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Paremos la guerra contra Iraq


*Edward W. Said, árabe nacido en Jerusalén en 1935, es ensayista y profesor de Literatura Inglesa en la Universidad de Columbia (Nueva York)

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Una impotencia inaceptable

Edward Said*

Al Ahram Weekly, núm. 621, 16-21 de enero de 2003
Traducción: Loles Oliván, CSCAweb (www.nodo50.org/csca)

"Esto no es solo inaceptable: es imposible de creer. ¿Cómo puede una región de casi 300 millones de árabes esperar pasivamente a que caigan los golpes sin intentar un grito colectivo de resistencia y sin que se oiga la proclamación de una posición alternativa?, ¿Por qué no se produce ahora el último testimonio de una era de la Historia, de una civilización a punto de ser aplastada y transformada completamente, de una sociedad que a pesar de sus retrocesos y debilidades sigue no obstante funcionando?"

Uno abre The New York Times cada día para leer el último artículo sobre los preparativos de la guerra que se están llevando a cabo en EEUU. Otro batallón, otro despliegue más de portaviones y cruceros, un aumento continuo de aviones de combate, nuevos contingentes de oficiales desplazándose a la zona del Golfo Pérsico. 62.000 soldados más fueron desplazados al Golfo la semana pasada. Una fuerza enorme, deliberadamente intimidatoria está siendo activada por EEUU más allá del mar, mientras en el interior del país, las malas noticias económicas y sociales se multiplican de manera implacable. La inmensa maquinaria del capitalismo parece desfallecer al mismo tiempo que pulveriza a la vasta mayoría de los ciudadanos. No obstante, George Bush propone otro recorte de impuestos para el uno por ciento de la población que es comparativamente rica. El sistema de educación pública está en grave crisis y la seguridad social simplemente no existe para 50 millones de estadounidenses. Israel pide 15 mil millones de dólares adicionales en créditos garantizados y ayuda militar. Y la tasa de desempleo en EEUU aumentan inexorablemente al perderse empleos cada día.

Sin embargo, continúan los preparativos para una guerra de coste inimaginable y continúan sin apoyo público o con un desacuerdo poco perceptible. Una indiferencia generalizada (que podría ocultar un gran temor, ignorancia y aprensión) ha dado la bienvenida a la beligerante Administración y a su respuesta extrañamente ineficaz ante el reto que le ha impuesto recientemente Corea del Norte. En el caso de Iraq, sin armas de destrucción masiva de las que hablar, EEUU planifica una guerra; en el caso de Corea del Norte, ofrece a este país ayuda económica y energética. Que diferencia humillante entre el desprecio hacia los árabes y el respeto a Corea del Norte, igualmente una cruel dictadura.

En los mundos árabe y musulmán la situación parece más peculiar. Durante casi un año, los políticos estadounidenses, los expertos regionales, los representantes de la Administración, los periodistas, han repetido las acusaciones que se han convertido en moneda de cambio en lo que respecta al Islam y a los árabes. La mayor parte de este coro se remonta a antes del 11 de septiembre, como he mostrado en mis libros Orientalismo y Covering Islam. Al coro prácticamente unánime de ahora se le ha unido la autoridad del Informe de Desarrollo Humano Árabe de Naciones Unidas que certifica que los árabes sufren un retraso dramático por detrás del resto del mundo en democracia, en conocimiento y en derechos de las mujeres. Todo el mundo dice (con alguna justificación, por supuesto) que el Islam necesita una reforma y que el sistema educativo árabes es un desastre, de hecho, una escuela para fanáticos religiosos y bombas humanas fundado no solo por locos imanes y sus ricos seguidores (como Osama Bin Laden) sino por gobiernos que son supuestamente aliados de EEUU. Los únicos árabes buenos son aquellos que aparecen en los medios de comunicación desacreditando sin reservas la cultura y la sociedad árabes modernas. Recuerdo la floja cadencia de sus frases porque, sin nada positivo que decir sobre si mismos o sobre sus pueblos y su lengua, simplemente regurgitan las cansinas fórmulas estadounidenses que flotan ya en las ondas y en las páginas de los periódicos.

Sin democracia

Nos falta democracia, dicen; no hemos desafiado al Islam lo suficiente, necesitamos hacer más para ahuyentar el espectro del nacionalismo árabe y el credo de la unidad árabe. Todo eso es basura ideológica desacreditada. Solo lo que nosotros y nuestros instructores estadounidenses decimos sobre los árabes y el Islam -clichés orientalistas vagamente reciclados del tipo repetido con casina mediocridad como la de Bernard Lewis [1]- es verdad. El resto no es suficientemente realista o pragmático. Nosotros necesitamos sumarnos a la modernidad, que es efectivamente la occidental, la globalizada, la del libre mercado, la democrática -sea lo que quiera que esas palabras hayan llegado a significar. (Si tuviera tiempo, habría un ensayo que escribir sobre el estilo de la prosa de Ajami, Gerges, Makiya [2], Talhami, Fandy, etc., todos ellos académicos cuyo lenguaje propio apesta a servilismo, a falta de autenticidad y a un mimetismo desesperadamente afectado que les ha sido impuesto).

