La Administración Bush vacila
entre incrementar su apoyo a los rebeldes sureños o abrir
un diálogo con el régimen de Jartum
Sudán y EEUU
Guerra civil e intereses petrolíferos
Dan Connell
Editor adjunto de Middle East Report
y autor de Rethinking Revolution, publicado por Red Sea
Press, 2001
La reciente gira por cuatro países africanos del
secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, ha dado lugar
a una frenética cobertura por parte de los medios de comunicación
acerca del interés de EEUU en poner fin a la guerra civil
de Sudán, que dura ya 18 años. A pesar del nombramiento
por parte de Bush de un enviado especial encabezando una nueva
iniciativa de paz, es probable que la política de la Administración
Bush con respecto a Sudán no sea muy diferente de las
políticas llamativas pero notablemente insustanciales
de su predecesor. La Administración Bush está siendo
cada vez más presionada por una inverosímil coalición
de grupos conservadores cristianos evangélicos y organizaciones
afroamericanas para que apoye a los rebeldes. A ambos sectores
les preocupa la persecución de la población negra
del sur (parte de la cual es cristiana) a manos del gobierno.
La norteamericana Comisión sobre Libertad Religiosa Internacional,
de corte conservador, viene pidiendo machaconamente a través
de cartas a la prensa y declaraciones públicas que la
Administración norteamericana refuerce las sanciones contra
Jartum. Sin embargo, fuerzas igualmente poderosas animan en silencio
a Washington para que vaya en la dirección opuesta. Los
intereses petrolíferos de EEUU, a quien le preocupa quedarse
fuera de la bonanza petrolífera de los nuevos campos de
petróleo en plena expansión en el sur de Sudán,
favorecen un mayor dialogo con Jartum, así como la relajación
de las sanciones económicas que les han impedido hacer
negocios en Sudán.
Egipto, el aliado clave de EEUU en la cuenca del Nilo, se
opone a que los norteamericanos se inclinen del lado rebelde,
porque Sudán podría dividirse y porque tal hecho
supondría una amenaza contra el control que históricamente
El Cairo ha ejercido sobre las fuentes del Nilo. Algunos intelectuales
sudaneses residentes en el extranjero sostienen que apoyar a
los rebeldes únicamente contribuirá a aumentar
el sufrimiento del pueblo, sin que siquiera se obtenga una victoria.
En estas circunstancias, insisten, lo mejor que los sureños
pueden esperar es una autonomía negociada: cuanto antes,
mejor. Ésta es la posición que parece mantener
Chester Crocker, nombrado enviado especial y antiguo ayudante
del secretario de Estado para asuntos africanos de Reagan.
Mientras
tanto, una Cumbre pregonada a los cuatro vientos que reunió
en Nairobi a líderes rebeldes y miembros del gobierno
fracasó en el intento de llegar a una tregua. Finalmente,
los protagonistas -el general Omar al-Bashir y el líder
del Ejército Popular para la Liberación de Sudán
(EPLS) E. John Garang (1)-,
ni siquiera se encontraron cara a cara. Ahora, todo apunta a
un aumento de la violencia, mientras ambos bandos buscan posicionarse
del mejor modo posible para las negociaciones futuras. Ninguna
de las iniciativas políticas que vienen siendo anunciadas
por Washington desde el mes pasado tienen visos de cambiar las
cosas.
¿Conflicto norte-sur?
Mientras diversos grupos de presión agitan las aguas
políticas en Washington y los medios de comunicación
se concentran en el fracaso de las conversaciones de paz
en Nairobi, el régimen sudanés ha intensificado
la lucha en un intento por contener al EPLS en zonas limitadas
del sur, donde reside su principal foco de fuerza. El régimen
pretende extender su control sobre los pozos de petróleo
del sur antes de que el conflicto se detenga. Por su parte, el
EPLS ha defendido sus posiciones en el sur, al tiempo que ejecuta
operaciones que amenazan con restringir la producción
petrolífera del gobierno y ataca objetivos estratégicos
en el norte y el este de Sudán, lugares en los que se
ha hecho con posiciones fuertes durante la década pasada.
En las ultimas semanas, el EPLS ha reivindicado notables avances
en la lucha que mantiene en la región sureña de
Bahr el-Ghazal, cercana a los pozos de petróleo. La Administración
Bush decidió recientemente enviar 3 millones de dólares
a un grupo rebelde más amplio, la Alianza Democrática
Nacional (AND), una coalición de más de una docena
de fuerzas tanto norteñas como sureñas que opera
en el noreste.
