Index | Iraq 2004
Análisis
IRAQ


* Ignacio Gutiérrez de Terán es arabista y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, y miembro del Consejo Editorial de la revista 'Nación Árabe'.


Washington parece seguir una estrategia de "cuanto peor, mejor"

Iraq, los surcos del abismo

Ignacio Gutiérrez de Terán*

CSCAweb (www.nodo50.org/csca), 2 de junio de 2004
Ignacio Gutiérrez de Terán, 19 de mayo de 2004

"La falta de cálculo, los errores y los despropósitos que, dicen, han cometido los estadounidenses forman parte de la estrategia del caos. Esto es, que la 'intelligentsia' política estadounidense no ha cometido los supuestos errores ni ha actuado de forma irreflexiva ni soberbia ni inconsciente, sino que, a lo sumo, ha entrado de lleno en una etapa de experimentos y puesta en práctica de planes diversos. O, para expresarlo con mayor contundencia, lo que está ocurriendo en Iraq en la actualidad es una consecuencia lógica y necesaria del plan de ocupación diseñado por Washington".

Es frase hecha que en tiempos de caos desaparecen los caminos. Los paisajes se vuelven rostros sin rasgos, tierras que no tienen senderos y sólo recogen el hálito enfermo de la confusión, el desorden y la desesperanza que las surcan. Los caminos, a menudo, no conducen a ningún sitio o se quedan en intentos vallados; ahora bien, al menos apuntan a un atisbo de esperanza, a la hipótesis de ir a dar a otro sitio. Pero cuando rige el pandemonio sólo hay abismos. Y uno siempre se pregunta si detrás de los abismos queda algo.

Iraq se está pareciendo cada vez más a un abismo insondable del que nadie, tanto los que se hallan dentro como fuera, parece vislumbrar gran cosa. Todas las grandes razones que pavimentaron la gran autopista hacia la guerra y la ocupación han sido engullidas por la descomposición general de la realidad iraquí. Y es de sobra conocido que los grandes abismos suelen surgir, de forma abrupta, tras un paisaje exuberante, firme y repleto de evidencias. Ninguna de las grandes proclamas anunciadas en abril y mayo de 2003, los meses triomphant de la ocupación, encuentran hoy demasiado sustento porque han quedado diluidas en un zurriburri pretencioso de frases hechas. Por supuesto que esta sensación de desbarajuste que asiste a algunos cuando supervisan el estado de la cuestión actual en Iraq se explica, según otros, en función de una serie de certezas incontrovertidas: la presencia de terroristas extranjeros que dirimen allí sus diferendos con Washington y, por extensión, con la civilización occidental; la ineptitud de los colaboradores nativos que ni son fuertes ni están preparados para gobernar por sí solos ni disfrutan de representatividad; la interferencia de los estados vecinos, deseosos de entorpecer los planes democráticos de EEUU para justificar sus propios regímenes represivos; a los impacientes -tiempo, sobre todo tiempo, es lo que se pide desde Washington- y, por qué no, el natural de los propios iraquíes, gente incapaz de asimilar los valores de la modernidad y la democracia. Pero mientras se depuran las responsabilidades sin buscar las causas reales, las cosas siguen de mal en peor. Y, esto, dicen los analistas, hace fruncir el ceño a los responsables estadounidenses. ¿O no debería ser así?

La teoría del caos

Desde hace semanas, sobre todo desde que se ha instaurado la costumbre del asedio y cerco de ciudades iraquíes a cargo de las tropas estadounidenses, prima la impresión de que las cosas no van tal y como esperaba la Administración de Bush. Quizá se trate de una simple impresión, que es lo máximo a lo que uno puede llegar cuando observa un cuadro clínico definido por la confusión; pero, a fin de cuentas, es la impresión que prevalece. No obstante, impresiones de este tipo no pueden dejar de suscitar la sospecha de que la falta de cálculo, los errores y los despropósitos que, dicen, han cometido los estadounidenses forman parte de la estrategia del caos. Esto es, que la intelligentsia política estadounidense no ha cometido los supuestos errores ni ha actuado de forma irreflexiva ni soberbia ni inconsciente, sino que, a lo sumo, ha entrado de lleno en una etapa de experimentos y puesta en práctica de planes diversos. O, para expresarlo con mayor contundencia, lo que está ocurriendo en Iraq en la actualidad es una consecuencia lógica y necesaria del plan de ocupación diseñado por Washington.

