Siria, EEUU y la ocupación
de Iraq: el tenso equilibrio
Ignacio Gutiérrez de Terán*
2 de julio de 2003. 'Molotov', núm. 37 de julio
de 2003. CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
"Por lo que hace a
los planes de 'Pax Americana', la postura siria experimentó
un cambio notable. No sólo se declararon dispuestos a
aceptar la 'Hoja de ruta', disposición inaudita si tenemos
en cuenta las reticencias crónicas de Damasco a los proyectos
de arreglo en Palestina, sino que el mismo gobierno de Damasco
dijo estar dispuesto a reanudar las conversaciones con Israel
sobre el principio 'paz por Territorios'."
La relación de Siria y EEUU ha experimentado una serie
de transformaciones durante los últimos años. Hasta
1990, Siria era para Washington uno de los gobiernos más
hostiles a su política exterior en Oriente Medio. Los
responsables estadounidenses, influidos casi siempre por el poderoso
lobby político proisraelí, consideraban que el
gobierno de Hafez al-Asad representaba un peligro para la estabilidad
israelí en la región y que convenía aislarlo
y neutralizar sus posibles efectos. Israel ocupaba por entonces
y sigue haciéndolo los altos del Golán, un estratégico
y fértil enclave situado en la frontera entre ambos países,
y el gobierno de se negaba a cualquier tipo de arreglo que no
pasara por la devolución incondicional de su territorio,
usurpado en la guerra arabo-israelí de 1967. Además,
Damasco apoyaba públicamente la Intifada de las piedras
palestinas, la primera, iniciada en 1987 contra la ocupación
israelí en Gaza y Cisjordania y mantenía a la vez
con el régimen de Tel Aviv un pulso subterráneo
en Líbano, donde las tropas sirias mantenían bases
propias desde la intervención, en 1976, en la guerra civil
libanesa (1975-1990) a favor de la derecha maronita. Por estas
razones y otras que no afectaban en exclusiva los intereses de
su aliado estratégico israelí, Washington mantuvo
a Siria en la lista de países que apoyaban el terrorismo
e impulsó una serie de medidas políticas y económicas
contra el gobierno de Damasco.
1990: Un punto de inflexión
Sin embargo, la invasión de Kuwait por parte del ejército
iraquí en agosto de 1990 dio pie a un cambio de rumbo
en la relación entre ambos países. De forma sorpresiva,
el presidente Hafez al-Asad decidió incorporarse a la
coalición de países árabes que participó
en la campaña de desalojo de las tropas iraquíes
en 1991. En realidad, esta participación -lo mismo que
la egipcia, por ejemplo- fue más bien testimonial, pero
tuvo una enorme repercusión política y permitió
conceder una legitimidad oficial árabe a la guerra
de Bush padre. Además de influir de manera notable en
la toma de decisiones dentro de la Liga Árabe, permitió
la aparición de un nuevo eje egipcio-sirio-saudí,
que fue el que posibilitó en buena medida el progreso
diplomático, político e incluso militar de EEUU
en la región de Oriente Medio a lo largo de los noventa
del siglo pasado.
Las motivaciones que empujaron a Hafez al-Asad a alinearse
con la estrategia estadounidense pueden ser varias, y van desde
el deseo de sacudirse el aislamiento regional a intentar fortalecer
las posiciones sirias respecto a su contencioso israelí
frente al árbitro estadounidense. También hay que
tener en cuenta los intereses particulares sirios en Líbano:
el apoyo de al-Asad posibilitó que Washington no pusiese
objeciones, al menos en público, a la presencia militar
siria en este país y ejerciese las presiones necesarias
sobre Israel para que no desestabilizase el papel sirio en Líbano.
Por otra parte, no hay que olvidar que el gobierno sirio no tenía
ninguna simpatía por su homólogo iraquí,
tal y como se había demostrado durante la guerra irano-iraquí
de 1980 a 1988 en la que Damasco se había alineado con
Irán en contraste con la gran mayoría de los Estados
árabes.
