Palestina


*Azmi Bishara es palestino, ciudadano israelí y miembro del parlamento israelí (Knesset). Recientemente, el parlamento israelí le retiró la inmunidad y en la actualidad se enfrenta a un juicio por defender los derechos nacionales del pueblo palestino.

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    Una extraña cuestión de 'casting'

    Azmi Bishara*

    Al-Ahram Weekly
    Traducción: Beatriz Morales, CSCAweb (www.nodo50.org/csca), 14-05-02

    "La continuación de la resistencia palestina exige una estrategia unificada, una dirección unida y unos objetivos políticos claros y realizables. En ausencia de estos factores, la resistencia será presa de los mismos errores que ha cometido en el pasado, errores que corren el riesgo de hacer que el resto del mundo -tanto amigos como enemigos- no sepa qué queremos exactamente"

    En el preciso momento en que las masas árabes se transforman en movimiento colectivo, descendiendo a las calles auque sólo sea para ejercer uno de los aspectos de sus derechos como ciudadanos al exigir a sus dirigentes que actúen como tales y que tomen decisiones firmes contra las políticas norteamericana e israelí, entonces es cuando los dirigentes (que, en su mayoría, gobiernan con un desprecio por las leyes y muy a menudo en función de sus caprichos personales) se convierten en ciudadanos responsables.

    Confrontados a la dinámica y a la expansión sin precedentes del movimiento de protesta de base en solidaridad con la causa palestina los dirigentes árabes han redefinido la noción de ciudadanía para convertirla en cierto modo en un sinónimo de "debilidad". Cuando un dirigente árabe dice: "Soy un ciudadano responsable, como vosotros", significa de hecho: "No esperéis nada de mí, porque soy tan débil como vosotros. El dirigente, todopoderoso el resto del año y cuyos aplastantes poderes han tratado de reducir los demócratas y los grupos de defensa de los derechos humanos por medio de verificaciones legales, este dirigente declara a su público que es "impotente".

    Pero esta transformación democrática pasajera del dirigente tampoco carece de límites. Su espíritu político sólo puede concebir la ciudadanía como sinónimo de impotencia. En épocas normales, en el mundo árabe no existen "ciudadanos". Pero cuando centenares de miles de individuos se ponen en marcha para ejercer aunque sea una sola de las facetas de la ciudadanía -el derecho a ejercer una influencia sobre el proceso de toma de decisión política- e incluso cuando todo el edificio de derechos individuales y cívicos es inexistente, sus dirigentes se ponen celosos y se apresuran a apropiarse del término "ciudadano", después de haberlo convertido en sinónimo de "impotente", como en la siguiente pregunta: "todos somos ciudadanos responsables, pero ¿qué podemos hacer?".

    Palestina como detonador

    Una vez más, como de costumbre, Palestina ha hecho la función de un de detonador, encendiendo la mecha de una explosión de frustración ante la ausencia de justicia, de garantías sociales y de derechos humanos. Palestina se ha convertido en el sinónimo de los sufrimientos árabes, la lengua en la que encuentran traducción la desesperación de los pobres, el calvario de los débiles y la angustia de los intelectuales. La escala, la extensión y la persistencia de la ola actual de protestas son extremadamente significativas. Los que conocieron la época y tuvieron la experiencia de la ola de protestas árabes en solidaridad con Egipto y Gamal Abdel Nasser a raíz de la agresión tripartita de 1956 [Gran Bretaña, Francia e Israel] son testigos del hecho de que existe una diferencia importante entre ambas épocas. En 1956 el movimiento de protesta estaba asociado a un proyecto político de horizontes panárabes. En la nacionalización por Naser del Canal de Suez, que provocó la ira de británicos y franceses, las masas árabes vieron un modelo para el comportamiento ideal de la nación árabe. La puesta en marcha de las masas populares a raíz de la agresión tripartita no era tanto un movimiento de conmiseración/simpatía como la expresión de una voluntad política. El actual movimiento popular contra la agresión israelí que tiene una significación política mucho mayor: afirma que las calles árabes vibran de vida política.