A algunos les parece que hay una falta de claridad en la pauta de acción de EEUU en Iraq; que las declaraciones y actos de sus representantes civiles y militares siguen caminos divergentes; que se toman y destoman medidas con demasiada rapidez; que los criterios se revisan una y otra vez sin que haya un guión definido; que las discrepancias dentro de la administración de Bush y sus diferentes departamentos, como la secretaría de Estado y la de Defensa, o entre "los arabistas" y los "filosionistas", han salido a la luz y amenazan con entorpecer el proceso en pleno; que, en definitiva, se detecta una especie de improvisación y falta de claridad en los pasos dados por Washington en el país. Una vez más se trata de una impresión que se atiene a datos computables; sin embargo, no creemos que se trate de un "error" o un imprevisto sino de una dinámica calculada. Y en esto, como en tantas otras cosas que tienen que ver con la experiencia estadounidense en Oriente Medio en general y en Iraq en particular, Washington ha reciclado, a su manera, un modelo anterior.

El antecedente británico en Iraq

El ejército británico ocupó Iraq durante la Primera Guerra Mundial en el marco de su lucha contra el Imperio Otomano, dominador por entonces de Oriente Medio. La campaña bélica en Mesopotamia le costó a Londres unos cuarenta mil soldados, unos gastos estimados en torno a 200 millones de libras esterlinas y una serie de dolorosas derrotas en lugares que han devenido emblemáticos como Amara al-Kut, en el sur. El colapso del Imperio Otomano, que después de 1918 quedó reducido a la Turquía actual, abrió las puertas de la intromisión colonial occidental en la región, encabezada por Francia y Gran Bretaña. No obstante, la rivalidad otomano-británica no había sido notoria hasta 1914. Al contrario, Londres se había erigido como el principal valedor occidental de la Gran Puerta, puesto que para el gobierno británico la integridad otomana aseguraba la continuidad de sus territorios asiáticos así como un dique de contención frente a las ambiciones de Rusia. El apoyo de los británicos se tradujo en alianzas ocasionales como la de la Guerra de Crimea que enfrentó a Estambul y Moscú entre 1853-56 y forzó, precisamente, el compromiso ruso de respetar las fronteras otomanas. Este ascendente británico fue decisivo asimismo en la introducción de las reformas políticas y administrativas conocidas como Tanzimat, las cuales debían procurar, a decir de los británicos, el desarrollo y modernización del imperio. Pero la emergencia de las corrientes nacionalistas turcas y el acercamiento progresivo de Estambul a Alemania invitaron a tomar una actitud diametralmente opuesta. Este viraje, que vino acompañado del inevitable aluvión propagandístico antiotomano, refleja el protagonismo de unos criterios basados en el interés particular de Londres en afianzar su imponente imperio y establecer una red variopinta de alianzas. Una aparente paradoja que podría ayudar a explicar, en retrospectiva, la fluctuación constante de alianzas de Estados Unidos con determinados estados y organizaciones.

Si se repasa la experiencia británica en Iraq probablemente se detectará una palmaria "falta de claridad". Esta impresión puede evaluarse en algunos análisis, referidos al menos a la primera época británica en Mesopotamia, que no acaban de hallar la coherencia de los pasos emprendidos por Londres [1]. Además de haber empeñado promesas y alianzas incompatibles con árabes, kurdos y judíos entre 1914 y 1918 y de haber apoyado a dinastías monárquicas rivales entre sí, como fue el caso de saudíes y hachemíes, el gobierno de Londres tuvo que lidiar con las diversas tendencias existentes en el seno de su política exterior. Así, la India Office, que representaba los intereses coloniales británicos en la India, abogaba por un control directo de Mesopotamia, para hacer de ésta una proyección de su influencia local; esta idea se contraponía a la de los "arabistas", que abogaban por una nueva jurisdicción árabe sobre el terreno o la sujeción de la zona a la Office de El Cairo, que se convertiría así en un nuevo centro de irradiación sucursal del poder de Londres en el Creciente Fértil. Los informes y posturas encontradas de unos y otros exponen a las claras esta disparidad de criterios y abonan la conclusión de que Gran Bretaña no tenía un plan estricto para Mesopotamia. Una conclusión, en esencia, similar a la que obtienen algunos cuando revisan el desembarco de EEUU en el Iraq de 2003 y no hallan una pauta clara de acción.