El choque de civilizaciones que George Bush y sus validos están tratando de fabricar como cobertura para una guerra preventiva por petróleo y hegemonía contra Iraq va a dar lugar supuestamente a un triunfo para la construcción nacional democrática, el cambio de régimen y la modernización forzada "a la americana". No importan las bombas ni los estragos de las sanciones que no se mencionan. Esta será una guerra purificadora cuya meta es derrocar a Sadam y a sus hombres y reemplazarlo con un mapa redibujado de toda la región. Un nuevo Sykes Picot [3]. Una nueva Balfour [4]. Unos nuevos 14 puntos de Wilson [5]. Un nuevo mundo en suma. Los iraquíes -nos dicen los disidentes- darán la bienvenida a la liberación y quizás olviden por completo todos sus sufrimientos pasados. Quizás.

Mientras tanto, la monótona situación en Palestina empeora cada vez. Parece que no hay fuerza capaz de parar a Sharon y a Mofaz [ministro de Defensa israelí]que vociferan su desafío al mundo entero. Notros prohibimos, nosotros castigamos, nosotros proscribimos, nosotros rompemos, nosotros destruimos. El torrente de violencia ininterrumpida contra todo un pueblo continua. Mientras escribo estas líneas, he recibido la noticia de que toda la aldea de al-Daba', en el área de Qalqilya, en Cisjordania, está a punto de ser borrada por 60 toneladas de bulldozers israelíes de fabricación estadounidense: 250 palestinos perderán sus 42 casas, 700 dunums de tierra agrícola, una mezquita, y una escuela elemental que alberga a 132 escolares. Naciones Unidas está presente sin intervenir viendo que sus resoluciones se incumplen cada hora que pasa. Típicamente, ay, George Bush se identifica con Sharon y no con el chico palestino de 16 años que utilizan los soldados israelíes como escudo humano.

Mientras tanto, la Autoridad Palestina (AP) ofrece una vuelta a la negociación de la paz y, presumiblemente, a Oslo. Habiéndose quemado durante diez años por primera vez, Arafat parece que quiere, inexplicablemente, volver a lanzarse a lo mismo. Sus fieles lugartenientes hacen declaraciones y escriben artículos de opinión en la prensa, sugiriendo su disposición a aceptar cualquier cosa más o menos. Pero de manera singular, la gran mayoría de ese pueblo heroico parece determinado a seguir adelante, sin paz y sin respiro, sangrando, pasando hambre, muriendo día a día. Tienen demasiada dignidad y confianza en la justicia de su causa como para someterse vergonzosamente a Israel, como sus dirigentes han hecho. ¿Qué puede ser más desalentador para la media de la gente de Gaza que sigue resistiendo a la ocupación israelí que ver a sus lideres arrodillados como suplicantes ante EEUU?

Ante este completo panorama de desolación, lo que captan los ojos es la amarga pasividad y la impotencia del mundo árabe en su totalidad. El gobierno de EEUU y sus servidores emiten declaración tras declaración de propósitos, desplazan tropas y material, transportan tanques y destructores, pero los árabes individual y colectivamente apenas pueden reunir un suave negativa (a lo sumo dicen: no, no pueden ustedes usar las bases militares de nuestro territorio) para dar marcha atrás pocos días después.

Silencio e impotencia

La mayor potencia de la historia está apunto de lanzar -y reitera incansablemente sus intenciones de lanzarla- una guerra contra un país árabe soberano ahora gobernado por un régimen horrible, una guerra cuyo claro propósito es, no solo destruir al régimen ba'ath, sino redibujar la región en su totalidad. El Pentágono no ha ocultado que sus planes son re-diseñar el mapa de todo el mundo árabe, quizá cambiando otros regímenes y muchas fronteras en el proceso. Nadie pude protegerse del cataclismo cuando llega (si llega, que no es todavía una certeza absoluta). Y sin embargo, solo hay un largo silencio seguido de una vaga queja de correcta seriedad por respuesta. Después de todo, los afectados serán millones de personas. EEUU planifica con desprecio su futuro sin consultarles. ¿Nos merecemos estas burlas racistas?

Esto no es solo inaceptable: es imposible de creer. ¿Cómo puede una región de casi 300 millones de árabes esperar pasivamente a que caigan los golpes sin intentar un grito colectivo de resistencia y sin que se oiga la proclamación de una posición alternativa?, ¿será disuelto por completo el mundo árabe? Incluso un prisionero a punto de ser ejecutado tiene normalmente algunas últimas palabras que pronunciar. ¿Por qué no se produce ahora un último testimonio de una era de la Historia, de una civilización a punto de ser aplastada y transformada completamente, de una sociedad que a pesar de sus retrocesos y debilidades sigue no obstante funcionando? Los bebés árabes nacen cada hora, los niños van a la escuela, los hombres y las mujeres se casan y trabajan y tienen hijos, juegan y ríen y comen; se entristecen, enferman y mueren. Hay en el mundo árabe amor y compañerismo, amistad y emociones. Si, los árabes están reprimidos y mal gobernados, terriblemente mal gobernados, pero se las arreglan para seguir adelante en la empresa de vivir a pesar de todo. Este es el hecho que tanto los dirigentes árabes como EEUU simplemente ignoran cuando lanzan gestos vacíos a la denominada "calle árabe" inventada por mediocres orientalistas.

