"Han pasado ya doce meses, los
acuerdos de Oslo están hechos jirones y la situación
ha llegado ya al límite. La resistencia a la ocupación
ha sido fuerte y pone de manifiesto el conocimiento que los palestinos
tienen de sus derechos"
HA
pasado ya un año desde que, tras la visita de Ariel Sharon
al Haram al-Sharif [en Jerusalén] doce palestinos fueron
asesinados. Estos doce meses han bastado para acabar con siete
años de trabajo, así como para destruir la vida
palestina a todos los niveles.
Es muy importante, al repasar los acontecimientos del pasado
septiembre, poner en claro lo que son precisamente las causas
de esta segunda Intifada. El día que siguió a la
provocadora visita de Ariel Sharon a la Explanada de las Mezquitas
el 28 de septiembre del año pasado, el ejército
israelí disparó sobre los palestinos que se manifestaban
pacíficamente pidiendo que se les permitiera rezar en
el lugar, sagrado para los musulmanes. El ejército israelí
utilizó una fuerza excesiva, asesinando a 12 manifestantes
en dos días.
Estas graves reacciones vinieron en un momento de profunda
desilusión palestina con lo que habían sido siete
años de un largamente esperado proceso de paz que no había
dado apenas ningún fruto. La segunda Intifada supuso pues
el reinicio de la resistencia contra la ocupación israelí
y la opresión que Israel ejerce sobre la tierra y el pueblo
palestinos. La severidad de las acciones israelíes durante
el curso de manifestaciones no violentas fue, en otras palabras,
la chispa que provocó el estallido de esta segunda Intifada.
Semejante severidad fue también el modelo que inspiró
todas las acciones de Israel en los meses que siguieron. Durante
el pasado año, el gobierno israelí ha ejercido
un uso incontrolado y excesivo de la fuerza de manera continuada
en los Territorios palestinos, revelando / dejando al descubierto
mientras lo hacía la existencia de un plan sistemático
preconcebido. Los fundamentos básicos de tal plan se habían
establecido ya hace tiempo, por ejemplo mediante el desarrollo
por parte del gobierno israelí de la estructura física
de los asentamientos durante todos los años que duró
el proceso de paz de Oslo. Todos los gobiernos israelíes
han ido creando hechos "sobre el terreno", incluso
aunque se encontrasen formalmente presentes en las negociaciones;
señal todo ello de que Israel no estaba aún preparada
para pensar siquiera en negociaciones que condujeran al establecimiento
de un Estado palestino independiente. Estos hechos constituían
también un paso previo fundamental que permitió
a Israel destruir con eficacia y celeridad todo aquello por lo
cual los palestinos habían trabajado durante los últimos
años. Buena prueba de ello es el hecho de que durante
el periodo post-Oslo fuimos testigos de un aumento del 52% de
la población y el tamaño de los asentamientos israelíes,
así como de la construcción de 46 nuevos asentamientos.
Las violaciones de la legalidad internacional por parte del
gobierno de Israel durante el último año han causado
una destrucción ilimitada física, demográfica,
y simbólicamente, mediante el empleo de bombas, misiles
y fuego real en sus ataques militares, ataques por parte de colonos
extremistas, y la demolición de hogares de civiles [palestinos].
En un año, el esfuerzo combinado del ejército
y los colonos israelíes han destrozado 3.500 hogares palestinos,
más de 108 pozos de agua, y 50 lugares de culto. Cerca
de 700 hogares palestinos fueron demolidos bajo el pretexto de
que habían sido construidos sin los permisos pertinentes:
dura ironía ésta, sobre todo si se compara con
la continuada expansión a los largo y ancho de los Territorios
de los asentamientos israelíes, que son ilegales según
la legalidad internacional.
Los ataques a manos de colonos destruyeron el resto de los
hogares. Existe un convenio no escrito entre los colonos y el
ejército israelí que ha acabado destruyendo el
sector agrícola palestino: más de 42.000 dunums
de tierra palestina han sido destrozados, y 25.000 olivos y árboles
frutales han sido arrancados. Se incluyen aquí propiedades
privadas en las cuales los palestinos plantan sus cosechas para
mantener a sus familias y también para venderlas.
No todo el terreno dedicado a la agricultura ha sido arrasado.