Todo es inconcreción, improvisación y apresuramiento; pero, en contra de lo que pudiera parecer, no se trata de que no haya un plan definido sino de ir probando una amplia gama de opciones. No en vano, lo que diferencia a un gran estado de un imperio es que el primero cuenta con varias opciones para elegir mientras que el segundo dispone de todas las opciones posibles. Para asegurarse el indirect rule y reducir al mínimo sus bajas y gastos económicos, Londres desarrolló la figura del gobierno local tutelado. La revuelta de 1920, extendida por el centro y el sur del país, y el estado de agitación permanente en que se encontraba Iraq tras la Primera Guerra Mundial hicieron ver a los británicos que el mantenimiento directo del poder habría de resultar demasiado oneroso. Las fuentes hablan de 2000 soldados muertos en algo más de seis meses, entre junio de 1920 y febrero de 1921, y de un desgaste creciente de la autoridad de Londres en toda la región. Una vez más, no estamos muy lejos del escenario en que se están debatiendo los estadounidenses hoy, con la resistencia iraquí en alza y el país, o al menos buena parte del mismo, al borde de la eclosión.

De la importancia dada por la Administración estadounidense al antecedente británico hablan los análisis consagrados al asunto por diversos centros de investigación en vísperas de la ocupación. Uno de ellos, el Washington Institute for Near East Policy, publicó en 2003 un opúsculo en el que se trataba de evaluar los "desafíos" inherentes a la construcción de un Iraq "libre y próspero" [2]. Como no podía ser menos, este centro y otros tantos organismos oficiales y académicos llevan aportando desde hace meses toda una panoplia de consejos y directrices para que la ocupación lleve "a buen término". Y para ello, no está de más indagar en los posibles paralelismos existentes entre la ocupación británica de 1918 (y posteriores revueltas civiles) y la campaña estadounidense, que también está afrontando su cuota de resistencia. La generalidad de los autores incluidos en este volumen llegan a conclusiones similares. La experiencia británica fue positiva en muchos aspectos, como en la creación de instituciones civiles propias y estructuras democráticas, pero provocó, también, numerosas disfunciones. Por lo tanto, una forma de evitarse problemas es no repetir alguno de aquellos errores. Por supuesto, el punto de partida de tales análisis pasa por presuponer que Estados Unidos pretende establecer la democracia real en Iraq, cosa que, se da a entender, los británicos no contemplaron como una prioridad. Alguna de estas directrices se ha traducido en hechos concretos, como el desmantelamiento del ejército y la concepción de un Iraq habitado por confesiones y etnias que deben encontrar su sitio como tales.

El Kurdistán revisado

Esto último es especialmente notorio en el caso del Kurdistán, cuya autonomía de facto desde 1991 ha quedado reconocida por la constitución provisional aprobada a principios de 2004. Ya en la década de los veinte del siglo pasado, algunos funcionarios británicos, los que podríamos llamar "kurdistas", se quejaban de la nula atención prestada por Londres a las demandas de autonomía kurda. Oficiales como C. J. Edmonds, Wallace Lyon o W. R. Hay consignaron en sus memorias e informes su incomodidad y en algunos extremos frustración ante la dejación que la causa kurda estaba sufriendo a manos de los británicos. En contraposición a los "arabistas", en concreto a los entusiastas de la monarquía hachemí, como Gertrude Bell, los "kurdistas" pensaban que una entidad kurda en el norte dirigida por líderes filobritánicos como Mahfuz Barzanyi serviría los intereses de Londres; sin embargo, el Foreign Office creía que una autoridad kurda más o menos desvinculada de Bagdad originaría más problemas que comodidades, además de que la opción árabe, esto es, poner el énfasis del dominio indirecto en la comunidad árabe y más en concreto en la oligarquía sunní, le parecía más robusta [3]. Pero no por ello dejó de jugar la carta kurda, la árabe y en general la de todas los grupos étnicos y confesionales.