La cuestión clave es hasta qué punto la guerra
civil sudanesa se define exclusivamente como un conflicto norte-sur,
o como un problema de centro versus periferia que requiere
soluciones estructurales para el conjunto del país. A
pesar de que el discurso habitual mantenga lo contrario, el EPLS
ha sido identificado durante mucho tiempo con una estrategia
sureña. Es en el sur donde están situadas la mayor
parte de sus fuerzas y donde se han venido librando gran parte
de las batallas desde 1983. Se estima que cerca de dos millones
de personas han muerto como resultado de la guerra y la hambruna
en esa región. Otros cuatro millones han sido desplazados.
La frontera norte-sur es también el área en que
las milicias árabes armadas por el gobierno han saqueado
aldeas Dinka en busca de botín y cautivos, lo cual ha
llevado a los evangélicos estadounidenses a acusar al
régimen de instigar la reanudación de prácticas
esclavistas; tema caliente éste, que ha ayudado
a galvanizar el apoyo a la estrategia pro-rebelde en los Estados
Unidos.
Sin embargo, el conflicto en el Sudán es considerablemente
más complejo que la sencilla dualidad entre Norte/Sur,
musulmán/cristiano, árabe/africano de la que frecuentemente
hablan los grupos que en EEUU presionan para que se apoye a los
rebeldes. La mayoría de los sudaneses norteños
son africanos arabizados, no árabes étnicos.
La mayoría de los cristianos del sur practican ritos religiosos
tradicionales, no cristianos, a pesar de que los misioneros que
trabajan en la región pretenden cambiar esto. Asimismo,
muchos musulmanes están activamente comprometidos en la
oposición armada contra el gobierno. El segundo grupo
armado del país pertenece al Congreso Beya, que tiene
su base entre los musulmanes pobres del noreste sudanés,
y también hay otros grupos norteños dentro de la
coalición del AND.
Bajo estas condiciones, la iniciativa de Chester Crocker, aparentemente
orientada a apaciguar a los sureños con una forma de autonomía
limitada similar a la que les fue concedida (y luego arrebatada)
al finalizar la primera guerra civil en 1972, no es muy atractiva
para muchos sudaneses. Por su parte, y a pesar de que muchos
están a favor de una solución estrictamente
sureña, la mayoría de los sureños siguen
manifestando un profundo escepticismo hacia todo lo que no sea
una autodeterminación completa. Las preguntas clave son:
¿puede obtener algo mejor la oposición si continua
luchando? ¿Supondría alguna diferencia en el resultado
final el apoyo, a estas alturas, de EEUU hacia los sureños?
Maniobras en busca de la mejor posición
Los rebeldes deben aún demostrar que tienen la capacidad
de inclinar la balanza militar a su favor, o de que son una alternativa
viable al régimen actual de Jartum. Sin embargo, es posible
que la oposición esté viendo incrementada su coherencia
política (y por ello ganando en poderío militar),
al tiempo que el régimen está siendo debilitado
por las divisiones dentro del partido islamista en el poder,
el Frente Islámico Nacional (FIN). El arresto reciente
del fundador del FIN, Hasan al-Turabi, acusado de traición
por haber negociado con el EPLS independientemente del régimen
de Bashir y en oposición al mismo, ha tenido su efecto
sobre las fuerzas armadas, donde cientos de seguidores de Turabi
han sido detenidos durante los últimos seis meses. Bashir,
cada vez más aislado dentro de las filas del FIN, ha intensificado
su campaña en las zonas productoras de petróleo
para que los ingresos por la venta de crudo (unos 500 millones
de dólares anuales en constante crecimiento) sigan afluyendo
a las arcas del régimen. Pero a pesar de la disponibilidad
cada vez más abundante de dinero procedente del petróleo
para la compra de armamento sofisticado, la ruptura Bashir-Turabi
ha puesto freno a la capacidad de lucha del ejército.
Portavoces rebeldes afirman que las disensiones dentro del ejército
explican, al menos en parte, su éxito a la hora de repeler
las ofensivas del gobierno. Desde el mes de abril, la lucha se
ha venido desarrollando ferozmente en la provincia sureña
de Bahr el-Ghazal, así como en las Montañas Nuba
del centro y la disputada región del Nilo Azul. La lucha
podría extenderse hacia las Montañas del Mar Rojo
en el noreste sudanés, donde fuerzas rebeldes amenazan
la principal ruta de comunicación del país y el
acceso por ferrocarril al mar, y donde el gobierno viene acumulando
en secreto un contingente armado en el pequeño puerto
de Agig, en el Mar Rojo. Sin embargo, hasta el momento las fuerzas
del gobierno han fracasado en todos los frentes. Los rebeldes
afirman que contraatacarán cuando al gobierno se le hayan
agotado las fuerzas. Estos ataques ya han comenzado en Bahr el-Ghazal,
donde el EPLS afirma haber capturado la ciudad de Raga. Los próximos
meses traerán encuentros decisivos mientras los dos bandos
intentan posicionarse del mejor modo en la carrera, con vistas
a las negociaciones futuras y para ganarse las futuras ayudas.