Sin embargo, el panorama es igualmente desolador para aquellos
agricultores que han podido recoger sus cosechas. Los cierres
militares impuestos por el ejército israelí aíslan
a las ciudades y pueblos palestinos y previenen, entre otras
cosas, el transporte de las mercancías hasta los mercados.
Cientos de toneladas de frutas y verduras se pudren en un pueblo
cuyos habitantes no pueden siquiera ir al pueblo vecino a comprar.
El impacto de los cierres sobre el sector agrícola
es solamente una señal del verdadero objetivo de los mismos:
acabar de un modo devastador con la vida palestina como tal.
Existen 77 puestos de control militares a lo largo de Cisjordania
y Gaza que, junto con los bloqueos de las carreteras y las zanjas
cavadas en las mismas dividen los territorios palestinos en 220
células separadas entre sí.
Esta bantustanización de los territorios palestinos
ha sido posible gracias a los asentamientos israelíes
y las "carreteras para colonos" que los unen entre
sí. Junto con los controles militares y los bloqueos en
las carreteras, ello permite a Israel poner en práctica
un clara política aislacionista, separando de manera unilateral
a cada comunidad palestina de la siguiente, creando áreas
dentro de Cisjordania y Gaza cuyo acceso Israel ha vedado a los
palestinos.
Estas medidas permiten también al ejército israelí
controlar el movimiento de personas y bienes, tanto interna como
exteriormente, y le permiten por lo tanto paralizar el conjunto
de la economía. En la actualidad, Israel prohíbe
a 125.000 palestinos acudir a sus puestos de trabajo, ocasionando
unas pérdidas diarias en concepto de salario de 6.250.000
dólares US, así como una caída del 51% en
el PIB. El paro ha subido hasta una tasa del 50%, mientras el
82% de los palestinos vive por debajo del límite de la
pobreza, es decir, con menos de $2 al día por persona.
Estas restricciones extremas sobre la libertad de movimiento
están acabando con las infraestructuras palestinas a todos
los niveles, en concreto con los sistemas educativo y sanitario:
los trabajadores [palestinos] no pueden llegar a sus lugares
de trabajo, los materiales y el suministro de provisiones necesarios
para que todo funcione no llegan nunca, y los bombardeos y los
disparos causan un daño físico evidente a instituciones
que son vitales.
Durante el primer día de enfrentamientos este mes de
septiembre, soldados israelíes impidieron a 300 niñas
de entre 6 y 12 años de edad asistir a la escuela. Este
tipo de restricciones no son nuevas: en Gaza, la UNRWA informó
de que, desde el pasado noviembre, el 40% de sus empleados no
había podido llegar a sus respectivas escuelas debido
a los cierres. En un intento porque esta situación no
volviera a repetirse este año, el Ministerio de Educación
[palestino] ha tenido que recolocar a más de 5.000 maestros
de escuela en escuelas más próximas a sus lugares
habituales de residencia. El ejército israelí ocupa
en estos momentos tres escuelas, y ha ordenado el cierre de seis
escuelas más en Belén y Nablus. El ejército
ha impedido asimismo el funcionamiento normal de otras muchas
escuelas: desde el pasado septiembre, las fuerzas [de ocupación]
israelíes han entrado en 23 escuelas y ha bombardeado
95, obligando a evacuar 50 centros educativos.
Los ataques sobre el sector sanitario han sido igualmente
duros. Los cierres amenazan con paralizar los cuidados sanitarios
de largo tratamiento, y han impedido seriamente los tratamientos
médicos de emergencia. Existen 164 denuncias relativas
a la negativa [del ejército] de permitir el tránsito
a través de los puestos de control de ambulancias pertenecientes
a la Sociedad de la Media Luna Roja Palestina y de la Unión
de Comités de Asistencia Médica Palestinos. Lo
que es peor: los soldados y colonos israelíes han atacado,
en más de 140 incidentes, al 73% de las ambulancias de
la SMLRP, han matado a cinco médicos y enfermeros, y herido
a 154 asistentes técnicos sanitarios y trabajadores de
primeros auxilios pertenecientes a ambas sociedades. El ejército
israelí ha disparado en varias ocasiones sobre seis hospitales,
hiriendo al personal del hospital y a los pacientes, y ha cortado
el suministro eléctrico. Estos ataques son en sí
mismo increíbles; es más, constituyen una grave
violación de la legalidad internacional vigente, dado
que la Cuarta Convención de Ginebra protege de manera
específica a los servicios médicos en tiempo de
guerra: los artículos 16 y 17 de la mencionada convención
afirman que "las partes en conflicto habrán de esforzarse
por llegar a acuerdos a nivel local que permitan la retirada
en áreas cercadas y cerradas de heridos, enfermos, y personas
débiles y de edad avanzada, niños y casos de maternidad,
así como el pasaje de clérigos de cualquier religión,
personal médico, o equipo médico que se dirijan
a las mencionadas áreas".
