La reciente revuelta social
en Argelia y la segunda Intifada palestina son los dos procesos
populares más decisivos en marcha en el Mundo Árabe
contra las nuevas formas de dominación y exclusión
Revuelta social
en Argelia
LA
INTIFADA y el endurecimiento de la represión israelí
contra el pueblo palestino han restado protagonismo a los sucesos
registrados en Argelia en los últimos meses, a lo que
ha contribuido la deliberada opacidad informativa del régimen
argelino y la falta de interés siempre cómplice
de la gran mayoría de los medios de comunicación
occidentales. Y, sin embargo, seguramente las revueltas populares
en Argelia sean uno de los fenómenos sociales más
interesantes que se han producido en mucho tiempo en el Mundo
Árabe, por lo que suponen de esperanza en la capacidad
de movilización de sus pueblos, por haber servido para
desenmascarar definitivamente a un régimen enrocado en
la explotación económica y la exclusión
política de su pueblo con la connivencia interesada de
los países occidentales y por la relevancia de Argelia
como ejemplo emblemático de la evolución y las
tendencias sociales, políticas y económicas del
Mundo Árabe en las últimas décadas.
El 18 de abril de este año, las revueltas provocadas
en la principal ciudad de la Kabylia argelina, Tizi Uzu, a raíz
de la muerte en una comisaría de un joven beréber
tras las manifestaciones conmemorativas de la "primavera
beréber" de abril de 1980 causaron, si nos fiamos
del recuento oficial -maquillado según todos los indicios-,
55 muertos por heridas de bala de la policía. Tras unas
semanas de continuos incidentes entre manifestantes y fuerzas
de seguridad que no tardaron en extenderse por todo el país,
el 14 de junio tuvo lugar en Argel, desafiando el estado de emergencia
vigente desde 1992, la mayor manifestación conocida en
Argelia desde su independencia en 1962, con cerca de un millón
de manifestantes y violentas escenas de enfrentamientos con las
fuerzas antidisturbios. Desde entonces, el régimen argelino
ha impedido cualquier nueva manifestación masiva fuera
de la Kabylia mediante un estricto control policial de las vías
de comunicación hacia Argel.
Las manifestaciones han servido para clarificar la situación
en Argelia, y de ellas destacan sobre todo dos circunstancias.
Por un lado, aunque inicialmente se pedía el reconocimiento
de la lengua amazigh como lengua oficial, el movimiento de protesta
no tardó en dirigirse directamente contra los símbolos
y los representantes de un régimen al que ya se identifica
con la hogra (término típicamente argelino
que significa a la vez injusticia y humillación del poderoso
hacia el oprimido). Más allá de algunas reivindicaciones
inmediatas -como la retirada de las fuerzas de la gendarmería
de la Kabylia y la liberación de los detenidos-, la explosión
de ira popular estaba protagonizada por jóvenes sin nada
que perder y que coreaban lemas antisistema como "Poder
asesino", "No a la dictadura", "Basta de
corrupción" o "Sin perdón". Además,
el protagonismo de la convocatoria y coordinación de las
manifestaciones ha correspondido a una estructura organizativa
neotradicional sui generis, el Comité de los Pueblos
y de las Tribus de la Kabylia, ajeno en todo caso al sistema
de partidos establecido (aunque el Frente de Fuerzas Socialistas
de Hocine Aid-Ahmed ha sido el que más se ha identificado
con las revueltas, exigiendo la disolución del gobierno
y la creación de una comisión de investigación
internacional, y la Asamblea por la Cultura y la Democracia (RCD)
se retiró del gobierno de Buteflika el 1 de mayo). Tanto
una como otra ponen de relieve la necesidad de renovación
absoluta de las instituciones que vertebran la sociedad argelina.
Reacción significativa
La reacción del gobierno argelino ante las
revueltas, al margen de la brutal represión, resulta sintomática.
