La UE tolera la supervivencia de las oligarquías
árabes y la brutalidad de Israel mientras sigan favoreciendo su proyecto
de dominación económica regional
Proceso euromediterráneo: reparto
de funciones
Iñaki Gutiérrez de Terán y Pedro Rojo
Arabistas
Los resultados de las políticas neoliberales llevadas a cabo por
numerosos países de la ribera mediterránea meridional, reforzadas
tras la Conferencia de Barcelona (1995), ponen en duda no sólo la
conveniencia de las mismas sino también los objetivos reales que
las animaron. A la vista de su ineficacia para paliar los conflictos radicales
de las sociedades mediterráneas, en especial las árabes, desde
el paro a los índices de bienestar social, los grandes teóricos
de la globalización con el Fondo Monetario Internacional (FMI), el
Banco Mundial (BM) y las instituciones financieras europeas y norteamericanas
al frente, insisten en que, de todos modos, el proceso es irrevocable y
que el quid reside en una aplicación incorrecta de las medidas
recetadas. Más aún, a decir de los análisis al uso
sobre el asunto, la situación de estos países sería
mucho peor de no haberse seguido este camino. Dejando a un lado el hecho
de que el guión del libre mercado basado en la abolición de
los aranceles y la privatización haya podido llevarse a cabo de manera
un tanto peculiar en algunos países, debe señalarse que las
consecuencias derivadas de los planes liberalizadores eran previsibles por
dos razones: una, por la misma idiosincrasia de las elites políticas
locales encargadas de aplicar las medidas; dos, -y más importante
todavía- por el contenido explícito e implícito de
los programas en sus plasmaciones externas, es decir, en lo que se refiere
a las relaciones con los países-grupos económicos promotores
del proceso globalizador.
Por lo que hace a lo primero, han sido las mismas elites que presidieron
el "viejo régimen económico" las que han tomado
las riendas de la nueva estrategia. Esto se puede apreciar con nitidez en
los Estados magrebíes de Argelia, Túnez o Marruecos, donde
son los círculos oligárquicos tradicionales cercanos al ejército,
las grandes familias y, en el caso exclusivo del tercero, la monarquía,
los que siguen ejerciendo un control directo, más allá de
las supuestas operaciones de renovación gubernamental con membretes
de alternancia y transparencia. Marruecos aporta, quizás, un caso
paradigmático en este punto, ya que fue el mismo Hasan II quien alentó
y contribuyó a diseñar el programa de ajuste estructural de
1983 que contó con la aportación financiera y el asesoramiento
del FMI y el BM. Algo parecido puede decirse, en otro ámbito, de
Siria, la cual está iniciando en la actualidad un programa de reconversión
económica que lleva camino de seguir la senda de los países
del Magreb sin que ello afecte a la continuidad del núcleo duro político.
Esta circunstancia contrasta con los cambios radicales habidos en países
del Este europeo, donde la inversión de las estrategias económicas
ha venido acompañada de alteraciones sustanciales en la composición
del grupo dirigente.
Aun cuando los análisis occidentales tienden a hacer de la liberalización
política un corolario lógico de la económica, la realidad
ha demostrado la inconsistencia del argumento. La implantación de
la globalización no ha servido para globalizar los derechos humanos
y las libertades individuales y colectivas. Desde el punto de vista de las
instituciones financieras occidentales, la falta de resultados rotundos
-allende las grandes cifras macroeconómicas- se centra en el comportamiento
de parte de estas elites y su incapacidad para aplicar plenamente los fundamentos
de la liberalización. De este modo, surgen obstáculos concretos
como la renuencia de los sectores dominantes a compartir de verdad
el control de las empresas privatizadas con los inversores extranjeros o
las trabas burocráticas y proteccionistas que, a pesar de las reformas
aplicadas, subsisten y dan pie a amonestaciones por parte del FMI y el BM.
Ahora bien, desde una óptica bien distinta, no parece que las dificultades
con las que deben lidiar los procesos aperturistas de los países
en cuestión dependan tanto de una aplicación incorrecta o
incompleta -la pervivencia de la tendencia estatalista, por ejemplo-
como de la inconsistencia de los mismos presupuestos que la animan .
Irregularidades e incongruencias del proceso
Las incongruencias internas de los programas liberalizadores son perceptibles
al contrastar éstos con el curso general de la globalización
y, en concreto, con la relación establecida entre determinados Estados
mediterráneos y la UE. Como quiera que los procesos aperturistas
han contado con la colaboración y dirección eminente de la
UE, es a la luz de los vínculos establecidos por los países
ribereños con Bruselas como podemos analizar la incorporación
de la zona a la globalización.