Los cierres militares israelíes violan seriamente estas
disposiciones, con consecuencias fatales: 25 palestinos han muerto
este año porque los soldados israelíes les han
prohibido el paso en los bloqueos y controles militares de las
carreteras, y al menos seis mujeres han tenido que dar a luz
en controles de carretera. Estas violaciones [de la legalidad
internacional], combinadas con otras políticas israelíes
como la demolición de hogares, son indicativas de un proceso
sostenido que podríamos calificar, sin exagerar, de limpieza
étnica.
La pérdida de vidas humanas este último año
ha sido enorme, con más de 696 palestinos muertos. El
número de heridos palestinos ha llegado ya casi a los
23.000, es decir, casi un uno por ciento del total de la población
palestina residente en Cisjordania y Gaza. Proporcionalmente
al número de habitantes, el número de muertos palestinos
es nueve veces superior al de las personas asesinadas en el ataque
terrorista contra EEUU.
Una consideración atenta de estas cifras apoya la idea
de que el gobierno israelí está embarcado en un
proceso de limpieza étnica. Desde el tercer mes de Intifada,
más del 58% de los palestinos asesinados no participaban
en los enfrentamientos en el momento de su muerte. Durante el
cuarto mes, la cifra se elevó al 90%, y desde entonces
se ha mantenido por encima del 60%. Esto significa que una gran
mayoría de palestinos fueron asesinados cuando se dirigían
a cumplir con sus quehaceres diarios: en sus casas, en el trabajo,
en las escuelas, mientras caminaban por la calle, o en sus vehículos.
Estas cifras indican por sí solas que el gobierno israelí
combina varios métodos para causar el mayor número
posible de víctimas palestinas. Las heridas infligidas
a los palestinos revelan un patrón preocupante: solamente
el 29,9 % de las heridas se produjeron de cintura para abajo.
Es decir, más de dos tercios de los palestinos heridos
lo fueron en la parte superior del cuerpo, lo cual indica la
existencia de una política de disparar con el fin de dejar
a los heridos lisiados. De todos los palestinos asesinados por
disparos, el 96,4% recibieron disparos en la parte superior del
cuerpo, lo cual confirma que la política del ejército
israelí consiste en disparar a matar. Los disparos sobre
la parte superior del cuerpo sobre civiles que van a sus cosas
no son precisamente acciones llevadas a cabo "en defensa
propia".
Las estadísticas hablan por sí solas, y dicen
mucho más que las palabras vacías del ejército
israelí. Muestran claramente una política israelí
que tiene como objetivo causar destrozos humanos que completen
la destrucción física producida mediante la demolición
de hogares, la destrucción de las cosechas, o de los árboles.
Una proporción sorprendente (el 87%) de palestinos asesinados
son civiles. Es más: el número de muertos no deja
de aumentar mes a mes, y sigue incluyendo a palestinos de todas
las edades. Los niños, sin embargo, constituyen un objetivo
preferido: como media, un 30% de los asesinados cada mes tienen
menos de 18 años.
Dos de las víctimas más jóvenes que han
muerto víctimas de la política ilegal de asesinatos
del gobierno israelí, Bilal y Ashraf Khalil, tenían
cinco y siete años de edad respectivamente. Eran de Nablus;
mientras esperaban a su madre a las afueras de un centro de salud
de Nablus, fueron asesinados por helicópteros israelíes
que disparaban misiles contra las oficinas de dos líderes
políticos islamistas. Estos ataques, disfrazados por Israel
bajo la denominación de "asesinatos selectivos",
acabaron con las vidas de Bilal y Ashraf, junto con otros cuatro
palestinos que no se encontraban entre los "seleccionados".
