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Publicado en Nación Árabe, núm. 45, Verano de 2001

(Texto publicado por MERIP, Nota de Prensa núm. 61 del 11 de junio de 2001. Traducción de Vanesa Casanova Fernández, N.Á.)

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Sudán: iniciativas para todos los gustos

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La Administración Bush vacila entre incrementar su apoyo a los rebeldes sureños o abrir un diálogo con el régimen de Jartum

Sudán y EEUU
Guerra civil e intereses petrolíferos

Dan Connell
Editor adjunto de Middle East Report y autor de Rethinking Revolution, publicado por Red Sea Press, 2001

La reciente gira por cuatro países africanos del secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, ha dado lugar a una frenética cobertura por parte de los medios de comunicación acerca del interés de EEUU en poner fin a la guerra civil de Sudán, que dura ya 18 años. A pesar del nombramiento por parte de Bush de un enviado especial encabezando una nueva iniciativa de paz, es probable que la política de la Administración Bush con respecto a Sudán no sea muy diferente de las políticas llamativas pero notablemente insustanciales de su predecesor. La Administración Bush está siendo cada vez más presionada por una inverosímil coalición de grupos conservadores cristianos evangélicos y organizaciones afroamericanas para que apoye a los rebeldes. A ambos sectores les preocupa la persecución de la población negra del sur (parte de la cual es cristiana) a manos del gobierno. La norteamericana Comisión sobre Libertad Religiosa Internacional, de corte conservador, viene pidiendo machaconamente a través de cartas a la prensa y declaraciones públicas que la Administración norteamericana refuerce las sanciones contra Jartum. Sin embargo, fuerzas igualmente poderosas animan en silencio a Washington para que vaya en la dirección opuesta. Los intereses petrolíferos de EEUU, a quien le preocupa quedarse fuera de la bonanza petrolífera de los nuevos campos de petróleo en plena expansión en el sur de Sudán, favorecen un mayor dialogo con Jartum, así como la relajación de las sanciones económicas que les han impedido hacer negocios en Sudán.

Egipto, el aliado clave de EEUU en la cuenca del Nilo, se opone a que los norteamericanos se inclinen del lado rebelde, porque Sudán podría dividirse y porque tal hecho supondría una amenaza contra el control que históricamente El Cairo ha ejercido sobre las fuentes del Nilo. Algunos intelectuales sudaneses residentes en el extranjero sostienen que apoyar a los rebeldes únicamente contribuirá a aumentar el sufrimiento del pueblo, sin que siquiera se obtenga una victoria. En estas circunstancias, insisten, lo mejor que los sureños pueden esperar es una autonomía negociada: cuanto antes, mejor. Ésta es la posición que parece mantener Chester Crocker, nombrado enviado especial y antiguo ayudante del secretario de Estado para asuntos africanos de Reagan.

Mientras tanto, una Cumbre pregonada a los cuatro vientos que reunió en Nairobi a líderes rebeldes y miembros del gobierno fracasó en el intento de llegar a una tregua. Finalmente, los protagonistas -el general Omar al-Bashir y el líder del Ejército Popular para la Liberación de Sudán (EPLS) E. John Garang (1)-, ni siquiera se encontraron cara a cara. Ahora, todo apunta a un aumento de la violencia, mientras ambos bandos buscan posicionarse del mejor modo posible para las negociaciones futuras. Ninguna de las iniciativas políticas que vienen siendo anunciadas por Washington desde el mes pasado tienen visos de cambiar las cosas.

¿Conflicto norte-sur?

Mientras diversos grupos de presión agitan las aguas políticas en Washington y los medios de comunicación se concentran en el fracaso de las conversaciones de paz en Nairobi, el régimen sudanés ha intensificado la lucha en un intento por contener al EPLS en zonas limitadas del sur, donde reside su principal foco de fuerza. El régimen pretende extender su control sobre los pozos de petróleo del sur antes de que el conflicto se detenga. Por su parte, el EPLS ha defendido sus posiciones en el sur, al tiempo que ejecuta operaciones que amenazan con restringir la producción petrolífera del gobierno y ataca objetivos estratégicos en el norte y el este de Sudán, lugares en los que se ha hecho con posiciones fuertes durante la década pasada. En las ultimas semanas, el EPLS ha reivindicado notables avances en la lucha que mantiene en la región sureña de Bahr el-Ghazal, cercana a los pozos de petróleo. La Administración Bush decidió recientemente enviar 3 millones de dólares a un grupo rebelde más amplio, la Alianza Democrática Nacional (AND), una coalición de más de una docena de fuerzas tanto norteñas como sureñas que opera en el noreste.