Los ejes fundamentales de los programas de ajuste, tal y como han sido
aplicados, por ejemplo, en Marruecos y Túnez antes de que firmasen
sus acuerdos de asociación con la UE, son los habituales: eliminación
de la subvención a los productos básicos, reforma del sector
bancario, liberalización de las importaciones y reducción
de los aranceles, privatización del sector público, renuncia
a las tasas proteccionistas en beneficio de los productos locales, atracción
de la inversión extranjera, etc. Los resultados de tales medidas
en cuanto a la reducción de la inflación, el déficit
público, la deuda y el servicio de la deuda llaman la atención
si se toman como magnitudes aisladas . No obstante, la comparación
con una serie de datos económicos y sociales como los índices
de poder adquisitivo y pobreza que afectan al conjunto de la población
revela el calado real de las reformas, ya sea en Túnez, Marruecos
u otros países de la región como Egipto . De hecho, y a pesar
de las alabanzas vertidas por el FMI hacia los dos Estados magrebíes
("los dragones emergentes del Norte de África"), la depauperación
y la degradación de las condiciones laborales no han remitido, precisamente,
con los proyectos neoliberales. Los indicadores sociales, mucho más
palpables para el ciudadano de a pie que las magnitudes macroeconómicas,
son contundentes, aunque quizás sólo bastaría tomar
en consideración el fenómeno desbordado de las pateras en
Marruecos y el paro real de Túnez para dudar de la "satisfacción
general" de la UE respecto del curso de las reformas .
A consecuencia de lo anterior, la cuenca meridional y oriental del Mediterráneo
ha padecido no pocas convulsiones sociales, reflejadas en el incremento
del sustento popular a las formaciones islamistas contestatarias o en "revueltas
del pan" como las habidas en Marruecos, Argelia y Jordania en los ochenta
y noventa en protesta por la supresión de la subvención estatal
a los productos básicos y otros efectos de las reformas. Sin embargo,
las directrices liberalizadoras se han mantenido y cabe suponer que la incapacidad
de los países mediterráneos para conjurar los principales
problemas sociales se debe tanto a una incorrecta lectura de los problemas
reales del país como a una incorporación subordinada y desequilibrada
a la gran corriente globalizadora. O, en otras palabras, que al contrario
de los grandes objetivos fijados en Barcelona 95, el proceso de colaboración
euromediterránea no ha conseguido el "desarrollo económico
y social sostenible y equilibrado" ni ha luchado "contra la pobreza"
ni tampoco ha logrado la "reducción de las disparidades de desarrollo
en la región mediterránea" .
Desde un ámbito exclusivamente europeo, los presupuestos del proceso
de Barcelona se ha visto entorpecidos por las disfunciones internas de la
UE. La intrincada madeja burocrática de Bruselas, la incapacidad
de la Comisión Europea para hallar las vías de aplicación
pertinentes y las controversias internas no han facilitado la plasmación
de los acuerdos económicos adoptados con los países mediterráneos.
De este modo, se estima que sólo un cuarto de la ayuda económica
estipulada en los MEDA entre 1996 y 1999 ha llegado a sus destinatarios,
lo que dificulta a su vez la cristalización de un consenso definitivo
sobre el plan Meda 2 para el periodo 2000-2006. A esto se le une el notable
descenso de entusiasmo que ha experimentado la singladura euromediterránea
en el seno mismo de la Unión desde Barcelona hasta hoy. Si alguien
duda de la validez de este aserto, que repare en la aparente desmotivación
con la que Francia, una de los impulsoras del proyecto, acogió la
reciente conferencia de Marsella y la escasa trascendencia informativa reservada
a esa reunión en los medios de comunicación occidentales.
Luego, tenemos la contrastada inercia de la UE hacia los países del
Este europeo y el empeño de Bruselas por acelerar y motivar su cooperación
particular con ellos, tal y como se ha demostrado en la última conferencia
europea de Niza al aprobarse cuantiosas ayudas económicas en su beneficio.
Cinco años después del inicio de un proceso que ha implicado
a doce países del Mediterráneo (ocho de ellos árabes),
la potenciación de los sectores productivos locales brilla por su
ausencia. Al contrario, el cierre de fábricas y pequeñas empresas
ha sido una constante durante este periodo, a lo que debe unirse la pérdida
de puestos de trabajo por la privatización del sector público.
En algunos países que también han probado los "dolorosos
pero inevitables" purgantes del FMI y la cooperación económica
con la UE, como Argelia, el índice de paro se sitúa ya en
el 30% y se estima que uno de cada dos habitantes está en el umbral
de la pobreza; en Jordania, por citar otro ejemplo, el desempleo llega al
27% y el cincuenta por ciento de la población tiene un ingreso mensual
de menos de cien dólares.
Además, la supresión de los aranceles aduaneros que protegían
las mercancías locales no se ha visto compensada por la ayuda exterior
europea ni tampoco por un sistema de tributación equilibrado, y las
importaciones han aumentado de forma notable. (Un dato elocuente: el déficit
comercial de los doce sin contar los Territorios Palestinos con la UE llegaba
en 1992 a 12.102 millones de dólares; en 1998 ascendía ya
a 29.080 millones dólares.) En los países inmersos en la tendencia
liberalista, se han utilizado los réditos derivados de las privatizaciones
y la adopción de instrumentos financieros atractivos para la inversión
de cartera y los capitales especulativos de corto plazo para financiar los
déficit comerciales. Pero se trata de una solución que sólo
puede ser temporal y que acentúa la vulnerabilidad del mercado local,
extremadamente sensible a las fluctuaciones de la globalización .
