Tras años de ostracismo por la Guerra del
Golfo, Yemen trata de recomponer su función regional a la sombra
del plan general de EEUU para la zona
Yemen: en sintonía con Washington
Ignacio Gutiérrez de Terán
Arabista, Universidad Autónoma de Madrid
El pasado 20 de febrero, poco menos de tres millones de yemeníes
eligieron, por primera vez desde la unificación en 1990, la composición
de los consejos locales en las diversas comarcas del país. Como se
preveía, el Congreso General Popular (al-Mu`tamar al-Sha`bi al-`Amm,
CGP) consiguió la mayor parte de los asientos en las asambleas
regionales y provinciales, seguido de lejos por las otras dos grandes fuerzas
políticas nacionales: la Agrupación Yemení Reformista
(al-Tayammu´ al-Yamani li-l-Islah, Islah) y el Partido Socialista
Yemení (al-Hizb al-Ishtiraki al-Yamani, PSY). El resto de
escaños se los repartieron los candidatos independientes (casi todos
ellos coaligados con una de las tres formaciones principales) y media docena
de partidos menores. La consulta coincidía con un referéndum
en el que más del 70% de los electores dieron el visto bueno a las
enmiendas constitucionales propuestas por el presidente Abdallah Sálih
y su partido el CGP. Tales reformas, aprobadas en noviembre de 2000 por
el congreso de diputados, incluían el aumento de las atribuciones
y del mandato presidenciales y la designación directa de los miembros
del Maylis al-Shura, una especie de cámara alta que habrá
de compartir algunas competencias con el congreso. A pesar del elevado índice
de abstención (había 5.621.829 personas convocadas a las urnas),
algunos partidos como el socialista aseguraron que estas elecciones tenían
tanta importancia o más que las legislativas. La afirmación
del PSY se puede explicar a la luz de dos circunstancias: primero, era la
primera vez que el partido concurría a unas elecciones desde la derrota
del sur en 1994; segundo, la creación de estos consejos locales incide
en la línea de descentralización mantenida tradicionalmente
por los líderes socialistas.
Como suele ser habitual en las citas electorales yemeníes, la
convocatoria de febrero deparó disturbios en buena parte del país
y no pocas quejas de fraude. Numerosos simpatizantes y candidatos de los
partidos en liza, sobre todo del Islah (afín a la tendencia
islamista) perdieron la vida en los enfrentamientos, si bien el CGP culpabilizó
al Islah por su agresiva campaña de movilización
política en contra de las enmiendas constitucionales. En todo caso,
algunos de los actos de violencia producidos antes y después de la
cita electoral se deben al pulso establecido entre el poder central y algunas
tribus, que no dudan en secuestrar o atacar incluso a representantes gubernamentales
y turistas occidentales para conseguir la devolución de materiales
o tierras confiscadas, la modificación de la reciente división
administrativa del país o impedir el trazado de una carretera. La
práctica del secuestro se ha convertido, en mayor medida en las regiones
del norte, en una especie de tradición local que suele terminar de
buenas maneras tras un alambicado proceso de contactos y negociaciones;
pero, al mismo tiempo, ejemplifica la debilidad de la autoridad central
en las regiones más alejadas. La importancia del factor tribal explica
la prudencia con la que el gobierno y el ejército abordan este tipo
de crisis en un país donde, según estimaciones del propio
Abdallah Sálih, hay más de 50 millones de armas de fuego repartidas
entre la población (17,5 millones), y las tribus pueden movilizar,
en tan sólo un día y a decir también del presidente
yemení, un millón de hombres armados.
Las rivalidades políticas
Con posterioridad a las elecciones, el CGP declaró nula la alianza
estratégica que había venido manteniendo desde hacía
años con el Islah. El presidente anunció una próxima
remodelación de gobierno en la que ya no tendrían cabida los
ministros del Islah. La colaboración entre las dos formaciones
norteñas, que se remonta a la época de la República
Árabe de Yemen (la porción septentrional de Yemen antes de
la unificación) y se vio reforzada tras la guerra civil de 1994,
había suscitado las reticencias del Partido Socialista de Yemen,
que llegó a boicotear las últimas elecciones legislativas
de 1997 alegando que el CGP y el Islah se habían repartido
de antemano los escaños parlamentarios. La contundente victoria del
norte en la contienda civil contra los secesionistas del sur, encabezados
por el PSY, es en buena medida deudora de los estrechos vínculos
del Islah con el CGP y, sobre todo, con Abdallah Sálih. Éste
recibió el apoyo del Islah en el plebiscito presidencial de
1999, que ganaría con el 96% de los votos. La confianza de Sálih
y su vigoroso partido en un sistema que va adquiriendo cada vez más
un marcado cariz presidencialista, unido al creciente protagonismo de los
islamistas, pueden ayudar a comprender, con el holgado triunfo del Congreso
en las legislativas del 97 como punto de inicio, el desencuentro actual.