La cuestión clave es hasta qué punto la guerra civil sudanesa se define exclusivamente como un conflicto norte-sur, o como un problema de centro versus periferia que requiere soluciones estructurales para el conjunto del país. A pesar de que el discurso habitual mantenga lo contrario, el EPLS ha sido identificado durante mucho tiempo con una estrategia sureña. Es en el sur donde están situadas la mayor parte de sus fuerzas y donde se han venido librando gran parte de las batallas desde 1983. Se estima que cerca de dos millones de personas han muerto como resultado de la guerra y la hambruna en esa región. Otros cuatro millones han sido desplazados. La frontera norte-sur es también el área en que las milicias árabes armadas por el gobierno han saqueado aldeas Dinka en busca de botín y cautivos, lo cual ha llevado a los evangélicos estadounidenses a acusar al régimen de instigar la reanudación de prácticas esclavistas; tema caliente éste, que ha ayudado a galvanizar el apoyo a la estrategia pro-rebelde en los Estados Unidos.

Sin embargo, el conflicto en el Sudán es considerablemente más complejo que la sencilla dualidad entre Norte/Sur, musulmán/cristiano, árabe/africano de la que frecuentemente hablan los grupos que en EEUU presionan para que se apoye a los rebeldes. La mayoría de los sudaneses norteños son africanos arabizados, no árabes étnicos. La mayoría de los cristianos del sur practican ritos religiosos tradicionales, no cristianos, a pesar de que los misioneros que trabajan en la región pretenden cambiar esto. Asimismo, muchos musulmanes están activamente comprometidos en la oposición armada contra el gobierno. El segundo grupo armado del país pertenece al Congreso Beya, que tiene su base entre los musulmanes pobres del noreste sudanés, y también hay otros grupos norteños dentro de la coalición del AND.
Bajo estas condiciones, la iniciativa de Chester Crocker, aparentemente orientada a apaciguar a los sureños con una forma de autonomía limitada similar a la que les fue concedida (y luego arrebatada) al finalizar la primera guerra civil en 1972, no es muy atractiva para muchos sudaneses. Por su parte, y a pesar de que muchos están a favor de una solución estrictamente sureña, la mayoría de los sureños siguen manifestando un profundo escepticismo hacia todo lo que no sea una autodeterminación completa. Las preguntas clave son: ¿puede obtener algo mejor la oposición si continua luchando? ¿Supondría alguna diferencia en el resultado final el apoyo, a estas alturas, de EEUU hacia los sureños?

Maniobras en busca de la mejor posición

Los rebeldes deben aún demostrar que tienen la capacidad de inclinar la balanza militar a su favor, o de que son una alternativa viable al régimen actual de Jartum. Sin embargo, es posible que la oposición esté viendo incrementada su coherencia política (y por ello ganando en poderío militar), al tiempo que el régimen está siendo debilitado por las divisiones dentro del partido islamista en el poder, el Frente Islámico Nacional (FIN). El arresto reciente del fundador del FIN, Hasan al-Turabi, acusado de traición por haber negociado con el EPLS independientemente del régimen de Bashir y en oposición al mismo, ha tenido su efecto sobre las fuerzas armadas, donde cientos de seguidores de Turabi han sido detenidos durante los últimos seis meses. Bashir, cada vez más aislado dentro de las filas del FIN, ha intensificado su campaña en las zonas productoras de petróleo para que los ingresos por la venta de crudo (unos 500 millones de dólares anuales en constante crecimiento) sigan afluyendo a las arcas del régimen. Pero a pesar de la disponibilidad cada vez más abundante de dinero procedente del petróleo para la compra de armamento sofisticado, la ruptura Bashir-Turabi ha puesto freno a la capacidad de lucha del ejército. Portavoces rebeldes afirman que las disensiones dentro del ejército explican, al menos en parte, su éxito a la hora de repeler las ofensivas del gobierno. Desde el mes de abril, la lucha se ha venido desarrollando ferozmente en la provincia sureña de Bahr el-Ghazal, así como en las Montañas Nuba del centro y la disputada región del Nilo Azul. La lucha podría extenderse hacia las Montañas del Mar Rojo en el noreste sudanés, donde fuerzas rebeldes amenazan la principal ruta de comunicación del país y el acceso por ferrocarril al mar, y donde el gobierno viene acumulando en secreto un contingente armado en el pequeño puerto de Agig, en el Mar Rojo. Sin embargo, hasta el momento las fuerzas del gobierno han fracasado en todos los frentes. Los rebeldes afirman que contraatacarán cuando al gobierno se le hayan agotado las fuerzas. Estos ataques ya han comenzado en Bahr el-Ghazal, donde el EPLS afirma haber capturado la ciudad de Raga. Los próximos meses traerán encuentros decisivos mientras los dos bandos intentan posicionarse del mejor modo en la carrera, con vistas a las negociaciones futuras y para ganarse las futuras ayudas.