Tras casi quince días de tenso silencio sobre las mayores
revueltas populares desde 1988, el Presidente Abdelaziz Buteflika
-que entretanto no dudó en mantener el viaje que tenía
programado a la cumbre africana sobre el SIDA, un problema prácticamente
inexistente en Argelia- inició una gira por la zona desértica
del Sahara del sur del país, prácticamente deshabitada
si se excluye a las tribus tuaregs, para, el 30 de abril, dirigirse
desde allí al conjunto de la nación, denunciar
de manera imprecisa la "injerencia extranjera" en los
disturbios y anunciar simplemente la creación de una comisión
de investigación sobre lo sucedido. No es de extrañar
que, ante esta demostración de ineptitud, el diario nacional
al-Watan se preguntara retóricamente en un editorial:
"¿Para qué sirve el gobierno?" La respuesta
de la Asamblea Nacional argelina no resultó menos reveladora:
tras apoyar la iniciativa de Buteflika, aceleró la aprobación,
el 16 de mayo, de una reforma del Código Penal que endurece
las penas por difamación, injurias al ejército
y a los representantes del orden público y "lesa
Presidencia", que ahora pueden ser castigadas con penas
de cárcel de hasta dos años y fuertes multas, en
un intento de acallar la relativamente libre prensa argelina.
Contra todo pronóstico, la comisión de investigación
ejecutó con inusitada rapidez su mandato, presentando
un informe el 29 de julio que desde luego constituye un ejercicio
de transparencia sin precedentes. Tras negar la existencia de
ninguna prueba de "complot interno o externo" que,
según el propio Buteflika, había "atizado
los odios y sembrado la subversión y la división",
el informe de la comisión de investigación atribuye
la principal responsabilidad a las fuerzas de la gendarmería:
"la reacción violenta de la población ha sido
provocada por la acción, no menos violenta, de los gendarmes,
que durante más de dos meses ha alentado y mantenido los
acontecimientos: tiroteos con fuego real, saqueos, pillajes,
provocaciones de todo tipo (...) La violencia registrada es la
propia de una guerra, con el uso de munición de guerra.
Las fuerzas de seguridad intervinieron sin control de las autoridades
civiles, como estipula la Ley", lo que es una forma de sugerir
la verdadera estructura de poder militar que subyace en la fachada
civil del régimen que ofrece Buteflika. Termina el Informe
con un diagnóstico absolutamente preciso: "las causas
profundas son sociales, económicas e identitarias, debidas
a abusos de todas clases", y la "responsabilidad se
sitúa en las altas esferas". [*1]
Las revueltas populares han deslegitimado definitivamente
-si aún era necesario- no sólo a Buteflika, que
en su momento despertó ciertas esperanzas de cambio, sino
al propio "estado mayor de los generales" que detenta
el verdadero poder desde principios de los años noventa
y que, desde hace algunos meses, parece sentirse acorralado.
En un ambiente en el que proliferaban las denuncias y testimonios
sobre la involucración directa del ejército argelino
en algunos de los episodios más sangrientos atribuidos
a las guerrillas islamistas, las desapariciones y las atrocidades
cometidas por las fuerzas de seguridad, [*2]
el 25 de abril pasado el general en la reserva Khaled Nezzar,
ministro de Defensa de 1990 a 1993 y miembro del núcleo
duro del poder (junto con los generales Mohamed Lamari, Tewfik
Médiéne, Smain Lamari y Larbi Belkheir) se vio
obligado a huir apresuradamente de Francia -con el apoyo logístico
y diplomático del gobierno francés, que convirtió
su visita privada en una visita oficial- ante la admisión
a trámite de una querella criminal por torturas presentada
ante la Fiscalía de París. Y eso sólo meses
después de que, en noviembre de 2000, Amnistía
Internacional publicara un informe demoledor sobre las violaciones
de los derechos humanos en Argelia. [*3]
Pero sobre todo han desplazado el centro de atención
de la violencia islamista hacia las causas profundas que crearon
el sustrato económico y social en el que ésta prendió.
Las revueltas han servido al menos para poner fin a una coartada
que el régimen argelino ha utilizado para perpetuarse
en el poder y reforzar sus mecanismos de control económico,
político y militar en los últimos diez años:
la de que todos los problemas de Argelia se debían a la
existencia de un movimiento fundamentalista islámico violento
que había que erradicar militarmente antes de que cualquier
reforma fuera posible. Es decir, el fin de la coartada que justifica
tanto el estado de emergencia como la negativa del régimen
a todo diálogo con la oposición política
(que en 1995 mostró un mayor "sentido de Estado",
cuando todos los partidos de la oposición negociaron la
denominada "Plataforma de San Egidio", un "contrato
nacional" por el que se comprometían a resolver todos
los conflictos de forma pacífica, abruptamente rechazada
por las instancias oficiales y acogida con indiferencia por la
comunidad internacional) y la omnipresencia del ejército
como garante de la independencia de Argelia. Precisamente,
de lo que hay que librar al pueblo argelino, según un
editorial de otro de los diarios nacionales argelinos, Le
Quotidien d'Oran, es "de sus falsos electos, corrompidos
hasta los tuétanos, de sus falsos gobernantes, despreocupados
hasta la inconsciencia, de los herederos de los colonizadores,
de los nuevos señores y de los señores y las sanguijuelas
de siempre". Un tajante estado de situación que seguramente
podría aplicarse a algún país más
de la región.