Sin embargo, la oposición sostiene que la cosa va más allá
y acusa al presidente de haber cedido a las presiones estadounidenses para
acotar el marco de acción de los islamistas tanto moderados como
radicales.
La marginación del Islah deja al Congreso el camino expedito
para consagrar su dominio político en Yemen, puesto que la tercera
gran formación, el PSY, sigue sumida en un estado de crisis continua
desde su derrota en el 94 y el exilio de sus dirigentes históricos.
Éstos habían participado de forma directa en el gobierno del
país durante los primeros cuatro años de unión (1990-1994)
según un principio de distribución paritaria de poder. La
nomenclatura actual del partido, azotado por las divergencias internas,
no ha sabido superar el tremendo batacazo que supuso la rápida victoria
militar del norte y ha perdido terreno incluso en sus bastiones tradicionales
del sur ante el empuje del partido de Abdallah Sálih y los islamistas
de diverso signo. De hecho, la derrota de los secesionistas en el
94 dio pie a que el CGP acentuase su presencia en las regiones meridionales
y puso fin a la fortaleza del aparato burocrático y militar que Adén
había conservado durante los primeros años de unificación.
La implantación norteamericana
El 12 de octubre de 2000, con la recién comenzada Intifada del
Aqsa como telón de fondo, un comando suicida hacía explotar
el destructor Cole en el puerto de Adén. Diecisiete marines
murieron y los medios de comunicación norteamericanos empezaron a
hablar con profusión de una nueva ola de integrismo radical contrario
a los intereses de su país en la zona. Tras el atentado, el puerto
de Adén, uno de las estaciones principales en la ruta sur del Golfo
Pérsico, se convirtió en escenario de intensas investigaciones
por parte del ejército estadounidense y los agentes del FBI. Sanaa
prestó desde el primer momento su colaboración a los investigadores
de Washington para encontrar y detener a los culpables, relacionados, supuestamente,
con una oscura red de grupos islamistas encabezada por una facción
conocida como el "Ejército Islámico de Adén-Abyán".
Éste, según Washington, está integrado por árabes
afganos (combatientes islamistas que participaron en la guerra contra el
régimen comunista de Kabul), sobre todo yemeníes y saudíes,
vinculados al "enemigo número uno" de Estados Unidos, Osama
Ben Laden. La imputación del disidente saudí en este atentado
y el posterior ataque sin víctimas contra la embajada británica
en Sanaa esconde la intención norteamericana de internacionalizar
las acciones islamistas radicales en Yemen y justificar así una presencia
mayor en el país. En este mismo contexto deben situarse las declaraciones
efectuadas por responsables de la VI Flota acerca de la "fragilidad"
de los navíos estadounidenses fondeados en la zona, "objetivos
fáciles" de los ataques islamistas. Precisamente, Washington
ha solicitado en repetidas ocasiones una base militar en la costa de Yemen
para completar así su instalación militar en la Península
Arábiga y controlar de cerca la confluencia del Mar Rojo y el Océano
Índico. Hasta ahora, Sanaa se ha negado a complacer tal petición;
sin embargo, el desembarco de agentes norteamericanos en el país
permite augurar una mayor presión. Y tampoco debe descartarse, como
ha ocurrido ya en otros contextos, que el creciente compromiso del gobierno
local con el proceso de reforma económica diseñado por occidente
sea utilizado directa o indirectamente para obtener concesiones en lo político
y lo militar.
El cambio de actitud hacia EEUU ha venido acompañado de la aceptación
por parte de Sanaa de las recetas diseñadas por el FMI y el Banco
Mundial (BM). En 1996, tras una guerra civil que terminó de desfondar
la ya desastrosa economía nacional, el primero concedió un
préstamo de 190 millones y el segundo otro de 80; Europa entregó
poco después otros 70 millones de dólares y de nuevo el BM
aportó 60 millones de dólares. A partir de entonces, el país
ha venido recibiendo ayudas financieras periódicas. A todo ello deben
unirse las políticas de ajuste estructural y privatizaciones puestas
en marcha por el gobierno con el asesoramiento de las instituciones financieras
occidentales así como el proyecto de crear un mercado de valores
para el año 2002 y las medidas tomadas (como la supresión
de aranceles para los productos extranjeros) para un futurible ingreso en
la Organización Mundial de Comercio (OMC). De este modo, se ha llegado
al estado de cosas habitual en otros países del llamado Tercer Mundo
incorporados a la corriente globalizadora: índices macroeconómicos
relevantes y gran desarrollo de determinados sectores productivos frente
al empobrecimiento progresivo de la mayor parte de la sociedad, agravamiento
de las diferencias sociales, desplome de una industria local incapaz de
competir con los productos exteriores y aparición de una próspera
elite económica y política en torno al poder. Aun cuando restan
ciertos aspectos que no son de su agrado, como el hecho de que el estado
-y dentro de éste el ejército- sigue siendo de lejos el empleador
principal de la fuerza productiva yemení, las instituciones financieras
occidentales han expresado su satisfacción por el curso de las reformas
y se ha llegado a comentar que el actual primer ministro, Abd al-Karim al-Iryani,
el ingeniero principal de los planes de ajuste, podría ocupar un
cargo de importancia en el BM tras la próxima remodelación
ministerial.