Estos ataques se han incrementado en los últimos meses:
Israel ha asesinado a un total de 56 palestinos en asesinatos
extrajudiciales, 38 de ellos desde el mes de abril pasado. El
27 de agosto, Israel asesinó a Abu Ali Mustafa, disparando
dos misiles desde helicópteros sobre sus oficinas en al-Bireh.
Abu Ali Mustafa era una importante figura política que
se atrevió a denunciar en voz alta la política
de ocupación ilegal israelí de Cisjordania y Gaza.
Su muerte vino a demostrar que ahora cualquier político
es objetivo en potencia de la política israelí
de asesinatos extrajudiciales. Esta política de asesinatos
es parte de una política israelí más amplia
que tiene como objetivo aniquilar el potencial sobre el que podría
construirse un Estado palestino. Junto con la destrucción
de tierras e infraestructuras (es decir, de la base física
del Estado), la política de asesinatos selectivos demuestra
que Israel no se detendrá a la hora de erradicar al liderazgo
de un posible Estado futuro.
Estos son algunos de los efectos visibles de la política
destructiva del gobierno israelí durante el último
año. Son el resultado físico de métodos
que han acabado con el proceso de paz de Oslo y que simbolizan
la destrucción de una vez por todas de los acuerdos. Siete
años de trabajo y de desarrollo (en lo relativo a las
negociaciones de paz entre Israel y Palestina, pero también
en lo relativo al desarrollo interno y de construcción
estatal palestinos) han sido destruidos en tan solo 12 meses.
Se incluyen aquí la destrucción de proyectos vitales
construidos con donaciones europeas e internacionales, como el
puerto de Gaza. El mapa sobre el cual se construyeron los acuerdos
de Oslo fue pieza fundamental para la rapidez con la que se produjo
todo esta devastación. Fue ese mismo mapa el que permitió
el desarrollo de carreteras y asentamientos que permanecieron
bajo exclusivo control israelí; un mapa que, por lo tanto,
llevaba en su misma base la estructura que terminaría
por destruir lo que pretendía conseguir. Sin toda esta
infraestructura, el gobierno israelí no habría
dispuesto sobre el terreno de la estructura necesaria para estrangular
y aislar a las comunidades palestinas.
Han pasado ya doce meses, los acuerdos de Oslo están
hechos jirones, y la situación ha llegado ya al límite.
El pueblo palestino ha sido oprimido hasta extremos inimaginables
hace tan solo un año. La resistencia a la ocupación
ha sido, sin embargo, fuerte; resistencia que pone de manifiesto
el conocimiento que los palestinos tienen de sus derechos: su
derecho a un Estado viable, a contar con fronteras igualmente
viables, a vivir libres de la ocupación ilegal israelí.
La resistencia debería ser en sí misma un indicador
de la necesidad de llevar a cabo una negociación justa
que no intente negar a este pueblo los derechos esenciales que
le vienen garantizados por la legalidad internacional. Las negociaciones
entre israelíes y palestinos deben volver a iniciarse
sobre las bases de la conferencia de Madrid y de las resoluciones
de Naciones Unidas, en concreto de aquellas que afirman el derecho
de los palestinos a tener un Estado propio y el derecho de los
refugiados palestinos a volver a sus hogares, así como
aquellas resoluciones que contemplan el desmantelamiento de los
asentamientos ilegales israelíes y la retirada del ejército
israelí a las fronteras previas a la guerra de 1967. En
esta ocasión, las negociaciones habrán de tratar
las cuestiones esenciales, aprendiendo de los errores que ya
estaban presentes en los inicios del proceso de Oslo.
La ocupación militar israelí de Cisjordania
y la Franja de Gaza ha tenido un efecto devastador sobre la infraestructura
palestina, causando una ruina enorme y una pérdida tremenda
de vidas humanas. Sin embargo, la ocupación y los ataques
del último año no han podido ni podrán acabar
con el espíritu palestino. La resistencia a la ocupación
sigue fuerte: el pueblo palestino seguirá luchando por
su independencia.
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