Al mismo tiempo, las inversiones europeas directas no han llegado con
la fluidez que era de desear y, en muchos casos, la privatización
de empresas locales se ha realizado en beneficio de compañías
europeas interesadas en favorecerse de sectores seguros medianamente productivos
y reacias a arriesgar en otros campos más inciertos pero, quizás,
de un desarrollo más sostenido a medio y largo plazo. De este modo,
se tiende a concentrar la actividad de la producción y el gigantismo
de unos sectores en perjuicio de otros, además de coartar las posibilidades
de desarrollo de una actividad productiva propia.
Escasa diversificación de exportaciones
Con lo anterior está relacionado, precisamente, otro de las grandes
taras comerciales de los países mediterráneos: la escasa diversificación
de sus exportaciones. Al no producirse la inversión en sectores de
desarrollo potencial, el país carece de la capacidad necesaria para
hallar nuevas vías de exportación. En realidad, buena parte
de los proyectos de desarrollo llevados a cabo en los Estados ribereños
tienen como objetivo el sector turístico y la producción de
mercancías y bienes que serán consumidos in situ y
no formarán parte de las exportaciones. O, también, se trata
de explotaciones en ámbitos prometedores pero de escasa incidencia
en la infraestructura industrial del país, como es el caso de los
teléfonos móviles, con el agravante además de que los
réditos derivados de concesión de licencias a las empresas
extranjeras han ido a parar a las arcas estatales sin que se haya apreciado
una reinversión en servicios sociales . Únase a lo anterior
el hecho de que los productos agrícolas, que a principios de los
noventa aportaban, según los países, del 10 al 20e por ciento
del PIB, quedaron eximidos de los acuerdos de asociación . Es decir,
se cerraba el ámbito donde mayores prestaciones de competitividad
podían dar los productos del Mediterráneo frente a sus iguales
europeos. El ejemplo de Túnez, en el acuerdo de asociación
firmado el 17 de julio de 1995 resulta esclarecedor: "Los derechos
de aduana y los impuestos de efecto equivalente se suprimen para el 66%
de las importaciones de productos industriales de la UE durante un período
de cinco años". Una medida similar se contempla para los productos
industriales tunecinos; sin embargo, para los agrícolas se hace alusión
al compromiso de ambas partes de conseguir paulatinamente "una mayor
liberalización de sus intercambios recíprocos y prosiguen
asimismo, en el marco de la cooperación, la diversificación
agrícola de Túnez", mientras que "ciertos productos
textiles" el otro sector destacable de la exportación tunecina-
seguirían sujetos a restricciones sujetas a un "Reglamento aparte
que no forma parte del acuerdo" . Si se tiene en cuenta que las exportaciones
textiles de Túnez y Marruecos representan en torno a un 40% y un
20% del total respectivamente (con 123.700 empleados en la primera y 187.900
en el segundo según datos de 1996 ), podrá comprenderse el
efecto de la medida.
O sea, que los acuerdos de colaboración económica, tendentes
a que las otras partes levanten los aranceles y derechos de aduana decretados
para defender a la débil industria local frente al empuje de las
importaciones europeas, conceden a la UE el derecho a establecer medidas
pertinentes para proteger los sectores expuestos a la competencia mediterránea.
Por supuesto, los legisladores europeos eran plenamente conscientes de las
consecuencias derivadas de la exención de aranceles en los países
mediterráneos. En el caso de Turquía y su unión aduanera
con la UE, que entró en vigor en 1996, los documentos reconocen la
conveniencia de "desbloquear importantes ayudas para superar el impacto
económico" de una unión que "será ventajosa
en primer lugar para la UE" entre otras cosas porque los productos
agrícolas seguían sufriendo restricciones y se impedía
la libre circulación de trabajadores turcos hacia Europa . Aquí
reside una de las paradojas más llamativas de la corriente globalizadora:
al igual que Estados Unidos con ciertos mercados no desarrollados, la UE
protege sus sectores más sensibles al tiempo que proclama la necesidad
de la liberalización y la demolición de las trabas arancelarias.
Esta contradicción no sólo la han detectado los detractores
recalcitrantes del neoliberalismo económico: a tenor de recientes
estimaciones del BM, en su informe de fin de año sobre el futuro
de la economía mundial, las restricciones impuestas por los países
desarrollados a las exportaciones agrícolas, textiles y de otro tipo
provenientes de los países no desarrollados suponen al año
unos 100.000 millones de dólares, es decir, el doble de las ayudas
que esos países reciben en el mismo periodo de tiempo. Y a continuación,
el propio BM critica la actitud de las naciones ricas, que imponen fuera
lo que ellas rehúsan para sí mismas .
