Iraq


*Phyllis Bennis es investigadora en el 'Institute for Policy Studies', Washington DC (EEUU)

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Iraq


La amenaza iraquí: ¿realidad o conveniencia?

Phyllis Bennis*

Center for Policy Anaysis on Palestine (CPAP) - The Jerusalem Fundation
Boletín informativo núm. 85, 31 de enero de 2002
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca)

La exigencia de que tras el 11 de septiembre la guerra se extendiese a Iraq no tenía conexión alguna con ningún tipo de información veraz sobre los programas de armamento de destrucción masiva de Bagdad. Cuando los inspectores de la Comisión Especial de NNUU (UNSCOM) y de la Agencia de Energía Atómica Internacional (AEAI) salieron de Bagdad en diciembre 1998, antes de que comenzasen los bombardeos norteamericanos, Iraq tenía un expediente prácticamente limpio en lo tocante a la producción de armamento de destrucción masiva

El 24 de enero de 2002, el Washington Post afirmaba que la Administración Bush se enuentra atascada en el proceso de tomar una decisión respecto a Iraq. A fecha de 28 de enero, el debate entre los pragmatistas del bando de Powell y los ideólogos liderados por Wolfowitz sigue candente y aún no hay con un vencedor claro [1].

El debate es primordialmente ideológico: ¿mantendrá EEUU su hegemonía creando una coalición internacional encabezada por Washington, o ejercitando sus derechos como único superpoder mundial mediante el empleo unilateral de su poderío militar?

La diferencia radica en la naturaleza del terreno político en el que se libra la batalla. Antes de los acontecimientos del 11 de septiembre, políticos y eruditos ignoraban a quienes se mostraban favorables a un ataque militar contra Iraq, como si fueran halcones impenitentes que no supieran en qué mundo viven. Pero tras el 11 de septiembre, en el transcurso de lo que se ha convertido en un debate sobre política exterior dotado de una nueva resonancia y sentido de la urgencia en la escena pública, la credibilidad de los halcones ha ganado enteros.

El Secretario de Estado, [Colin] Powell, seguía dando importancia a la política de contención: sanciones económicas re-diseñadas, sanciones militares más severas, y bombardeos continuados a pequeña escala en las zonas de exclusión aérea. Antes del 11 de septiembre, la política de Washington para Iraq tenía como objetivo aplacar las preocupaciones domésticas de quienes creían que se estaba siendo demasiado "blando" con Sadam, y apuntalar la coalición aliada que apoyaba a EEUU y que estaba al borde del colapso, particularmente en lo referido a los países árabes. Después del 11 de septiembre, las presiones ejercidas desde el bando "antiterrorista" sobre sus socios de coalición vinieron a significar que la influencia norteamericana era aún más fuerte. A cambio de inmunidad en lo tocante a las críticas derivadas de las violaciones de derechos humanos, Washington cosechó un apoyo prácticamente absoluto de parte de sus aliados.

El abandono por parte de Powell de su propuesta de "sanciones inteligentes" ante NNUU era ya una señal. Adoptada en principio como estratagema de relaciones públicas para acabar con la creciente preocupación que provocaban las horribles sanciones sobre los civiles iraquíes, las sanciones inteligentes únicamente habrían tratado de reparar el impacto de las sanciones, pero no habrían contrarrestado sus efectos. Después del 11 de septiembre, Washington dejó de sentirse obligado a responder al modo en que el mundo percibía el impacto de las sanciones. Las "sanciones inteligentes" fueron reemplazadas por una extensión del régimen de sanciones vigente y un acuerdo con el CS para negociar nuevas normas de importación de bienes hacia el interior de Iraq.

A los oponentes de Powell dentro de la Administración (incluyendo al Secretario de Defensa Donald Rumsfeld y su ayudante, Paul Wolfowitz, que durante mucho tiempo han defendido una política militar mucho más agresiva), les interesaban menos los detalles relativos a las sanciones. Tanto antes como después del 11 de septiembre, habían manifestado un apoyo militar creciente hacia la oposición iraquí y el derrocamiento de Sadam Husein, propugnando una idea que definían fundamentalmente como un "cambio de régimen". El plan pedía que se entrenase militarmente al Congreso Nacional Iraquí (CNI), con base en Londres, un grupo que ayudaría a las fuerzas norteamericanas a liberar Iraq derrotando al ejército iraquí, compuesto por 400,000 efectivos. Al grupo, formado por estrategas militares y partidarios devotos de la acción unilateral, le preocupaban poco las sutilezas de la política de coalición.

La cuestión iraquí

Altos cargos dentro de la Administración [norteamericana] y de los servicios de inteligencia israelíes confirmaron que no existían pruebas que vinculasen a Iraq con los atentados. Al contrario: el antagonismo de Ben Laden hacia Iraq era de sobra conocido. Según el New York Times, "poco después de que las fuerzas iraquíes invadieran Kuwait en 1990, Osama Ben Laden se acercó al príncipe Sultan bin Abdelaziz Al Saud, ministro de defensa saudí, con una propuesta inusual Con sus mapas y diagramas en la mano, Ben Laden le comunicó al príncipe Sultan que el Reino podría evitar la indignidad de permitir que un ejército infiel como el norteamericano se estableciera en el país para expulsar a Iraq de Kuwait. Ben Laden dijo que podría dirigir el combate personalmente, a la cabeza de un grupo de antiguos mujahidin que podría estar compuesto por cerca de 100.000 hombres". Aún cuando el argumento no fuera cierto, la hostilidad de Ben Laden hacia Iraq era real.