La rivalidad entre Damasco y Bagdad viene de lejos, desde
los tiempos en que el Partido Ba'az se hizo con el poder en Siria
e Iraq en la década de los 60, gracias a sendos golpes
de Estado. A pesar de que el Ba'az se autoproclamó socialista
y panarabista, nunca ha sido capaz de llevar a cabo el proyecto
de unión interárabe ni siquiera entre los dos países
vecinos. En un primer momento, las divergencias entre una rama
y otra eran de orden programático: los iraquíes
daban la prioridad a una unión de todos los países
árabes progresistas mientras que los sirios abogaban
por una más reducida que englobase, al menos en una etapa
inicial, a Egipto (dirigida entonces por Abdel Nasser), Siria
e Iraq. Las divergencias acabaron convirtiéndose en rivalidad
cuando los fundadores del partido, los sirios Michel Aflaq y
Salah Bitar, tuvieron que salir del país tras el golpe
del ala militar del Ba'az en Damasco de 1966, que arrumbó
definitivamente al sector civil. Los militares sirios
condenaron a ambos a muerte en rebeldía y al-Bitar y sobre
todo Aflaq, que terminó asentándose en Iraq, se
convirtieron en los ideólogos del Ba'az iraquí
una vez que éste se aseguró el poder en Iraq por
medio de otro pronunciamiento militar en 1968.
En la década de los setenta se produjo la ruptura definitiva.
En este caso, las discrepancias eran de orden bilateral y regional.
En primer lugar, el contencioso sobre el reparto de las aguas
del río Éufrates, un recurso hídrico básico
para ambos países. Luego estaba la cuestión kurda
en Iraq, que motivó el acuerdo entre Irán e Iraq
de 1975 por el que, a cambio de concesiones territoriales, el
sha se comprometía a no apoyar a los insurrectos kurdos.
Damasco criticó el acuerdo y no renunció a apoyar
a los partidos kurdos enfrentados a Bagdad. Del mismo modo, los
puntos de vista opuestos de Damasco y Bagdad sobre el contencioso
de Oriente Medio y el conflicto entre árabes e israelíes
influyó en el empeoramiento de relaciones. Con todo, los
acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel unieron a las dos
ramas del Ba'az en su oposición a los arreglos de paz
patrocinados por EE.UU; sin embargo, este periodo de calma se
difuminó con la llegada de Sadam Husein al poder en 1979,
en una maniobra que muchos vieron como un intento de evitar la
interferencia siria en los asuntos de Iraq. Al cabo de unos meses,
Sadam Husein lanzó su guerra contra el vecino persa y
Siria prestó su apoyo a la República Islámica
de Irán.
De la invasión de Kuwait a
la ocupación de Iraq
Desde la Guerra del Golfo de 1991 hasta hoy, algo ha cambiado
en la relación de EEUU con Siria. Damasco adquirió
un protagonismo especial en materia de seguridad regional. Para
Washington, Siria debía desempeñar una función
de contención en un momento en que se iniciaba el proceso
de paz entre israelíes y palestinos. Damasco participó
en la Conferencia de Madrid de 1991 y siguió las pautas
marcadas por EEUU sobre los planes de reorganización de
Oriente Medio; sin embargo, cuando el proceso derivó en
un diálogo a dos bandas entre palestinos e israelíes,
Damasco condenó los arreglos y criticó con dureza
la posición del líder palestino Yaser Arafat y
su Autoridad Nacional estrenada a mediados de los noventa. Con
todo, Siria, a cambio de conservar su ascendente en Líbano,
no interfirió en este proceso. Por otro lado, el apoyo
prestado a la primera guerra contra Iraq permitió que
Damasco reforzase sus vínculos con las monarquías
del Golfo, con Arabia Saudí y Kuwait a la cabeza, y recibiese
apoyo económico y diplomático de los grandes aliados
árabes de EEUU en la región junto con Egipto.
Del mismo modo, los atentados del 11 de septiembre de 2001
(11-S) dejaron ver a EEUU que podía contar con Siria para
su campaña internacional contra el terrorismo internacional.
En cualquier caso, y a pesar de que tras el 11-S los responsables
estadounidenses alabaron el espíritu de colaboración
de Damasco, Siria no ha dejado de estar en la lista negra de
los países que apoyan el terrorismo. Por lo que hace al
embargo aplicado a Iraq desde 1991, Damasco, al igual que otros
países fronterizos como Turquía o Jordania, no
ha sabido o no ha podido remitir los efectos negativos que las
sanciones han causado en su economía. De todas maneras,
y a modo de gratificación ligera, Washington hizo la vista
gorda a las exportaciones de petróleo que, a precios extremadamente
bajos, llegaban de Iraq a estos países vecinos.