    ¿Qué ha sucedido? Es sencillo: la gente se ha apropiado de las calles. En ausencia de liderazgos democráticos en condiciones de proponer una alternativa al statu quo a nivel nacional, los regímenes respondieron de distintas maneras a esos movimientos (populares). Unas veces soltaron a la policía antidisturbios que lanzó gases lacrimógenos para dispersar a los manifestantes. Otras veces, para contener el movimiento espontáneo, soltaron discursos que eran también "lacrimógenos" y cuyo tema era "Yo sólo soy un ciudadano como vosotros". Porque, a diferencia de un programa democrático, la causa palestina puede tener tanto el efecto de alejar a los pueblos de sus gobiernos como el de acercarlos. Un régimen árabe que afirma la necesidad de aplicar las resoluciones internacionales y los planes Tenet y Mitchell -aceptados por la dirección palestina- también puede absorber la cólera y manifestarse con el pueblo contra Sharon y su brutalidad. La causa palestina es el símbolo, el espíritu y el canal de expresión legítimo de los sentimientos políticos árabes. Sin embargo, no puede servir de alternativa a un programa político digno de tal nombre: seguiremos siendo incapaces de controlar un problema tan complejo como es la causa palestina de forma que trascienda la inscripción fútil de maldiciones e insultos sobre pancartas y banderas mientras no tengamos una clara conciencia política democrática de la naturaleza de la confrontación entre el movimiento nacional palestino y el nacionalismo árabe, por un lado, y el sionismo en tanto que ideología, que sistema político y que práctica colonial, por otro.

    Con todo, tan poco tiempo después (de la batalla) ya es posible avanzar que el efecto del movimiento espontáneo árabe ha sido enorme. Este movimiento debe dar ánimos a todos aquellos que habían desesperado de los árabes, a todos aquellos que se habían disociado del nacionalismo árabe, aunque detrás su condena de los regímenes actuales tendieran a esconder lo que era una regresión. Este movimiento de masas espontáneo -y a pesar de su espontaneidad y no gracias a ella- ha forzado EEUU, y con él, a Europa, Rusia y al resto de los apéndices de la política norteamericana, a buscar los medios de absorber su impacto y de contenerlo. Y el intento de contenerlo necesariamente debe llevar a un cambio de política, aunque sólo fuera porque es imposible contenerlo sin este cambio.

    La opinión pública árabe no podrá contentarse por más tiempo con declaraciones: quiere ver resultados. En razón de la relación particular entre EEUU e Israel, los Estados árabes están convencidos de que Washington dispone de capacidad para hacer presión a Israel. La petición hecha por Ariel Sharon a Washington de que no ejerza presiones sobre Israel sólo puede querer decir dos cosas. En primer lugar, Washington nunca ha ejercido todavía una sola presión de este tipo. En segundo lugar, Israel tiene miedo de ejercer una presión de esta naturaleza.

    La voluntad de EEUU

    La manera como funciona Israel obedece a varias coaliciones o alianzas: entre el Likud y el Partido Laborista; entre el Ejército y la elite económica; ente la elite de las clases medias y los dirigentes de las nuevas minorías étnicas. Sin embargo, la más importante es coalición norteamericano-israelí. Incluso haciendo abstracción de las maquinaciones del lobby sionista norteamericano, EEUU sigue siendo el socio más poderoso de esta coalición. Si quiere, Washington puede imponer su voluntad. Simplemente, hasta el momento no ha querido nunca.

    La voluntad de EEUU, en caso de decidir imponerla, está lejos de acercarse a lo que los árabes quieren. Así, hasta que los árabes desarrollen la capacidad de dirigirse directamente a la opinión pública norteamericana su único medio de influencia reside en un movimiento popular de masas que tiene un efecto más importante y mucho más inmediato sobre el proceso de decisión en Washington, que desea mantener una cierta estabilidad en la región, de lo que lo tiene sobre los responsables árabes. Los regímenes árabes tiene todavía mucho que hacer para tratar de ser escuchados en Washington por mediación diplomática. Además, para cualquier resolución práctica han culpado a la resolución de los ministros árabes de asuntos exteriores cuyo objetivo era solicitar al Consejo de Seguridad la imposición de sanciones a Israel en caso de que éste fracasara en aplicar las resoluciones tomadas en conformidad con el capítulo 7 de la Carta de NNUU. Así, para no situar a EEUU en la difícil posición de tener que utilizar su derecho de veto, los gobiernos árabes han considerado que bastaba con obtener una declaración del secretario general y del secretario del Consejo de Seguridad. Sólo Dios sabe qué cálculos se han tenidos en cuenta en esta decisión para evitar recurrir a unos modelos de acción mucho más decisivos que habían sido utilizados, con el efecto que todos conocemos, en otras regiones del mundo.