Para EEUU, el curso a seguir en las actuales condiciones es
mantener las puertas abiertas a ambos bandos para poder conocer
mejor la situación sobre el terreno y poder ayudar mediante
el envío de alimentos a las víctimas de la sequía
y la guerra. Sin embargo, la Administración Bush debe
resistirse a cualquier compromiso prematuro sobre una paz falsa,
o dar un giro hacia la ayuda militar directa a gran escala, que
únicamente sería un anticipo al desarrollo orgánico
del movimiento rebelde.
Lo que hoy en día está sobre la mesa para parar
la guerra no es una receta de paz. El gobierno ha ofrecido repetidas
veces una autonomía engañosa que nadie en la oposición
se toma en serio. El primer reto para el enviado especial Crocker
consiste en presionar al gobierno para que haga una oferta sustancial.
Si tal oferta tuviera visos de producirse, EEUU debería
insistir para que el régimen explique cómo la autonomía
del sur podría extenderse a otros pueblos marginados del
país, y cómo podría traducirse en la democratización
del centro del país. Tal resultado es, sin embargo, poco
probable.
La segunda alternativa sería aumentar (si bien con
objetivos bien delimitados) la ayuda a los rebeldes. Actualmente,
la ayuda más importante no son las armas. Aunque los rebeldes
se encaminen a la prolongación del conflicto o hacia un
gobierno de posguerra, la mayor necesidad en la actualidad es
la de reforzar la capacidad institucional de las estructuras
políticas rebeldes, la Administración civil y los
servicios sociales. El EPLS es la organización política
más extendida de Sudán. Sea cual sea el resultado
de la guerra civil, será un protagonista decisivo en el
gobierno del país. La coalición del AND, en la
cual el EPLS es el grupo más importante, representa el
mejor instrumento para llegar a una solución política
de larga duración que ponga fin a las profundas divisiones
religiosas y étnicas del país. Este es el punto
en el que grupos de todo el Sudán, incluido el EPLS, están
de acuerdo. La coalición necesita desarrollarse como una
especie de laboratorio para la creación de un estado multicultural,
pero también como líder potencial de Sudán
en el periodo de post-guerra. La AND, una asociación paraguas
muy amplia, tiene una notoria tendencia hacia las trifulcas entre
partidos. Si llega al poder, la coalición tendrá
que soportar la presión internacional para alcanzar un
acuerdo en el que todos los partidos se comprometan a compartir
el poder, se celebre un referéndum sobre la cuestión
de la auto-determinación del sur, y se suspenda la aplicación
de la sharía [ley] islámica en el país.
¿Qué opción
rebelde?
En caso de optar por "la ruta rebelde", la decisión
crítica a la que debe enfrentarse la Administración
Bush es si debe apoyar únicamente al EPLS, o impulsar
el crecimiento y desarrollo de la AND, con el EPLS en el epicentro
de la misma. La primera opción haría pensar a la
Administración en una solución norte-sur, lo cual
potenciaría la pacificación del país a corto
plazo sobre una base étnico-federalista similar a la adoptada
por la vecina Etiopía en los noventa, y que ahora amenaza
con desmoronarse. Esta opción podría detener el
conflicto en el Sudán a corto plazo (aunque incluso eso
parece improbable), pero serviría como escenario para
una Yugoslavia africana en el futuro.
El hecho de que la primera ayuda directa de EEUU a los rebeldes
haya sido dirigida a la AND es una buena señal. Ahora,
es necesario que esta ayuda vea cierta continuidad con una asistencia
limitada a la construcción de estructuras válidas
y el apoyo a los rebeldes con la promoción a nivel nacional
de formas de movilización y despliegue económico,
social y político dentro del propio movimiento. Esto daría
lugar a la integración de las operaciones sureñas
dentro del AND de una manera más completa y orgánica,
y contribuiría asimismo al desarrollo de la coalición
y a que algunas fuerzas norteñas y ciertas operaciones
logísticas se transfirieran al sur, en lugar de ser tratadas
como escenarios separados.
Nota:
1: Para una descripción
de las fuerzas políticas sudanesas y una evaluación
del conflicto sudanés, véase el artículo
de Ignacio Gutiérrez de Terán, "Sudán:
conflicto de múltiples dimensiones", publicado en
Nación Árabe, núm. 35, Primavera
1998, pp. 101-115. [Nota de N.Á.] Volver al texto
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