Un flujo migratorio estructural
Aunque las contradicciones del nuevo mercado no terminan aquí.
Las teorías de colaboración Norte-Sur contemplan la supresión
de barreras para los bienes manufacturados pero no para los individuos y
la mano de obra. Los recelos de los países industrializados frente
a la amenaza de la invasión del lumpen periférico sólo
son conjurados con falsos compromisos de potenciar el desarrollo y el bienestar
en los países de origen. Esto difícilmente entra dentro de
lo que de verdad se desea hacer, ya que la inversión de ingentes
cantidades de recursos materiales y humanos para fomentar la aparición
de mercados paralelos restringirían el predominio de las mercancías
europeas, una vez que se ha demostrado ya la falacia de las teorías
neoliberales que sostienen que el desarrollo de los mercados periféricos
hasta límites de competencia aceptable con los centrales redundará
en beneficio de la economía mundial en su conjunto y en el fortalecimiento
del sistema (si todos tienen una capacidad productiva similar y, en numerosas
parcelas, autosuficiente, ¿dónde están los mercados
que absorban la producción exterior?).
Pero, también, el enunciado es de por sí incompleto, puesto
que de lo que se trata es de regular el flujo de inmigrantes según
los intereses de los países receptores. De hecho, los ministros de
Interior y Justicia de la Unión estudiaron en julio pasado una propuesta
para acoger a 75 millones de trabajadores extranjeros durante los cincuenta
años próximos. Más aún, el mismo crecimiento
sostenido de la población depende, máxime en países
de natalidad paupérrima como España, de la afluencia de emigrantes.
Por lo tanto, no interesa una avalancha de inmigrantes en busca de trabajo
pero tampoco una situación de desarrollo económico tal que
permita a los países exportadores de trabajadores ofrecer una oferta
de empleo local acorde con la demanda.
Por lo que se refiere a la otra parte, la cuestión de la emigración
no tiene una importancia menor. Un país como Marruecos, con cerca
de dos millones de trabajadores en el exterior (la mayor parte en la UE),
precisa del dinero que éstos puedan enviar (por lo general, una parte
sustanciosa del salario) para paliar las carencias de numerosas familias
marroquíes. Los envíos de los emigrantes superaron durante
los ocho primeros meses de 2000 los ingresos por turismo (14.780 mil millones
de dírhames frente a 14.750 mil millones). Rabat creó hace
ya años un ministerio especial para supervisar las relaciones con
la comunidad marroquí del exterior, lo que ayuda a comprender la
especial atención prestada por los representantes del país
a este asunto en sus visitas a territorio europeo y la fragilidad de los
países ribereños frente a las presiones europeas en las relaciones
bilaterales y, más en concreto, en este punto.
El laberinto de la deuda externa
A la falta de competitividad de los escasos productos industriales de
los países mediterráneos y las trabas impuestas a sus sectores
más capaces se une el laberinto de la deuda. Entre 1990 y 1996, el
total de la deuda exterior de trece países árabes ha pasado
de 140,698 mil millones de dólares a 156,922 . Hoy, a decir de diversas
instituciones financieras y bancarias árabes, la deuda total de los
países árabes (sin contar Iraq y sus 120 mil millones de dólares
rehenes del embargo) asciende, conforme a análisis muy optimistas
del director general del Fondo Monetario Árabe, a 375 mil millones
de dólares, 156 mil millones de deuda externa y 219 de interna, esto
es, el 41% del PIB.
Centrándonos en los Estados árabes del Mediterráneo
que mantienen vínculos más o menos vigorosos con la UE, las
cifras son relevantes: 23,5 mil millones de dólares en Líbano
(140 del PIB), 11,3 mil millones en Túnez (56%), 28 mil millones
en Argelia (60%), 68,2 en Egipto (75%) o los treinta mil millones de Marruecos
. Si a esto añadimos el servicio de la deuda (unos 8,758 mil millones
de dólares para los países del Magreb y 20 para Líbano,
Siria, Iraq y Jordania), tendremos el círculo vicioso: para pagar
la deuda y el servicio de la misma se precisa dedicar buena parte de los
recursos propios a afrontar estos gastos, con lo que hay que solicitar más
préstamos para pagar las importaciones. A partir de ahí se
agudiza la dependencia de los países deudores respecto de las instituciones
donantes, que pueden imponer sus condiciones -planes de ajuste, la activación
de las privatizaciones (como ocurriera en diciembre con Turquía y
el préstamo del FMI por valor de 7500 millones dólares), etc.-
para conceder los fondos, al tiempo que disminuyen las reservas de divisas
con el consiguiente retroceso del valor de las monedas nacionales. Pero
por encima de todo, el continuo trasiego de fondos y recursos para afrontar
los gastos de los préstamos externos y sus intereses afecta negativamente
al valor adquisitivo de los salarios frente al aumento de precios.