¿Pero quién se hace ahora preguntas existencialistas sobre nuestro futuro como pueblo? La labor no puede dejarse a una cacofonía de fanáticos religiosos y sumisos, borregos fatalistas. Aunque este parece ser el caso. Los gobiernos árabes ­no, la mayoría de los países árabes de arriba abajo-- se respaldan en sus asientos y simplemente esperan mientras EEUU adopta una actitud, organiza, amenaza y envía más soldados y F-16 para repartir el golpe. El silencio es ensordecedor.

Años de sacrificio y lucha, de huesos rotos en cientos de prisiones y cámaras de tortura desde el Atlántico hasta el Golfo, familias destruidas, pobreza infinita y sufrimiento. Enormes y caros ejércitos. ¿Para qué?

Esto no es una cuestión partidista, o de ideología o de ficción: es una cuestión de lo que el gran teólogo Paul Tillich solía llamar extrema seriedad. La tecnología, la modernización y ciertamente la globalización no son la respuesta a lo que nos amenaza ahora como pueblos. Tenemos en nuestra tradición un cuerpo entero de tratados laicos y religiosos que tratan de comienzos y finales, de vida y muerte, de amor y cólera, de sociedad e historia. Está allí, pero ninguna voz, ningún individuo de visión amplia y autoridad moral parece capaz ahora de utilizarlo y llamar su atención. Estamos a las puertas de una catástrofe que nuestros dirigentes políticos, morales y religiosos solo pueden denunciar un poquito mientras, detrás de susurros y guiños y puertas cerradas, hacen planes para aguantar la tormenta de algún modo. Piensan en la supervivencia y quizá en el cielo. Pero ¿quien se encarga del presente, de lo mundano, de la tierra, del agua, del aire y de las vidas que dependen unas de las otras para existir? Nadie parece estar al cargo. Hay una maravillosa expresión coloquial en inglés que con mucha precisión e ironía capta nuestra inaceptable impotencia, nuestra pasividad e incapacidad para ayudarnos a nosotros mismos ahora que nuestra fuerza es más necesaria. La expresión es: "el último que salga, que apague la luz". Estamos tan cerca de un cataclismo de tal envergadura que muy poco quedará de pié tras su paso, y ni siquiera dejará nada que registrar, excepto el último mandato que ruega por la extinción.

¿No ha llegado el momento de que colectivamente exijamos e intentemos formular una alternativa genuinamente árabe al naufragio que está a punto de hundir nuestro mundo? Esto no es solo una cuestión trivial de "cambio de régimen", aunque Dios sabe que no nos iría mal un poco de eso. Por supuesto, no puede ser un retorno a Oslo, ni otra oferta a Israel para que, por favor, acepte nuestra existencia y nos deje vivir en paz, ni otra inaudible súplica de clemencia humillante y servil. ¿Nadie va a salir a la luz del día para expresar una visión de nuestro futuro que no esté basada en un guión escrito por Donald Rumself y Paul Wolfowitz, esos dos símbolos de poder vacante y desmesurada arrogancia? Espero que alguien me escuche...


Notas de CSCAweb:

1. Véase en CSCAweb: Lamis Andonis: Al servicio del Imperio y Edward Said: Israel, Iraq y Estados Unidos
2. Véase en CSCAweb:
Edward Said: Desinformación sobre Iraq
3. Véase en CSCAweb:
Iraq, la guerra decidida, La Administración Bush detalla el programa para instaurarse como nueva potencia colonial en Iraq tras su invasión militar y ¿Qué es lo que realmente está en juego?: los planes de EEUU para un nuevo mapa de Oriente Medio
4. La Declaración Balfour de 2 de noviembre de 1917, es el documento dirigido en forma de correspondencia a Lord Rothschild, representante del Movimiento Sionista en Gran Bretaña, por Arthur James Balfour, ministro de Asuntos Exteriores británico y en el que, en nombre de Gran Bretaña, se aprueba el establecimiento de un "Hogar nacional judío" en Palestina.
5. Los llamados Catorce puntos de Wilson, de enero de 1918, fue el documento elaborado por la Administración estadounidense del presidente Woodrow Wilson tras la Primera Guerra Mundial. Los catorce puntos promulgaban, entre otros, los principios de autodeterminación y de no imperialismo así como la creación de la Sociedad de Naciones para preservar la paz internacional. No obstante, al establecerse posteriormente el sistema de mandatos que repartiría entre las potencias europeas los territorios árabes (Conferencia de San Remo de 1920) y del cual EEUU quedó excluido, la Administración estadounidense fue renunciando progresivamente al contenido de los Catorce puntos para favorecer sus intereses como potencia internacional emergente y con ambiciones de expansión.



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