    EEUU, junto con Europa y Rusia, van a tratar de crear una batalla imaginaria sobre la retirada israelí de las ciudades palestinas. No se trata de una demanda palestina, sino de la demanda del Consejo de Seguridad de NNUU formulada en contra de Israel. Y, a fin de cuentas, Israel tendrá que retirarse: después de todo, no desea en absoluto quedarse en las ciudades (ocupadas) para administrar en ellas la vida de sus habitantes, hacer que funcionen los aparatos de diálisis para los enfermos que necesitan tratamiento de diálisis, ni suministrarles agua, electricidad, empleo y alimento. Israel no quiere permanecer en las ciudades palestinas porque teme que se produzca un nuevo Jenín. Quizá el Consejo de Seguridad haya fracasado en imponer su resolución de retirada inmediata, pero tarde o temprano Israel se va a retirar voluntariamente.

    Sin embargo, no hay que esperar que los palestinos den cualquier cosa a cambio de esa retirada, ni siquiera por la retirada hasta las fronteras de 2000, esto es, las fronteras de antes de la Intifada. Para los palestinos se trata de condiciones que no están ni en ningún caso podrían estar sujetas a negociación.

    El gobierno Sharon se prepara para anunciar pronto el éxito de su operación militar y afirmará muy claramente que la decisión de retirada no es el resultado de las presiones internacionales sino del hecho de que el Ejército haya llegado a la conclusión de que su misión, que consistía en hacer operaciones de limpieza en una ciudad tras otra, en un pueblo tras otro, ha cumplido sus objetivos. Como prueba, exhibirá ante el pueblo israelí la lista de las personas buscadas y que Israel ha detenido o asesinado. El aspecto más importante en el que hay que insistir es que la declaración por parte del gobierno israelí de que pone fin a su "proyecto" militar no significa en absoluto el fin del proyecto de una resistencia nacional palestina. El pueblo palestino y el movimiento de resistencia palestina (si es que aún se puede hacer distinción entre ambos términos) han declarado que seguirán la resistencia tras el final de esta guerra atroz. Esta declaración es una proclamación del fracaso de la guerra en cumplir sus objetivos políticos. Los palestinos quieren continuar la resistencia porque Sharon ha dicho de forma muy clara que reforzará la ocupación por medio de alambradas eléctricas y de zonas-tapón hasta que los palestinos acepten negociar sobre asuntos que no tienen ninguna relación con el estatuto de Jerusalén, los refugiados, las fronteras y las colonias.

    Sharon quiere una dirección palestina que negocie con él la reconstrucción de lo que el Ejército israelí ha bombardeado y arrasado con buldózeres, para restaurar la redes telefónica y eléctrica, y las canalizaciones de agua potable, en las condiciones del paso por Jordania y en la forma de operar las transformaciones bancarias. Lo que quiere es unas negociaciones que se prolonguen indefinidamente. Y Sharon comprende bien que aunque los palestinos no quieran negociar acerca de estas cuestiones, tendrán que hacerlo si quieren sobrevivir. A cambio de su buena voluntad de negociar, Sharon propondrá también un calendario limitado concerniente a las condiciones de existencia y las relaciones con una entidad gubernamental palestina que se prevén con una duración transitoria lo más larga posible. Sin embargo, los palestinos pueden imponer su propio calendario. Pueden imponerlo basándose entres factores: la continuación de la resistencia, la persistencia de las protestas y del movimiento de solidaridad árabe, y la firmeza de la dirección palestina.

    Continuar la resistencia

    La continuación de la resistencia palestina exige una estrategia unificada, una dirección unida y unos objetivos políticos claros y realizables. En ausencia de estos factores, la resistencia será presa de los mismos errores que ha cometido en el pasado, errores que corren el riesgo de hacer que el resto del mundo -tanto amigos como enemigos- no sepa qué queremos exactamente.

    Se deben trazar unas grandes líneas de acción política ante el movimiento de solidaridad árabe, unas líneas que se ciñan a lo posible, a lo racional y al realismo, para que el movimiento no se deteriore en un proceso de gesticulación y de vociferación colectivos. Así, es necesario un programa claramente definido que precise las presiones que hay que ejercer sobre los gobiernos árabes para volver más decisiva la acción contra Israel; un programa que debe hacer explícito el precio que los gobernantes tendrán que pagar en sus países en el caso de que sean incapaces de satisfacer las exigencias de sus pueblos. Finalmente, al Autoridad Palestina no puede volver a sus antiguos métodos consistentes en manipular al pueblo palestino y a sus instituciones. El pueblo palestino se ha unido en torno a la AP porque atacándola, atacando a su autoridad nacional, las agresiones de Israel representaban una afrenta para cada uno de los palestinos. A partir de ahora, la autoridad palestina ya no puede volverse contra las personas que de hecho son las únicas en apoyarla.



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