La tragedia del endeudamiento en los países en vías de
desarrollo llega a extremos lacerantes en las economías centradas
en la exportación petrolífera. En Argelia, donde el crudo
aporta el 95% de los ingresos de divisas, los réditos de la subida
de los precios han permitido durante los diez primeros meses de 2000 un
incremento espectacular del superávit comercial del 342% con respecto
al mismo periodo de 1999; no obstante, la mayor parte de esos beneficios
no llegan a convertirse en inversiones para desarrollar las infraestructuras
locales y, por supuesto, no contribuyen a paliar los graves problemas sociales
del país. Así las cosas, un país como Argelia tendría
que doblar su crecimiento económico actual, del 3,8%, para reducir
el paro. Algo parecido cabría decir, en otro contexto, de Arabia
Saudí, inmersa en una crisis de grandes dimensiones y presa de un
extraño conjuro que impide al ciudadano corriente percibir de modo
tangible los dividendos del aumento del crudo, dividendos incapaces -o así
parece al menos- de contener el empuje de los trescientos mil millones de
dólares de deuda externa e interna. Si uno puede preguntarse con
toda legitimidad dónde diablos acaban los ingresos de naciones productoras
de petróleo como Arabia Saudí, con un 25% de las reservas
mundiales, o Argelia, con una producción actual que ronda los 900
mil barriles diarios y se desea ascienda a 1,4 millones en 2004, una pregunta
similar debería hacerse en torno el destino de las pingües operaciones
de privatización efectuadas en ciertos países mediterráneos.
Control económico, control político
En este último punto, hay que reparar en la función de
las oligarquías políticas y económicas locales. El
contraste entre el avance de los programas económicos liberalizadores
y el estancamiento del proceso democratizador confirma que el interés
principal de la UE y, también, Estados Unidos, es asegurar la presencia
de una elite local que controle el poder con firmeza y vele por los intereses
occidentales por encima de cualquier otra consideración. El fin de
la Guerra del Golfo y la puesta en marcha del proceso de paz pusieron sobre
el tapete la necesidad de garantizar un ambiente de controlada tranquilidad
para garantizar el éxito de la globalización. También,
el ascenso de los movimientos islamistas hizo buscar fórmulas concretas
para apuntalar unos regímenes fieles pero conculcadores de los valores
democráticos. La postura europea general cuando la anulación
del resultado de las elecciones legislativas argelinas en 1991 resultó
tan contradictoria como clarificadora: para salvar la democracia había
que acabar con la democracia y mantener a los representantes del régimen
tradicional para evitar un "mal mayor". A la vista de la guerra
civil desatada en el país tras aquella decisión se debería
reflexionar sobre las consecuencias del "mal menor" representado
por el FLN y los militares...
Visto desde una perspectiva crítica, puede decirse que el proceso
de Barcelona no pretendía potenciar desarrollo sostenido alguno sino
que perseguía tres aspiraciones básicas: mantener la estabilidad
política en la zona, controlar el flujo emigrador y consagrar su
relación comercial ventajosa. De este modo, el sistema de poder en
la mayor parte de estos países cumple con una función de intermediario
entre Europa y los intereses de ésta. A pesar de las proclamas en
defensa de los derechos humanos y la democracia, Bruselas no ha tomado medidas
contundentes para obligar a los países adscritos al proceso a cumplir
sus obligaciones en la materia. Bien es cierto que determinadas instancias
europeas han puesto pegas al expediente de algunos estados en materia de
derechos humanos. No obstante, estos peros nunca han llevado a aplicar con
pulcritud los presupuestos de lo firmado en Barcelona, puesto que no han
pasado de ser en muchos casos tirones de oreja testimoniales. El caso de
Túnez y otros países del Magreb, tenido como un ejemplo de
colaboración euromediterránea en el apartado económico,
refleja con nitidez la hipocresía europea . El de Marruecos resulta
igualmente revelador con el agravante de que la propaganda europea trata
de presentar al actual monarca alawí como el garante de los valores
democráticos en su condición de protagonista genuino de la
regeneración modernizadora frente a unas fuerzas políticas
desunidas, enfrascadas en sus porfías internas y exentas de legitimidad
popular. Sin embargo, la apertura en materia de libertad de expresión
no ha alcanzado a la figura del rey y la monarquía, que siguen constituyendo
asuntos inabordables. Si no se puede hablar de un rey y su círculo
de influencia que son el origen de la corrupción, la malversación
y la venta en almoneda de los intereses nacionales ¿de qué
se puede hablar? Algo similar puede comprobarse en Siria tras el encumbramiento
de Bashar al-Asad al poder. Por otro lado, la coincidencia de intereses
entre la implantación económica europea y el fortalecimiento
de las elites locales produce una extraña connivencia para no tratar
determinadas cuestiones sensibles. Como quiera que, a pesar de los planes
liberalizadores, el Estado sigue manteniendo toda la capacidad para castigar
las empresas e intereses de aquellos medios de comunicación que le
incomodan, se establece un mecanismo de censura que permite a aquéllas
disfrutar de una imagen favorable a cambio de cumplir su misión como
regímenes garantes de las prioridades externas y no de las de sus
conciudadanos. Una función, en definitiva, de sátrapas regionales.