Un detalle curioso que revela hasta qué punto el antecedente británico ha tenido su importancia lo podemos ver en el proceso de gestación de la nueva bandera iraquí, que junto con dos franjas azules que representan el Tigris y el Éufrates y la media luna, azul, del islam, incluye una franja de color amarillo, tonalidad nacional kurda. Medidas de este tipo o similares, propuestas por los kurdistas británicos en los años veinte con el objeto de promover la colaboración e integración de la población kurda en el nuevo gobierno iraquí, cayeron en saco roto y, al final, los británicos permitieron la política del gobierno de Bagdad de obviar la cuestión kurda y negarse siquiera a respetar la especificidad cultural de las regiones del Norte [4].

Esta actitud irresponsable respecto de las reivindicaciones kurdas en particular y de los diversos grupos étnicos y religiosos en general ha supuesto graves quebraderos de cabeza al Estado iraquí y constituye uno de los ingredientes básicos del desastre actual; pero, a pesar de las alegaciones de inocencia de los historiadores británicos -es normal que los imperios coloniales se desentiendan a posteriori de los detalles más escabrosos de su política nociva, cínica y egoísta- Londres tiene gran parte de responsabilidad en la gestación del problema kurdo, árabe y, en general, étnico-confesional de Iraq. Del mismo modo, Washington debe responder de su implicación en la fragmentación social del país y el retorno al concepto de Iraq como un ente-mosaico de razas y religiones.

Londres ideó la monarquía hachemí para Iraq, lo mismo que sustentó la otra monarquía hachemí en Jordania y las monarquías del Golfo, desde la de los Saud en Riad hasta la de los Sabah, Al Thani, Qabús y demás, con el objeto de conservar su dominio sin exponerse a tanto desgaste político, militar y económico. En este sentido, la creación del "gobierno árabe", con la importación de una familia real de la Península Arábiga, es una patente británica. Pero, al mismo tiempo, mantuvieron su influencia sobre aquellos dirigentes kurdos que veían al "gobierno árabe" de Bagdad como un peligro permanente para sus propios intereses. Esta polivalencia británica, que tan pronto servía para dar cobertura aérea de la RAF a las expediciones de castigo del ejército iraquí contra los milicianos kurdos como para conservar los vínculos con sus dirigentes fue característica del Iraq del mandato y la independencia formal de 1932 -en teoría, la verdadera se produjo en1958 con el golpe de Abdel Karim al-Qásem-, y tuvo sus reflejos en otras rivalidades binómicas (gobierno-parlamento, elites urbanas-líderes tribales, mayoría árabe-minorías, etc.) en las que los consejeros y delegados británicos aparecían siempre como una especie de "mediadores sociales". Una vez más, algo no demasiado ajeno a lo que están llevando a cabo los estadounidenses hoy en Iraq al aupar a grupos y personalidades con intereses variopintos e incluso enfrentados cuyo denominador común reside en su dependencia generalizada de la autoridad extranjera.

Sin embargo, la preferencia arabista de Londres se ha transformado ochenta años después en un intento de soterrar la impronta árabe de Iraq. La bandera actual incluye un símbolo kurdo, que debería certificar que Bagdad, por fin, acepta la aportación de las regiones kurdas, pero no engloba ninguna referencia árabe. Es decir, la única comunidad étnica representada de forma explícita es la kurda y no las demás, igualmente protagonistas en la gestación de la identidad iraquí (asirios, turcomanos y, por supuesto, árabes). Resulta llamativo que la otra gran señal sea la media luna, que hace mención a la impronta islámica del país y que, sobre todo, refleja el protagonismo de las tendencias islamistas chiíes y sunníes en el Consejo Gubernativo tutelado por EEUU.

Igualmente, en la constitución provisional se establece con claridad la especificidad kurda, la estructura federal de la nueva república y se incluye un apartado que, para evitar el panarabismo del régimen anterior, roza el absurdo: "El pueblo árabe [de Iraq] forma parte indisoluble de la Nación Árabe" [5]. El kurdo se convierte junto con el árabe en la lengua oficial y se reconoce el derecho a enseñar el turcomano, siriaco y arameo en las escuelas públicas [6]. Los británicos, por el contrario, "inspiraron" una constitución donde no se reconocía la singularidad lingüística kurda, pues sólo el árabe era lengua oficial [7].

