Guerra y guerra
Javier Sádaba*
4 de julio de 2003. CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
"Pero Iraq sigue en
guerra, ésa es la cuestión. Iraq sólo está
en paz porque una potencia ha decretado que ha pasado el tiempo
de la guerra. Es el poder de las palabras que tanto asombraba
a Humpty-Dumpty. Una definición, sea de guerra, o sea,
de paz, vale para que cualquier cosa, sean los hechos los que
sean, se imponga como verdad universal, como criterio que, quieras
o no quieras, ha de seguir todo el planeta."
En
la foto, vehículo militar estadounidense calcinado a consecuencia
de un ataque de la resistencia iraquí el jueves 3 de julio
de 2003
El primero de mayo, fiesta del trabajo en todo el mundo y
de San José Obrero, según la Iglesia católica,
acabó -Bush dixit- la guerra de Iraq. Desde entonces
y si hacemos caso a las noticias que nos llegan, han muerto casi
tantos soldados estadounidenses como durante la invasión
e incluso ha aumentado el número de bajas de los soldados
ingleses. Los estadounidenses mantienen en el territorio iraquí
más de 150.000 hombres (y mujeres, claro). A los españoles
se les ha asignado un pequeño territorio central junto
con tropas latinoamericanas. El número de españoles
debe de rondar los 1.500. Los latinoamericanos se situarán,
por cierto, alrededor de la ciudad santa de Nayaf. Y es santa
porque allí murió Alí, el primo y yerno
de Mahoma y origen de la gran división que dio lugar a
los shi'íes.
Iraq no está en paz. Hay emboscadas, enfrentamientos
constantes, manifestaciones contra la ocupación estadounidense
y sus aliados y un clima generalizado de insatisfacción
política, social y económica. Las fuentes occidentales,
que ocultan lo que les da la gana (como es el paradero de los
prisioneros que han hecho y las leyes según las cuales
les juzgarían) achacan los desórdenes a dos razones.
Por un lado, los efectivos aún existentes del dictador
Sadam habrían encontrado el momento oportuno para enfrentarse
a los invasores por el viejo método de la guerrilla. En
este sentido se les considera despojos, últimos
vestigios de un régimen que, con nostalgia, se niega a
perecer. El tiempo y la gestión estadounidense -continúan
diciendo- acabaría con ellos como se acaba con una leve
enfermedad molesta. Por otro lado, lo que se denominan disturbios
encontraría su contexto no tanto en el mundo de los shi'íes
del sur, que fueron los que sufrieron la represión más
aguda en la era baazista, sino de los sunitas del norte; comunidad
en la que se habría apoyado el recientemente derrocado
(y evaporado) dictador. Causa risa contemplar cómo se
ofrecen noticias sin contrastar, cómo se reacciona en
el resto del mundo con una especie de guiño cómplice,
cómo se reduce al silencio lo que en otro tiempo fue pasto
de información. Todas estas y otras muchas preguntas desaparecen
de las preocupaciones que, como movidas por un resorte mágico,
han pasado a segundo o tercer plano. Da la impresión de
que un prestidigitador agita un tema, lo retira y saca otro a
la plaza pública para diversión de la gente.
Iraq sigue en guerra
Pero Iraq sigue en guerra, ésa es la cuestión.
Iraq sólo está en paz porque una potencia ha decretado
que ha pasado el tiempo de la guerra. Es el poder de las palabras
que tanto asombraba a Humpty-Dumpty. Una definición, sea
de guerra, o sea, de paz, vale para que cualquier cosa, sean
los hechos los que sean, se imponga como verdad universal, como
criterio que, quieras o no quieras, ha de seguir todo el planeta.
Y quien no esté de acuerdo será encerrado en la
casa del "pensamiento incorrecto". De ahí que
a las muchas guerras efectivas que se dan en este mundo una palabra
poderosa las ponga la etiqueta convirtiéndolas, mansamente,
en paz. Los hechos, sin embargo, son tozudos. El gran historiador
Gordon Childe repetía que las guerras no han hecho sino
aumentar con el paso de la historia, y el especialista Bouthoul
afirma que no ha habido, a lo largo de la historia de la Humanidad,
un solo año de paz. En Iraq, y es un caso entre tantos
(¿quién piensa ya en Afganistán, qué
se cuenta de las matanzas del centro de África que no
sean los conflictos tribales entre lendus y emas, como antes
lo eran entre tutsi y hutus, qué sabemos de las luchas
de Sudán que no sean meras referencias al residuo animista
del sur?), la situación no es, desde luego, de paz pero
el poder, y la palabra que sigue al poder, han decretado un periodo
de paz. De una paz que sólo existen en una interesada
propaganda, en un no menos interesado disimulo de la violencia,
en un desprecio real a una real paz.
Ética de la no violencia
Los medios de comunicación orientan y desorientan,
fijan sus focos en un lugar o en otro. Y son esos focos los que
determinan después qué es lo que importa, qué
es lo que se mueve, qué es, en fin, la guerra y la paz.
Una ética de la no violencia debería, por el contrario,
repetir sin cesar que el engaño se instala con una facilidad
tan perversa que nos envuelve hasta con suavidad. Y es que la
guerra y la violencia no son sólo los actos concretos
que, en un determinado momento, nos perturban y nos desmoralizan.
La guerra y la violencia están en las entrañas
de una concepción de la política que divide, distingue,
oculta, señala y decide a su antojo lo que le viene en
gana. Una ética de la no violencia, en fin, se fijará
en lo que se intenta difuminar, en lo que se quiere dejar en
la oscuridad y, sobre todo, en esos estados intermedios en los
que la violencia no se nota apenas pero existe, en los que la
muerte aparece disimulada con la capa de un interés general,
una palabra grandilocuente o simplemente el silencio. Frente
al silencio, por el contrario, recuerdo. Y si se puede, gritos.
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