La parálisis de las instituciones argelinas no sólo
se ha puesto de relieve en su actitud ante las revueltas. La
Ley de Concordia Civil, que el Presidente Buteflika hizo aprobar
en referéndum en septiembre de 1999 (en un intento por
recuperar la legitimidad democrática que no había
conseguido en las elecciones presidenciales de abril de 1999,
en las que en el último momento se retiraron los otros
seis candidatos entre denuncias de fraude generalizado), ha sido
un fracaso en toda regla, tanto desde el punto de vista de la
lucha contra la violencia -durante el primer semestre del 2001
ha habido 1.600 muertos oficiales como resultado de acciones
de la guerrilla islamista, lo que supone una cierta mejora con
respecto a los 2.000 muertos mensuales de hace tres o cuatro
años, pero dista mucho de permitir dar por resuelto el
conflicto- como desde el punto de vista político, pues
a la vista está que, aunque ha servido al régimen
para ganar algo de tiempo, no ha conseguido consolidarlo políticamente.
La situación se encuentra, en este sentido, absolutamente
enquistada, con el riesgo que supone la militarización
de la sociedad civil que se ha impulsado en los últimos
tres años con la creación de "grupos de autodefensa"
en las zonas rurales, que ha supuesto armar a más de 100.000
milicianos y amenaza con perpetuar la violencia.
Pero es que, además, las revueltas populares se han
producido en unos momentos en que los altos precios internacionales
del petróleo han permitido a Argelia obtener en el año
2000 el récord histórico de ingresos por exportaciones
de petróleo, con más de 11.000 millones de dólares,
lo que sin duda ha aumentado mucho el margen de maniobra del
gobierno argelino para aplicar políticas distributivas
a través de los presupuestos del Estado. El que no lo
haya hecho pone en evidencia la naturaleza rentista del
régimen argelino, que tras apropiarse de las rentas del
petróleo, ha pretendido instrumentalizar la amenaza islamista
para extraer una nueva renta, esta vez en términos de
poder. Esa es también la lógica de las prioridades
de la política económica, que desde el primer acuerdo
de stand-by con el Fondo Monetario Internacional de 1988
se declina en términos de ajuste, liberalización
y privatización, relegando las acuciantes necesidades
sociales en aras de los intereses mercantilistas de las compañías
multinacionales y los países desarrollados a cambio del
apoyo interesado de éstos.
Los sucesos de los últimos meses han puesto de relieve
que ya no basta con meras reconducciones políticas. [*4] La propia convivencia pacífica
en Argelia es hoy por hoy inviable sin una reorientación
de su política económica que asegure un cierto
reparto de la renta petrolera y promueva la creación intensiva
de empleo, la revitalización de la caduca industria nacional
y la recuperación de la producción agrícola.
La extensión de la pobreza -1,9 millones de familias que
agrupan a 11 millones de personas, más de un tercio de
la población-, la generalización del desempleo
-oficialmente con una tasa del 30%, pero próximo al 80%
entre los jóvenes de menos de 25 años, que constituyen
más del 70% de la población- y los efectos de
exclusión que provoca la política económica
argelina, contribuyen a incrementar las tensiones sociales. Además,
Argelia no cuenta con la "válvula de escape"
de la emigración, al estar cerrada desde 1994 la frontera
marroquí y encontrarse sus costas demasiado lejos de Europa
(la más cercana, a 200 kilómetros) como para "dar
el salto" en patera.
Por supuesto, los acontecimientos de Argelia también
ponen de actualidad la cuestión siempre espinosa de los
derechos de las minorías en los países árabes.