De todas maneras, los dirigentes kurdos no deberían tener muchos motivos para pensar que, por fin, el objetivo de la independencia o cuando menos una amplia autonomía dentro de Iraq está al alcance de la mano: los estadounidenses están empezando a recabar la ayuda de miembros del ejército y el partido Baaz de Sadam Husein (Bremer ha afirmado ahora con peculiar cinismo algo que ya sabíamos: no debía haberse expulsado a los baazistas de la administración por el mero hecho de contar con carnet del partido, pues muchos iraquíes lo tenían por obligación, esto es, no eran bazzistas de verdad), a pesar de las protestas de algunos aliados dentro del Consejo Gubernativo. Además, en círculos de Washington se empieza a hablar de la necesidad de contar con una "elite árabe sunní" no implicada en los crímenes del régimen anterior pero sí conocedora de sus vericuetos políticos. Es decir, una especie de plataforma administrativa basada en la oligarquía tradicional iraquí para la que algunos barajan la presidencia de Adnán Pachache, representante de una conocida familia sunní y miembro del Consejo Gubernativo. En consecuencia, no debería darse por descontado que EEUU va a seguir alentando las expectativas kurdas: los británicos también lo hicieron durante un tiempo. Hasta que sus prioridades les dictaron un cambio de rumbo y los sueños de autonomía e indenpencia, alentados en diversos tratados internacionales, quedaron en nada. Hoy por hoy, las regiones kurdas viven en un limbo administrativo y jurídico y disfrutan de una estabilidad inusual en el resto del país; pero nada asegura que la situación haya de continuar así una vez formado el nuevo gobierno.

Un gobierno débil y por lo tanto robusto

Analistas hay que han recomendado a Washington que no repita los errores británicos y conceda a Iraq la libertad plena y el derecho a construir su propia democracia sin imposiciones. Además, rechazan la idea de los abusivos tratados de cooperación entre la potencia ex ocupante y el país ex ocupado, a imagen y semejanza de los firmados entre Londres y Bagdad antes de la independencia de 1932 [8]. Pero no hay, por ahora, indicios de que Washington vaya a alejarse en exceso del modelo colonial anterior. Siguiendo con los paralelismos entre el periodo británico y el estadounidense, la expectativa de un gobierno debilitado y supeditado al apoyo de Washington parece haber tomado cuerpo. Reuérdese que los británicos establecieron el régimen monárquico y un sistema de poder que otorgaba amplias potestades al rey frente al parlamento y al gobierno. Ya que el rey era una prolongación de los intereses británicos, Londres mantenía de facto el control. Luego, por medio de diversos tratados bilaterales (1922, 1924, 1927 y 1930), que aseguraban la presencia militar británica en el país y el control efectivo de las fronteras y los recursos petrolíferos, los británicos siguieron conservando este control en el Iraq independiente.

El más determinante de estos tratados, el de 1930, consagraba la consigna de reducir la responsabilidad directa de Londres (y por ende abaratar costes) sin perder influencia. Por ejemplo, se reconocía el derecho de Gran Bretaña a disponer de bases aéreas en el país, se establecían privilegios para sus tropas y se impulsaba la labor de sus oficiales y funcionarios destacados en Iraq [9]. Por ello, la imagen de los consejeros británicos fue norma durante ese periodo y, de hecho, tanto el rey como el gobierno de Bagdad debían contar con el visto bueno de Londres antes de tomar decisiones de gran alcance incluso después de la independencia de 1933.

Este ascendente lo vemos hoy, también, en la estrategia estadounidense, en especial en lo tocante a la presencia de sus tropas y consejeros civiles y militares en el país tras la supuesta entrega de poder en junio próximo. Ahora mismo, cada ministro iraquí cuenta con su correspondiente adjundo estadounidense, que es en realidad quien otorga el plácet a las grandes resolucions ministeriales, al tiempo que el administrador civil Paul Bremer disfruta del derecho de veto sobre las decisiones del Consejo Gubernativo. Una vez más, ante las demandas de que el nuevo gobierno sea verdaderamente representativo y formado por personalidades independientes [10], Washington ha respondido con la teoría del gobierno fuerte que debe ser capaz de asegurar la estabilidad del país.

Pero, en realidad, esta imagen del gobierno fuerte esconde otra realidad: los estadounidenses, igual que los británicos hace ochenta años, desean un ejecutivo maniatado por su falta de legitimidad y atenazado por un contexto de crisis para hacer pasar sus acuerdos. Si en un tiempo esta situación de debilidad y dependencia orgánicas frente la potencia occidental se resumía en la familia hachemí, hoy se trasluce en el Consejo Gubernativo. Washington también quiere, para cuando Iraq recupere su independencia, contar con bases militares estratégicas y el reconocimiento de amplias competencias para sus consejeros, que seguirán rigiendo los destinos del país en la sombra, a resguardo de las acusaciones de neocolonialismo y dominación directa. Esto implica también el control de las concesiones petrolíferas y los dividendos de las explotaciones, para lo cual se están barajando ya porcentajes diversos.