Sin embargo, este acercamiento entre Siria y EE.UU pareció
enfriarse a inicios del S. XXI. La muerte de Hafez al-Asad en
2000 y la llegada al poder de su hijo Bashar no deparó
grandes cambios en la política exterior siria pero sí
registró cierto enfrentamiento dialéctico con la
estrategia estadounidense para la región. Bashar al-Asad
criticó con dureza la intransigencia israelí y
los excesos de su ejército en Gaza y Cisjordania (la Intifada
de al-Aqsa se inició a finales de septiembre de 2000).
En abril de 2000 el ejército israelí abandonó
el sur libanés bajo la presión de las milicias
de Hizbolá, apoyadas por Siria e Irán. Tanto Israel
como EEUU comenzaron a solicitar una redefinición del
cometido sirio en Líbano y la marginación de Hizbolá.
Los sucesos del 11-S hicieron que Washington intensificase sus
acusaciones contra Hizbolá y presionase a Damasco para
que se desvinculase de este grupo chií. No obstante, no
sería ni la Intifada de al-Aqsa, aún en curso,
ni la cuestión de Hizbolá lo que tensaría
las relaciones de Siria con EE.UU sino los planes estadounidenses
para invadir Iraq y acabar de una vez por todas con Sadam Husein.
Desde que la Administración Bush comenzó a poner
a punto, en 2002, su proyecto bélico contra Iraq, Siria
respondió en un tono que dejaba ver su ahondar preocupación
por la expansión hegemónica de EEUU en la región.
A diferencia de 1991, Damasco no veía ahora qué
ventajas palpables podía obtener de un posible alineamiento
con EEUU, sobre todo porque su principal aliado, Irán,
estaba en el ojo de mira estadounidenses en su condición
de miembro del eje del mal, y porque su presencia en Líbano
y sus vínculos con Líbano estaban siendo criticados.
Además, el orden geoestratégico había sufrido
un vuelco en diez años. Tras las guerras de Kuwait en
1991 y Afganistán en 2001, Oriente Medio ya no era coto
vedado para el Pentágono: las bases militares, en el Golfo,
en Afganistán, en las repúblicas ex soviéticas,
se habían convertido en un accidente geográfico
más y no había país inmune a una intervención
militar directa por parte de EEUU. La campaña contra el
"terrorismo internacional" había amedrentado
a todos aquellos susceptibles de despertar las sospechas de EEUU
y nadie parecía capaz de poner en duda la omnipotencia
de Washington para actuar contra todo aquello que pudiera parecerle
una amenaza.
Con razón, Siria consideró que la campaña
contra Iraq no era un punto y aparte sino una etapa más
en el gran proyecto de expansión estadounidense y que
después, de un modo u otro, habría de llegarle
su turno. Por esta razón, y enardecida por la postura
de Francia y Alemania en el seno de Naciones Unidas, Damasco
hizo gala de una actitud inusualmente hostil a las maniobras
de Washington en el Consejo de Seguridad y criticó abiertamente
las justificaciones bélicas de los representantes estadounidenses.
El rechazo de los representantes sirios a la resolución
1444 despertó las iras de los halcones de Washington,
que reclamaban, antes ya de la invasión de Iraq, un correctivo
para Siria. Ésta, además, reforzó sus vínculos
con el gobierno iraquí y emprendió una labor de
reconciliación que incluía proyectos de cooperación
económica. Desde hacía años no se veía
una concordia similar entre ambos estados. No obstante, los movimientos
sirios no consiguieron, ni en las Naciones Unidas ni fuera de
ellas, evitar la invasión de Iraq.
Iraq ocupado, Siria en el punto de
mira
Antes y durante de la guerra contra Iraq se presuponía
que la campaña continuaría con Siria. Nada más
caer Bagdad, la Administración Bush lanzó un ataque
furibundo contra Damasco basándose en líneas maestras
ya conocidas: desarrollo de armas de destrucción masiva,
actitud amenazante hacia el gran aliado de EEUU en Oriente Medio,
Israel, connivencia con el régimen de Sadam Husein, apoyo
a los grupos terroristas islámicos, etc. Los medios de
comunicación de EE.UU caldearon el ambiente prebélico
contra Siria hasta el punto de que hizo creer a muchos que el
conflicto era inminente. Pero, a pesar de tanta altisonancia,
Washington no pretendía otra cosa que advertir a Damasco
de que no iba a tolerar más veleidades y de que sus planes
para Palestina y el cerco de las organizaciones palestinas opuestas
al plan de paz no debían ponerse en duda. Por esa razón,
Damasco recibió la visita de varios ministros de Exteriores
occidentales, entre ellos la española, con el encargo
de entregar el mensaje. El mismo Colin Powell acabó
recalando en Damasco, una vez contenido el temporal, para reconocer
los esfuerzos de Damasco en la lucha internacional contra el
terrorismo.