En conclusión, el grupo local dominante se convierte en imprescindible
para mantener los intereses vitales de occidente, entre los que se deben
contar los programas liberalizadores y los procesos de privatización.
Por ello, y porque las medidas integradas en este último gran objetivo
pueden resultar impopulares, hay que aportar los medios necesarios para
proteger a aquellos dirigentes que emprenden estas reformas "ineluctablemente
necesarias" (pero, ¿necesarias por qué y para quién?).
Unas veces se trata del silenciamiento de los excesos cometidos por el poder
local frente a los manifestantes y activistas políticos; otras, de
la concesión de ayudas militares y, en lo que respecta a las instituciones
financieras, de facilidades para renegociar la deuda y solicitar préstamos
extraordinarios.
Por si la dependencia comercial y económica de los países
mediterráneos (la UE es su primer comprador y vendedor) no fuera
suficiente, los préstamos del FMI, las ayudas al desarrollo y las
inversiones directas constituyen un mecanismo de presión directa
sobre las clases dirigentes intermediarias, que se ven obligadas a aceptar
las recomendaciones o imposiciones externas para mantener su situación
privilegiada. Por ejemplo: en momentos de crisis, se presiona al país
para que vaya más allá en las medidas adoptadas. Por lo general,
suele tratarse de recomendaciones concernientes a la eliminación
completa de aranceles, la devaluación de la moneda y la privatización
de los sectores que aún no habían abierto sus puertas al capital
foráneo. Así, puede que se produzca un aumento espectacular
en las exportaciones y la imagen en el exterior de una economía en
desarrollo; sin embargo, todo ello se realiza a costa del mercado interior
y la pérdida del valor adquisitivo de los trabajadores. En otras
palabras, se aumenta la competitividad internacional de los productos gracias
a los bajos costes de producción y los salarios que no crecen. Encima,
el Estado carece de recursos propios para reforzar los servicios sociales
debido a la reducción de cargas fiscales. Y se fomenta la dependencia
de la economía del país en cuestión respecto de la
corriente globalizadora general a partir de presupuestos inconsistentes
que pueden provocar una nueva crisis de consecuencias difíciles de
calcular. Y así se entra en otro círculo vicioso de convulsiones
internas y presiones externas para ahondar en el proceso liberalizador...
Luego, está la amenaza de las campañas mediáticas
a gran escala y la pervivencia de la lógica preventiva militar. Coincidiendo
con la visita de Mohammed VI a España en septiembre pasado, contingentes
militares de doce países europeos y EEUU participaron en unas maniobras
aeronavales (Válvula 2000) en el Estrecho de Gibraltar con
el plan de acción siguiente: se trataba de acudir en ayuda de un
estado mediterráneo que se ve inmerso en un conflicto bélico
con un país vecino que había invadido un enclave perteneciente
a aquél pero reclamado desde hacía tiempo por éste.
Las maniobras terminan con un desembarco coordinado en el enclave en cuestión,
que retorna a la soberanía del primer estado. Por supuesto, la celebración
de unos ejercicios militares de esta envergadura para responder a una hipotética
agresión marroquí sobre Ceuta y Melilla, justo cuando el rey
marroquí se hallaba en Madrid, no podía deberse a la mera
casualidad. Se trataba, lo mismo que con la presencia permanente de las
Euroforce en la zona, de recordar el verdadero alcance de la relación
establecida entre occidente/eje de la globalización, y las oligarquías
periféricas.
Israel y los círculos de la globalización
En contraste con lo que estipulan los convenios firmados por Bruselas
con numerosos países mediterráneos, Israel disfruta de otro
rango. Los vínculos de Israel con la UE preceden, al igual que los
otros estados mediterráneos, la conferencia de Barcelona. Sin embargo,
el acuerdo euromediterráneo de asociación de 1995 contiene
una serie de elementos que definen el papel de Tel. Aviv en el nuevo escenario
de "cooperación regional" surgido tras la conferencia de
Madrid en 1991. Este presupuesto es traslúcido en el preámbulo:
"Está destinado a apoyar a Israel en el proceso e paz en Oriente
Medio y contribuir así al éxito de dicho proceso, permitiendo
a Israel desempeñar un papel de motor del fomento del desarrollo
económico y social de la región" . Es sintomático
que el representante de Israel en la ceremonia de firma fuese Ehud Barak,
a la sazón ministro de Exteriores y uno de los más entusiastas
propulsores de un mercado regional emanado de un acuerdo de paz y con Israel
como eje hegemónico.