Los siete millones de beréberes argelinos desean que sus
hijos puedan estudiar en su propia lengua (el amazigh está
admitido en los programas escolares por la Constitución
de 1996, pero sin carácter obligatorio, y el Estado no
sufraga su difusión) y ver reconocidas sus particularidades
sociales, pero en cambio han visto cómo, en los últimos
años, se ha endurecido la legislación en la materia
hasta degenerar en un auténtico apartheid cultural,
especialmente desde que en 1998 la Ley de Arabización
consagra la lengua árabe como única lengua en la
administración y en la universidad -lo que, dicho sea
de paso, actúa como mecanismo de reproducción de
las elites, pues sólo éstas pueden dar a sus hijos
una buena educación en francés, lengua mayoritariamente
utilizada en los niveles de gobierno y en las grandes empresas.
Pero la de ahora no han de verse como una revuelta beréber
más, a la manera de la de 1963 o 1980; como interpretaba
el diario argelino Libération, "esta vez nada
de reivindicaciones culturales y lingüísticas, sino
una verdadera explosión social de una juventud cuyas esperanzas
se derrumban ante el espectro de un desempleo ineluctable".
Apoyo interesado
Pero si la situación interna en Argelia es
insostenible, las grandes potencias mundiales no escatiman medios
para apuntalar al régimen argelino. Mientras se sucedían
las revueltas en Argelia, la Unión Europea (UE) intensificaba
las negociaciones -que ya van por la undécima ronda- con
el gobierno argelino para cerrar el nuevo Acuerdo Euromediterráneo
de Asociación entre Argelia y la UE, que ambas partes
pretenden firmar antes de que concluya el 2001 y que, casi irónicamente,
contendrá una cláusula en la que se establece que
el respeto de los derechos humanos es un "elemento esencial"
de esa asociación cuyo incumplimiento puede dar lugar
a la suspensión de todo el acuerdo. Sólo días
después de la manifestación de Argel, la Comisión
Europea desbloqueaba un crédito de 25 millones de euros
(más de 4.000 millones de pesetas) de apoyo al sistema
financiero argelino, que irá a parar a la modernización
y privatización del sector financiero y a reforzar el
Banco Central como órgano de definición de políticas.
Preguntado por la opinión que le merecían los
acontecimientos en Argelia, el ministro español de Asuntos
Exteriores, Josep Piqué, no tuvo empacho en ensalzar "los
esfuerzos de transparencia de Argelia a favor de la democracia
y de los derechos humanos" (sic) [*5] al tiempo que anunciaba su intención
de firmar un Tratado de Amistad y Cooperación entre España
y Argelia y buscaba con su homólogo argelino mecanismos
para incrementar las exportaciones españolas a ese país
que reequilibren la deficitaria balanza comercial para España.
El ministro de Asuntos Exteriores francés se refugió
en unas declaraciones contemporizadoras ("la historia entre
Francia y Argelia no predispone a Francia a dar lecciones")
que serían de agradecer si la propia Francia no las desmintiera
una y otra vez cuando le conviene. Pocas semanas después,
la nueva Administración norteamericana de Georges Bush,
donde están bien representados los intereses petroleros,
con cerca de 4.000 millones de dólares invertidos en Argelia,
organizaba una visita del Buteflika a la Casa Blanca, la primera
de un presidente argelino con honores plenos de jefe de Estado
desde 1985.
Los ejemplos abundan. Pero lo que importa es el hilo conductor
que les da sentido: tanto EEUU como la UE están dispuestos
a desentenderse de la suerte del pueblo argelino y de las violaciones
de los derechos humanos mientras no se interrumpa el flujo de
gas y petróleo desde los campos de extracción del
Sahara -felizmente alejados de cualquier núcleo de población
importante-, mientras Argelia siga aplicando políticas
de liberalización y privatización que faciliten
la penetración de sus empresas en ese mercado, y mientras
el régimen argelino asegure la contención, por
los medios que sean, de las dos grandes plagas que los
europeos temen sobre todo del sur del Mediterráneo: el
islamismo y los flujos migratorios descontrolados. Pero el otro
espectro que causa escalofríos en las cancillerías
europeas es una descomposición del Estado argelino que
propague la inestabilidad en una región tan sensible y
tan próxima a Europa, donde viven -no hay que olvidarlo-
cerca de dos millones de argelinos. En ese sentido, la explosión
de ira popular en Argelia podría encender algunas alarmas
sobre la capacidad del régimen argelino para controlar
la situación y abrir nuevas perspectivas.