Por esta razón, para allanar el camino a este objetivo, Washington persigue una resolución de Naciones Unidas o, cuando menos, una aceptación tácita por parte de la comunidad internacional a su propuesta de mantener el nuevo ejército iraquí bajo mando estadounidense, lo mismo que las tropas extranjeras desplegadas en el país. Y, de nuevo, el pilar de esta invocación radica en la realidad caótica de Iraq. O, una vez más, cuanto peor, mejor.

Rentabilizando la teoría del caos

Aunque pueda parecer paradójico, hoy por hoy, la primera justificación esgrimida por los partidarios de la ocupación estadounidense de Iraq es la necesidad de estabilizar, modernizar y democratizar el país. Ya sea por casualidad o se trate de algo calculado, cada nuevo escándalo, como el de la torturas a los presos iraquíes o las contratas y comisiones millonarias a determinadas empresas, contribuye a soterrar los contenidos argumentales que dieron pie a la invasión. Ni las armas de destrucción masiva ni los vínculos de Sadam Husein con al-Qaeda han aparecido pero, ¿a quién le importa eso ya? Lo mismo que los estragos pasados y presentes del embargo y el bombardeo y asedio de núcleos urbanos con sus millares de víctimas civiles, son asuntos que sólo acaparan la atención en contadas ocasiones. Incluso las torturas de la cárcel de Abu Gurayb y otros centros de internamiento han servido para que la administración de Bush entone un horresco referens inusitado y se hagan alabanzas de la integridad del ejército estadounidense, cuya honorabilidad no puede ser mancillada por la perversidad de unos cuantos de sus miembros. El problema radica en que no parece que sean unos cuantos los que están implicados en este tipo de prácticas. A juzgar por las fotos, debía de tratarse de una especie de catarsis colectiva donde mandos y subordinados cumplían, cada uno desde su rango, una función erótico-escatológica. De todos modos, a la espera del siguiente escándalo, la administración de Bush ha vuelto a emprenderla contra sus servicios de inteligencia (es una moda estacional ya expuesta en lo de las armas de destrucción masiva y que aquí sus malos imitadores quisieron popularizar cuando el 11-M), si bien, en esta ocasión, la CIA no ha andado remisa a la hora de devolverle la andanada al Pentágono y el Departamento de Estado, lo cual hace prever la inevitable procesión de acusaciones cruzadas, comisiones de investigación y estrépito generalizado. Es decir, ruido y confusión.

Hay mentes obtusas o ingenuas que piensan que lo que viene ocurriendo en Iraq desde abril de 2003 va a obligar a EEUU a salir de Iraq de verdad en un plazo breve. El desánimo que ha cundido en parte de los que jalearon la ocupación incita a abonar esta tesis; sin embargo, la estrategia estadounidense no contempla esta posibilidad, ni en forma pública ni en secreto, y ahí están los discursos del aspirante demócrata John Kerry para corroborarlo. Al contrario, el ahondamiento de la crisis refuerza cada vez más la necesidad de seguir en Iraq, ya sea de forma unilateral o con cobertura de Naciones Unidas, la OTAN o quien sea.

Por lo mismo, la contumacia de una porción significativa de la sociedad iraquí a la hora de asimilar los valores occidentales de modernidad y libertad atestiguan la obligatoriedad de desarrollar un nuevo concepto de mission civilizatrice. El recién adquirido enclave de Iraq para el terrorismo islamoide internacional figura a la cabeza de este tipo de razones de fuerza mayor para no irse. A nadie se le escapa que la dictadura del Baaz era brutal y sanguinaria, bueno: a los estadounidenses y compañía pareció escapárseles el dato en los años ochenta; sin embargo, Iraq no conocía el azote de los atentados suicidas e indiscriminados, que, desde abril de 2003, han acabado ya con la vida de cientos de iraquíes en calles, mezquitas y lugares públicos. La propaganda estadounidense ha forjado un nuevo leviatán de alcance mundial en la persona de Musab az-Zarqawi, el supuesto líder de al-Qaeda en Iraq, un auténtico enemigo numero uno del cosmos aunque nadie sabe quién es ni si tan siquiera sigue existiendo. Pero qué importa: una vez más, Estados Unidos fomenta el ego de los islamoides internacionales para promover el miedo escénico generalizado y la convicción de que el germen que provocó la enfermedad es el único capaz, ahora, de erradicarla.

