Paremos la guerra contra Iraq


* Carlos Varea, miembro el CSCA y coordinador de la Campaña Estatal por el Levantamiento de las Sanciones a Iraq, se encuentra en Bagdad en el marco de la iniciativa Brigadas a Iraq contra la Guerra que desde el 16 de febrero garantiza una presencia permanente de ciudadanos y ciudadanas del Estado español en este país.

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Bagdad, a la espera de la guerra

Carlos Varea*

Bagdad, 22 de febrero de 2003. CSCAweb (www.nodo50.org/csca)

Bagdad presenta en estos días la imagen de su normal ajetreo, el ir y venir laborioso de sus habitantes. No hay presencia militar alguna, excepto ­y muy discreta: uno o dos soldados- ante edificios oficiales. No se aprecian tampoco especiales preparativos para su defensa. El Pentágono prevé que la invasión de Iraq tendrá su escenario central en el asalto y ocupación de Bagdad, la capital iraquí, una ciudad extensa, con más de 750 barrios y cuatro millones de habitantes. Como en 1991, serán atacados intensivamente objetivos civiles, muy particularmente y en primer lugar los centros de producción de energía eléctrica. Uno de ellos puede ser la central de Dora, que hemos visitado en estos días.

Durante la guerra del Golfo de 1991, la fuerza multinacional que atacó Iraq seleccionó objetivos civiles cuya destrucción pudiera causar el mayor daño posible a la población civil, desmantelar sus medios básicos de subsistencia cotidiana e inducir con ello, tras el barrido aéreo del país por bombardeos masivos, la sublevación de la población contra el gobierno iraquí. Así, en las primeras horas de bombardeo, la aviación occidental ­estadounidense, británica y francesa esencialmente- atacó centrales eléctricas y presas hidroeléctricas, plantas potabilizadoras de aguas, centros civiles de telecomunicaciones, medios de transporte y vías de comunicación y puentes ­Bagdad quedó partida en dos por el Tigris-, carreteras, vías férreas, puertos navales y aeropuertos), silos, centros sanitarios, etc., causando, según informes de Naciones Unidas inmediatos a la guerra (aquellos elaborados por Ahtissari y Aga Khan), una destrucción de 22 mil millones de dólares sólo en infraestructura civil y una cifra de muertos nunca oficialmente determinada. Tras ello, ya durante la ofensiva terrestre en Kuwait y en la región de Basora, las emisoras de la CIA y de las fuerzas armadas estadounidenses y británicas indujeron el movimiento de población iraquí (especialmente en el sur del país) hacia puntos de concentración donde pudieran recibir asistencia sanitaria, alimentos y agua por parte de los ejércitos occidentales, induciendo así oleadas de refugiados y favoreciendo las revueltas al norte y sur de Iraq.

El Pentágono prevé que la invasión de Iraq tendrá su escenario central en el asalto y la ocupación de Bagdad, la capital iraquí, una ciudad extensa, con más de 750 barrios y más de cuatro millones de habitantes. La Administración Bush estima que, ante el potencial bélico (especialmente aéreo y balístico) que EEUU y sus aliados pueden desplegar contra Iraq durante las primeras horas de guerra y ante las facilidades otorgadas por los países vecinos (Turquía, Jordania y Kuwait) para la invasión terrestre de Iraq desde varios puntos, el gobierno iraquí centrará la defensa en Bagdad, procurando prolongar una muy desigual contienda con el objetivo de que, una vez iniciada la agresión, la opinión pública internacional logre parar la guerra si esta se prolonga.

Así, si la destrucción durante la guerra de 1991 se localizó en Basora (según testimonios de delegaciones internacionales que visitaron la ciudad tras la guerra, esta ciudad parecía haber sufrido el impacto de un ataque nuclear), en el caso de que se desencadene el asalto final contra Iraq los bombardeos se centrarán ahora en Bagdad. Los planes militares estadounidenses filtrados a la prensa señalan que Bagdad puede recibir en los primeros tres días de esta nueva guerra diez veces más potencial de fuego que el sufrido durante toda la Operación Tormenta del Desierto en 1991. Los bombardeos intensivos por medio de aviación y misiles han de procurar conmocionar a la población y anular la capacidad de resistencia civil y militar a la ocupación de la ciudad.

Normalidad plena en Bagdad

Bagdad presenta en estos días la imagen de su normal ajetreo, el ir y venir laborioso de sus habitantes. No hay presencia militar alguna, excepto ­y muy discreta: uno o dos soldados- ante edificios oficiales. No se aprecian tampoco especiales preparativos par su defensa, tan solo en algún barrio sacos terreros en algunas encrucijadas o esquinas aún sin ocupar.

El gobierno iraquí ha adelantado hasta seis cupones mensuales de la cartilla de abastecimiento vigente en el país desde que el Consejo de Seguridad (CS) impusiera las sanciones en agosto de 1990, con lo cual las familias iraquíes disponen ya de víveres para medio año. La cartilla gubernamental de abastecimiento incluye productos alimenticios básicos (harina, azúcar, sal, aceite o margarina, arroz, te, etc, pero no carne ni huevos), además de productos de higiene personal (jabón) y doméstica (detergente), junto con cerillas. Con ello se ha podido evitar problemas de acaparamiento y desabastecimiento. Las tiendas de Bagdad parecen bien provistas de productos básicos (verduras y frutas, y huevos esencialmente; en menor medida, de carne), pero caros para los bolsillos de la mayoría de las familias, sin que se aprecie aglomeración o ansiedad alguna para su adquisición ante la previsión de guerra.