En cualquier caso, las manifestaciones en Argelia constituyen,
junto con la Intifada, uno de los procesos populares más
decisivos en marcha en el Mundo Árabe: si la Intifada
refleja el rechazo desesperado de un pueblo ante la neo-ocupación
israelí devenida de los Acuerdos de Oslo, las revueltas
de Argelia representan la explosión igualmente desesperada
de un pueblo ante la explotación y la exclusión
que sufre a manos de su propio gobierno. En este sentido, no
es casualidad que los jóvenes manifestantes argelinos
aseguraran, con orgullo, que "ésta es nuestra Intifada".
Ahora bien, aunque la situación en Argelia alienta algunas
esperanzas en la medida en que parece encerrar un cierto germen
de cambio, no hay que llevarse a engaños: también
las "revueltas del cous-cous" de 1988, no menos
desesperadas y sangrientas, supusieron, tras un breve paréntesis
de apertura política, una nueva vuelta de tuerca de los
mecanismos de control del régimen argelino, que prefirió
sumir al país en una auténtica guerra civil [*6] que ha costado más de
110.000 muertos y una agobiante situación de inseguridad
en amplias regiones antes que renunciar al monopolio del poder
político y los privilegios económicos. Cuando se
van a cumplir diez años de la suspensión de la
segunda ronda de las elecciones legislativas, en enero de 1992,
que puso fin al primer ciclo electoral libre de la historia de
Argelia y desencadenó la deriva hacia la violencia, merece
la pena recordar que las revueltas, por populares que sean, no
son suficientes para desencadenar un proceso de cambio social
y hacer saltar los mecanismos de control político y económico
de un régimen autoritario si no cuentan con una base sólida
de recursos propios y/o con apoyo externo que las consolide.
Eso hace sumamente importante la movilización a favor
del pueblo argelino y el desarrollo de iniciativas de solidaridad
que, en el caso europeo, deberían empezar por la simple
tarea de información sobre los instrumentos y procedimientos
de explotación y exclusión que sufre el pueblo
argelino por parte de su propio gobierno, y como aquéllos
se asocian y sirven a intereses políticos y económicos
foráneos. Desde Nación Arabe contribuiremos
a ese esfuerzo publicando un informe especial sobre Argelia en
su próxima edición, el número 46.
Notas:
- El texto completo del informe
de la comisión de investigación fue publicado en
Le Monde el 1 de agosto de 2001, pp. 14-15.
- Véanse los recientes
libros "La muerte en Bentalha. Guerra y manipulación
política en Argelia", de Nestoulah Yous, Edicions
Bellaterra, 2001, que en francés lleva el más
inquietante título "¿Quién mató
en Bentalha?", así como "La sale guerre",
de Sifaoui Mohammed, La Découverte, París, 2001.
- El texto de este informe
puede leerse en inglés en www.amnesty.org
- Un análisis en profundidad
de la situación política y económica en
Argelia, con una serie de recomendaciones para salir de la crisis,
puede encontrarse en el documento "Argelia: una crisis inconclusa",
del International Crisis Group, publicado en Africa Report,
nº 24, 20 de octubre de 2000; traducido y difundido CSCAweb
- El País, 10 de mayo, 2001, pág. 6.
- Véase el excelente
libro de Luis Martinez La guerre civil en Algérie,
reseñado en el núm. 36, 1998, de Nación
Árabe.
Contenido: Recordar
Sabra y Chatila
Hemos querido abrir este nuevo número de Nación
Árabe -con el que la publicación cumple sus
15 años de existencia- con un artículo de Rosemary
Sayegh en el que esta investigadora recuerda los terribles acontecimientos
que tuvieron lugar del 16 al 18 de septiembre de 1982 (hace ahora
justamente 19 años) en los campamentos de refugiados palestinos
de Sabra y Chatila, situados en Beirut, cuando entre 1.000 y
3.500 civiles palestinos y libaneses fueron torturados y masacrados
por falangistas libaneses inducidos por y con el apoyo
del ejército israelí. El pasado 18 de junio, 23
personas (15 palestinos y ocho libaneses) presentaron ante un
juzgado de instrucción belga una demanda contra Ariel
Sharon y otros responsables israelíes y libaneses por
tales sucesos, demanda que ha sido aceptada por la justicia belga.
Una representación de los demandantes contra Sharon y
de sus abogados visitará el Estado español en la
segunda quincena de septiembre, cuando este número de
Nación Árabe esté ya en la calle.