Por supuesto, los partidarios de la ocupación han alabado, con motivo del primer aniversario de la misma, los grandes avances conseguidos. También, en el perido británico, no faltó quien cantó sus alabanzas, como Yafar al-Askari, primer ministro en dos ocasiones y ministro de Defensa en otras cinco en el gobierno de los hachemíes [11]. Además de la libertad de expresión, recortada en todo caso por diversas resoluciones del administrador Bremer y constreñida de por sí por la ocupación militar [12], las voces de apoyo hablan, con una capacidad de invención y exageración fuera de toda duda, de las notables mejoras en infraestructuras, servicios y calidad de vida. La fabulación aquí es fabulosa, porque las encuestas y sondeos de opinión de propios y extraños hablan del descontento generalizado de una población sin trabajo, agua ni electricidad ni mucho menos seguridad. Pero, qué más da, precisamente estos mismos defectos imponen la permanencia. Este argumento encuentra una plasmación portentosa en algunos valedores de la ocupación. Ejemplos hay muchos, pero quizás uno de los más contundentes sean las conclusiones de David Aaronovitch, periodista británico defensor de la política de Tony Blair en Iraq y sostén de la ocupación estadounidense. Este hombre, partidario de la intervención filantrópica en Iraq para liberar a los iraquíes y con ellos al mundo en su conjunto de un dictador como Saddam Husein -y azote genial de los izquierdistas y pacifistas patológicos que se niegan a que EEUU intervenga en ningún sitio "porque piensan que, por mucho que las cosas estén mal en el país X, los estadounidenses son peores" (The Observer, 2-2-2003)- hizo un viaje a Bagdad en abril de 2004 para comprobar los efectos de la ocupación un año después. No se esperaba estos resultados, descorazonadores ciertamente, pero se reafirma en sus planteamientos:

"[...] Es, en cualquier caso, peor de lo que esperaba hace un año. Y mucho más deprimente, pero a esta gente la hemos estado jodiendo (perdónenme por decirlo así) desde hace mucho tiempo. Les hemos colonizado y les hemos dejado a un lado para interferir en sus asuntos con el fin de favorecer nuestros propios intereses. Hemos consentido el ascenso de Saddam Husein e, incluso, hemos llegado a apoyarlo. Después le declaramos la guerra pero nos negamos a liberar a su pueblo. En cambio, lo abrumamos con sanciones que el régimen (que pensamos de forma errónea caería bajo el peso de las sanciones) se encargó de que causasen el mayor daño posible a la población. Nosotros, y los rusos y los franceses y las Naciones Unidas y los turcos y los demás árabes, permitimos que millones de personas murieran o quedaran reducidas a la miseria... Así que de todas las cosas que hemos hecho, la invasión puede parecer algo terrible, pero en cualquier caso es lo menos terrible que hemos hecho. Y la única cosa que ha suscitado esperanzas. Por lo tanto, es hora de apoyar a quienes han de dar el siguiente paso, los demócratas iraquíes, religiosos y seculares, en aras del nuevo Iraq." [13]

Una descripción tal no precisa de muchos comentarios. Las cosas están mal pero lo malo es que serán peores si no llegan a estar tan mal. O sea, el absurdo y la rombura del rombo y, de paso, la trivialización de la historia hasta convertirla en un baúl de sastre donde hurgar según nuestras necesidades. Ahí reside, ni más ni menos, la grandeza de la teoría del caos: hay muchos escenarios y guiones donde elegir, pero nunca repararemos en las posibilidades propias del pueblo iraquí, en la emergencia de una sociedad civil dinámica y versátil, en la configuración de una resistencia nacional, plural y no contaminada por manipulaciones externas... Porque todo esto no puede estar en el guión, es imposible: constituye un desafío formidable a los profetas de la confusión. Mal está la situación; pero imagínense qué será de Iraq si nos vamos. Guerra civil, abismo, convulsión internacional, integrismo, portazo a la democracia y la libertad... El caos que precede al caos.