También, el joven sistema democrático yemení ha
sido seguido con mucha atención por la Administración norteamericana
a través del National Democratic Institute for International Affairs,
una institución surgida de las cenizas de la Guerra Fría para
conceder certificados de validez a los procesos electorales celebrados en
ciertas regiones. La realización de aquéllos de forma satisfactoria
a ojos de los organismos occidentales suele resultar provechosa para los
gobiernos en cuestión. En 1993, durante las primeras elecciones legislativas
tras la unificación, otros dos organismos, el National Endowment
for Democracy y el Agency for International Development, supervisaron
los comicios, calificados en su momento por algunos medios occidentales
como los más democráticos en la historia del mundo árabe.
Después, el aprobado concedido por los observadores estadounidenses
a las legislativas del 97 favoreció la concesión de nuevas
ayudas económicas y préstamos en condiciones ventajosas, aun
cuando el Partido Socialista de Yemen y tres formaciones más se retiraron
de la contienda aduciendo graves irregularidades en el proceso. En 1999,
de nuevo el National Democratic Institute for International Affairs coadyuvó
a financiar un seminario especial sobre "democracias emergentes"
en Sanaa en el que se trazaron nuevas líneas maestras a seguir por
el gobierno yemení en aras del "fortalecimiento de la democracia
y la sociedad civil", y se convino en la necesidad de apoyar económicamente
los esfuerzos gubernamentales en este sentido.
Todo esto demuestra que desde el fin de la Guerra Fría las coordenadas
estadounidenses respecto a Yemen han variado de forma notable. Antes, la
estrategia de Washington en la región del Golfo giraba en torno a
su relación con Arabia Saudí, pieza clave según EEUU
para contener la extensión soviética y asegurar el control
de los recursos petrolíferos locales. No obstante, el descubrimiento
de petróleo en los dos yémenes en la década de los
ochenta y el derrumbe del bloque comunista favoreció la adopción
de una política independiente hasta cierto punto de la de los saudíes
en lo que respecta a la franja meridional de la Península Arábiga.
A pesar de que la producción yemení de petróleo apenas
sobrepasa los 450 mil barriles diarios, una cifra irrisoria si se compara
con los registros de algunas monarquías vecinas, el Departamento
de Estado ha empezado desde hace tiempo a prestar especial atención
a la cuestión petrolífera en Yemen por dos razones especiales.
Una, porque se cuenta con el descubrimiento de nuevos yacimientos en un
plazo no lejano; dos, porque son sus empresas las que explotan los pozos
más importantes del país: Hunt Oil Company comparte
con Exxon la patente en los yacimientos de lo que antes era la parte
norte mientras que Occidental, canadiense pero dependiente de una
empresa estadounidense, tiene a su cargo el yacimiento de al-Masila,
en la región sureña de Hadramut, el más importante
del país. Esto y el deseo de apuntalar económica, política
y militarmente el control sobre la Península pueden ayudar a comprender
el interés de Washington en formalizar su presencia en Yemen, sobre
todo en la zona de Adén, donde se encuentran las principales refinerías
del país.
El triángulo norteamericano-saudí-yemení
El replanteamiento de las relaciones Yemen-EEUU ha coincidido con la
adopción de medidas concretas para promover la reconciliación
de Sanaa y Riyad. Antes de la Guerra del Golfo, el principal punto de fricción
entre Yemen (en especial la parte norte) y Arabia Saudí residía
en el trazado de fronteras y el control de tres regiones, Asir, Nachrán
y Yizán, que el acuerdo firmado en Taef (1934) tras una breve confrontación
armada entregaba a los saudíes durante un plazo que se ha ido renovando
cada veinte años. Sanaa nunca acabó de aceptar el trazado
norte de sus fronteras y en los ochenta se produjeron diversas escaramuzas
fronterizas al tiempo que ambas partes polemizaban sobre quién debía
disfrutar de las posibles reservas existentes en la zona. Las reclamaciones
del Yemen norteño incomodaron de tal modo a los saudíes que
éstos acabaron decantándose por la República Popular
Democrática de Yemen, a pesar de la impronta izquierdista del gobierno
de Adén y de que el sur también tenía sus propias querellas
territoriales con Riyad. Tras la unificación de 1990, las dos mitades
unieron sus voces para reclamar lo que Sanaa y Adén consideraban
una solución justa al expediente fronterizo. La situación
se agravó al conceder el gobierno yemení licencias de prospección
a diversas empresas petrolíferas en áreas colindantes a los
territorios disputados. Durante la contienda fratricida de 1994, los saudíes,
al igual que los kuwaitíes, vieron la oportunidad propicia para vengarse
de Abdallah Sálih, al que responsabilizaban de la postura oficial
yemení en el conflicto del Golfo, y apoyaron a los secesionistas.