Para EEUU, el curso a seguir en las actuales condiciones es mantener las puertas abiertas a ambos bandos para poder conocer mejor la situación sobre el terreno y poder ayudar mediante el envío de alimentos a las víctimas de la sequía y la guerra. Sin embargo, la Administración Bush debe resistirse a cualquier compromiso prematuro sobre una paz falsa, o dar un giro hacia la ayuda militar directa a gran escala, que únicamente sería un anticipo al desarrollo orgánico del movimiento rebelde.

Lo que hoy en día está sobre la mesa para parar la guerra no es una receta de paz. El gobierno ha ofrecido repetidas veces una autonomía engañosa que nadie en la oposición se toma en serio. El primer reto para el enviado especial Crocker consiste en presionar al gobierno para que haga una oferta sustancial. Si tal oferta tuviera visos de producirse, EEUU debería insistir para que el régimen explique cómo la autonomía del sur podría extenderse a otros pueblos marginados del país, y cómo podría traducirse en la democratización del centro del país. Tal resultado es, sin embargo, poco probable.

La segunda alternativa sería aumentar (si bien con objetivos bien delimitados) la ayuda a los rebeldes. Actualmente, la ayuda más importante no son las armas. Aunque los rebeldes se encaminen a la prolongación del conflicto o hacia un gobierno de posguerra, la mayor necesidad en la actualidad es la de reforzar la capacidad institucional de las estructuras políticas rebeldes, la Administración civil y los servicios sociales. El EPLS es la organización política más extendida de Sudán. Sea cual sea el resultado de la guerra civil, será un protagonista decisivo en el gobierno del país. La coalición del AND, en la cual el EPLS es el grupo más importante, representa el mejor instrumento para llegar a una solución política de larga duración que ponga fin a las profundas divisiones religiosas y étnicas del país. Este es el punto en el que grupos de todo el Sudán, incluido el EPLS, están de acuerdo. La coalición necesita desarrollarse como una especie de laboratorio para la creación de un estado multicultural, pero también como líder potencial de Sudán en el periodo de post-guerra. La AND, una asociación paraguas muy amplia, tiene una notoria tendencia hacia las trifulcas entre partidos. Si llega al poder, la coalición tendrá que soportar la presión internacional para alcanzar un acuerdo en el que todos los partidos se comprometan a compartir el poder, se celebre un referéndum sobre la cuestión de la auto-determinación del sur, y se suspenda la aplicación de la sharía [ley] islámica en el país.

¿Qué opción rebelde?

En caso de optar por "la ruta rebelde", la decisión crítica a la que debe enfrentarse la Administración Bush es si debe apoyar únicamente al EPLS, o impulsar el crecimiento y desarrollo de la AND, con el EPLS en el epicentro de la misma. La primera opción haría pensar a la Administración en una solución norte-sur, lo cual potenciaría la pacificación del país a corto plazo sobre una base étnico-federalista similar a la adoptada por la vecina Etiopía en los noventa, y que ahora amenaza con desmoronarse. Esta opción podría detener el conflicto en el Sudán a corto plazo (aunque incluso eso parece improbable), pero serviría como escenario para una Yugoslavia africana en el futuro.
El hecho de que la primera ayuda directa de EEUU a los rebeldes haya sido dirigida a la AND es una buena señal. Ahora, es necesario que esta ayuda vea cierta continuidad con una asistencia limitada a la construcción de estructuras válidas y el apoyo a los rebeldes con la promoción a nivel nacional de formas de movilización y despliegue económico, social y político dentro del propio movimiento. Esto daría lugar a la integración de las operaciones sureñas dentro del AND de una manera más completa y orgánica, y contribuiría asimismo al desarrollo de la coalición y a que algunas fuerzas norteñas y ciertas operaciones logísticas se transfirieran al sur, en lugar de ser tratadas como escenarios separados.


Nota:
1:
Para una descripción de las fuerzas políticas sudanesas y una evaluación del conflicto sudanés, véase el artículo de Ignacio Gutiérrez de Terán, "Sudán: conflicto de múltiples dimensiones", publicado en Nación Árabe, núm. 35, Primavera 1998, pp. 101-115. [Nota de N.Á.] Volver al texto