En respuesta a las quejas estadounidenses sobre las facilidades
dadas a los fugitivos del régimen de Bagdad, Siria cerró
las fronteras con Iraq, devolvió a algunos representantes
iraquíes de cierta importancia e invitó a las delegaciones
de Hamas y Yihad, dos organizaciones islamistas palestinas acusadas
de terroristas por la Casa Blanca, a poner fin a sus actividades.
Además, el embajador sirio ante Naciones Unidas no puso
objeciones a la resolución 1483 que sancionaba la ocupación
de Iraq por parte de Estados Unidos y Damasco prefirió
guardar silencio sobre lo que ocurría dentro del país
vecino [1]. Por lo que hace a los planes de Pax Americana,
la postura siria experimentó un cambio notable. No sólo
se declararon dispuestos a aceptar la "Hoja de ruta"
[2], disposición inaudita si tenemos en cuenta
las reticencias crónicas de Damasco a los proyectos de
arreglo en Palestina, sino que el mismo gobierno de Damasco dijo
estar dispuesto a reanudar las conversaciones con Israel sobre
el principio "paz por Territorios". Fuentes israelíes
afirmaron que un hermano del presidente Bachar al-Asad se había
entrevistado, antes de la invasión de Iraq, con un ex
responsable del ministerio de Exteriores israelí para
"sondear" el asunto. Meses después, un miembro
del Congreso estadounidense declaró a la televisión
israelí, recién llegado de Damasco, que Bachar
al-Asad quería hablar de "muchas cuestiones de importancia".
Como en otras ocasiones, Siria ha acabado reculando ante la
presión de EEUU. Sin embargo, hay un expediente que sigue
constituyendo, por razones que afectan a la propia seguridad
nacional siria, una línea roja. Nos referimos a Hizbolá,
cuya oposición tajante a los acuerdos de paz y su apoyo
a la resistencia palestina son motivo de preocupación
para EEUU. Todavía, Hizbolá parece ser la línea
roja infranqueable para sirios e iraníes. Bachar al-Asad
afirmó durante las semanas siguientes a la invasión
de Iraq que su gobierno no pensaba abandonar a Hizbolá,
cuyos dirigentes siguen reclamando a Israel una pequeña
porción del sur libanés. La vinculación
de Hizbolá con Siria y sobre todo con Irán es tan
robusta que a nadie se le escapa que una escalada de tensión
unilateral entre EE.UU y cualquiera de los dos Estados o Hizbolá
tendrá repercusiones a tres bandas. De hecho, la Administración
Bush ha instado al gobierno libanés, durante y después
de su campaña mediática contra Siria, a poner fin
a la libertad de movimientos de Hizbolá en el sur del
país. Beirut, alentada por Siria, se ha negado a ello.
Con todo, el acoso internacional contra Hizbolá se va
haciendo más intenso: tras el Congreso estadounidense,
el parlamento australiano ha condenado el terrorismo de
Hizbolá, en un contexto que busca aislar regional e internacionalmente
a la organización y obligar a los gobiernos libanés,
sirio e iraní a revisar sus relaciones con ella. Por ahora,
la Hoja de Ruta y la reducción de la oposición
palestina a los planes injustos y lesivos que se quieren imponer
a favor de Israel se llevan toda la atención de la Administración
Bush. Pero, en cuanto reanude su zafarrancho en todos los órdenes
contra lo que denomina "terrorismo internacional",
Siria, esta vez en relación con Hizbolá volverá
a estar en primera línea.
Notas de CSCAweb:
1. Véase
en CSCAweb: El
Consejo de Seguridad 'legitima' la ocupación de Iraq y
ratifica la administración colonial de EEUU sobre el país
2. Véase en CSCAweb: Documento: "Hoja
de ruta para una solución permanente al conflicto palestino-israelí
basada en dos Estados"
|