Sin duda alguna, las capacidades industriales y tecnológicas de
Israel superan a las de los demás países mediterráneos:
el mismo acuerdo resalta el deseo de reforzar la cooperación en el
ámbito del intercambio científico, técnico, de las
telecomunicaciones y la alta industria, condiciones que no se dan, evidentemente,
en el resto. Pero lo que da la medida exacta del cometido de Israel en el
contexto de la globalización es su condición de enlace entre
la UE y la región. O por describirlo en clave geométrica,
se trata de la representación de la teoría de los círculos
concéntricos: Israel se incluye en los trazos de un círculo
que está íntimamente ligado con el gran epicentro donde empiezan
y acaban los anillos; los otros países deben inscribirse en círculos
asimétricos que permanecen en una órbita desgajada de ese
epicentro. O, dicho de otro modo, se pretende que Israel forme parte de
un sistema de pleno derecho mientras que al resto sólo le corresponde
una función subordinada.
Lo anteriormente expuesto puede apreciarse con nitidez en la situación
actual de Israel y los contiguos Territorios Palestinos con la Intifada
de fondo. Sólo de este modo podría comprenderse el interés
desmedido por parte de Israel de mantener el proceso de paz, interés
compartido por la UE, a tenor de la estrecha implicación establecida
por Bruselas entre el proceso de asociación euromediterráneo
y las negociaciones en Oriente Medio. Aun cuando el Banco Central de Israel
estimaba que la Intifada provocaría un retroceso del crecimiento
nacional en un 1 o 2 por ciento, se sostenía que, en conjunto, la
economía israelí no habría de sufrir daños de
consideración gracias a la robustez del sector de alta tecnología,
volcado en la exportación y receptor de cuantiosas inversiones extranjeras,
buena parte de ellas europeas . Esto es, que además del apoyo incondicional
de EEUU, las fabulosas inyecciones pecuniarias procedentes de las comunidades
judías mundiales y las facilidades europeas, la propia naturaleza
económica del país permite soportar estos envites (entre ellos
el retroceso del turismo)... siempre y cuando el proceso de paz continúe.
Las preocupaciones de las estadistas israelíes se centran, por consiguiente,
en el mantenimiento del proceso de paz. Éste es el verdadero
responsable del "tremendo impulso" experimentado por la economía
israelí en los últimos años, sobre todo en el ámbito
de las inversiones ; sin embargo, ese proceso de paz y por extensión
el proceso euromediterráneo no han deparado resultados tan jugosos
a los palestinos.
La situación palestina hoy por hoy es un trasunto descarnado y
contundente de la teoría de los círculos concéntricos
de la globalización: un territorio cuya economía está
sujeta a las decisiones tomadas por un agente externo hegemónico
que decide cuándo y cómo entran o salen sus mercancías,
sus divisas y hasta sus trabajadores. El cierre de las fronteras para una
economía subsidiaria como es la palestina constituye el colapso de
su ya mermada capacidad productiva y generadora de riqueza . Además,
la agilidad occidental para promover las inversiones, las ayudas y los préstamos
de todo tipo en Israel contrasta con las dificultades que encuentran los
otros países mediterráneos para recibir las cantidades estipuladas.
En el caso de los Territorios Palestinos, se estima que sólo un 67%
de las ayudas prometidas habían llegado a la Autoridad Nacional a
finales del año pasado (2.751 de un total de 4.064 millones de dólares)
.
Israel y el Acuerdo de Asociación
La adopción definitiva del acuerdo, que se firmó en un
momento en que el proceso de paz se hallaba estancado, se demoró
hasta después de la ascensión de Barak y la marcha de Netanyahu,
debido a las reticencias de algunos parlamentos europeos a secundarla. Por
fin, en junio de 2000 entró en vigor el acuerdo y en ese mismo mes
se celebró el primer consejo de asociación. No obstante, el
tratado había venido siendo aplicado hasta esa fecha de forma anticipada.
Al contrario que el resto, Israel puede competir con Europa en el terreno
donde más fuerza tiene: el tecnológico. Pero, también,
dispone de un mayor margen de movimiento en uno de los expedientes sensibles,
la agricultura. Aunque pueda parecer mera anécdota, el hecho de que
las flores expuestas en los pabellones y pasillos de la reciente conferencia
de Niza fueran israelíes, tal y como hicieron constar los airados
floricultores franceses, tiene una gran significación que excede
el dato de que el noventa por ciento de las exportaciones de flores de Israel
van a los países europeos. Cierto que la UE es el primer proveedor
comercial de Israel (48,5% de las importaciones, datos de 1999) y también
el principal receptor de sus exportaciones (30,9%). El balance comercial
de Israel con la UE refleja un superávit favorable al segundo de
6000 millones que se quedan en tres mil millones si se tiene en cuenta el
comercio de diamantes. Ahora bien, este déficit comercial -característica
compartida por casi todos los países de la cuenca- se ha venido compensando
con las generosas ayudas económicas en concepto de compensaciones
(caso de Alemania) o la generosa transferencia de capacidades y medios tecnológicos
que han convertido a Israel en una potencia regional en este terreno. Y
eso por no hablar de la cooperación, extrañamente favorable
a Israel, en el ámbito militar y nuclear, con la conocida aportación
francesa al desarrollo de los reactores nucleares israelíes y la
entrega de armamento sofisticado (un exponente: los tres submarinos alemanes
con cabezas nucleares que se encontraban en aguas del Golfo en plena Intifada
palestina ).