Como en 1991, serán atacados intensivamente objetivos civiles, muy particularmente y en primer lugar los centros de producción de energía eléctrica. En cualquier sociedad mínimamente desarrollada y dependiente de la tecnología, la vida diaria, en todos sus aspectos, depende del suministro eléctrico. Sin electricidad la ciudad quedará paralizada y su población en una situación de extrema precariedad. Especialmente grave es que si se interrumpe el suministro eléctrico, de manera inmediata y aunque no cayera una sola bomba en una planta de tratamiento de aguas, se impediría tanto la potabilización del agua del río Tigris ­del que la ciudad depende- como la purificación de las aguas residuales que regresan a este río que recorre y divide en dos partes Bagdad. Si apenas se ha logrado recuperar hasta la mitad los niveles de suministro de agua potable previos a la guerra de 1991 debido a las restricciones que el embargo impone en el suministro de piezas de recambio y productos químicos (cloro y sulfato de aluminio), el corte del suministro eléctrico impedirá por completo proveer de agua potable a los habitantes de Bagdad. Ello determinará que se agudice la expansión epidémica de enfermedades infecciosas por la contaminación de las aguas, que afectarán especialmente a los niños y niñas, cuyas defensas inmunológicas y su nivel alimentario se han visto gravemente afectados por 12 años de sanciones económicas, y ello aún hoy en día, pese a la puesta en marcha desde 1997 del programa "petróleo por alimentos", tal y como reiteran los informes de las agencias humanitarias de NNUU y el propio Kofi Anan. No casualmente el precio de las botellas de agua mineral se ha duplicado en los últimos días, único síntoma de que la guerra puede ser inminente.

Entre otros aspectos de la vida cotidiana, también se verá afectada la atención sanitaria, y ello en un momento de máxima urgencia: no todos los centros sanitarios y hospitales disponen de generadores eléctricos. La calefacción o la refrigeración, la conservación de los alimentos o de las medicinas también dependen del suministro eléctrico.

La central eléctrica de Dora

Cuatro altas chimeneas marcan la localización de la central eléctrica de Dora (un barrio de Bagdad), situada en un recodo del río Tigris, del centro de la ciudad, a unos veinte minutos por carretera. Junto a ella se encuentra una planta de potabilización de agua, a la que suministra electricidad, que vierte las aguas ya tratadas del río Tigris a la red que abastece agua a la población de Bagdad. La central de Dora fue construida en 1978 y ampliada en 1983, y es la mayor de Bagdad. En ella trabajan 530 personas, en tres turnos consecutivos. Es una central mixta de gas y petróleo, con cuatro turbinas de 160 megavatios cada una, que suministran energía eléctrica a 20.000 familias de Bagdad, aproximadamente a un cuatro de millón de personas, una cantidad que podría duplicarse si entraran en funcionamiento las otras dos turbinas que ahora no están operativas. La generación y el suministro eléctrico ­como otros servicios básicos, como el agua, por ejemplo- son exclusivamente públicos en Iraq y extremadamente baratos: cada kilovatio consumido le cuesta a una familia iraquí 30 dinares (un euro o un dólar son 2.300 dinares).

La central de Dora fue atacada al inicio de la guerra de 1991, en el segundo día de bombardeos, primero con bombas de filamentos de silicio (que provocan cortocircuitos en los sistemas eléctricos y que pueden contemplarse en el "Museo de la Guerra y la Reconstrucción" de Bagdad) y después con misiles convencionales. Los ataques destruyeron la central en un 60%, sin ocasionar víctimas entre sus trabajadores. En un mes había sido reconstruida.

Previsiblemente, también en las primeras horas o días de esta nueva guerra de 2003 que parece avecinarse, la central eléctrica de Dora será atacada por EEUU y sus aliados. Y lo será, siendo como es un objetivo civil, a fin de causar premeditadamente el mayor daño posible a los habitantes de Bagdad y golpear su capacidad de resistencia, destruyendo la infraestructura pública del país y, con ello, desmantelando los medios de subsistencia cotidiana de su población. La destrucción de Dora afectaría de manera inmediata, directa y grave a la supervivencia de decenas de miles de habitantes de Bagdad, muy particularmente a los niños y niñas. No serán daños colaterales de la guerra: serán víctimas directas de la guerra de EEUU y sus aliados. Un asesinato con premeditación.

Y tras la guerra, si ésta se llevara a cabo y concluyera victoriosamente para EEUU, el negocio de la reconstrucción de Iraq, como ya ha ocurrido en otros escenarios bélicos en el transcurso de la última década. Los planes estadounidenses anunciados para la postguerra (el Plan Marshall para Oriente Medio presentado por Colin Powell) prevén que la fuerza ocupante ­una administración militar transitoria- gestione los ingresos petrolíferos iraquíes para reconstruir el país. Empresas estadounidenses sin duda, o quizás incluso el propio ejército de ocupación reconstruirán la central de Dora y otros centros civiles destruidos, mientras las grandes ONG internacionales, desplazando a unas Agencias de NNUU (OMS, UNICEF, PNUD...) que se han mostrado en estos años demasiado críticas respecto a los defectos del embargo, procurarán prestar a la población iraquí los servicios que la destrucción de la infraestructura pública del país les ha hurtado. Negocio sobre negocio. Iraq será entonces un país plenamente recolonizado.



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