Notas del autor:

1. Véase, por ejemplo, The Empire of the Raj. India, Eastern Africa and the Middle East, 1858-1947, Robert J. Blyth, Hampshire, McMillan, 2003, pág. 146.
2. Michael Eisenstadt y Eric Mathewsin (ed.), U.S. Policy in Post-Saddam Iraq. Lessons from the British Experience, Washington, 2003.
3. Véanse, por ejemplo, el recuento de Wallace Lyon (1918-1948), que desempeñó diversos cargos administrativos y consultativos, en Kurds, Arabs&Britons, Londres, 2002; C.D. Edmonds, que sirvió como political officer en el norte de Iraq, en Kurds, Turks and Arabs, Londres, 1957 y W. R. Hay en Two years in Kurdistan. Experiences of a Political Officer (1918-1920), Londres, 1921.
4. C. J. Edmonds, por ejemplo, era uno de los que abogaban por incluir un símbolo kurdo en la enseña nacional. Véase Wallace Lyon, op. cit., Londres, I.B. Tauris, 2002, Introduction, pág. 40.
5. "Constitución para la administración del Estado iraquí durante el periodo transitorio", 8-3-2004, artículo 7, párrafo 2. Puede consultarse el texto (en árabe) en
www.iraqipapers.com/council_3_8
6. Ibíd., art. 7, párr. 2.
7. Véase el artículo 17 de la Constitución del Reino de Iraq de 1925, en British and Foreign State Papers, 1926, Part. I, Vol. CXXIII, Londres, 1931. [En Iraq la enseñanza del kurdo como segunda lengua era obligatorio en todas las escuelas del Estado. Nota de CSCAweb.]
8. Véanse los consejos del historiador iraquí Abbas Kelidar en Eisenstad&Mathewson, op. cit., págs. 36-37. Son consejos constructivos, sin duda, como cuando aboga por que Washington permita que los iraquíes escojan a sus dirigentes con plena libertad. El quid es que la presencia de Estados Unidos en Iraq no responde, en esencia, a este objetivo básico.
9. Peter Sluglett, Britain in Iraq. 1914-1932, Londres, Ithaca Press, 181-182.
10. El enviado especial del secretario general de NN.UU. a Iraq, Alajdar Ibrahimi, está siendo objeto de aceradas críticas por parte de la administración de Bush y el Consejo Gubernativo iraquí por haber propuesto que el gobierno al que, según la constitución provisional, debe cedérsele el poder en junio de 2004, esté compuesto por tecnócratas y políticos independientes que representen todos los estratos sociales del país. Esta propuesta atenta contra los planteamientos estadounidenses, que contemplan un órgano de mando integrado por representantes de los partidos políticos actuales, inscritos en el Consejo Gubernativo. Véase The New York Times, 9 de mayo de 2004.
11. Véase el artículo publicado por Yafar al-Askari en The Journal of the Royal central Asian Society, vol. XIV, Londres, 1927, con el título "Five Years Progress in Iraq", en el que se felicita efusivamente a los funcionarios británicos asignados al gobierno iraquí, sin cuya eficacia "no habría podido aportar esta imagen tan favorable de Iraq". Véase A soldier´s Story. From Ottoman Rule to Independent Iraq, apéndice 3, Londres, Arabian Publishing, 2003, págs. 229-230.
12. Las medidas de Bremer, fechadas el 10 de junio de 2004, permiten una interpretación ciertamente holgada. De hecho, desde esa fecha han permitido el cierre de varios periódicos y un control efectivo sobre las informaciones locales. Uno de los apartados incluye una serie de prohibiciones que pueden dar pie a una amplitud de criterios y medidas arbitrarias: "Se prohíbe a los diversos medios de comunicación difundir noticias que a) inciten a la violencia contra cualquier persona o colectivo ya sean asociaciones iraquíes, étnicas o religiosas y las mujeres, b) inciten a la desobediencia civil o a altercados públicos y daños a los bienes, c) incite a la violencia contra las fuerzas de la coalición o quienes trabajan para ellas, ch) solicite modificar las fronteras de Iraq por medio de la violencia, d) reclame la vuelta del partido Baaz al poder o difunda contenidos que pudieran albergar posicionamientos probaazistas".
13. David Aaranovitch, "So this is free Baghdad", Guardian Newspapers, 8 de abril de 2004.