ni los registros corporales minuciosos que los soldados realizaban con ayuda de perros a los integrantes de esta masa de mano de obra barata de la que se nutría hasta entonces Israel. Sin embargo, Erez bajó su actividad drásticamente con la política de cierres y suspensión de visados para trabajar en Israel. Actualmente, sin llegar a la magnificencia del sistema descrito, algunos check-points se han completado con pasadizos, como el de la entrada a Belén. La diferencia es que ahora también los extranjeros que cruzan a pie los han de traspasar, ahorrándose por lo general el registro corporal siempre y cuando no se olviden de llevar el pasaporte, mejor aún con el visado de trabajo en Israel.

A la hora de granjearse la amistad del soldado de turno, algunas nacionalidades son más afortunadas que otras: estadounidenses, británicos, mediterráneos norteños, etc. Ser alemán, por razones obvias, no es lo mejor.

Como la mayoría de las veces se trata de hombres los que sirven a la patria en los Territorios Ocupados, ser chica puede ser una ventaja a la hora de negociar un paso complicado a una localidad palestina. Las jóvenes israelíes también hacen la mili y también llevan armas, pero no han sido ubicadas en los check-points de esta Intifada para no distraer a los aguerridos adolescentes que lidian diariamente con los conflictos cotidianos de la gente que quiere pasar y que intenta llevar una vida normal. Sólo en Erez Gaza sigue habiendo una buena muestra de jovencitas entubadas en modelos apretados caqui. Quizá si los equipos fueran mixtos y el amor se filtrara por las alambradas de los check-points, habría más distracciones entre los adolescentes que defienden una ocupación calificada por Naciones Unidas en 69 ocasiones de ilegal.

Los soldados no se distraen. Cuando un grupo de niños palestinos se aproxima amenazante con piedras en la mano, afortunadamente cada vez menos, las respuestas de los soldados, desgraciadamente cada vez más, no se hacen esperar. La sucesión se confirma diabólicamente: una piedra palestina hacia un soldado y, en el mejor de los casos, carga y disparo israelí al aire, una y otra vez, acompañado de lanzamiento de bombas lacrimógenas que atosigan en un radio espacial y temporal indeterminado. Estas bombas lacrimógenas también tienen contraindicaciones: cada una lleva una etiqueta alertando que no es conveniente usarla en el entorno de mujeres embarazadas. La tasa de natalidad palestina es de casi siete hijos por mujer, lo que da una idea de lo frecuente que es encontrarse a mujeres embarazadas. No se tiene constancia de que los soldados que desencasquillan estas bombas se cercioren del tipo de gente que se encuentra en su radio de acción. En el check-point frente a la Universidad de Bir Zeit, en Cisjordania, es habitual ver a estudiantes con corazones de cebollas que inhalan si les sorprende una bomba lacrimógena. Es un excelente filtro de los gases mortíferos.

Si la cosa se pone peor, la mirilla del soldado baja y apunta a la gente las bombas de acero recubiertas de goma que matan y que no se corresponden con las bombas 100% de goma que se usan en el resto de países del mundo. Las balas de goma han de tirarse a una determinada distancia por debajo de la cual su uso constituiría un Crimen de Guerra por parte del soldado que la dispara. Igual sucede con las zonas a las que han de dirigirse, las extremidades. Decenas de casos de niños heridos en cabeza y tórax están documentados en los hospitales o clínicas en Cisjordania o Gaza. También las defunciones.

En caso de manifestaciones, se suele pasar a munición real. Expertos consultados han dictaminado que se han encontrado con nuevos tipos de munición israelí cuyo uso no está legalizado, como las balas de fragmentación que, al estallar en el cuerpo, se dispersan minuciosamente por todo tipo de órganos vitales.

Diversas organizaciones humanitarias como Amnistía Internacional han denunciado la mayor frecuencia de uso de medidas desproporcionadas o de apertura de fuego por parte de soldados israelíes en los check-points sin siquiera provocación previa. Uno de los grupos ajenos al conflicto más afectado por estas acciones ha sido el de los periodistas y fotógrafos, generalmente extranjeros. No hay periodistas israelíes en Gaza ni Cisjordania ya que, tras el 29 de septiembre de 2000, el Estado de Israel prohibió la entrada de israelíes en los Territorios Ocupados so pena de tres años de prisión. Tan sólo una mujer, Amira Hass [1], se ha atrevido a defender su profesionalismo por encima de esta medida y reside en Ramala, lo que le convierte en una preciada y testimonial fuente israelí de información. El resto de medios israelíes se nutre de la red de informadores en las que, forzosa e improvisadamente, se han convertido los soldados de cada uno de los check-points israelíes. Es un sistema barato, rápido y de primera mano. A partir de ahí y entre su superior y la noticia que se publique, sólo queda el coladero de la censura que rige en Israel para medios nacionales o internacionales

Otro de los bloqueos menos visibles pero igualmente demoledor ha sido la suspensión del reintegro por parte de Israel a la Autoridad Palestina de impuestos recaudados a trabajadores palestinos, incapacitándola para asumir los pagos regulares a su funcionariado y aproximándola a la quiebra de no haberse producido la intervención oportuna de países donantes.

Aún es pronto para aventurar todas las secuelas de la Intifada pero ya contamos con datos alarmantes: más de 1.100 muertos de los que tres cuartas partes corresponden a la población palestina (incluidos más de 100 niños), más de 16.000 heridos (el 10% de gravedad), 2.500 casas palestinas demolidas, 200.000 árboles arrancados en los territorios ocupados, etc.

Popularmente se cree que segundas partes, como la segunda Intifada, nunca fueron buenas. Pero en el contexto de convulsión mundial que ha provocado el terrorismo, a veces individual y a veces de Estado, acaso pueda destilarse la paz que acabe con el conflicto árabe-israelí y despeje de check-points el paisaje mediterráneo palestino.

 

Notas:
1.
Amira Hass es periodista israelí y corresponsal del diario Ha'aretz en Ramallah (Palestina). Artículos de Hass publicados en CSCAweb: "La próxima ronda de bombardeos sobre Palestina", "La ocupación, hasta la cocina". [Nota de CSCAweb]



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