El acuerdo incluía la famosa cláusula 2, en la que se establece
que "el respeto de los derechos democráticos y de los derechos
humanos que inspiran las políticas interiores e internacionales tanto
de Israel como de la Comunidad son un elemento positivo y esencial del Acuerdo"
. Por supuesto, este artículo nunca ha llegado a ser aplicado y,
como mucho, los representantes de la UE han expresado tímidas objeciones
ante las continuas violaciones de los derechos humanos por parte de las
tropas israelíes en Palestina. En verdad, parte de la estrategia
europea al respecto nace de la convicción de que el éxito
del proceso de Barcelona depende de la marcha del arreglo de paz en Oriente
Medio y de que una desestabilización de sus relaciones con Israel
llevará a un retroceso de su papel en la región. Mas al mismo
tiempo, es una muestra de la teoría de los anillos concéntricos
a los que nos referíamos antes, con Israel como cabeza de puente
de toda una estrategia política y militar en la región.
En el acuerdo firmado en 1995 la UE explica con nitidez la naturaleza
de su querencia hacia Israel y lo que representa: "Ante todo, supone
la prolongación y el desarrollo naturales de las relaciones, ya muy
estrechas, que unen desde hace tiempo a Israel con la UE y con sus Estados
miembros, y que reflejan una visión común de la sociedad,
fundamentada en los mismos valores de la democracia, el pluralismo, el Estado
de Derecho, el respeto íntegro de los derechos humanos y los principios
de la economía de mercado"
En el aspecto comercial, Bruselas ha sido incapaz siquiera de hacer valer
las cláusulas de los convenios firmados con Israel, a pesar de las
amenazas de medidas punitivas. Todavía perviven los ecos de la polémica
en torno a los productos agrícolas procedentes de territorios ocupados
que se exportaban a Europa con licencias israelíes (según
lo acordado, la UE no reconocía la pertenencia de estos territorios
a Israel y, por lo tanto, sus productos no podían beneficiarse de
las ventajas comerciales). Otro apartado que ha sido soslayado por la parte
israelí es el concerniente a la relación directa que debía
establecerse entre Bruselas y la Autoridad Palestina en el intercambio comercial.
Al contrario de lo estipulado en el acuerdo interino europeo-palestino,
las interferencias de una tercera parte (Israel) han sido continuas, coronadas
por el cierre impuesto a los territorios palestinos con motivo de la Intifada
y el consiguiente veto a un intercambio fluido entre la UE y los palestinos.
A despecho de las continuas violaciones israelíes en este terreno
y los amagos europeos de sanción, la dinámica de la acción
entre Tel Aviv y Bruselas ha permanecido en consonancia con los verdaderos
objetivos de su relación.
El silencio de la UE frente a los excesos del régimen de Tel Aviv
tiene, asimismo, una explicación relacionada con los intereses regionales
europeos. Israel cumple, lo mismo que las oligarquías árabes,
una misión de garante. Por lo tanto, la represión consentida
de tendencias políticas que puedan poner en peligro los intereses
occidentales (por mucho que esas tendencias cuenten con el apoyo de la población)
responde a la lógica misma de la colaboración económica.
La postura de supuesta neutralidad de la UE ante las carnicerías
y el asedio de ciudades y pueblos palestinos, tal y como ha sido expuesta
en la Conferencia de Marsella, revela la verdadera actitud europea. En realidad,
se persigue un arreglo definitivo de paz en donde no quepan las disonancias.
Bien es verdad que la actitud europea frente a Israel y, ahora, la segunda
Intifada palestina, no llega al cinismo brutal de los EE.UU., que no sólo
no condenan sino justifican el uso de munición real contra niños
y jóvenes. Pero tampoco parece demostrar firmeza alguna ante iniciativas
como la expresada hace poco por una institución norteamericana que
recordaba a una de las elites periféricas su misión verdadera
en el marco de la globalización. En un documento emitido por una
institución semioficial sita en Washington, se instaba a la Autoridad
Palestina a poner fin a la disidencia a los acuerdos de Oslo persiguiendo
a los opositores, tratando con ellos ruthlessly (despiadadamente)
y utilizando métodos cercanos a la tortura psíquica y física
para quebrar su resistencia; además, se aconsejaba abusar de la fuerza
para poner fin al levantamiento de la población civil . Otra vez
el poder periférico como garante de los intereses externos y conculcador,
qué paradoja, de los valores morales de Occidente. Ya se trate de
amordazar a jóvenes armados de piedras, islamistas o izquierdistas
opuestos al neoliberalismo y la represión política, el régimen
local debe cumplir con su misión... o fenecer.
|