Nación Árabe dedica el Informe de este
número 45 a la cuestión del Sáhara Occidental
y a lo que se ha denominado la "tercera vía",
una iniciativa apoyada por el Secretario General de Naciones
Unidas (NNUU) que supone una cambio radical en las reglas del
juego por parte de este organismo internacional. El analista
argelino Yahia H. Zoubr, profesor en EEUU, explica en su artículo
que esta alternativa a la celebración del referéndum
surgió inmediatamente tras la muerte del rey Hasán
II: Francia y EEUU (por lo demás, potencias competitivas
en la región) habrían decidido apoyar la tercera
vía -una autonomía limitada para el Sáhara
dentro de Marruecos- para favorecer la estabilidad interna del
nuevo monarca marroquí, Mohamed VI. En cualquier caso,
la tercera vía supone una violación flagrante de
la legalidad internacional y de las resoluciones de NNUU, aspecto
que repasa ampliamente Carlos Ruiz Miguel en su contribución
al Informe.
En la sección de Actualidad, Ignacio Gutiérrez
de Terán repasa el primer año de mandato de Bashar
al-Asad y las parcialmente frustradas expectativas de cambio
que en Siria y Líbano trajo la sucesión presidencial.
Asimismo en Actualidad, Dan Connell, editor adjunto de Middle
East Report, revisa la ambigua actitud de la Administración
Bush respecto a Sudán, que, interesada en acceder a la
riqueza petrolífera del país, oscila entre el apoyo
a la oposición sureña y el acercamiento al régimen
de Jartum.
A punto de cumplirse el primer año de la segunda Intifada
palestina, este número de Nación Árabe
incluye, igualmente en Actualidad, una evaluación
de Rema Hammani y Jamil Hilal sobre la situación en el
frente palestino y las dificultades internas que impiden -amén
de la consabida situación regional e internacional- que
la Intifada pueda desarrollar una estrategia global frente a
la ocupación y la represión israelíes, aspecto
este último que aborda el israelí Shraga Elam,
quien repasa las medidas iniciadas por el anterior gobierno laborista
y radicalizadas por el actual de unidad nacional para poner fin
a la sublevación palestina. Entre septiembre del año
pasado y hasta el 27 agosto de 2001 la represión israelí
de la Intifada ha dejado el balance -según fuentes de
la organización MIFTAH- de 629 palestinos muertos (166,
menores de 18 años) y más de 15.000 heridos, varios
dirigentes políticos asesinados, centenares de casas derruidas
y el colapso de la vida y de la economía en los Territorios,
además de la violación de áreas de control
exclusivo de la Autoridad Palestina. Las evidencias confirman
que desde hace años los servicios de seguridad israelíes
disponían de planes contingentes para responder a una
nueva Intifada. Los acontecimientos vividos en los últimos
meses han reproducido punto por punto las acciones previstas,
como demuestra Elam. El análisis de la actual situación
en Palestina lo completa Ignacio Álvarez-Ossorio en la
sección Documentos con la traducción y presentación
del Informe de la Comisión Mitchel hecho público
el 21 de mayo, informe que -pretendidamente parcial- planteaba
una serie de recomendaciones destinadas a poner término
a la violencia, que han tenido escaso éxito. Por último,
Baruch Kimmerling, desde el diario israelí Ha'aretz,
repasa en Revista de Prensa la evidente fragilidad del Estado
de Israel a la luz de la nueva Intifada.
Carla Fibla y Pedro Rojo entrevistan para Nación
Árabe al economista egipcio Samir Amín,
quien analiza la actual fase de expansión capitalista
conocida como globalización y, en concreto, su impacto
sobre las sociedades árabes. En este contexto, Loles Oliván
aprovecha su análisis del poderoso movimiento antinormalización
en Jordania para poner de manifiesto la conexión entre
la denominada Pax Americana para Oriente Medio (el proceso
de paz árabe-israelí y el asedio a Iraq) con la
inserción capitalista de Israel en la región y
la incorporación de ésta a la economía mundializada.
En la sección de Cultura, Luz Gómez García
ofrece una selección de la nueva narrativa egipcia y conversa
con los cuatro autores seleccionados: Sáhar al-Mugui,
Mustafa Dhikri, Muntasir al-Qaffáx y Miral al-Tahawi.
Por último, este número se completa con las
secciones habituales de Noticias Breves, Reseñas y Humor
Árabe.
Comité de Solidaridad
con la Causa Árabe
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