Se ha apuntado también que entre los motivos de la aprensión
saudí deben contarse la apertura democrática de Yemen, que
pone en evidencia la cerrazón política imperante en el reino
wahhabí, y el desarrollo demográfico del país, que
cuenta con una de las mayores tasas de crecimiento del mundo y es uno de
los pocos estados de la Península con una población mayoritariamente
nativa. Pero el principal motivo de la animadversión saudí
hacia Yemen reside en el posicionamiento de Abdallah Sálih en el
conflicto iraco-kuwaití. Como represalia, Riyad ordenó la
salida de más de 750.000 trabajadores yemeníes del reino y
puso fin a las actividades del consejo de coordinación bilateral
y los 100 millones de dólares anuales que los saudíes entregaban
al presupuesto yemení. Todo ello supuso un duro golpe para la economía
de Yemen que, por un lado, perdió una de sus fuentes básicas
de financiación al cesar la aportación de sus emigrados a
Arabia Saudí (unos 1500 millones de dólares en 1990) y, por
otro, hubo de sufrir el cierre de las fronteras saudíes a las exportaciones
yemeníes.
Esta situación ha comenzado a variar en los últimos tiempos
gracias, en parte, a la redistribución de funciones en la región.
En junio de 2000, los dos países firmaron un acuerdo por el que fijaban,
tras decenios de discrepancias, el trazado de los 1350 kilómetros
de tramo fronterizo y se hablaba de poner fin a las prácticas de
contrabando que están perjudicando de manera especial a la economía
yemení. Del mismo modo, en diciembre del mismo año se reanudaron
las actividades del consejo de coordinación bilateral con el compromiso
saudí de promover algunos proyectos de inversión en Yemen.
No obstante, la percepción yemení de los acuerdos trasluce
cierta sensación de desencanto, ya que la cuestión de las
tres regiones en disputa se ha solventado a favor de los saudíes
sin que los yemeníes hayan recibido compensaciones notables a cambio.
Asimismo, no se ha llegado a un acuerdo sobre el futuro de los trabajadores
yemeníes que aún confían en regresar al país
vecino. Y tampoco se ha zanjado la cuestión de las explotaciones
petrolíferas en los territorios contiguos, punto en el que los estadounidenses
tienen mucho que decir a pesar de que Riyad no acaba de ver con muy buenos
ojos la tendencia de Washington a diseñar un plan de acción
particular para Yemen sin dar la prioridad a los intereses saudíes.
Abdallah Sálih, que desde 1978 viene ocupando el cargo de presidente
(primero en la norteña República Árabe de Yemen y,
a partir de 1990, en el Yemen unificado), intenta mantener ante la creciente
implicación estadounidense una imagen de independencia e incluso
contraposición frente a los intereses regionales de Washington. No
obstante, esta imagen no concuerda con la realidad de su política
exterior. Sus conminaciones a abrir las fronteras árabes a los muyahidines
y fedayines dispuestos a sumarse a la Intifada contra Israel así
como a continuar la lucha contra ésta hasta el triunfo de los derechos
palestinos, no parece que vayan más allá de la altisonancia
retórica común a numerosos dirigentes árabes de un
signo u otro. En cualquier caso, estas declaraciones, que podrían
incomodar a la Casa Blanca en tanto en cuanto van dirigidas contra su mayor
aliado en Oriente Medio, bajan de intensidad cuando se trata de abordar
la presencia militar estadounidense en la región con el objeto, entre
otros, de mantener el cerco a Iraq. Puesto que Sanaa fue uno de los pocos
países árabes y del mundo que se manifestó abiertamente
en contra de la coalición internacional en la Guerra del Golfo, debe
suponerse que la actual moderación de Sálih se inscribe en
la pauta de no atentar contra las bases de su actual relación con
Washington y confiar en que el desarrollo de sus vínculos con EEUU
le permitirá apuntalar su poder en el ámbito interno y promover
un mayor protagonismo de Yemen en el plano regional... aunque sea a costa
de las prioridades saudíes.
|