La exigencia de que tras el 11 de septiembre la guerra se extendiese a Iraq no tenía conexión alguna con ningún tipo de información veraz sobre los programas de armamento de destrucción masiva de Bagdad. Cuando los inspectores de la Comisión Especial de NNUU (UNSCOM) y de la Agencia de Energía Atómica Internacional (AEAI) salieron de Bagdad en diciembre 1998, antes de que comenzasen los bombardeos norteamericanos, Iraq tenía un expediente prácticamente limpio en lo tocante a la producción de armamento de destrucción masiva, aunque todavía existían algunas dudas sobre la producción de armas biológicas.

Desde entonces, cada vez ha habido menos información creíble y novedosa sobre la actual capacidad militar iraquí. Todavía existe una corriente de desertores [iraquíes] dispuestos a contar historias que hablan de ambiciosos programas de armas de destrucción masiva que se desarrollan en la actualidad. Pero sin inspectores sobre el terreno, es imposible verificar tales aseveraciones.

La expansión de la guerra contra el terrorismo

Mientras tanto, siguen creciendo las voces que públicamente piden "extender la guerra hacia Iraq". Visto que Washington ha rechazado la necesidad de contar con autorización de NNUU para dar una respuesta militar a los ataques del 11 de septiembre, lo más probable es que cualquier ataque futuro sobre Iraq se orqueste unilateralmente.

Por el momento, el debate sigue sin resolverse. A mediados de diciembre, el Congreso votó una declaración (393 votos a favor por 12 en contra) por la cual se consideraría como una "amenaza firme"para la seguridad de EEUU cualquier negativa iraquí a recibir a los inspectores, con lo cual las llamadas a una nueva guerra se dispararon. Muchos congresistas, al igual que políticos y eruditos varios, parecen haber aceptado al argumento (anteriormente marginal) de que de cualquier manera Iraq debería ser atacado por ser un Estado que potencialmente podría desarrollar armas de destrucción masiva o proporcionar armas a terroristas desconocidos en un futuro.

Aún más problemática es la debilidad de la oposición internacional [a la guerra]. Según el diario berlinés Die Tageszeitung, Praga enviará 350 soldados (en su mayoría miembros de la Novena Unidad Especial de Armamento Químico) y tanques especiales a Kuwait durante los próximos dos meses, por petición expresa de Washington. Igualmente, se han hecho públicos planes que hablan del envío de tropas alemanas especialistas en el combate con armas químicas y tanques especiales Fox, también por petición expresa de Washington el pasado mes de septiembre. El canciller alemán Gerhard Schroeder reiteró recientemente su oposición a extender la guerra hacia Iraq, en gran medida con el objetivo de mantener intacta su coalición con el Partido de Los Verdes; pero aún con todo, el despliegue sigue en marcha.

El movimiento en pequeñas cantidades de tanques europeos no significa que EEUU vaya a atacar Iraq, ni siquiera de manera inmediata. Más importante aún es la ambigüedad que se vislumbra en la opinión de las elites norteamericanas. El reciente giro que ha dado la atención de los responsables de la Administración Bush, pasando de Iraq a la amenaza de Yemen y Somalia, así como la presencia de consejeros militares en Filipinas haciendo campaña contra Abu Sayyaf, parecen querer decir que la vuelta de Iraq hacia el primer puesto de la lista de posibles objetivos no se producirá antes de la primavera. Y aún entonces, incluso los consejeros de Bush menos dotados de nociones ideológicas mantendrán la cautela sobre la amenaza militar iraquí así como sobre el posible aislamiento internacional [de EEUU].

No se puede descartar el peligro de una guerra norteamericana contra Iraq. Como escribió Kissinger en el Washington Post, "crear una coalición apropiada para semejante esfuerzo y encontrar la bases necesarias para que se produzca una despliegue norteamericano será difícil. Aún así, la hábil diplomacia que configuró la primera fase de la campaña contra el terrorismo constituiría una buena base. Saddam Hussein no tiene amigos en la región del Golfo. Gran Bretaña no abandonará tan fácilmente su papel de actor principal, basado en la relación especial que mantiene con EEUU, un papel que se ha ganado a lo largo de la crisis. Tampoco Alemania se opondrá de manera activa a EEUU ­ especialmente, en un año electoral. Lo mismo se puede decir de Rusia, China, y Japón".

Por el momento, parece que la postura pragmática de Powell sigue vigente. Turquía, aliado claro a la hora de disponer de las bases necesarias, vacila entre la intranquilidad y la oposición total a una nueva guerra contra Iraq. Europa, a pesar del movimiento de tropas que se ha ido produciendo en dirección a la zona, sigue oponiéndose políticamente a la expansión de la guerra. El creciente malestar de algunos influyentes miembros del Congreso y antiguos miembros del cuerpo diplomático y militar, así como la pequeña pero continuada presión que ejerce la plataforma contra la guerra, dificultarán en el terreno doméstico el comienzo de una guerra que, en eso todos están de acuerdo, no será un paseo militar como el de Afganistán.

No parece que el Presidente Bush esté dispuesto a arriesgar un índice de popularidad que superó el 90% tras el 11 de septiembre encabezando una guerra que podría conducir al fracaso. El propio general Anthony Zinni, en la actualidad enviado especial de la Administración Bush para Oriente Medio, pronunció una frase digna de recordar cuando aseguró que una campaña militar para derrocar a Sadam Husein convertiría Iraq en una nueva "Bahía de Cabras". Como ven, un legado no demasiado optimista para un año electoral.

Nota de CSCAweb:
1. Véase al respecto, Consenso en la Administración Bush para el cambio de régimen en Iraq



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